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El conflicto de Catalunya bajo la lupa de Maquiavelo

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Por José Antonio Pérez Tapias (*)

El nacionalismo españolista oculta la realidad de un Estado crisis, con una democracia seriamente mermada.

La revolución de Maquiavelo enseñó a mirar la política de frente, sin paños calientes, afrontándola en toda su crudeza si éste fuera el caso. La verdad de los hechos es lo que concita el compromiso analítico y teórico de quien escribió El Príncipe, convencido como estaba de que "es más conveniente decir la verdad tal cual es, que como se imagina". Esa declaración de principios, que luego, tal como Maquiavelo la llevó a la práctica, ha originado un inagotable caudal de interpretaciones en torno a la obra del florentino, es la que proporciona la lupa con la que aproximarnos a la realidad del poder -meollo de lo político- y desentrañar la lógica de sus dinámicas. Lo que acabó siendo para muchos un ejercicio cínico de desvelamiento de los mecanismos para conquistar el poder y mantenerlo, sin más, dándolos por legítimos por el mero hecho de darse, para otros, en cambio, es una puesta en marcha de una imprescindible tarea de realismo crítico al servicio de un pueblo que ha de conocer cómo proceden sus gobernantes para, frente a ellos, ganar su libertad. 

Si, por un lado, Maquiavelo parece situarse conservadoramente junto a quien manda, por otro, ofreciendo el conocimiento de un saber autónomo acerca de la política, se pone de parte de la libertad, lo cual entronca con el espíritu republicano que muestra en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. El "enigma de Maquiavelo" oscila entre esos extremos, mas ofreciendo buenas razones para decantarlo hacia lo segundo. De todas formas, el pensador republicano amante de la libertad, siempre fiel a su realismo crítico, y lejos de las caricaturas a las que le han querido reducir quienes han utilizado el epíteto "maquiavélico" para descalificar al antagonista político, nunca sucumbió a la idealización mitificante de la república como mejor solución para el orden político, pues en esta, en medio de los conflictos que insoslayablemente siempre le acompañan, nunca deja de estar presente esa voluntad de dominio que el poder desata y que en todo caso hay que rebajar al mínimo. No cabe duda de que la lupa de Maquiavelo, es decir, la mirada "maquiavelana", a diferencia del distorsionante reduccionismo que supone lo maquiavélico, es un buen instrumento para, desde su sencillez, ver con mayor amplitud y profundidad lo que está ocurriendo en Catalunya y, en definitiva, en el Estado español. 

Del (sin)sentido común a la (sin)razón de Estado

¿QUÉ DIRÍA HOY UN MAQUIAVELO QUE CONTEMPLARA LA REALIDAD POLÍTICA HISPANA EN SU ACTUAL BLOQUEO?

Como antecedente de Marx y su crítica de las ideologías, Maquiavelo desveló el encubrimiento que producen las proclamas que se presentan como biempensantes -políticamente correctas, decimos hoy-, como cuando se invoca el bien común o el rousseauniano interés general, mas para pretender bajo ellas la perpetuación de injusticias o el más particular interés. Por eso recomienda que en política se atienda a lo que de hecho se hace, no a lo que meramente se dice.  

¿Qué diría hoy un Maquiavelo que contemplara la realidad política hispana en su actual bloqueo? Podemos apostar, con seguridad de ganar aunque sea en tal juego de ficción, que llamaría la atención enseguida sobre la inflación de discursos encubridores, como los que van desde el sacralizante ensalzamiento de la unidad nacional hasta los que tratan de conjurar los riesgos para la invocada patria apelando al Estado de derecho y a la democracia que bajo él se ampara. El nacionalismo españolista, usando la bandera -dicho en castizo- cual capa que todo lo tapa, vela así la realidad de un Estado crisis, con una democracia seriamente mermada, y que al quebrantamiento de su condición de Estado social se añade el agotamiento de las energías puestas en marcha con la Constitución del 78. El deterioro de lo que fue un pacto constitucional sui generis saca a la luz asuntos sin resolver adecuadamente, siendo uno principal la cuestión de las naciones en nuestra realidad política. 

Paseándose por España y atendiendo a los medios de comunicación, al florentino no se le escaparía la abusiva apelación al "sentido común", constantemente en boca de políticos sin otro argumento mejor que esgrimir. La ágil pluma del pensador de lo político que nos estaría visitando, o el teclado con que se arrancaría para escribir un agudo aforismo en Twitter, no dejaría de constatar la burda trampa en que tal apelación mete constantemente a la ciudadanía que, atenta, trata de vislumbrar por dónde puede plantearse la salida a la crisis suscitada por el conflicto de Catalunya. La verdad de los hechos es que no hay tal sentido común, lo cual es uno de los problemas de fondo de la sociedad española en su conjunto, incluyendo, claro está, la sociedad catalana, con su patente escisión en dos bloques hoy muy antagónicos, uno volcado hacia la búsqueda de la independencia, otro totalmente en contra de dicha pretensión. 

Lo grave, más allá del peligro que supone el que la expresión "sentido común" sea declarada, cual pariente semántica de "posverdad", como expresión del año, es que desde el "sinsentido común" que de facto impera se ha pasado a la (sin)razón de Estado. A nuestro Maquiavelo eso le pone de los nervios, máxime cuando le colgaron una versión dura de la razón de Estado cuya paternidad, de suyo, corresponde a Jean Bodin, en competencia con el también italiano Botero. Lo cierto, no obstante, es que el empleo de determinados medios, injustificados incluso desde un punto de vista estratégico en aras de la unidad del Estado, suscita las críticas de un Maquiavelo al que no le vale, por su extrema torpeza, tal modo de actuar dado el fin que se persigue. Es sumamente grosero el modo como se retuerce el derecho. Lo estamos viendo, tanto para mantener, desde el Tribunal Supremo, en "desproporcionada" prisión preventiva a Junqueras y otros líderes independentistas, como para impedir, desde improvisada dinámica de planteamientos jurídicos también calificables de preventivos, que Puigdemont acuda al Parlament como candidato propuesto para ser investido president de la Generalitat, al modo en que lo ha hecho un Tribunal Constitucional descaradamente presionado por el Gobierno de España que lo instrumentaliza. Tras tan burdas maniobras dejan al pie de los caballos al Estado de derecho que invocan. Con Maquiavelo cabe señalar que en todo ello, obviamente, se actúa por "razón de Estado", pero de tan mala manera que ni siquiera se salva la operación desde la lógica que la inspira. El Estado y su Tribunal Constitucional se ven en tal situación de deslegitimación que resulta de lo más perjudicial el viaje con tales alforjas. Es una evidencia, para quien quiera mirar y ver, que desde el "sinsentido común" se alimenta lo que de suyo es "sinrazón de Estado", debilitado éste ante propios y ajenos con unas maniobras que el Partido Popular implementa, Ciudadanos alienta y de las cuales el PSOE no es capaz de desmarcarse. 

La incoherencia republicana del independentismo tras un candidato a la desesperada

La lupa republicana de Maquiavelo, que la diseñó estando empapado del humanismo cívico al que le llevó el estudio de la república romana y sus mentores, permite apreciar la índole de quienes desde un planteamiento secesionista más que conocido no muestran, sin embargo, la solidez que sería exigible a un proyecto que dice apuntar a una república independiente para Catalunya. Es verdad que la presión del Estado español es enorme; infravalorada en lo que fue y sigue siendo resulta un mal cálculo político que desde los consejos maquiavelanos resulta imperdonable. Sin embargo, eso no exime de presentar un proyecto bien armado conforme al cual se pueda entender una estrategia como adecuada y, lógicamente, un fin como consistente, es decir, no contradictorio, ni en sí mismo ni con los medios para lograrlo. No hay muchos elementos de juicio para valorar de qué republicanismo estamos hablando cuando consideramos la meta que el secesionismo catalán ha puesto en su horizonte próximo. Eso supondría que, en cuestiones fundamentales, una ERC de acreditada solera, una candidatura ad hoc como la de Junts per Catalunya y una CUP siempre impaciente han conseguido cierto acuerdo de proyecto, con su traducción programática inmediata. No parece que ser así.

Como quiera que sea, en estas últimas etapas no quedan suficientemente salvaguardados en los modos de actuar del independentismo catalán elementos de la tradición republicana como el aprecio por la deliberación política, en sede parlamentaria y en el ámbito de la opinión pública, como hacer emparejado al ejercicio de los derechos políticos de una ciudadanía participativa. Y si bien el republicanismo parte de que en una sociedad que se auto-organiza políticamente el conflicto es dato no sólo insoslayable, sino ineliminable, lo que asume como tarea es el encauzamiento democrático de ese conflicto, máxime si se quiere salvar un efectivo bien común y lograr eso desde la cohesión social suficiente para que la ciudadanía conforme de verdad un pueblo en tanto que "demos" -no, por tanto, según meros criterios historicistas o étnicos-. Sin articular la salida de un antagonismo social entre sectores que se excluyen no hay construcción republicana de una nación política, desde su pluralidad, como pueblo. Es más, la lupa de Maquiavelo pone de relieve que tal situación impide abordar el conflicto social que entrañan relaciones de dominio que, en tanto perduran y se ahondan, son contrarias a la igualdad que el republicanismo propugna.

LA COMPLEJIDAD DE LA SITUACIÓN, EN UN PROCÉS AHORA MISMO ENCALLADO, SE ACRECIENTA POR LAS HISTRIÓNICAS APARICIONES DEL CANDIDATO PUIGDEMONT

En medio de circunstancias, sin duda difíciles, la urgencia inmediata de proceder en el Parlament de Catalunya a la investidura de quien haya de presidir la Generalitat supone factores añadidos de tensión política. Es cierto que ni el Tribunal Supremo ni el Constitucional dan facilidades para resolver cuestión tan crucial, lo cual no es sino resultado de una judicialización de la política que está afectando muy negativamente a lo político tanto en lo que respecta a Catalunya como en lo que toca a España en su conjunto. Sin cauce alguno de diálogo entre las partes enfrentadas el conflicto no hará sino enconarse, lo cual, desde la perspectiva de nuestro florentino de referencia no es sino muestra evidente de incapacidad para el "arte de la política". Concepciones mitificadas de la soberanía que ni los renacentistas albergaban están impidiendo una aproximación de posturas que bien podían converger en el punto de encuentro que hiciera factible el ensamblaje jurídico-político de soberanías compartidas.

La complejidad de la situación, en un Procés ahora mismo encallado, se acrecienta por las histriónicas apariciones del candidato Puigdemont, aunque éste, aun actuando a la desesperada, no deja de ganar importantes partidas en lo que se llama la construcción del relato. Es precisamente ese relato, engarzado entre el ser depuesto como president y el ser repuesto en tanto candidato más votado del bloque independentista, dándole pie para pretender investidura que le relegitime, el que constriñe a la mayoría soberanista del Parlament y a su president a mantener su candidatura a pesar de las dificultades legales y de las amenazas penales. Es difícil de refutar que hay una contradicción palmaria en el procedimiento que el Constitucional diseña en términos coactivos de dudosa legitimidad, señalando que el candidato debe comparecer personalmente, pues se excluye toda posibilidad de investidura telemática o por delegación, habiendo establecido a la vez que para ello debe pedir permiso al juez cuya detención reclama, de manera que entra en lo probable que no le conceda el permiso solicitado. Tal círculo vicioso, si por una parte trata de salvar el imperio de la ley -aunque, como hemos comentado, de modo torticero-, por otra no deja de entrañar el paradójico abrir un callejón sin salida, amén de la dosis de humillación que se aplica no solo al candidato sino a los millones de votantes en virtud de los cuales ha llegado a tener esa condición. 

 

Maquiavelo, más allá de la lupa, aporta criterios políticos, e incluso éticos -a pesar de la mala fama que le fabricaron como amoral e incluso inmoral- para un rompecabezas como el que nos tiene metidos en una escisión muy difícil de salvar. En cuanto a los segundos, la virtú republicana en que Maquiavelo pensaba no excluía actuaciones heroicas, es más, las reclamaba si, llegado el caso, fueran necesarias. Ocurre, sin embargo, que nuestra sociedad del siglo XXI es posheroica y en tal contexto fallan los argumentos para pedir a Puigdemont que se presentara, aun con la detención como espada de Damocles, para provocar la salida del callejón donde todos estamos encerrados. Y el mismo Estado tendría que resolver, con el candidato detenido, una difícil papeleta. Pero si Maquiavelo levantara la cabeza lo que en verdad ocurriría es que quedaría asombrado de tamaña incapacidad en la realidad española para abordar políticamente el más serio conflicto que de manera explícita se nos ha planteado en mucho tiempo. ¡Cuán es verdad que falta ciudadanía y representantes políticos con conciencia republicana a múltiples bandas, es decir, personas dispuestas a hacer valer la radicalidad democrática en un momento en que el Estado o se abre en y por ella o entra en fase agónica como futuro previsible! No sólo está encallado el Procés; está atascado un Estado preso de sus inercias ideológicas e institucionales.

 

 (*) José Antonio Pérez Tapias. Es catedrático y decano en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013).