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¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Una crítica a ‘La trampa de la diversidad’

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Por Jacinto Morano e Isabel Serra (*)

El libro de Bernabé vuelve a poner en el debate público una vieja cuestión. Para los autores, es difícil pensar una lucha redistributiva sin construcción cultural.

Se ha desatado una polémica en las redes sociales a cuenta del último libro de Daniel Bernabé, La trampa de la diversidad. No siempre la polémica se ha llevado adelante por los cauces del sano debate y la confrontación de posiciones. No es ese el signo de los tiempos. El comentario rápido en 280 caracteres, la búsqueda del zasca fácil y la generación de bandos irreconciliables (que en ocasiones ni se molestan en indagar cuál es la verdadera posición del adversario) podrán servir para hacer vistosos trending topics o buscar me gustas, pero, desde luego no colaboran en la construcción colectiva.

Es necesario agradecer a Daniel Bernabé haber puesto sobre la mesa este debate. Independientemente de lo que se piense sobre los planteamientos y las tesis del libro, es evidente que ha pulsado alguna tecla que ha llevado a popularizar esta discusión. Y decimos popularizar porque no se trata, en absoluto, de un nuevo debate. Al menos desde los años 90, para la izquierda organizada ha sido cotidiana la controversia entre la reivindicación de la pluralidad de identidades sociales emergentes frente a la construcción de una agregación colectiva unívoca -típicamente en torno al concepto de clase-. Para evitar ir descubriendo Mediterráneos, sería necesario que se recuperaran todos estos debates, por ejemplo (pero en modo alguno exclusivamente) el que mantuvieron a mediados de los 90 Nancy Fraser (citada con profusión por Bernabé) y Judit Butler. Y no sólo por su contenido, si no por su forma, por la capacidad de discutir sin que medien odios y enemistades insuperables.

LEYENDO LA OBRA DE DANIEL BERNABÉ SOLO LOCALIZAMOS UN FACTOR DESENCADENANTE: LA CLAUDICACIÓN DE LA INTELECTUALIDAD DE IZQUIERDAS

Bernabé plantea que la insistencia del activismo en las reivindicaciones culturales "de reconocimiento" lo aleja de las mayorías sociales que carecerían de alguna de esas "identidades oprimidas", dejando el camino abierto a la extrema derecha y olvidando las luchas realmente esenciales, aquellas que tienen que ver con la economía, con la redistribución, en última instancia, con la clase. Pero creemos que este análisis tiene algunas lagunas. En primer lugar, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Asumiendo -quizás es mucho asumir- que durante el "corto siglo XX" -el que va de 1917 a 1989- la identidad de clase fuera el núcleo central aglutinante del conflicto social, ¿cómo es posible que treinta años después nos encontremos en la coyuntura actual? Pues leyendo la obra de Daniel Bernabé solo localizamos un factor desencadenante: la claudicación de la intelectualidad de izquierdas. Por momentos pareciera que el neoliberalismo -y su fragmentación de las identidades sociales en correlación con la generalización de la "clase media aspiracional"- surge de una conspiración de filósofos postestructuralistas que buscaban su lugar en las organizaciones neocon después de ver frustradas sus esperanzas de ocupar secretarías de estado tras el fracaso político de mayo del 68.

Sin embargo, es una posición que no se puede compartir a la ligera. Predicar una absoluta autonomía de las dirigencias partidarias e intelectuales en, nada menos, que casi inaugurar una época histórica, hace caer todo el planteamiento de Bernabé en aquello que critica: menospreciar o directamente negar la importancia de los cambios estructurales en el sistema productivo, en la política, en la cultura y en la ideología. Si el neoliberalismo supone -como defiende Bernabé- una emergencia de identidades cerradas que compiten entre sí, esto tiene que ser debido necesariamente a una transformación integral de la sociedad, que aunque se manifieste en el ámbito identitario, tiene raíces más profundas que deben ser analizadas con rigor. 

Esta no es una cuestión menor. Resulta muy contradictorio que el autor señale constantemente la falta supuesta de "materialidad" de las diferentes manifestaciones de la diversidad y que a su vez, todo el libro carezca de un análisis de los cambios estructurales que han dado lugar a dichas manifestaciones. Confiar el análisis de casi un cambio de época a la inocencia del activismo y a la deriva postesctructuralista, limita la posibilidad de encontrar respuestas y posibles vías de intervención en la realidad.  Un análisis de algunos de estos factores estructurales -la estratificación de la clase obrera, la sociedad de consumo basada en el crédito, la derrota histórica de los procesos sociales que predicaban la clase obrera como centro, el avance en el proceso de emancipación de las minorías raciales- habría ayudado a evitar la melancolía y la idealización de una supuesta clase obrera compacta y triunfante a lo largo y ancho del siglo XX.

Además de este elemento central, nos encontramos a través de la obra con el planteamiento de diversas dicotomías, en las que el activismo estaría optando necesariamente por el "lado equivocado". Primero, la dicotomía izquierda versus activismo. ¿Qué es la izquierda si no los activistas organizados que plantean la lucha social? ¿Existe algún reducto guardián de las esencias no sabemos dónde? Son los activistas de los movimientos sociales -por muy identitarios o dispersos que nos parezcan sus planteamientos- quienes han sostenido, en décadas de lucha y a contra pelo, la bandera de la emancipación, que es lo único que ha permitido que podamos tener este debate o que este debate todavía tenga algún sentido. Si "hay alguien ahí" es por los movimientos sociales y estos no se pueden oponer a la izquierda, con pena de quedarnos sin izquierda... Y sin movimientos sociales.

En segundo lugar, aunque sin encontrar una definición clara en ningún lugar, sobrevuela el planteamiento de la dicotomía de lo material frente a lo cultural: la sociedad se construye alrededor de las relaciones económicas, y luego, por otro lado, están las prácticas culturales (¿Derivadas de ellas? Parece que tampoco). Así las identidades culturales serían "menos reales" que la identidad de clase, que nunca aparece como una identidad en el planteamiento de Bernabé, sino que sería "otra cosa", la tercera dicotomía. La conclusión de dicho planteamiento sería que solucionar cualquier problema vinculado con las pertenencias culturales pasaría indefectiblemente por una transformación integral del sistema de producción-consumo de bienes. Esto es, de la lucha económica ("la lucha material"). Este argumento de nuevo, no es nada novedoso. Ha sido el lugar común alrededor del que han oscilado generaciones de marxistas vulgares.

¿CÓMO SE ARTICULA UNA LUCHA DE "REDISTRIBUCIÓN" CENTRADA SÓLO EN LA ECONOMÍA Y SIN UN ASPECTO CULTURAL?

El problema es: ¿cómo se hace? ¿cómo se articula una lucha de "redistribución" centrada sólo en la economía y sin un aspecto cultural? Sobre esto no encontraremos ninguna respuesta. Porque cualquier lucha, incluida la lucha de clases, solo puede darse en la realidad con una faceta nítidamente cultural e identitaria. Porque las construcciones culturales son tan materiales y reales como las económicas. La identidad obrera se construye, también, culturalmente y en términos de pertenencias. Afirmar que es la identidad englobante, que está por debajo de las solo aparentemente diversas identidades superficiales, lleva justamente a lo que Bernabé quiere evitar: poner sobre la mesa una nueva identidad, la de trabajadores y trabajadoras, dentro de la neoliberal "competencia de identidades".

Todo esto se hace mucho más evidente si levantamos la cabeza de los libros, por muy interesantes que sean los debates, y nos fijamos en las luchas reales. No podemos obviar que toda esta disquisición se produce mientras a nivel mundial, pero con una especial intensidad en el estado español, se está articulando un movimiento social de una potencia desconocida hace muchos años. El feminismo que nos asombró el pasado 8 de marzo no puede ser tratado ni como una reivindicación puramente identitaria ni puramente redistributiva. Es una conjunción eficaz de las dos cosas que muestra como planteamientos que en una mirada superficial parecerían de búsqueda de reconocimiento atacan directamente pilares materiales del sistema de producción y distribución de bienes, porque el patriarcado no es un sistema que sólo tiene efecto en "lo cultural", sea esto lo que sea, si no que es también una forma de organizar la producción. Sorprende como, pese a la negativa expresa, se trata a la mujer en la obra de Bernabé como una "identidad cultural" más. Curiosa identidad cultural que engloba directamente y de forma inmediata a la mayoría absoluta del género humano.

El autor priva a la opresión de género y al patriarcado del estatus de social y material. Para acabar con la desigualdad de las mujeres no basta con que una mujer se empodere de forma individual, precisamente porque hay una estructura social. La "formación social" es la conjunción de los sistemas de organización social y económicos, como en capitalismo, el patriarcado y también el racismo, que no es únicamente derivado del interés económico como plantea Bernabé. Que se haya negado ese estatus de material y de estructura social al género tanto por la izquierda más clásica como por el feminismo neoliberal no debería llevarnos a reproducir ese argumento. Es una visión androcéntrica que recae en la dicotomías útiles para el capitalismo y el patriarcado, como la que construye una distinción irreal e interesada entre lo económico-productivo y privado-no productivo y no remunerado.

A nuestro juicio, la senda abierta por el movimiento feminista es la que muestra el camino para salir de la presunta "trampa" de la diversidad. El feminismo no niega su carácter plural, no pretende que ninguna mujer renuncie a otra pertenencia, lo que no siempre es un camino de rosas (en el seno del feminismo hay posiciones socialmente antagónicas), pero es la única senda de construcción posible.

LA LUCHA ANTISISTÉMICA HAY QUE REALIZARLA EN LO ECONÓMICO, EN LO CULTURAL, EN LO IDENTITARIO Y ALLÁ DONDE SE PUEDA

Quizás lo más chocante de todo el debate de la diversidad es que no se perciba ninguna capacidad emancipatoria en identidades emergentes. Como si el neoliberalismo fuera un macizo ideológico irresistible y que cualquier cosa que pase, pasa porque le es útil. "La resistencia también somos nosotros" como le decía el gris burócrata de 1984 a Wilson en la obra de George Orwell. Por fortuna, el mundo no funciona así. Cada conflicto social esconde potencialidades que los movimientos transformadores tienen la obligación de explotar. Negar cualquier ámbito de lo social (incluido el de las identidades cerradas presuntamente nacidas, según Bernabé, del giro neoliberal) como espacio para la construcción de alternativas es debilitar la posibilidad de la propia transformación. La lucha antisistémica hay que realizarla en lo económico, en lo cultural, en lo identitario y allá donde se pueda.

Por otro lado, todas las identidades, también la clase, pueden ser muy transformadoras, algo, o nada. La cuestión es que además de que un sujeto sea consciente de su situación como colectivo tiene que querer cambiarlo. La identidad femenina no tiene porque ser transformadora, pero la feminista sí. Del mismo modo, cuando Pablo Casado apela a "la España que madruga" se dirige a una identidad de clase que no tiene por qué ser transformadora. Pero para Bernabé parece que la clase consciente ya es en sí un dique de contención al neoliberalismo y todo el resto de identidades, un efecto de este.

La construcción de la identidad englobante como herramienta emancipadora en el siglo XXI tendrá que seguir pensando por supuesto que "la emancipación de los trabajadores (y trabajadoras) sólo podrá ser obra de los trabajadores (y trabajadoras) mismos (y mismas)". Pero igualmente tendrá que saber que la construcción de un todo no puede hacerse negando la identidad de las partes ni pretendiendo que algunas de ellas deban subordinarse a las demás. Lo común no puede ser enemigo de lo particular, sino reforzarlo e impulsarlo. El nuevo sujeto tendrá necesariamente que ser multicolor. Y obviamente, en el año 2018, tiene rostro de mujer.

(*) Jacinto Morano es diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid.
(*) Isabel Serra es diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid.