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Gauchos de las cuchillas y vaqueros de las praderas - III

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Por Daniel Vidart (*)

1 - Después de la Guerra de Secesión (l861- l865).

El equivalente multiplicado por cien de nuestra Guerra Grande, cuyas consecuencias  políticas fueron también distintas pues el norte de los EE.UU., industrializado a pasos gigantescos, que necesitaba carne para la alimentación de una creciente  clase obrera, miró  hacia el derrotado sur, que a un tiempo albergaba  a los señores esclavistas del algodón, reencarnados landlords, y mas al oeste, a los ranchmen democráticos, si el término cabe, criadores de ganado.

 

Dicho ganado  cobra repentino  valor, pues  sus potreros se hallaban muy alejados de los centros consumidores. Los cowmen, los ganaderos tejanos inician entonces una operación  comercial rendidora: los novillos que valían en el sur de 3 a 4 dólares por cabeza se vendían en las ferias de Kansas y Nebraska  entre 40 y 50. Desde esos puntos las tropas, machucadas, sedientas y diezmadas a raíz del viaje, eran  embarcadas en los vagones de ganado y el ferrocarril las transportaban hacia las ciudades industrializadas.  Acordes con el nuevo estilo económico, a partir del año l866 y hasta el 1890, intrépidos troperos arrean hacia los mercados meridionales casi seis millones de cabezas de ganado cornilargo. Quienes realizaban estas duras tareas se denominaron nuevamente cowboys. Debieron luchar contra los salteadores y ladrones de ganado, contra los  sheeppherders - despectivo nombre dado a los ovejeros - , contra los farmers - o sea los granjeros - y aún contra  los propios ganaderos que procuraban impedir la difusión de "la fiebre de Texas", epizootia mortal que acababa con la totalidad del ganado  donde caía el flagelo. Durante la noche, como ya dije antes, los cowboys, para aquietar a las reses y evitar los robos de los ruffiansborders,  las  acorralaban  en el centro de un círculo y en el perímetro  se apostaban ellos - los grupos de troperos eran numerosos - , entonando hora tras hora, y por turnos, cansinas canciones para aplacar la inquietud nocturna del ganado. Dichas canciones luego cobraron vuelo al folklorizarse y difundirse en las cowtowns. Entre estas  ciudades de las vacas, nacidas como hongos, se  destacó especialmente  Dodge City, una verdadera  frontierBabylon, como se la denominaba por la abundancia de garitos y lupanares. Abilane, Wichita y Ellsworth  fueron los  otros centros de vida disipada, de orgías y tiroteos, donde los cowboys dejaron su dinero y muchas veces hallaron la muerte, ya en duelos singulares, ya en indiscriminadas balaceras de borrachos.

2 - El cowboy hereda los arreos del español, algo transformados por la heredada equitación mexicana. Hay, como en toda aculturación, cambios y adaptaciones. Las sillas de montar tejanas, cuyo borrén delantero, con forma de cabeza de pato, difiere de las cabezadas del recado rioplatense, no alivian tampo el rigor de las largas marchas  con el uso del   cojinillo y, cuando se trata de desbravar potros  o enlazar a campo abierto, se aseguran  con dos cinchas. Por su lado, el cowboy  persistió en el uso de los zahones o chaparreras - llamadas chaps en inglés -, no tan exageradas como la de los gauchos argentinos de la provincia de Salta, prendas de cuero traídas al Nuevo Mundo por los caballistas andaluces. El  gaucho de la primera hora usaba sombreros de copa alta, entre los que se destacaba los panza ' e  burra, modelo que luego evolucionó a los de copa más baja y alas más anchas. El cowboy  usó siempre el sombrero de alas anchas y copa alta, llamado ten gallons, diez galones, por su desmesurado tamaño. Hoy las gentes tejanas  lo siguen utilizando, aún en las ciudades, como distintivo de una identidad ecuestre siempre reclamada y un coraje siempre recordado, aunque en muchos casos ambos  ya ausentes . No es el cowboy un cuchillero como el gaucho, cuyo facón  era el arma blanca preferida para los duelos. Era así porque el desmesurado caronero, bueno para montear, la daga, mas corta que el facón, y el verijero, el clásico "cola blanca", cuchillo para cuerear o picar tabaco, si bien no eran aptos para dirimir "el quién es mas",  formaban parte de la  panoplia criolla de armas blancas.

El  cuchillo del cowboy,  el bowieknife, desciende de un puñal africano de pequeñas dimensiones  que utilizaban los esclavos de las plantaciones algodoneras del aristocrático sur. El coronel Bowie escogió tal arma, menos ostentosa que los grandes cuchillos rioplatenses, como su arma favorita. Pero el arma de fuego, en su versión "de puño" fue la predilecta de este prototipo  humano nacido en el momento que se perfeccionaba  el revólver de seis tiros, el sixshooter. Claro que no todos eran ases en el arte del tiro fijo. Los que afinaron la puntería, para convertirla en su mejor aliada en el combate singular o en el asalto, fueron los matones, los pistoleros, los hombres de avería. El cowboy común, el del montón,  usaba revólver, si, pero le fue más útil el wínchester para pelear a distancia con el piel roja o con los cuatreros. Finalmente hay prendas de trabajo, como las largas cubre muñequeras de cuero y los guantes, utilizados por el vaquero tejano para enlazar, que hubieran sido lujos inútiles y quizá molestos para el gaucho, quien prefirió al culero. El sulero es un trozo ce cuero curtido que se fija en la cintura con el tirador y cubre de tal modo la pierna  que al tensarse el lazo sobre ella, una vez que se ha enlazado al vacuno o al equino, no rozan al chiripá, evitando asi lastimarla en el muslo. Una pieza de vestir los igualó, sin embargo,  y esa  fue  el chaleco de cuero en el cowboy y la chapona  de terciopelo o seda  con flores bordadas, lucida por los gauchos  prolijos y aliñados. Pero esto ya tiene que ver con la cáscara y no con el grano.

3 - El cowboy surge en Texas. Luego se extiende por las praderas norteamericanas y llega hasta California. Iba tras o con los ganados que poblaron los antiguos cotos de caza de los indígenas ecuestres  del Wild West luego que los scouts les allanaran el camino. Entre dichos scouts descolló el renombrado Búfalo Bill, artero y circense vendedor  de sus malas artes destructivas en cuanto  matador de bisontes. El sacrificio, a bala , de los grandes rebaños de estos enormes herbívoros nativos fue impuesto  por aquel terrible  mataindios general  Sheridan, si bien los granjeros, se le habían adelantado,  para acabar con el alimento de los indígenas y, en consecuencia, con las hambreadas tribus.  Procediendo de tal modo, es decir,  con  la la extinción de los  grandes rumiantes  llamados por los conquistadores españoles "vacas corcovadas", cuya estampida si embestía un ferrocarril lo descarrilaba, se privaba de la vianda tradicional a los pieles rojas y se abrían nuevos espacios para la ganadería comercial y el avance de los ferrocarriles hacia el Pacífico. Progresivamente despejada la cancha, avanzaba hacia el Oeste  la oleada agrícola  y el ferrocarril extendía la doble serpiente de las vías , luego que   a bala limpia el ejercito al galope les allanara el paso, y de tal manera, que los indios montados y los vaqueros ecuestres tuvieron que lidiar, en retirada,  con aquellas puntas de lanza  constituidas por  los colonos sedentarios y  la civilización  maquinista.

Miles de labriegos que venían del este, con sus familias y enseres metidos en aquellos lentos pero implacables  gliptodontes de madera y cuero como fueron  las carretas entoldadas, las  prairieschooners, ocuparon poco a poco, con denuedo y sacrificio,  la franja de tierras "vírgenes". Dicha voz es etnocéntrica. La empleaban los "caras pálidas" interesados en ocuparlas y cultivarlas, olvidando que no existía tal "virginidad" pues aquellas verdes extensiones  fueron y eran el milenario hogar de los indígenas y los animales por ellos cazados. Como se sabe, dichas presas se utilizaban para la alimentación de las tribus y la confección, con las pieles, guampas, tendones y  osamentas, de su utillaje doméstico.

Las oleadas sucesivas de azadas   siguieron adelante, luchando contra todo tipo de inclemencias y dificultades, aunque no por la gracia  de sus escasas fuerzas sino por el  apoyo de  la caballería  del ejército de los EE.UU., genocidio de indios y cuatreros mediante. Dicho ejército, siguiendo las instrucciones de la administración central, apoyaba  la expansión de la agricultura en las landgrants del border siempre en retroceso, que solamente fue boundary cuando la frontera, la frontier empujada hacia el horizonte por el tesón y  coraje  de los colonos y el gigantesco gusano de hierro y chispas que fuera el ferrocarril,   se topó con las montañas Rocallosas. Alli hicieron una larga pausa los hombres del surco pero las locomotoras siguieron adelante, ayudadas por la ingeniería y los fusiles.

 El cowboy auténtico, al igual que el gaucho, se extingue antes de finalizar el siglo XIX. No obstante, ambos personajes ecuestres ingresan en la leyenda, en el mito, en el imaginario colectivo de una tradición nacional que ubica sus héroes culturales en el campo ganadero, escenario de los hombres individualistas, agresivos, valerosos  y bien montados. Los aspectos festivos, literarios, musicales y cinematográficos de esta doble historia  quedan de lado, pues desmesurarían la extensión del presente estudio.

El facón del gaucho duelista y el revólver del cowboy enfrentado a su rival en la calle solitaria de un pueblo, sede de  los infaltables  saloons (tabernas), stores (almacenes de ramos generales), ladies boardinghouses (prostíbulos) e incompetentes sheriffs (comisarios), constituyen hoy dos referencias folklóricas memorables. Y las más de las veces inauténticas, porque la vida verdadera y la historia significativa del campo rioplatense y el open range norteamericano conocieron otros protagonistas de mayor significado social, moral y laboral que los cuchilleros de lujo o los pistoleros de infalible puntería.

 

 

Notas anteriores:

 

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(*) Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.