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Leyendo a Marx al revés

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Por Esteban Valenti (*)

A veces es necesario, imprescindible salir de los hechos más picantes y tensos de la política nacional y reflexionar a partir de otra mirada más amplia más histórica y sobre todo más profunda, que nos permita navegar en los diversos episodios, con un mínimo de brújula.

Se le reclama con insistencia a la izquierda que tenga capacidad de autocrítica, que en realidad es reclamarle que siga siendo izquierda, pero muchas veces se reduce el pleno ejercicio de la crítica a la crónica más pobre de los hechos más elementales de practicar la moral y la ética republicana y sobre todo la decencia. No se puede luchar invocando al pueblo y quemarlo en la hoguera de la corrupción.

Quiero hacer una confesión, este tipo de notas también las escribo para mí, para obligarme a pensar y a interrogarme. No es fácil en estos tiempos.

La crítica requiere de otras herramientas y no solo de la exigencia moral, que hoy en día está de moda. Exige del estudio, de la creación permanente, de una teoría del cambio social y económico y su relación con la política y con la moral. Y no partimos de cero, tenemos una rica historia y como todas las historias, llena de tensiones y contradicciones.

Para ello me he esforzado por leer a dos clásicos fundamentales al revés que la lectura vulgar, me refiero a Nicoló Maquiavelo y a Carlos Marx. Me refiero a los que leen a Marx desde un determinismo económico y los que le atribuyen a Maquiavelo el desprecio de la ética a favor de la razón de Estado. En este segundo caso ampliaremos en próximos artículos.

Marx, en su obra, en particular en El Capital (Crítica a la Economía Política) no exaltó el papel central casi exclusivo de la economía en el capitalismo de ese tiempo, el tomó simplemente nota de lo que estaba ocurriendo con la revolución industrial capitalista del siglo XIX y llamó a rebelarse contra el determinismo económico porque debían considerarse las alienaciones que comportaba la mercantilización de las relaciones humanas.

Es posible que esto parezca una disquisición inútil, pero en la construcción de un discurso, de un relato sobre un mundo más justo, menos alienado y mezquino es imprescindible partir precisamente de esas lejanas experiencias y aportes de dos mentes brillantes del Renacimiento y del siglo XIX, aunque por la amplitud de su mirada Marx fue también un hombre del Renacimiento (política, economía, sociología, historia)

No hay peor derrota para esos pensadores que encerrarlos en templos supuestamente eternos e inmóviles, que no envejecen y transformarlos en "marxismos" o en "maquiavelismos", negando su propia esencia. Valga la doble afirmación de Marx: "Yo no soy marxista" y no las hizo por modestia.

El revisionismo fue a principios del siglo XX uno de los pecados más graves y condenados por los revolucionarios de todo el mundo. Como si revisar - incluso las teorías más fundadas - no fuera un ejercicio natural de analizar las previsiones con el transcurrir de los acontecimientos históricos. Cualquier de esos dos pensadores, fueron hijos dilectos de sus tiempos y su enorme valor es rescatar precisamente su aporte en momentos en que la historia tenía un quiebre, un gran codo que influiría con el Renacimiento y el Capitalismo en toda la civilización posterior.

Incluso sus ideas tienen necesariamente un proceso histórico de cambios, de tensiones internas que son también de un enorme valor, como método crítico de reflexión. No nos ofrecen un diccionario de lo verdadero, sino sobre todo una búsqueda que ellos mismos vivieron a lo largo de sus obras y de sus vidas.

Marx fue, de joven, un liberal que, con el transcurrir del tiempo y sobre todo con lo que sucedía en Europa, en particular en la Alemania prusiana, en la Francia liberal y en Gran Bretaña, la cuna del capitalismo clásico, se propuso superar el liberalismo de la manera más herética, a través del socialismo.

Se hizo socialista y le propuso a los trabajadores, la nueva clase emergente de la revolución industrial que se podía cambiar el mundo de raíz y que el futuro sería socialista. Era el tiempo de la Comuna de Paris, de las grandes luchas contra el zarismo y la semi esclavitud en Rusia, y de los Estados Unidos transformándose en el gigantesco horno del capitalismo. Para Marx había que ser algo más que liberales.

La izquierda se ha ido resignando a que la caída del muro y del socialismo estatista total, es necesariamente la derrota de las ideas de Marx y en general de toda teoría del socialismo. Esa es una de las mayores victorias de las derechas.

Cuando Rosa Luxemburgo enarboló la consigna de "socialismo o barbarie" sintetizaba perfectamente la idea de Marx de que el  crecimiento espontáneo, supuestamente "libre", de las fuerzas del mercado capitalista desemboca en concentración de capitales; la concentración de capitales desemboca en el oligopolio y en el monopolio; y el monopolio acaba siendo negación no sólo de la libertad de mercado sino también de todas las otras libertades. Lo que se llama "mercado libre" lleva en su seno la serpiente de la contradicción: una nueva forma de barbarie. ¿No es eso lo que estamos viviendo dramáticamente en la actualidad?

Marx  se aferró con tanta fuerza a la razón ilustrada que se propuso un imposible: hacer del socialismo (o sea, de un movimiento, un ideal) una ciencia. Hoy, nos preguntamos si no hubiera sido mejor conservar para eso el viejo nombre de utopía, seguir llamando al socialismo como lo llamaban el propio Marx y sus amigos cuando eran jóvenes: pasión razonada o razón apasionada. Pero en un siglo tan positivista y tan cientificista como el que Marx maduro vivió tampoco podía resultar extraño identificar la ciencia con la esperanza de los que nada tenían. Hasta es posible que por eso mismo, por esa identificación, los de abajo le amaran luego tanto. Y es seguro que por eso casi todos los poderosos le odiaron y aún le odian (cuando no se quedan con su ciencia para analizar las actuales crisis del capitalismo financiero y rechazan su política).

Hoy en sectores de la izquierda pasamos de la "ciencia" del socialismo a refugiarnos en la utopía, como un sueño lejano o mejor dicho indefinible y por lo tanto inalcanzable. Mientras que otros levantaron la consigna del Socialismo del siglo XXI para bautizar el mayor saqueo económico, moral, social, político y cultural de la sociedad venezolana. Y en Uruguay, sin preocuparse ni de la historia, ni de mínima decencia, los justifican y los defienden. En algunos casos creo que ni siquiera es por razones ideológicas o políticas, es por plata. Tratar de aportar un granito desde la teoría, no nos debe inhibir de decir la verdad.

El nombre de socialismo referido a determinados gobiernos y países no tiene nada que ver con el modelo del socialismo real de planificación estatal centralizada, solo conserva el dominio monopólico del Partido Comunista, me refiero a China, a VietNam y Cuba que camina lentamente en esa dirección.

¿Tienen algo que ver con Marx? Es una pregunta poco frecuente y sería muy necesaria. En realidad el PC Chino ha elaborado abundante material, sobre todo de consumo interno y de difícil acceso sobre la necesidad de sacar el país del atraso milenario, del semi feudalismo y la pobreza de cientos de millones de campesinos y sobre todo del atraso infernal de sus medios de producción, para avanzar en el socialismo y hacia el socialismo.

Y para ello han recurrido a la apertura al mundo, tanto en materia de inversiones, (Rusia post revolución de octubre tuvo un empuje en ese sentido), como de comercio y de internalización general de su economía, diversificando las formas de propiedad de los medios de producción y financieros, estatales, del partido, cooperativos y privados, incluso oligopólicos.

Apostó además al uso masivo y de vanguardia de las nuevas tecnologías, en todas las áreas, no como ocurrió en el socialismo real, que en materia militar y espacial llegó a estar a la vanguardia y a nivel de otras ramas de la producción, se retrasó de manera notoria frente a las potencias capitalistas.

¿Los países del sur, en la nueva distribución internacional del trabajo, en las nuevas y viejas formas del dominio imperialista - que existe, existe - y sobre todo en el papel incontenible de la especulación financiera, bursátil y de mercados a futuro, que papel tenemos o podemos tener?

Hay una primera comprobación básica, de a uno nos cocinan a todos, solo nos queda el camino de la cooperación, de las alianzas, de promover una cultura de la solidaridad en serio entre los países y los pueblos. ¿Una nueva utopía en este mundo ultra mercantilizado? Es posible, pero llámenlo como quieran, pero no quedan caminos nacionales. El propio nacimiento del BRICS, es un ejemplo claro y terminante. Y Trump nos puede ayudar a todos, poniéndonos ante la alternativa de reaccionar o sucumbir.

Para ello hace falta mucho más que tener el país en orden desde el punto de vista macroeconómico, sobre todo porque datos básicos de la macroeconomía se definen fuera de nuestros límites. Debemos hacer los máximos esfuerzos, pero nunca serán suficientes. Necesitamos más, mucho más.

Más capacidad de innovación, de combinación de formas de propiedad, de impulsos al crecimiento desde la propia justicia social y no el verbo contrario que practica la derecha. Necesitamos desarrollar las fuerzas productivas de acuerdo a Proyectos Nacionales, específicos y muy exigentes y eso reclama la batalla cultural contra la alienación que produce la mercantilización de las relaciones sociales y reclama construir nuevos relatos para este siglo, que incluyan los dramas y las nuevas posibilidades que tiene la humanidad. Y se puede.

Para ello la izquierda, las ideas del socialismo auténtico y no los esquemazos que algunos siguen enarbolando y embarrando con referencias a grandes fracasos latinoamericanos, necesitan una profunda revisión de la experiencia de estos últimos 20 años. Dos décadas de aproximación al poder a través de las urnas, de conquista de gobiernos locales y nacionales, de avances, de estancamientos y de serios retrocesos.

¿Qué nos faltó? ¿Qué hicimos mal? ¿Dónde fallamos en nuestros principios y enterramos nuestros valores en la mercantilización de la política y de nuestras almas?

Porque si hay algo que no figura en ninguno de los debatidos, polémicos y a veces contradictorios textos de Marx, ni de Maquiavelo, es que la corrupción es parte del proyecto progresista, de izquierda y socialista.

 (*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay