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La historia como alucinación: cuando Stalin y Eisenstein reinventaron una revolución

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Por Peter Bradshaw  (*)

Coleridge afirmó que ver actuar al fiero Edmund Kean era "como leer a Shakespeare a la luz de los destellos de relámpagos". Ver el clásico mudo de Sergei Eisenstein, Octubre, es como contemplar la Revolución Rusa del mismo modo.

Está surrealmente iluminado por desnudas imágenes que queman la retina; desaparecen al segundo siguiente para ser substituidas por otras igual de misteriosas y desorientadoras. Octubre no es un documento histórico, es más como un sueño recordado. A veces me gustaría que pudiéramos verlo sin música, sólo con un rayo ensordecedor en cada uno de sus 3.200 cortes. Una violenta tormenta eléctrica de extrañeza. 

La película se encargó en la Rusia soviética de Stalin para el X aniversario de la Revolución de Octubre de 1917, una celebración propagandística adecuadamente fervorosa. Eisenstein era el director evidente para dirigirla, tras haberse labrado una reputación internacional por su brillante Acorazado Potemkin. Al igual que Orson Welles, dejó primero su huella en el teatro experimental, y al igual que Welles, quedó empantanado en un gran rodaje de exteriores latinoamericanos que acabó en una película perdida: para Welles, It'sAll True, para Eisenstein, ¡Qué viva México! 

Octubre tiene feroces intertítulos declamatorios con signos de exclamación, intensos primeros planos inolvidables de rostros, asombrosas escenas de multitudes con masas que se agitan, salvajes y ambiguas digresiones satíricas y épicas escenas planificadas para las que se le permitieron a Eisenstein muchas licencias, a fin de que hiciese lo que más le gustara en Leningrado (como entonces se llamaba). Estaba recreando o reimaginando acontecimientos históricos con tan pronta posteridad, y con tantos de los participantes originales, que la película es casi una docu-alucinación de lo que sucedió. 

La acción sigue los anales históricos a su manera. La Revolución de Febrero contempla el derribo de la estatua de Alejandro III; hay tensión y frustración entre trabajadores, campesinos y soldados. Abril es testigo de la incendiaria llegada de Lenin del exilio, que exige el fin del Gobierno Provisional. Se muestran las Jornadas de Julio, con sus disturbios, con la escasa disposición de los bolcheviques a atacar y el espectacular desorden urbano. El general Kornilov lanza su asalto contrarrevolucionario, que se ve desbaratado tras una visión temporal a la inversa en la que la estatua del zar se des-derrumba; el líder del Gobierno Provisional, Kerenski, aparece pavoneándose pomposamente, aparentando maneras de Napoleón, y por último está la toma misma del Palacio de Invierno. 

El film fue pionero en una serie de cosas, aparte ya del montaje, como la audaz yuxtaposición de imágenes, por la cual se hizo célebre Eisenstein. El mismo Stalin interfirió desde muy temprano, visionando un primer montaje en bruto del material y exigiendo que se eliminaran las escenas con Trotski e incluso con Lenin. Y se convirtió así en el primer productor autoritario, en un nauseabundo paralelismo con su censura, su tiranía y sus asesinatos masivos. Eisenstein nunca se vio aterrorizado por Stalin del modo en que lo fueron otros artistas, y se puede argüir que fue igual de cómplice que cualquier otro apparatchik, pero se vio luego forzado a abandonar su experimentalismo en favor del "realismo socialista" preferido por Stalin. Se vio además obligado a disculparse públicamente de modo humillante cuando Stalin declaró que lo había entendido mal, y padeció un temor constante. 

Octubre resulta, por supuesto, muy distinta de la forma de hacer cine del Hollywood clásico, digamos, de Doctor Zhivago, de David Lean (basada en la novela de Boris Pasternak), en la que una historia de amor convencional fija los acontecimientos políticos. Eisenstein no ofrece ningún personaje en el que reflejarse. Lenin y Kerenski apenas cuentan. Mi teoría personal, además, es que la figura hinchada y jactanciosa de Kerenski no sólo sirve para compararla con Napoleón: aparte del bigote ausente, podría ser el mismo Mariscal Stalin con su uniforme y su rígido porte. 

El asalto del Palacio de Invierno es un concepto que casi inventó Eisenstein. Se convirtió en el eterno tropo de la venganza de los desposeídos: una imagen sencilla, doble. El poder y la opulencia, dentro del lujoso palacio; los pobres y oprimidos, fuera  En realidad, fue un asunto caótico y de extraño anticlímax que implicó a bastante menos gente. Eisenstein lo reimaginó para la posteridad al modo de una arrolladora escena de batalla, como la toma de la Bastilla. Añadió imágenes irresistibles, como la de los bolcheviques mofándose incrédulos del asiento acolchado del retrete en el dormitorio de la Emperatriz. 

Acaso más más asombrosa sea una secuencia anterior, en la que el gobierno ordena que se levanten los puentes levadizos para impedir que entren las masas en la ciudad; en la aglomeración, un caballo blanco muerto, enganchado a un carruaje, queda atrapado en el punto en que se separa el puente. Cuelga en lo alto por encima del río: alucinante y sacrificial en cierta manera misteriosa. Posee una realidad más extraña que la ficción. Qué fin tan horriblemente poco digno para tan noble bestia. ¿Qué demonios puede simbolizar? En su pura ilegibilidad posee una potencia poética por encima del muy debatido montaje en paralelo del engreído Kerenski con tomas de un pavo real mecánico imaginario. 

Por encima de todo lo demás, de lo que trata Octubre es de la violencia. Toda la película está filmada con una atmósfera de delirio. Pese a todo lo que tiene de tributo leal e ideológico a la Revolución, parece también una bacanal de insurrección violenta, o un retrato panorámico hecho añicos en miles de imágenes como esquirlas. Esto se debe en parte a la I Guerra Mundial inacabada: Rusia se hallaba en conflicto dentro y fuera, y su propia guerra civil, -el gran tema omitido que está entre los acontecimientos de esta película y las circunstancias de su estreno - planea sobre ello. Octubre es una intuición de lo que Pushkin llamó la despiadada falta de sentido de la Pugatschevschina, la revuelta campesina del siglo XVIII en la que las clases dominantes aprendieron secretamente a temer y odiar a las clases inferiores. El mismo Lenin declaró que el "Estado proletario" constituye un "sistema de violencia organizada". Se podría decir que la película de Eisenstein la ha sistematizado a su manera. 

Pero hay presente algo más imposible de cuantificar. Cuando el Primer Batallón de Mujeres, llamado de la Muerte, de Petrogrado, es convocado para defender el Palacio de Invierno, Eisenstein crea una digresión muy curiosa en la que se muestra a una soldado en una suerte de ensoñación provocada por una estatua de Rodin. Eso sirve en parte para mofarse de la supuesta incapacidad de las mujeres para el servicio de armas, pero también para darle la vuelta a las cosas buscando un giro visual. Lo mismo vale, me parece, para las grandes damas que atacan con sus parasoles a un trabajador durante las Jornadas de Julio. Por supuesto, eso significa satirizar a la burguesía, pero Eisenstein parece ponerse en ese instante del lado de las mujeres, obscuramente excitado por el exótico arrebato de la agresión. 

Octubre es una película que se apega a la obscura combustión de la Historia rusa, casi como si la realidad política quedara metafóricamente subordinada a la propia turbulencia formal radical de Eisenstein como artista. Los acontecimientos le dieron el perfecto pretexto para un explosivo alboroto a gran escala. El espíritu que le guiaba no era el de Lenin sino el de Bakunin. La película es pura anarquía. 

(*) Peter Bradshaw forma parte del plantel de críticos cinematográficos del diario británico TheGuardian.

Fuente: The Guardian, 24 de octubre de 2017

Traducción: Lucas Antón