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México: ¿Qué se abre paso?

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Por Carlos San Juan (*)

1. ¿Nace otra República?

El 1 de julio, en la mayor elección de la historia mexicana,  por la cantidad de votantes y por los puestos de representación en juego, ocurrió un maremoto ciudadano que reorganizó al sistema de partidos y a la República misma. Hay un mandato formidable  que exige el cambio pero a la vez, realidades difíciles que muestran un camino incierto aunque ahora posible. Sobre esta posibilidad incierta tratan estas líneas. Maquiavelo veía en ello la esencia de la política regida por el azar, la contingencia, lo inesperado. La acción humana que medita y prevé  es el recurso más importante para sortear los vericuetos de la fortuna. Esa acción humana inscrita en el dominio del egoísmo y las pasiones, requiere de las virtudes cívicas y de la Res Pública aristotélica, del arte de vivir juntos, para orientar su acción. La debacle del republicanismo mexicano - atrapado por el cáncer de la corrupción, su desmembramiento en poderes regionales y fácticos, su sometimiento geopolítico al gran Imperio -  hizo imprescindible este resurgir de lo antiguo, esta novedad del pasado, el de las virtudes republicanas de la honestidad y del bien común,  para reiniciar el camino inverso de regeneración. ¿Es viable?

2. Caminar entre paradojas. El país latinoamericano que inició los regímenes de justicia social en el siglo XX tiene ya tres décadas arraigando en su extenso territorio y en las mentes de sus pobladores  al sistema neoliberal anglosajón de la máxima desigualdad. Es un brillante ejemplo de la prosperidad tóxica. El alumno aplicado de la receta- mantra de los mercados libres, el presupuesto equilibrado y la autonomía del Banco central, cuenta además con la  prosperidad intensa  en segmentos de negocios altamente monopolizados y arrastra una estela de violencia y  destrucción social, cultural y de la naturaleza misma que amenazan la existencia de la Nación. La que fue joya de la Corona Española hasta inicios del siglo XIX ahora está incrustada de manera plena en la América del Norte anglosajona, lejos  muy lejos del Sur.

La República, la organización legal e institucional, los aparatos de gobierno, sus burocracias y las relaciones con la ciudadanía, fueron dañados y su eficacia para resolver los graves asuntos públicos cae en picada, como lo demuestra la espiral de la violencia, el crecimiento económico errático, la degradación de la seguridad, la salud, la alimentación y la vivienda. Su autoridad se degradó al impulsar la jerarquización intensa de la sociedad mediante los mecanismos ofensivos de la desigualdad y la injusticia. Se erizó de privilegios al igual que las clases pudientes. La débil autoridad política y moral de los Presidentes  abrió una feudalización de los poderes estatales y regionales y la proliferación de los poderes fácticos, las redes de los negocios ilícitos y de lavado del dinero, y hoy sus excesivos gastos han provocado que el conjunto de la República se encuentre endeudada casi al 50% del PIB.

Sin embargo, esta república degradada está y estará  impulsando hasta el último día de su gestión, el 30 de noviembre de este año, una de las más grandes ofensivas mercantiles contra el campo, la ciudad, la cultura y  el alma de la gente. Su última pieza en la temporada de caza que parece terminar el último mes de gobierno del presidente Peña Nieto,  es la privatización del agua. Ya veremos.

3.  El tablero modificado. Tal vez con este mínimo contexto se comprenda la importancia de lo que ocurrió este primero de julio de 2018, en una de las más altas votaciones de las últimas décadas y donde se registró una insurrección ciudadana que se sobrepuso a campañas de miedo y a la compra de votos endémica del sistema electoral mexicano de la "transición". Esa  insurrección voto por el cambio de esta experiencia de degradación. Y creó un mandato que validó las propuestas de AMLO para orientarlo. Se ganó con la primera tirada electoral una modificación del tablero institucional de la política mexicana tal vez deseado pero nunca imaginado en su dimensión resultante. Un maremoto.  Creó una nueva mayoría del 53% de los electores que acudieron a votar  y que erosionó  la gobernabilidad de tres tercios (las tres grandes fuerzas políticas PRI -PAN-PRD que se consolidaron en la transición mexicana) y refundó de manera legal y legítima  el centro político de la República: el Ejecutivo, las mayorías en el Congreso de Diputados y el Senado y al Movimiento de Regeneración Nacional, (MORENA), apenas registrado en el año del 2014,  como partido mayoritario a nivel nacional. El partido histórico de los regímenes post revolucionarios, el PRI, se convirtió en una minoría política casi intrascendente. El PRD, el partido histórico de las izquierdas desde 1996, se desgajó y algunos migran hacia Morena. Varios partidos pierden su registro a escala federal y estatal.  El sistema de partidos se depura. En rápida e intencionada asociación de ideas, se habla del regreso del Estado-partido dominante, ignorando que existe una importante pluralidad republicana en Congresos, gobernadores y municipios, con un partido, el PAN, con fuerza respetable, una Media empresarial  y sobre todo, una sociedad y cultura plural con focos intensamente democráticos. Lo importante es que con esta modificación del tablero político institucional, el cambio se hace posible. Aún le falta lo más importante, que pueda construir alianzas sociales y de poder que le impulsen al cambio.  

4. Lo que está en juego. Ese triunfo electoral significa, en la situación aludida, un voto de 30 millones de ciudadanos para  frenar los procesos de degradación de la res pública y la ofensiva mercantil desatada, y a la vez, para explorar caminos de regeneración de la política y la sociedad. Este es  el tamaño del cambio que está en juego en México.

 Los usufructuarios de ese orden regresivo deben considerar ahora los términos de su relación con el nuevo gobierno y, del mismo modo,  el pueblo que votó puede aprovechar el espacio que se abre para reorganizar sus fuerzas, consolidar sus propios proyectos de vida e iniciar su propia marcha. Tanto los usufructuarios del orden vigente, como los millones de votantes que exigen el cambio, intuyen que ya no tienen la misma seguridad de lo que va a ocurrir mañana. ¿Va a proseguir con nuevo disfraz la impunidad y la injusticia, habrá señales del nuevo Gobierno de que arranca este cambio? Es en esta incertidumbre que se abrió lo que antes era imposible, que inicien transformaciones de las relaciones de fuerza que dan forma al orden cotidiano, donde todo se juega. Se habla del cambio en las relaciones de fuerza en los posicionamientos culturales (dejar la condena y la pasvidad) y políticos (crear espacios para la acción humana). Por ejemplo, inducir masas críticas del pensar y del hacer que exploren las posibles  convergencias de actores sociales, de puntos de encuentro y de sus términos para enriquecer las acciones de gobierno con contenidos de justicia. Ahí se abrirá o no este  camino incierto hacia el  cambio.

5. Bienvenidos a lo real.  Con esa fuerza ganada en la representación republicana se podría imaginar un tránsito de terciopelo hacia la regeneración política y hacia la reconstrucción de la Nación dañada. Pero en realidad esta recomposición política es apenas un inicio. ¿Para qué? Para afrontar al verdadero problema: a los usufructuarios de esa degradación, que viven de la fusión del poder político y del poder económico, del tráfico de influencias, del capitalismo de compadres y que gozan de cabal salud. A lo Real (Lacan)  que oculta la representación de partidos.  En otras palabras, a la coalición de poderes nacionales y globales creada por Salinas de Gortari (1989-1994) donde destaca la fusión del poder político con el poder económico, pero no sólo ello. Hablamos de una constelación de poderes políticos y empresariales norteamericanos como los de Texas y California  con fuertes intereses en el país, los poderes financieros e industriales nacionales y regionales, el Banco de México coordinado con el Tesoro Norteamericano, un Ejército renacido en su poder militar y coordinado con el NorthCom, el Comando Norte de los vecinos,  los grandes poderes regionales de la agroindustria, de las inmobiliarias y de las biotecnologías. Se suman además las jerarquías eclesiásticas conservadoras, la Media en manos de empresarios, la Cultura de elites que machacan un solo camino y donde  toda variación del rumbo conduce, según ellos,  al desastre. Y sobre todo, un Orden que le parece natural a segmentos sociales impactados por las promesas de ascenso en las jerarquías, de una vida de altos consumos, de preferencia  cercada y con camionetas casi militares. Pero luego de la conmoción vivida este bloque de fuerzas acentúa sus diferencias que le impidieron unificarse en el proceso electoral. Ahora tampoco se unifican. Unos, los más zorros, ya negocian. Otros llaman a  unificarse como "oposición" inmediata que desprestigie y obstruya la ruta del cambio. Una especie de anti- chavistas asumidos que se creyeron su cuento de que AMLO es la reencarnación de Hugo Chávez. No convencieron al pueblo, pero al parecer, a ellos mismos sí.

Por ello la propuesta de regenerar a la República, es decir, que se separe  el poder político del poder económico es muy importante pero requiere de una transformación gradual de las relaciones de fuerza, que no provoquen, en un extremo, situaciones tempranas de polarización y  la confrontación directa con esos grandes poderes y,  en el otro, la absorción gradual del impulso del cambio hacia la administración más o menos remozada de lo mismo. Por ello, el reto esencial del nuevo gobierno electo ocurrirá en el terreno de las alianzas y acuerdos con una amplia pluralidad social y política. En los términos precisos en que se formulen estos  acuerdos se juega la contención del cambio  o la acumulación de fuerzas  a su favor  que le otorgue una potencia  propia y revitalice a su electorado y al conjunto de los ciudadanos.

En los primeros 15 días después de la elección ya han ocurrido definiciones que muestran dos cosas: que hay un camino claro, y por supuesto, debatible, y también lo difícil de abrirle camino al cambio  en el paisaje de las paradojas mexicanas.

6. La palanca republicana del cambio. Una vez terminada la agotadora jornada de la campaña y de la celebración de su victoria, AMLO metió el acelerador a fondo. Entre el 2 y el 15 de julio mantuvo en vilo al país, no soltó la orientación de la conversación pública ni la iniciativa política. Hizo acuerdos con el gobierno y los gobernadores en funciones, con las principales organizaciones empresariales y recibió a una  delegación de Estados Unidos al más alto nivel para plantear los temas centrales de una agenda integral para las relaciones futuras. Pero sobre todo, organizó a su futuro Gabinete Presidencial en varios equipos para trabajar la propuesta concreta de cómo gobernar  ante el reto que le espera este primero de diciembre: que inicie  el primer gobierno federal  comprometido a cambiar el rumbo  sostenido por 6 sexenios.

Llama la atención la congruencia en el decir y el hacer que ocurrió en estos 15 días. Como presidente virtualmente electo inició la puesta en acto de las ideas elaboradas en décadas, y que se hicieron públicas en el Discurso del II Congreso Nacional Extraordinario de Morena en noviembre del  2016,  que luego fue la columna vertebral del Plan Alternativo de Nación y base de su esfuerzo pedagógico en campaña donde reiteró en plazas y calles sus ideas centrales. Parte de estas ideas se convirtieron en la base del diálogo   con los empresarios mexicanos  y con el gobierno de Estados Unidos a fin de llegar a compromisos puntuales. Y de inmediato entraron a una sana polémica en la conversación pública que planteó divergencias y simpatías.

Hay una idea central: es posible frenar y revertir la degradación nacional utilizando la palanca de una República restablecida en su salud ética y en su eficacia. En la experiencia mexicana de la posrevolución, el Príncipe que encabeza las transformaciones es el Ejecutivo Federal, la mítica presidencia. Y esa es la gran pieza del tablero que perdieron los poderes de facto. De ahí una estrategia que se concentra en remodelar el Ejecutivo, y el papel de AMLO como su cúspide del cual se difunden las virtudes de la honestidad, la austeridad y un mandato casi evangélico: no mentir, no robar, no traicionar al pueblo. Pero esa fuerza histórica del presidencialismo que debilitó al Legislativo y Judicial, se encuentra ahora con  otro tejido institucional, con imaginarios sociales que reivindican su papel, y con la promesa de campaña que le obliga y legitima: regenerar a los tres poderes de la república a la vez. Si se intentara revivir al Presidencialismo autoritario iniciaría a la vez la propia erosión de su autoridad. A ello se deberá estar atento.

7. Los tres ejes que sostienen al cambio. Esta gran ambición tiene  tres ejes principales a mi juicio. El primero  llama a  rehabilitar a la República como autoridad política, blindarla contra  la corrupción y  la fusión del poder político y económico. El segundo es la justicia para frenar la embestida de la violencia, de la comercialización extrema, de la exclusión y la invisibilidad. Y el tercero  un crecimiento concebido como "progreso con justicia": incluyente, sostenido, con participación del sector social, de desarrollos regionales plurales y donde los macro proyectos deberán cancelar todo efecto negativo ambiental y social y abrirse a pactar acuerdos con las poblaciones afectadas. Cabe decir que en estos años regresivos se acumuló por fortuna una masa crítica de conocimientos y de propuestas desde los centros del pensar y también desde el corazón de muchos conflictos sociales, que ahora tienen la oportunidad, esperemos, de mostrar su valía para potenciar el crecimiento y para reparar muchas injusticias.

8. El detonar de las virtudes republicanas. El primer eje, el de la República, apunta a uno de los agravios y de las esperanzas más intensas vividas en los últimos años por muchos mexicanos, y es el espacio donde renacen las virtudes republicanas añejas. En una sociedad empobrecida se impusieron salarios de funcionarios por encima del medio millón de pesos mensuales tanto en su Poder Judicial y en el Instituto Nacional  Electoral, entre otros. Como indicamos más arriba, la elite política interiorizó los valores empresariales a su provecho. Los sueldos los dicta el mercado, no cualquiera, sino el de los CEO (ChiefExecutiveOfficer), los super gerentes de las empresas anglosajonas que ahora pueblan cualquier empresa mexicana media  con  pretensiones. Esta República hasta ahora en pié, se mimetizó al impulso jerárquico y de desigualdad intensa del capitalismo más predador, el ahora vigente.

De ahí la potencia de su propuesta. La lucha contra esta fortaleza del privilegio en que se transformó la República comprende la reducción de salarios y de privilegios en toda la burocracia, donde un Presidente que se baja el salario a la mitad arranca el proceso. Suprime todos sus privilegios económicos y jurídicos como el fuero,  las pensiones vitalicias a los ex presidentes,  el avión presidencial,  se desprende del Estado Mayor Presidencial, un ejército a su servicio personal y familiar y  establece la revocación del mandato sujetando la continuidad de la Presidencia de la República a una consulta popular cada dos años. El pueblo, según sus palabras, quita y el pueblo pone. Para tal efecto se reunió con las futuras bancadas del Congreso de su partido para elaborar las iniciativas de ley.

La otra fuente de descomposición republicana, la  asociación nociva del poder político y el poder económico, el llamado "capitalismo de compadres" con sus tráficos de informaciones privilegiadas y accesos garantizados de mercados públicos y grandes obras; de igual manera será combatida.  Se elaboran iniciativas legislativas para realizar todo ello y su otro gran rasgo es la Austeridad Republicana, un conjunto de medidas que además de rasurar salarios y privilegios, adelgaza secretarías y personal de confianza y llama a hacer más con menos al sector público, y con ello se pretende generar un ahorro que como veremos será una carta a jugar para  detonar el crecimiento.

9. Justicia en tierra de injusticias. La justicia es el enlace más profundo del nuevo presidente con los sentimientos de la población mexicana, por la situación de violencia desatada, de pésimas condiciones de la economía popular, de olvidos a jóvenes, mujeres, ancianos; del deterioro de los servicios básicos y de la expectativa de vidas decentes evaporadas; del deterioro de los valores elementales de la convivencia. La promesa de una República donde "primero serán los olvidados, los débiles y los humillados"  tiene que convertirse en compromiso palpable, que empape a los gobernantes y sea  exigido por la sociedad entera. La llamada nueva estrategia para la inseguridad y contra la violencia, donde se expresó la posibilidad de una amnistía para la gente pobre que se involucra con el narco, y que ahora se ha convertido en un llamado a la creación de iniciativas diversas e integrales,  abona a la recuperación de tejidos y valores para otra manera de vivir en común. El incremento de los apoyos a la tercera edad y la regeneración de los sistemas educativos y de salud, así como el propósito de incrementar a un millón las acciones de vivienda apuntan a rehabilitar al Estado de Bienestar, que no se puede quedar sólo ahí, sino que se debe complementar con su verdadero fundamento, el crecimiento incluyente. La designación de Alejandro Encinas, de la izquierda coherente y con experiencia de gobierno,  como responsable de una subsecretaría de Gobernación y que tendrá como una de sus prioridades ir a fondo en la herida de Ayotzinapa es una excelente señal para que las muchas causas de los desaparecidos y de los muertos en la espiral de violencia que vive México se restauren y caminen hacia la verdad y la justicia. Lo mismo pasa con la designación de Adelfo Regino, abogado y militante de las autonomías indígenas,  para dirigir la nueva Institución orientada hacia los pueblos originarios del país, la raíz profunda de todo lo que somos. Hace pensar que el trato a los pueblos tendrá un marco de dignidad y respeto ahora que se encuentra acosado por las luchas territoriales contra los mega negocios mineros, energéticos y de biotecnologías, como gran parte de la población rural.

10. El progreso con justicia. El otro eje es el crecimiento, donde se postulan dos cosas a la vez que pueden sonar como contradicción sin remedio. Por un lado, el respeto al equilibrio macroeconómico, el reconocimiento de la autoridad plena del Banco de México en la política monetaria y la promoción intensiva de las inversiones privadas nacionales y extranjeras. Es el andamiaje del llamado neoliberalismo, un invernadero para la crianza de la inversión privada, que sujeta al presupuesto que no debe gastar más de lo que ingresa y amarra a la gestión gubernamental a la continua creación de "garantías" a los empresarios. Y en ese marco obligado, se apuesta a crear otro rumbo del crecimiento que pueda nombrarse "progreso con justicia", la noción clásica del desarrollo donde el crecimiento va ligado y orientado hacia el bienestar colectivo. AMLO, después de las amargas experiencias electorales  del 2006 y el 2012, donde no pudo penetrar en el Norte industrial ni en el próspero centro occidente mexicano, con presencia en las pequeñas y medianas industrias (PYMES) pero con un fuerte rechazo de las grandes corporaciones financieras e industriales mexicanas, decidió subrayar sus ofertas hacia Don Dinero  que ya estaban presentes tanto en idea como en su  gestión de la ciudad de México (2000-2006)

¿Hay espacio para ese juego? La apuesta mayor del nuevo gobierno es a demostrar que si existe ese espacio. La austeridad republicana promete una bolsa de 500 mil millones de pesos, para que el Ejecutivo federal no quede maniatado en su propósito de detonar el crecimiento.  Y dentro de sus muy fuertes novedades, reconoce la importancia del crecer hacia adentro, hacia el mercado interno, recupera la dimensión esencial del desarrollo regional para superar las graves desigualdades en el territorio nacional,  y sugiere un tripié, por cierto, el clásico de la experiencia mexicana del "milagro económico", la inversión pública, más la inversión privada reconsiderando a fondo su componente de pequeñas y medianas industrias, las PYMES, y mucho ojo, el sector social, es decir, a las múltiples formas asociativas de las familias mexicanas, como empresas comunales, ejidales, cooperativas y un largo etcétera que fue menospreciado en la larga noche neoliberal. 

Su otro rasgo es que el crecimiento que se propone recupera mucho de lo que ya existe aunque  en condiciones de abandono. Prevé la potencia de la economía rural para lograr la soberanía alimentaria. La  del sector energético, petróleo y electricidad, reorientados hacia la producción nacional. El sector de la construcción mediante propuestas de vivienda y de infraestructura.

Pero tal vez su reto decisivo es el de propiciar el cruce entre economía y justicia, es decir, reemprender la redistribución de la riqueza generada, pactar proyectos que dañen el tejido social y ambiental,  y  abrir los estímulos públicos a la gran masa de productores.  Es buena señal la iniciativa de aumentar los salarios mínimos,  que ya cuenta con el acuerdo en principio de los empresarios;  y la disposición a que el acuerdo futuro del TLC contemple el aumento de salarios. En el mismo sentido habrá que valorar si avanza la idea de incorporar de manera cierta en proyectos públicos de inversión a las PYMES y al sector social. El nuevo programa sobre los Jóvenes en edad de trabajar para que se capaciten becados por el gobierno dentro de las fábricas y mejoren su oportunidad de encontrar un trabajo estable. Con todo ello se dibuja una reorientación de lo que hasta ahora se ha hecho y se propicia la regeneración de los tejidos, las cadenas y los eslabonamientos económicos de la Nación.

Hay otros aspectos que requieren de meditación y mucha atención. López Obrador no propuso la abolición del capitalismo. Ganó con una propuesta para domeñar su impulso antisocial y de daños a la naturaleza en las condiciones actuales de inversionistas sin regulación institucional y contrapesos culturales y sociales. En México el recuento de daños y de luchas contra los megaproyectos de la minería, la denuncia de los graves riesgos del fracking para explotar el gas, la luchas contra los cultivos de transgénicos, recorren el norte y el sur. Se ha jugado de manera perversa a aumentar la "ventaja comparativa" y atraer inversiones desregulando los controles ambientales ya existentes y mal vendiendo la fuerza de trabajo de miles de mexicanos. Pero también es cierto que en el mundo actual  los mega proyectos se requieren para mejorar los sistemas de comunicación, acceder a ciertas tecnologías,  crear ámbitos de atracción de la inversión global y nacional, y ofrecer opciones de crecimiento a regiones olvidadas. China y Rusia hacen lo mismo y a la vez aumentaron su control soberano para desarrollar la ciencia y la tecnología propia.  El futuro gobierno ha creado ya un piso de consensos para esa doma del impulso antisocial del capital, y que fue el gran logro del siglo XX con la justicia social y el estado de bienestar. Bienvenidos los negocios pero sin tráfico de influencias ni corrupción, con responsabilidad social, con alza de salarios, acuerdos con la propiedad social  y sin daños a los muy deteriorados ríos, aguas y tierra. Esa es la promesa que obliga.

Y es en este terreno de conjuntar crecimiento y justicia que habrá que regular a los mega proyectos que ya se anuncian. Por ejemplo, el del Corredor del Istmo de Tehuantepec, o bien, el uso de un millón de hectáreas para la explotación maderable pues los árboles frutales que también se contemplan no parecen tener mayor riesgo. Ahí se pondrá a prueba ese "progreso con justicia" y que tiene varias condiciones para aterrizar en la dura realidad: que las mega inversiones en su componente gubernamental abran espacio a las pymes y al sector social, que lo macro se articule a la detonación de muchos proyectos regionales en las zonas donde se apliquen y elaborados por las poblaciones y sus autoridades, pues, una realidad ocultada por la codicia neoliberal, es que este país no es sólo de empleados mal pagados, sino de millones de  productores, de familias que se las ingenian para producir bienes y servicios múltiples y diversos. Y sobre todo, que las autoridades de municipios y de comunidades sean  interlocutoras reconocidas en la planeación y ejecución de los mega proyectos alimentados con un abierto espíritu de concertación.

10.  Conjunción y conflicto de los ejes. Esta propuesta de cambio posible, tiene a la vez sinergias posibles entre sus tres ejes, y ámbitos de contradicciones que deberán ser reguladas. ¿Qué quiere decir este galimatías? Por un lado, que como vimos, hay enlaces que se alimentan entre la República, la Justicia y el Crecimiento, y que habrá que potenciar y multiplicar en muchas otras áreas. La austeridad republicana permite que haya becas para jóvenes que podrán formarse en empresas no tóxicas tóxicas y, en general, ampliar la oferta educativa (está ya en puerta la creación de nuevas universidades en distintos estados). Las luchas por la justicia contra la violencia criminal deberán presionar para que  los funcionarios se apeguen a esa ética republicana de cumplimiento de los compromisos contraídos y ayudarán a liberar territorios que ahora cobran cuota a los negocios.

Pero también hay contradicciones que pueden fracturar ese círculo de sinergias positivas. AMLO ha demostrado una congruencia  hacia las virtudes republicanas que predica. Pero una buena parte de la clase política ahora existente se ha formado en un tiempo de cinismos crecientes, de usos personales de los bienes y atribuciones públicas, de asociaciones peligrosas con negocios legales e ilegales. Confunden el servirse de lo público con el servicio público. El ataque contra sus privilegios desatará resistencias  no sólo en el Ejecutivo Federal, que se pretende configurar como su vanguardia, sino en una constelación de instancias como Congresos, Poder Judicial, los otros dos niveles de gobierno, el sistema de partidos. La cultura "política" de la pluralidad de sus actores se formó en esta época de decadencia con los valores de un político priísta, Carlos Hank González, que prediciendo el futuro afirmaba: un político pobre es un pobre político. Regresar a la ética del buen gobierno, donde la política es servicio público, aparece  entonces como un campo de lucha difícil pero imprescindible. Sin ciudadanías vigilantes, contralorías efectivas y poderes judiciales dispuestos  no va a prosperar.

 La necesaria apertura y fomento a la inversión privada carga con mentalidades empresariales en ocasiones depredadoras, sin pizca de responsabilidad social,  también requiere de entornos y reglas del juego que fomenten su responsabilidad ante la gente y la naturaleza. Será otro campo de lucha que requiere de actores como los sindicatos y las organizaciones ambientales entre otros, de culturas e instituciones dispuestos a fomentar otra actitud. Sin ello el progreso con justicia naufraga. Las mega inversiones se acostumbraron a corromper dirigentes y a comprar ayuntamientos, para dispensarse de la obligación de pactar reglas de justicia económica con los pueblos. Y eso también tendrá que cambiar. Los dirigentes sociales y las organizaciones que hicieron un modus vivendi de la protesta, tendrán que modificar sus maneras y aprender a negociar de cara y en beneficio de sus representados. En fin, cambiar el mundo  tiene como exigencia reconocer que con los despojos y  los destrozos de lo que hay se deberá proceder a construir la nueva esperanza, pero transformándose en el camino. Esa es su oportunidad o la extinción misma del cambio.

12. Detonadores para desatar la acumulación de fuerzas. El gran desafío de proceder a la regeneración de la Nación requiere de esa incesante transformación de las relaciones de fuerza, el asumir cada promesa y propuesta como un espacio de lucha, la constante  creación de grandes coaliciones capaces de dar sustento y continuidad a este proyecto, el acompañamiento de una cultura crítica que presione a la transformación verdadera.  No sólo es un arduo trabajo interno a la nación, sino que implica el  sortear las presiones y las recomposiciones del mundo en su fase actual.  Para calcular  el tamaño del problema aludido se esbozan tres ámbitos, tres nudos inciertos, donde se enlazan fuerzas que serán de la mayor importancia para llevar a buen puerto esta propuesta de cambio. Primero, el campo de fuerzas tensado por la doma del cambio, su asimilación al orden cotidiano aún vigente, o desbordarlo con la confrontación abierta. Y en contraparte, términos de acuerdos que neutralicen a los beneficiarios de ese orden y hagan crecer las convergencias con un gran bloque de fuerzas dispuesta al cambio.  En segundo lugar, la existencia de recursos ciudadanos, de mitos y de historias, que como ocurrió en las campañas, aporten el plus de fuerza que permita desatar, contener y definir a favor las situaciones de riesgo para el proyecto de cambio. Y en tercer lugar, su correcta inserción en un mundo que atestigua el resurgimiento de los nacionalismos y el paso de una unipolaridad hegemónica hacia la tripolaridad ahora en pugna abierta, (China-Rusia-Estados Unidos).

13. La tensión que asimila al sistema  o acumula fuerza propia. Entre julio y diciembre de este año frontera, el tiempo que media al Gobierno electo y la efectiva toma de posesión,  la posibilidad del cambio se juega la fuerza y forma de su inicio. Su ruta central es la de conformarse como un gobierno con rumbo cierto  con esos tres ejes que ya se comentaron. Y la creación de un tejido muy amplio de alianzas hacia los poderes y hacia la ciudadanía, donde los términos concretos en que se plantean definen si existe o no una dinámica de acumulación de fuerza propia o se cede a las presiones o seducciones de lo existente. Al corte de estos primeros quince días parece que se abre paso una estabilidad que le conviene y mucho al nuevo gobierno donde se expresan los términos a su favor, como lo muestran los contactos iniciales con el poderoso mundo empresarial y el vecino imperial, pero, insisto, es apenas el inicio. Se han mencionado medidas importantes que reiteran el compromiso hacia la justicia y la igualdad y se sabe de un trabajo intenso a nivel de algunas secretarías, como las de Desarrollo Social, para construir agendas y convergencias con una pluralidad de actores diversos. Sería esencial que al cierre de este periodo el tejido de acuerdos con la esperanza ciudadana fuese in crescendo y tomando el lugar que merece en el espacio público.

Luego, con el capital simbólico y legal ganado y que sobrepasa las expectativas, se puede ir ganando certidumbre y estabilidad en un trabajo acelerado por los  actos de gobierno que conciten apoyos, y conduzcan hacia una mayor transformación de las relaciones de fuerza de cara al  entramado de los grandes poderes e ir fincando la emergente coalición surgida en el proceso electoral y con el voto ya sufragado. Se trata de procesos graduales, inciertos, en medio de luchas intensas que intentarán domar y desprestigiar al cambio que viene. Es la ruta de un poder naciente hacia un poder constituido.

14. Sistema y anti sistema.  Y para ello es esencial no abandonar  el modo con que se creó la ola ciudadana en la campaña electoral y su desenlace que arrojó un triunfo contundente. Se trabajó con las reglas institucionales pero sin quedarse en su terreno mercadotécnico y mediático. Al contrario, se construyó el entusiasmo festivo a ras de tierra y en el contacto directo con las poblaciones muy diversas del territorio nacional. Ahí se creó una política de la alegría. De esa periferia y exterioridad sistémica surgió la ola que estalló en el centro del tablero electoral, una alteración de las relaciones de fuerza decisiva pero que al momento que estalla inicia su desvanecimiento. Las fechas precisas del calendario político mexicano, la toma de posesión del nuevo gobierno, sus momentos de someterse a la revocación del mandato, la elección del Congreso para 2021 y el cierre del ejercicio sexenal, deberán trabajar de manera parecida, en la exterioridad y en la periferia del sistema, para crear las olas que empaten el esfuerzo de gobierno con los imaginarios populares y ciudadanos. Ello requiere de una línea de consistencia y congruencia en las acciones de gobierno. Pero también de espacios de libertad para que la ciudadanía construya su propia consistencia, las raíces propias, coaguladas en formas asociativas y de autogestión y autogobierno. Mientras más cohesión autónoma tenga las olas que vienen,  mayor presión,  profundidad y salud gozará el cambio.

Por ello es muy importante que los actos de gobierno empaten con la creación de nuevas disposiciones de la gente común, en su cabeza y en su emoción;  no sólo con la posible satisfacción ante el cumplimiento de demandas, sino con una construcción cívica, de valores y de conductas orientadas hacia la acción pública, y de espacios creativos y de pasiones alegres. Un republicanismo de plazas, calles y fiesta. Desde esta perspectiva cobra relieve tanto la reforma del quehacer gubernamental en municipios y gobiernos estatales como la necesidad impostergable de rehacer a la democracia como escuela ciudadana para la vida pública. El actual sistema se formó  para contener la energía ciudadana, despolitizarla y propiciar la lamentable y dramática compra del voto. Es una arquitectura para la fría administración de las "pasiones tristes". Es un sistema para comprar legitimidad para las elites. No sirve para transformar la subjetividad del ciudadano. De ahí que sea imperiosa una refundación republicana, de ética convertida en ley y regla, donde la democracia sea recuperada.  

15. El mito laico. Hablar de República en la densa historia y el presente alterado mexicano no es cualquier cosa. La República en México tiene sentidos  (mitos e historias) fuertes. Es de las viejas repúblicas latinoamericanas y del mundo. Pero pose una singularidad: hay un triángulo virtuoso que le ha sostenido en sus peores momentos tanto de invasión imperial (Francia y Estados Unidos), en las guerras intestinas o en la corrupción masiva de sus burocracias. Me refiero por un lado a la historia de irrupciones populares que en su mismo nacimiento, la Independencia, en la configuración de la República liberal a mediados del siglo XIX  y en la Revolución social de 1910-1917, creó ejércitos populares, exigió autogobiernos y combatió por territorios, jurisdicciones, salarios y democracia. En México la historia del tiempo largo de las repúblicas no sólo es la historia de sus elites y oligarquías sino también del pueblo insurrecto. Y es también una historia de liderazgos tenaces y a contracorriente, donde descuellan Benito Juárez y el general Cárdenas. Y por último está ese liberalismo singular mexicano donde a su fórmula oligárquica de libertad-individuo -propiedad como brújula de la res pública, le forjó otra, fruto de esas irrupciones populares y que apunta en otro sentido: justicia -comunidad -soberanía. Por ello el plantear como centro inmediato de la lucha la regeneración de la república despierta fuerzas simbólicas y entrañables  muy intensas que ayudan a la transformación de la relaciones de fuerza.

16. Del amor al imperio: Durante 36 años la