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La agenda del clima en el G20. Mucho más que medio ambiente

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Por Teresa Ribera (*)

En la Cumbre de Hamburgo se reúnen economías industrializadas y potencias emergentes, con visiones y prioridades distintas. La irrupción de Trump y sus declaraciones sobre el Acuerdo de París pueden tener un efecto desestabilizador en la cooperación común.

Durante el fin de semana del 8 y 9 de julio los líderes del G20 se reúnen en Hamburgo bajo la presidencia de la canciller Angela Merkel. Será la primera vez que Donald Trump acuda a un foro internacional equivalente desde su anuncio del abandono del Acuerdo de París sobre clima (anuncio hecho, precisamente, tras volver de la Cumbre del G7).

La cita tiene gran importancia por varios motivos. Será la ocasión de tomar el pulso a la voluntad real y actualizada de los líderes de las 20 economías más grandes del mundo en torno a dos temas clave para el devenir de todos: ¿mantienen su compromiso con la construcción de un modelo cooperativo para gestionar los desafíos comunes?, ¿están dispuestos a avanzar realmente en la transformación de la economía global de acuerdo con aquello a lo que se comprometieron en 2015 -esto es, desarrollo sostenible y un futuro sin emisiones de gases de efecto invernadero y resiliente a los efectos del cambio climático--?

El G20 no es un foro sustitutivo de nada, pero sí un referente informal importante que puede desempeñar un papel clave en la orientación y el entendimiento de los problemas a los que se enfrenta la economía global y, como tal, un espacio para facilitar soluciones, compartir experiencias y adelantar el trabajo que después habrá de acometer cada cual en sus diferentes ámbitos de decisión.

Desde finales de 2015 se vienen reforzando en la agenda del G20 los trabajos sobre cambio climático y las propuestas para reconstruir el sistema financiero de modo que se asegure su coherencia con los objetivos del desarrollo sostenible. Es más, la presidencia anterior, China en 2016, hizo de las finanzas y el crecimiento verde el centro de atención del año y la presidencia actual, Alemania, viene trabajando desde enero de 2016 para garantizar una cumbre exitosa en 2017 de la que obtener las orientaciones políticas más relevantes para abordar los desafíos climáticos cuya respuesta no fue posible obtener en París.

Merkel ha hecho de la descarbonización de la economía, la correcta evaluación de riesgos financieros asociados al cambio climático y la revisión de los instrumentos financieros que faciliten la inversión en las infraestructuras compatibles con un desarrollo sostenible bajo en carbono los ejes centrales del despliegue técnico y diplomático de la administración alemana. Contaba para ello con la inestimable ayuda de un exitoso 2015, una administración americana comprometida con el multilateralismo y con la Agenda 2030, un liderazgo chino dispuesto a asumir nuevas responsabilidades en la agenda global y una clarísima demanda de la industria, los inversores y los ciudadanos para acelerar un cambio imprescindible para todos.

SE CALCULA QUE EL 11% DE LOS MERCADOS DE EQUITY Y EL 15% DE LOS MERCADOS DE BONOS A NIVEL MUNDIAL PUEDEN SER "TÓXICOS" POR ESTAR DIRECTAMENTE VINCULADOS AL VALOR DE COMBUSTIBLES FÓSILES

Además, el calendario le permitía disponer de las propuestas de la task force del Financial Stability Board que, cumpliendo el mandato recibido hace casi 2 años, intenta facilitar criterios metodológicos sobre cómo evaluar y reportar riesgos financieros asociados al cambio climático y estrategias para su reducción. Por primera vez, hay una propuesta clara y oficial --más allá de algunas regulaciones nacionales preexistentes--, que responde a la consideración del cambio climático como un riesgo sistémico para la economía global. Se calcula que el 11% de los mercados de equity y el 15% de los mercados de bonos a nivel mundial pueden ser "tóxicos" por estar directamente vinculados al valor de combustibles fósiles. Su valor supera al de las hipotecas vinculadas al estallido de la crisis de las subprime. La misión fundamental del G20 es anticipar y prevenir riesgos sistémicos para la economía mundial y este desajuste entre el valor atribuido a los combustibles fósiles y su compatibilidad con la seguridad climática es uno de ellos.

2017 es un buen año para tener esa conversación. Las contribuciones nacionales en materia de clima anunciadas en París debieran haber iniciado su andadura y en 2018 se ha de aprobar una serie de informes especiales del IPCC (Grupo Intergubernamental de Cambio Climático en sus siglas en inglés) que inaugurarán las discusiones oficiales sobre cómo incrementar el nivel de ambición colectiva para lograr cumplir el objetivo que nos hemos fijado: que la temperatura media del Planeta no suba más de 2ºC o, incluso, dejar el aumento por debajo de 1.5ºC. Las evidencias del cambio climático son crecientemente abrumadoras y la necesidad de una implicación a fondo por parte de los líderes de cada Estado son más que evidentes. Sólo con la firme voluntad política de primeros ministros y jefes de Estado es posible abordar en tan poco tiempo aquello que necesitamos y para vislumbrar y orientar los pasos de lo que viene después -tres años clave para integrar lo ya comprometido y sentar las bases de una verdadera transformación del modelo y una cita ulterior para revisar al alza los compromisos--. En los próximos 20 años, la economía global debería crecer alrededor de un 20% para acomodar al crecimiento demográfico, pero en ese mismo periodo de tiempo se requiere una reducción de al menos un 20% en términos absolutos de las emisiones globales actuales (2017) de gases de efecto invernadero. Será imprescindible facilitar un crecimiento sostenible, pero dada la escala temporal del desafío, será también imprescindible desincentivar activamente los comportamientos, inversiones y modos de producción más nocivos para el sistema climático.

Merkel, personalmente comprometida con la agenda, entendió que era su obligación impulsar una discusión al máximo nivel político en la Cumbre de Hamburgo y que, para ello, el G20 debía, en primer lugar, culminar su compromiso y trabajo de años para la completa eliminación de subsidios a combustibles fósiles. Era importante también que los distintos países pudieran disponer de cuantos más instrumentos e información mejor sobre las sendas de crecimiento compatibles con estos objetivos, los desafíos y las dificultades para conciliarlos con las prioridades domésticas, las inconsistencias con el sistema financiero, la necesidad de múltiples alianzas para asentar el cambio, etc. Esto explica la inmensa implicación de organismos técnicos como la OCDE, la AIE, el IRENA, el despliegue de think tanks y académicos, la atención prestada a organizaciones civiles y sindicatos y la inmensa implicación de la empresa y las fundaciones alemanas en una tarea de acompañamiento llamada a facilitar una mejor comprensión de los problemas pendientes y las posibles soluciones a los mismos.

Todo estaba listo y llegó Trump. Y con él la incertidumbre sobre cómo gestionar su imprevisibilidad. A diferencia del G7, formado por países muy similares entre sí y con una dilatada trayectoria de cooperación, en el G20 se reúnen economías industrializadas y potencias emergentes, con visiones y prioridades distintas. Todos ellos han respaldado los principios y decisiones de un nuevo orden global basado en la cooperación y la prosperidad compartida, representada por la Agenda 2030 y el Acuerdo de París, entre otros. Pero la irrupción de Trump puede tener un efecto desestabilizador. Por ahora las reacciones a sus declaraciones sobre el Acuerdo de París han sido extraordinariamente activistas y positivas, tanto dentro como fuera de las fronteras americanas. Pero no hemos oído a Putin, ni a Erdogan ni a Arabia Saudí. Y sí hemos visto extraños y peligrosísimos movimientos del presidente americano en torno a Qatar, Israel y Corea del Norte. ¿Tendrá alguna incidencia en una Cumbre que ya se adivinaba de 19+1? Hasta el final, no lo sabremos. Y mientras, Merkel se enfrenta al mayor desafío diplomático de toda su vida política. Ella lo sabe. Como también el resto de países que, no perteneciendo al G20, están pendientes de lo que allí ocurra y en función de ello (re-)ajustarán el nivel de confianza y respeto que cada uno de los grandes les merece y el grado de credibilidad que otorgan a la anunciada voluntad de construir un futuro en común, basado en la cooperación y la solidaridad.

(*) Teresa Ribera. Directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI). París.