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Paco de la Zaranda / director teatral y actor

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Por Esteban Ordoñez (*)

"No soporto el teatro en el que sale a escena el actor y no el personaje".

Practica un andar de viajante sin maletas. Es verlo aparecer por la madrileña plaza Santa Ana caminando hacia las puertas del Teatro Español, y notar en las cornisas una presencia de gaviotas marinas, un fragor de plumas de salitre. Hablamos de una presencia imaginaria, porque las de Madrid, ya se sabe, son gaviotas de basura y no de peces. El fotógrafo de CTXT, al terminar la entrevista, lo dijo: «Pensaba que estaba haciendo fotos a un marinero». Francisco Sánchez, Paco de la Zaranda (Jerez de la Frontera, 1958), director teatral y actor, transporta adonde va un silencio de muelle que se aleja. En principio, parece que esa sensación proviene de su aspecto, ¿pero de dónde viene esa apariencia? ¿Cuál es el origen vital de su gorra blanda y oscura, de su barba grisácea que asciende jaleando por las sienes, emboscándole las orejas? ¿De dónde su rostro redondo, sus cejas libérrimas como párrafos de Faulkner? Y, sobre todo, ¿de dónde esos ojos de dos colores, marrones en el centro y con círculos azules en los bordes del iris como fronteras de agua?

"Después de una función me siento vivo porque mientras está el personaje yo no estoy y cuando acaba la función, entonces, reaparezco", cuenta De la Zaranda. De modo que sus viajes sobre el escenario son casi una desaparición. Mientras transcurre la obra, se pierde en una eternidad oceánica, silenciosa. "A veces digo que el actor lo mejor que puede hacer es quedarse en el camerino y no salir a escena. Yo no soporto el teatro en el que sale a escena el actor y no el personaje. A lo mejor es exagerado, pero el actor no tiene que intervenir: él no construye el personaje, el personaje lo construye a él. Es otra manera de sentir, es una revelación: alguien que viene de no se sabe dónde". Y a ese extremo ilocalizable se marcha Sánchez cada tarde, y vuelve, como Moisés del Sinaí, contagiado por lo inexplicable. Ahora, a mediodía, hablamos con el intérprete, pero, en las crispaciones de su barba, el mendigo, el protagonista del drama, espera a que den las ocho y a que el apagado de luces del teatro le diga que se levante, que ande.

De la Zaranda se encuentra en plena actividad representando la obra Ahora todo es noche en el Teatro Español, un recorrido alegórico por los 40 años de historia de la compañía de teatro La Zaranda, que se fundó en 1978 y hoy se ha convertido en objeto de culto. Se bautizó como Teatro Inestable de Andalucía Baja, y cuando abandonaron el sur, baqueteados y hartos, pasaron a pertenecer a Ninguna Parte. A lo largo de su producción, han dado voz a los desheredados, a los que se esparcen por las esquinas de la sociedad y también a los que tiemblan desorientados y atrapados en el mismo vientre del sistema.

La nueva propuesta, escrita por Eusebio Calonge y representada junto a Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, ofrece una biografía espiritual de su compañía teatral. Hay desconcierto, abatimiento, espuelas de esperanza rabiosa, críticas, órdagos a lo establecido y clímax y rebelión ante la adversidad. "Se nos antojaba hacer una especie de examen de conciencia. Nos encontrábamos en un callejón sin salida, pero saltó una chispa y empezamos a buscar. Hubo un momento en que no teníamos ni idea de quiénes éramos. Lo único que sabíamos es que La Zaranda pesaba sobre nosotros, entonces había que matar a La Zaranda y, una vez muerta, había que hacerle la autopsia", recuerda Sánchez. Este pensamiento se formula literariamente en la obra: "Ya que hemos llegado al final y no sabemos salir del drama, tendremos que buscar un argumento", reflexiona uno de los personajes.

Los tres protagonistas son mendigos, ¿por qué elegisteis ese rol para representaros?

En la obra suena una canción Quién será la que me quiera a mí. Cuando estuvimos en Buenos Aires, en la calle Florida, vimos a un tipo tocando este tema con un saxo. Me llamó la atención. Lo miré y vi que detrás de él había un vagabundo durmiendo en un banco. Los personajes pueden venir así o por una foto o una pintura; pueden ser tantas cosas.

¿Se siente mendiga La Zaranda?

Hay gente que se queda solo en el plano social de la obra, que está bien, pero más allá hay una metáfora importante: todos tenemos un mendigo dentro. A mí me han preguntado si he tenido que mirar mucho a los mendigos para construir personajes, pero yo al único que he tenido que observar es al mendigo que vive dentro de mí. Todo el mundo tiene un mendigo dentro, todos hemos mendigado, a lo mejor no cosas materiales, sino sueños, amor, ilusiones. Cada uno tiene que mirarse en esa ventana abierta al interior del ser humano que es el teatro. Si te asomas, puedes descubrir que mendigas. Querer el último modelo de coche, a veces, es otra forma de mendicidad.

Ahora todo es noche cuenta la historia de tres vagabundos que se encuentran en un aeropuerto. Se resisten a ser detectados como personas sintecho; alguno finge mirar la pantalla de vuelos para poder pasar la noche refugiado. No se conocen y tratan de mantener el papel hasta que se hace insostenible. "¿En qué me lo has notado? ¿Huelo?", se preguntan dos de ellos. El texto encaja la lírica en el lenguaje de la desposesión. Son mendigos con sueños que navegan entre la desolación y el empoderamiento. Son unas veces señores troncosos como el héroe de la canción de Triana y otras, piezas demolidas de la sociedad. Esa es la lucha individual que, poco a poco, se transforma en un combate unitario. Al final, los tres personajes integran un solo organismo vivo. "Son reyes. Cuando hicimos una gira por Alemania, fuimos a la catedral de Colonia y estuvimos en la tumba de los Reyes Magos. Nunca nos imaginamos que iban a convertirse luego en estos mendigos que son Prometeo, Segismundo y Lear", relata.

El lubricante humorístico habitual de las obras de La Zaranda facilita que accedan al hipotálamo del público mensajes complejos, cápsulas de lucidez contestataria -pero contestataria desde la poesía, nunca desde la política: "En cuanto te echan de un sitio, empiezan a echarte de todos los lados". "Las cosas se echan a perder antes de que sirvan". "La rabia hará grande nuestros fracasos". "Reinaremos sobre nuestros piojos..."

Hay pasajes que levantan esquirlas en el pensamiento liberal más automatizado. Uno de los personajes es un agente comercial venido a menos. Al escarbar en una papelera, encuentra un disfraz de ratón que activa su faceta empresarial. Formula una súplica: "Por favor, si me pudieran ayudar con un discurso emprendedor". El castigado por el sistema se acoge al binomio del si quieres-puedes; se siente, por un momento, responsable de su pobreza. Más tarde piensa estrategias para pedir limosna: "Si retienes su atención, tienes el 70% de posibilidades...". Ese porcentaje, ese cálculo matemático contrastando con las prendas ajadas de la marginación coloca en cuarentena el sentido común de nuestra época. "Muchas veces -expresa el director- lo que nos separa de estar tirados en la calle son mil euros, nada más; si no cobras, estás desahuciado, y lo único que te diferencia de una persona normal es un puto sueldo".

En el escenario, componéis todo los paisajes con apenas un par de carros de supermercado y tres cubos de basura. Conseguís que un mismo objeto mute, como si la mirada que le aplicas cambiara su naturaleza...

El mundo de los objetos me ha apasionado siempre. Nunca hemos puesto nada gratuito dentro del escenario. He trabajado el llanto de los objetos, la mirada, la risa de los objetos; el objeto como ser vivo. A veces, encontramos cosas inservibles en la calle que ya no van a cumplir la función para la que fueron creadas. Vienen del pasado y en el presente pueden tomar otra realidad. En el escenario, no hace falta construir una galería subterránea de alcantarillas para que el público la vea, lo que hace falta es que tú lo vivas. Así el público lo vivirá.

En un momento de la obra, un personaje clama: "Nos han mordido de tantos modos. De tantos modos han tratado de aniquilarnos". ¿Qué fantasmas han atacado a La Zaranda?

Muchísimos. A veces hasta nosotros mismos hemos intentado aniquilarnos... A la hora de afrontar un proceso de creación siempre se está empezando de nuevo y hay un momento en que sientes que la carga de lo que has hecho es muy pesada y que la única forma de avanzar es descubrir fórmulas nuevas. Esa búsqueda nos ha mantenido vivos: buscar la belleza, buscar nuestra verdad y lo que no entendemos.

Ese respeto al alma del arte, a sus tiempos y respiraciones, ¿está reñido con la necesidad económica, con ir sacando producciones con un ritmo viable?

Sí, pero cuando uno crea no piensa en el dinero porque si no, no se podría crear. Somos obedientes a nuestra voz interior, esa es nuestra disciplina. Hace falta el silencio interior: es más poderoso que todo lo demás y nos permite crear más allá de recetas artísticas. Pero, imagínate, en 40 años por cuántas vicisitudes hemos podido pasar. Aunque no me gusta mirar atrás. Recordar es importante porque recordar es reconocerse, pero me gusta sentir que me estoy haciendo, sentir que este momento, ahora mismo, es mágico, irrepetible. La vida me está haciendo, y el teatro me está haciendo.

¿Cómo empezó el teatro a intervenir sobre Paco Sánchez? ¿Cuándo se le contagió esa pulsión del teatro?

Nací con la afición. No es que descubras la vocación y acudas a la llamada, pero hay un misterio. Cada uno trae un quehacer, una manera de pasar por la existencia. A mí, me tocó el teatro. Empecé a actuar en el colegio de muy pequeño; no tenía 10 años. Luego vine a estudiar a Madrid con 18 años. Ahora, a la edad que tengo, veo muy claro que ya no me puedo salir. Cuando te quieres dar cuenta, te ha envuelto de tal manera... No es que te haga feliz, sino que te ves en la obligación de seguir ante esa pelea del silencio comunicativo que todo ser humano lleva dentro, ese silencio lleno de voces, esa soledad llena de gente... Hay un punto en que un trabajo te lleva a otro y te crees que en algún momento te vas a poder escapar...

¿Ha pensado en parar en algunos momentos?

Piensas que no serás capaz de afrontar una nueva creación, pero el teatro tienen un yo tan grande que anula tu propio yo.  

(*) Esteban Ordóñez,  periodista, creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.