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Entrevista con Giacomo Marramao. Filósofos clásicos en ayuda del presente

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Tensiones. Marramao es profesor de filosofía política pero aclara que es una etiqueta que no le gusta porque allí se juntan dos campos enfrentados. Foto Lucia Merle

Profesor en la Universidad de Roma y reconocido pensador de la política, Giacomo Marramao disecciona en esta entrevista -realizada por correo electrónico- la situación de las democracias actuales, sus crisis y desafíos. Invitado por el Programa de Estudios de la Cultura de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, dictará conferencias el 2 y 3 de noviembre. En sus inicios, Marramao indagó en la historia del marxismo para volcarse luego a las paradojas de la secularización; más tarde se ocupó de los efectos de la globalización y de la vivencia social del espacio y el tiempo.

-Cuando se reprimía el referéndum catalán, en la otra punta de la península el socialismo portugués lograba el mejor resultado de su historia, pero con alta abstención. Poco antes, el alemán había obtenido el peor y el francés casi se autodisolvía. ¿Cómo evalúa este confuso panorama?

-El primer aspecto a tener en cuenta es que Europa se presenta hoy, y no sólo desde el punto de vista político, como un espacio de geometrías variables. No puede sorprender, por tanto, que en algunos países o regiones se puedan manifestar tendencias favorables a fuerzas de izquierda en relación con la tendencia más general favorable a fuerzas moderadas, conservadoras o explícitamente orientadas hacia la derecha. El fenómeno políticamente decisivo, sin embargo, es el que representa la progresiva disolución de los partidos tradicionales y el surgimiento de movimientos de naturaleza distinta respecto de aquellas tipologías a las que nos habíamos habituado en la segunda mitad del siglo XX. El segundo aspecto, en cambio, lo representan las presiones autonomistas favorecidas justamente por las dinámicas posnacionales desencadenadas por las lógicas de la Unión Europea, una entidad técnico-financiera incapaz de transformarse en un sujeto político. La aceleración de las presiones independentistas de Cataluña debe considerarse desde esta perspectiva posestatal o, como prefiero definirla, "posleviatánica" (por el clásico de Hobbes, Leviatán). En este contexto, el gobierno de Madrid está cometiendo el error de apoyarse en el Leviatán impulsando hacia posiciones radicales incluso a los catalanes que tenían mayores dudas e inseguridades.

-¿Qué referencias ofrece aún la filosofía política para intentar capturar la situación presente?

-Releer los clásicos del pensamiento político, de Platón a Aristóteles, de Hobbes a Spinoza, de Hegel a Marx, resulta hoy cada vez más importante. Pero para descifrar los "signos de los tiempos", para captar la lógica de nuestro presente, debemos recurrir a los grandes teóricos de la "coyuntura" como Maquiavelo y Gramsci. Un autor como Foucault es mucho más útil por su análisis del ordoliberalismo que por sus sugestiones acerca de la biopolítica, un rótulo filosófico hoy en boga, que ha tomado el puesto del deconstruccionismo, dando lugar a una nueva "jerga de la autenticidad". La biopolítica no parece tener mucho para decir sobre la nueva revolución tecnológica surgida del cruce entre robótica genética e inteligencia artificial y cuya onda expansiva esta por alcanzarnos con un impacto por lo menos similar al de la globalización.

-Usted fue uno de los primeros en integrar a la reflexión progresista al polémico pensador reaccionario Carl Schmitt. ¿Qué actualidad adjudica a su pensamiento?

-Comencé a estudiar a Schmitt a partir de los años setenta. En el año académico 1977-1978 dicté el primer curso dedicado a él desde el fin de la Segunda Guerra en una universidad italiana. Y en 1979 lo trabajé en relación al marxismo en mi libro Lo político y las transformaciones, publicado en español por Siglo XXI en la colección "Pasado y Presente" que dirigía José Aricó. Estoy convencido de que Schmitt, Gramsci y los intelectuales de la Teoría Crítica de Frankfurt nos brindaron los análisis más agudos sobre la metamorfosis de "lo político" y acerca de las lógicas del poder en el período de entreguerras. En cuanto al tema del "estado de excepción", retomado en sus excelentes trabajos por mi viejo amigo Giorgio Agamben, quien lo vincula con Walter Benjamin y la tradición del derecho romano, sugeriría diferenciarlo claramente de los estados de excepción "formateados" de las políticas actuales. En ellas se trata en realidad de la creación artificial de situaciones de emergencia orientadas a la gestión estratégica del miedo.

-¿Conserva algún papel la filosofía política o fue desplazada por la llamada ciencia política a la que recurren los medios de comunicación en busca de interpretaciones y opiniones?

-La etiqueta "filosofía política" nunca me gustó, si bien una de las dos materias que dicto lleva ese nombre. Por dos razones decisivas. En primer lugar, porque filosofía y política se hallan en un campo de tensión mutua. En segundo lugar, porque -como decía Maquiavelo- el conocimiento de los grandes textos del pasado no sirve para nada si no se pone en relación con la experiencia directa de los hechos presentes. Lo que cuenta es el movimiento de retroalimentación de la "realidad efectiva" sobre la teoría o sobre la lógica del concepto; la reversión de las prácticas políticas concretas sobre la filosofía.

-¿Cómo entender la gravitación de la palabra política del papa Francisco, sobre todo entre el progresismo italiano, a la luz de sus propias investigaciones acerca del ocaso de la presencia de la fe en nuestras sociedades?

-En mis trabajos a partir de Poder y secularización (Península) y de Cielo y tierra (Paidós) llamé la atención sobre las interpretaciones unilaterales del "desencanto" según Max Weber. La racionalización del "mundo administrado" y la deflación simbólica de los partidos tradicionales están produciendo, en una heterogénesis de los fines (o diverso origen de los fines), una necesidad de "gran política" que el papa Francisco ha sabido captar con extraordinaria sagacidad. Me impresionó mucho que haya insistido en los últimos tiempos sobre un tema central de mis libros Pasaje a Occidente (Katz) y La pasión del presente (Gedisa): la necesidad de un "universalismo de las diferencias" como única vía para afrontar los desafíos de la globalización y para encauzar un "reencantamiento" posideológico de la política.

-Las democracias "sin pueblo", según las definió, serían una nueva forma de oligarquía. ¿Quémovimientos, intelectuales o sociales, podríancontrarrestarestaderiva?

-La crisis de la democracia no es una simple crisis de representación, sino una crisis que impregna completamente a la forma democrática tal como la heredamos de los dos últimos siglos de la modernidad. Si no repensamos seriamente la relación entre lo global y lo local, red y territorio, sociedad de la comunicación y dominación oligárquica, no lograremos liberarnos nunca de la oscilación pendular entre elitismo posdemocrático y neopopulismo mediático. Este, a diferencia del populismo teorizado por mi lamentado amigo Ernesto Laclau, no se funda sobre la construcción política del concepto de pueblo, sino sobre su desestructuración y su reducción a la categoría de "audiencias", forma de la mercancía por excelencia en la época de la industria cultural y el capital global. El único camino para superar este "síndrome del espectador", con su inevitable alternancia entre subalternidad pasiva y protesta estéril -tal como intenté mostrar en Contra el poder (FCE)- es recolocar en el centro a la política como horizonte de sentido de la acción individual y colectiva y como nexo entre las formas de vida y nuestro ser en común. Una democracia despolitizada, sin pasión política, no sólo carece de condiciones para enfrentar el dramático problema de la creciente desigualdad entre ricos que siguen enriqueciéndose y pobres que siguen empobreciéndose, sino que ni siquiera está en condiciones de producir sociedad. Es lo que han comenzado a comprender amplios estratos de jóvenes (y no tan jóvenes) que, en Europa y en toda América, están abriendo paso a nuevos movimientos que reclaman una radical reestructuración de las instituciones democráticas.