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¿Todavía la necesitamos?: ¿Tiene futuro la UNESCO?

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Por Maxwell L. Anderson (*)

Desde su fundación en 1945, la UNESCO ha hecho aumentar la consciencia global acerca de las amenazas al patrimonio natural y cultural de la humanidad, y ha alentado la acción colectiva entre los estados miembros, de Afganistán a Zimbabue.

Por medio de convenciones, declaraciones y comunicaciones en las que se abordaban cuestiones cruciales, la UNESCO ha arrojado luz sobre problemas que asolan un planeta cada vez más atestado e irritable.

A medida que se intensifican las amenazas internacionales a la paz y la seguridad, la UNESCO ofrece uno de los escasísimos canales de diálogo. Sus elevadas aspiraciones a menudo se dan de bruces con la realidad. Pero no se puede negar que la UNESCO ha contribuido a una visión del mundo más ilustrada, promulgando consensos en relación a temas que van de los derechos humanos y la igualdad de género al HIV/SIDA, El acceso a la educación, la biodiversidad, el cambio climático, la protección del patrimonio mundial en tierra y bajo el agua, y la conducta ética en diversos campos de la iniciativa humana. Con 195 estados miembros y diez estados asociados, la UNESCO proporciona una plataforma única de deliberación y debate que salva las divisiones nacionales y regionales.

En el terreno del patrimonio, la UNESCO ha adoptado convenciones que fomentan una mayor responsabilidad en la atención al medio ambiente, monumentos, museos y yacimientos arqueológicos, lo que ha tenido como resultado leyes nacionales que obligan al cumplimiento de las normas internacionales. Resulta difícil imaginar cuántas naciones divididas por tantas facciones han podido llegar a un punto de acuerdo, de no haber existido un organismo moderador como la UNESCO.

La adopción de la Convención sobre Patrimonio Mundial de 1972 constituyó un punto de inflexión a la hora de incrementar la conciencia sobre los peligros a los que se enfrentaba nuestro medio ambiente, el natural y el creado por el ser humano. Movilizando a unos cincuenta países, la UNESCO había lanzado ya una campaña a principios de los 60 para poner a salvo múltiples monumentos y templos en el emplazamiento egipcio de Abu Simbel, que, de otro modo, habría quedado sumergido por la construcción de la presa de Asuán. Desde entonces, conferir el estatus de Patrimonio Mundial ha ayudado a salvaguardar más de mil emplazamientos culturales y naturales en 167 países, recalcando las amenazas a su integridad. Hay que decir también que una consecuencia no intencionada han sido los daños ocasionados en varios lugares debido al exceso de turistas y la explotación comercial, lo cual requiere mejor supervisión por parte de la UNESCO y mayor vigilancia a escala local.

La UNESCO se ha enfrentado a contratiempos producidos por el despilfarro, la corrupción y las luchas políticas internas. Los simpatizantes de Israel protestaron por el ingreso de Palestina como miembro de pleno derecho en 2011, así como por el reconocimiento de Hebrón, una ciudad situada al sur de los territorios ocupados, como lugar palestino del Patrimonio Mundial en 2017.

En ocasiones, llegar a un acuerdo acerca de cuestiones críticas se ha demostrado insuficiente. La Convención sobre las Medidas que Deben Adoptarse para Prohibir la Importación, la Exportación y la Transferencia de Propiedades Ilícitas de Bienes Culturales (1970) llevó a la aprobación de leyes nacionales por parte de los signatarios, pero no ha logrado que mengüe la importación y exportación ilícitas de objetos culturales. El fracaso de la convención a la hora de enfrentarse al pillaje ha dejado a la comunidad arqueológica sin la munición mínima en su arsenal para impedir el expolio de yacimientos o el mercado negro que lo fomenta. Si se creara y mantuviera una base de datos global de objetos saqueados y robados, la UNESCO podría proporcionar en realidad un recurso de información muy necesario. 

En el lado positivo de su haber, los jefes de Estado y los filántropos más ricos del mundo han acabado adhiriéndose a metas defendidas por la UNESCO, incluyendo la conservación de los océanos. Sin la atención temprana y persistente por parte de la UNESCO a la acidificación, la aniquilación de especies marinas y el azote de la contaminación por plástico, lo más probable es que el destino de los océanos no hubiera atenazado la imaginación de dirigentes ciudadanos y del sector privado, lo que ha engendrado ambiciosos esfuerzos reparadores.

El anuncio en octubre de 2017 de que los Estados Unidos se plantean salir de la organización en diciembre de 2018 lo han leído algunos como prueba de que la productividad y el valor de la UNESCO no se condicen con su coste, y que se trata de un organismo irremediablemente politizado. La mayoría de la gente sacaría la conclusión, no obstante, de que es congruente con la actual abrogación de acuerdos internacionales y el abandono del trato paritario. Cuando se instale una nueva administración en Washington, podemos tener la esperanza de que los Estados Unidos se sumen a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, también conocida como Acuerdo de París, así como a la UNESCO...y ayuden a liderarla para lograr una deliberación más imparcial y una actuación más eficaz.

(*) Maxwell L. Anderson (1956), distinguido historiador neoyorquino del arte y responsable de numerosos museos a lo largo de su carrera, es presidente de la SoulsGrown Deep Foundation y autor de "Antiquities: WhatEveryoneNeeds to Know" (Oxford UniversityPress, 2016).

Fuente: Apollo, 2 de enero de 2018

Traducción: Lucas Antón