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Ecuador: Después de las elecciones presidenciales

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Nosotros, los liberales

David Chávez

El problema central para comprender el carácter de la política del capital, aún más en países periféricos y dependientes como el Ecuador, radica en que ha tenido lugar una profunda modificación en los espacios de disputa o armonía entre el Estado y el capital. En la base de este fenómeno está lo que Alejandro Moreano ha denominado como la configuración de un sistema de reproducción capitalista mundial, que es como habría de entenderse la 'globalización'. Es decir, la integración del capital en los últimos años ha logrado componer las estructuras productivas a escala planetaria, fenómeno que no había ocurrido antes. Yo añadiría que esto hace del capital la relación social que, de modo definitivo, se convierte en el principio estructurador de la vida social, que no deja espacios para otros principios articuladores o los vuelve marginales e inocuos. Esto supone una reconfiguración radical del campo de la política. Los fenómenos que mejor expresan esa nueva condición civilizatoria son la universalización de los intercambios mercantiles capitalistas, la universalización del  trabajo asalariado, con su lógica de precarización y expulsión de enormes porciones de la humanidad del mundo laboral, y el predominio de la vida urbana.

Esta 'gran transformación' reviste un cambio muy profundo en nuestra experiencia del mundo. Se trata de la constitución definitiva de lo que Marx definía como 'la dictadura del capital'. Aunque las variaciones históricas concretas son tremendamente diversas, se puede decir que la forma clásica del Estado capitalista puede interpretarse a partir de la importancia que la esfera política moderna tuvo en la integración espacial de estructuras diversas de relación social que no se hallaban bajo el dominio directo del capital. Algo semejante ocurría con las formas de mercado no capitalistas. De ahí el carácter disciplinario de las técnicas de poder tan bien analizadas por Foucault, pero esto tampoco era tan homogéneo, como sugiere David Harvey, la generalización de Foucault tiene un límite porque esas tecnologías parecen más destinadas al disciplinamiento de las burguesías y las pequeñas burguesías en la época clásica del capitalismo.

La clase trabajadora fue disciplinada de un modo diferente porque ella empezaba a ser sometida al 'despotismo de la fábrica', en la que la dominación tiene una clave esencial para comprender al mundo contemporáneo: el control que el capital tiene en la construcción del mundo objetivo del trabajador. El obrero vive un tipo de dominación que no proviene de los discursos o los saberes como tales, sino de los objetos que se convierten en la materialización del capital. La destrucción de la subjetividad del trabajador resulta de su sometimiento a la máquina, su cuerpo y sus representaciones se fundamentan en esta nueva experiencia de un mundo de objetos que le son ajenos y le imponen un modo de ser humano. Es la fabulosa imagen de la película Tiempos modernos en la que el Charlot es tragado por una máquina enorme y sale de ella transformado en un autómata.

La dictadura del capital expropia toda posibilidad de soberanía individual y la transfiere a los objetos. En la vida de los trabajadores de la Belle Époque capitalista esto tiene una contraparte indispensable, se trata de la forma que asume su subsistencia material, ella solo puede darse por medio del consumo de objetos que, bajo la forma mercancía, también le son ajenos y también son materialización del capital. Entonces el trabajador y su 'mundo de la vida' somete su energía vital y la de su familia, aspecto tan agudamente señalado por el feminismo, al cerco de los objetos del capital que son, al fin de cuentas, creación suya en la que no se reconoce. No obstante, mientras el despotismo del capital se limita a la fábrica y a una población obrera circunscrita al mundo industrial, el Estado es esencial para avanzar en la integración de otros territorios de la vida social no gobernados por la relación capitalista fundamental.

De modo que, la globalización neoliberal puede ser entendida como la expansión del despotismo de la fábrica hacia toda la vida social. Es decir, la integración productiva a escala planetaria hace posible que el capital asuma un control directo de la vida cotidiana porque esta se define a partir del mundo de objetos del capital. La compulsión consumista es la más clara expresión de ello. En la medida en que la mercancía capitalista es la expresión material de la relación social abstracta del capital (trabajo social privatizado), el conjunto de todas las relaciones sociales encuentran su fundamento en ella. En ese momento el capital gobierna desde el sustrato más elemental de la vida social, a partir de ahí el capital encuentra su hábitat natural en la 'sociedad civil', en la progresiva desconfiguración de la esfera política como ámbito de lo público. Un complejo proceso de privatización de la vida social en la que, como ha sido señalado por Zygmunt Bauman, el vínculo social se define cada vez más por el distanciamiento.

En este contexto, la vuelta al liberalismo como representación e identidad política no es para nada fortuita. El núcleo duro del liberalismo político radica, como se ha insistido tanto, en la 'libertad negativa' que puede traducirse en la no intervención de la esfera política en la vida privatizada de la sociedad civil, al tiempo que en ella predominan las diversidades. Lejos de lo que se puede creer la política del capital no homogeniza las identidades particulares, por el contrario impulsa su proliferación. El pensamiento posmoderno captó descriptivamente ese fenómeno.

¿Qué lo explica? El despotismo de las mercancías en las que el capital cobra cuerpo requiere de la proliferación de los valores de uso, su expansión desmesurada es la condición para la existencia objetiva de lo que es en esencia el capital: una relación social abstracta. Sustraídas de su base material, las identidades culturales emergen como las 'mil flores' de las diversidades pero sometidas a la objetividad que el capital imprime a las relaciones sociales. Por eso no es casual que las diversidades encuentren su lugar social en los culturalismos, los esencialismos y los particularismos.

Sin embargo, con todo esto, no se puede caer en la idea de que la definitiva imposición de la política del capital implica el fin del Estado. Lo que supone la dictadura del capital es la supresión del Estado como espacio conflictivo de configuración de lo público, es decir, de las voluntades colectivas y de la soberanía política. Es la privatización del Estado, no en el sentido más visible de la venta del patrimonio estatal, sino en la reducción del Estado a su rol autoritario elemental: la garantía de las condiciones de reproducción del capital y la destrucción violenta de la soberanía relativa de los trabajadores y sus resistencias.

Sin embargo, lo anterior requiere -al mismo tiempo- el funcionamiento del orden liberal en su pura condición formal-institucional. Un Estado más jurídico que político. Y no solo eso, la exacerbación de lo formal es la contraparte de su pleno sometimiento a la dictadura del capital. De ahí la paradoja del 'neoliberalismo progresista', al tiempo que el Estado viabiliza el avance del capital en la destrucción del mundo de la vida de los excluidos, explotados y oprimidos, no cesa de reconocerles derechos jurídicos; es más, desplaza el conflicto hacia el terreno de lo jurídico y lo institucional.

En definitiva, todo esto da lugar a la configuración de una especie de 'sentido común liberal' que, por supuesto, no habla de una adscripción doctrinaria a los principios del liberalismo, sino a una experiencia concreta del mundo sustentada en la ruptura del vínculo social derivada del despotismo de la mercancía capitalista que genera una sensación o percepción espontánea hostil a la experiencia política de lo común. Cualquier intervención de esta última es percibida automáticamente en una forma de autoritarismo. Claro, esto no quiere decir que no haya espacios sociales en los que la experiencia de lo común sea determinante, basta pensar en las comunidades indígenas, el problema es que esas experiencias son cada vez más débiles y marginales.

Este sentido común es el que soporta esa especie de 'Estadofobia', tan extendida en la experiencia de lo político, que es uno de sus elementos esenciales. Siendo más precisos, si el Estado sale del marco de la regulación jurídica y toma un cauce distinto es visto como autoritario. De ahí las coincidencias entre neoliberales y 'nueva izquierda'. En el caso de los movimientos sociales este comportamiento puede interpretarse como 'sintomático', sus resistencias y luchas se oponen en la práctica al despotismo del capital, pero -dada la supresión de la política como experiencia de lo común- el Estado aparece exclusivamente como instrumento del capital. En consecuencia, la 'técnica de poder' del orden ideológico actual radica en la plena legitimidad del liberalismo institucional, en la desmaterialización de la democracia. Oponerse al neoliberalismo en el plano abstracto de lo jurídico o mediante la gestión 'emprendedora' de las ONG o la cooperación internacional es el modo de ratificar la destrucción de la soberanía política que la dictadura del capital trae consigo.

Lo novedoso de los populismos progresistas en América Latina de la actualidad, y del correísmo en el Ecuador, es que la recuperación del Estado ha abierto una posibilidad tremendamente problemática y difícil de ponerle cortapisas a la dictadura del capital. Se trata del intento por disputarle al capital su condición de principio fundante del conjunto de las relaciones sociales. Tanto los ensayos redistributivos como el intento por recomponer a la ciudadanía como principio general abstracto devuelven al Estado su condición de espacio público. Hay que admitir, al menos, que esas dinámicas estatales ocurren en un contexto absolutamente diferente a las etapas tempranas del Estado capitalista. Y quizá lo más interesante es la repolitización que esto genera.

La recomposición de lo público pone en evidencia que la política de lo común se enfrenta al conflicto esencial de la vida capitalista: el carácter colectivo de la producción de lo común y su expropiación privada. Pero, es indispensable pensar este conflicto no solo en términos de propiedad de los medios de producción, sino de producción del mundo social en general, se trata del sacrificio de los diversos trabajos humanos, de la existencia humana, de la naturaleza en al altar del despotismo del capital. De esto da cuenta ese esbozo de republicanismo que los regímenes progresistas han tratado de poner en juego, a veces sin mucho éxito.

Ahora bien, esto no quiere decir, en modo alguno, que los proyectos progresistas hayan alcanzado una 'situación ideal'. De hecho, sus paradojas y contradicciones son la evidencia de que los avances en la recomposición de la política de lo común dista mucho de ser suficiente. El principal problema es que los gobiernos postneoliberales no han dejado de estar bajo el dominio de la dictadura del capital, suponer lo contrario sería candoroso. El sujeto de la vida social sigue siendo el capital en los regímenes progresistas. Pero, una explicación 'voluntarista' de este problema no ayuda mucho a comprenderlo, no es que superar la política del capital es una cuestión de 'voluntad política'; el férreo control que el capital tiene de la reproducción social impone límites severos a la intervención política. Es por ello que en el caso del correísmo la redistribución del ingreso ocurre en medio de una gran concentración del control de la economía en un grupo reducido de empresas. O que sus llamados doctrinarios adscriban al liberalismo institucional o al 'emprendimiento' al tiempo que hablan de socialismo.

Uno de los límites fundamentales tiene que ver con que la recuperación de la política de lo común tiene para el correísmo como espacio casi exclusivo al funcionamiento burocrático del Estado, pero por su carácter jerárquico el aparato estatal no puede sustituir una política democrática colectiva. Lo que se ha demostrado es que el Estado abre posibilidades para el surgimiento de espacios diferentes para relaciones sociales que, al menos, tensionen la imposición del capital, pero si estos no pueden ser potencializados en su autonomías no se puede empezar a superar ese despotismo. Las críticas de las organizaciones políticas y sociales de izquierda aciertan en señalar estos límites. Su apuesta por una sociedad postcapitalista da cuenta de su enfrentamiento al despotismo del capital. Sus problemas políticos actuales se derivan del modo en que resuelven esos principios generales en la política concreta. La reivindicación de la institucionalidad liberal neutraliza la fuerza de esas críticas.

En la 'nueva izquierda' se suele decir que el correísmo les robó su discurso y sus símbolos. Pero, su compleja adscripción al sentido común liberal permite decir que eso no es del todo cierto. En medio de la crisis de la izquierda revolucionaria esos discursos y esos símbolos fueron abandonados o escondidos. Como sonaban a anacronismos o resultaban vergonzosos se dejó de hablar de socialismo o lucha de clases, por ejemplo. Hay que admitir que son los gobiernos progresistas los que pusieron de nuevo esas ideas en el campo de la disputa ideológica. Y no solo eso, sino que algún sentido práctico empezaron a darles con sus políticas. De hecho, en las izquierdas opositoras, salvo pocas excepciones, es muy raro escuchar que se reivindique claramente el socialismo como proyecto político. De igual modo, aunque haya traído de nuevo al discurso la idea de socialismo, el correísmo lo vuelve light cuando le agrega aquello de 'del siglo XXI' o lo junta a ese cajón de sastre que es el 'Buen Vivir'; aún más, ese principio político ha ido perdiendo peso en los discursos oficiales.

Todo esto no hace más que poner de manifiesto el enorme peso de la política del capital que en nuestro específico contexto ha hallado forma en la recomposición de la derecha neoliberal. La experiencia política reciente muestra que, en medio de la que todavía es una situación de crisis para la izquierda, es posible ganarle terreno a la dictadura del capital; sin embargo, el agotamiento del reformismo correísta y la legitimación apoteósica del 'neoliberalismo progresista' dejan pocas salidas a pesar de que -según parece- la mayoría de la población se muestra renuente a aceptar la política neoliberal. Conviene preguntarse si alguno de los actores políticos de izquierda se anima a dejar de lado la 'técnica de poder' que legitima la política del capital y pone en el centro del debate las posibilidades concretas de una alternativa socialista 'sin adjetivos'.

https://lalineadefuego.info/2017/03/30/nosotros-los-liberales-por-david-...

Un agónico triunfo oficialista

Decio Machado

El oficialista Lenín Moreno ganó las elecciones presidenciales con estrecho margen, tras una campaña electoral poco apasionante. El sucesor de Rafael Correa enfrenta el desafío de reactivar la economía y responder a los pedidos de regeneración democrática.

En la tarde del martes 4, 48 horas después del cierre de las urnas, el Consejo Nacional Electoral declaraba oficialmente y de forma "irreversible" al candidato oficialista Lenín Moreno como nuevo presidente electo de Ecuador.

El poco margen con que alcanzó su victoria el oficialismo -menos de 230 mil votos en un país con 12,8 millones de electores- le permitió a la oposición conservadora desarrollar una campaña declarando como fraudulentos los resultados de la elección. Su lógica es agudizar la polarización social existente, en la búsqueda de escenarios similares a los ya conocidos en Venezuela.

Mientras los seguidores de Alianza Pais celebraban durante la noche del martes, frente a su sede en Quito, el agónico triunfo de su candidato, a una distancia de apenas diez cuadras la oposición se concentraba por tercer día consecutivo intentando rodear las instalaciones del Consejo Nacional Electoral.

Si entendemos el liderazgo político como una transferencia de entusiasmo hacia las masas respecto de un proyecto de sociedad, ideas o el rumbo que debe tomar un país, cabe indicar que durante esta segunda vuelta ninguno de los dos candidatos fue capaz de demostrar dicha vocación.

Ambos cumplieron con reglas básicas del manualillo más barato existente en las librerías de técnica política para hacer campañas electorales: ambas candidaturas prometieron cuanto más mejor a los electores y explicaron lo menos posible sobre cómo lograrían cumplir dichos compromisos. Usando medios de comunicación que tienen profundas limitaciones profesionales y un claro sesgo partidista que se divide en función de su carácter público o privado, se evadieron los temas más polémicos de la campaña mediante la negación y la acusación al contrario. Temáticas como la escasa liquidez del Estado, las estrategias para atraer inversión extranjera o dinamizar la inversión nacional, las políticas destinadas al fomento y dignificación del empleo, así como cuáles eran las diferencias reales entre los distintos planes anticrisis, y sobre las espaldas de qué estrato social recaería el peso de éstos, quedaron indefinidas en el marco de la generalidad y las vaguedades discursivas.

Estos comicios no significaron un enfrentamiento entre dos modelos de gestión económica y social claramente diferenciados, sino que funcionaron más bien como un termómetro que midió el nivel de agotamiento de un régimen de marcado perfil personalista que se ha ido deteriorando junto con la situación económica, y permitieron percibir sus carencias éticas.

El conservador  Guillermo Lasso se limitó en esta segunda vuelta a intentar sumar el voto de los restantes partidos políticos apeados de esta competencia tras la primera cita en las urnas, y cuyos líderes le brindaron públicamente su apoyo. Por su parte, la estrategia oficialista remarcó las contradicciones dentro de esta nueva gran alianza opositora, aludió al riesgo de la tan cacareada vuelta al pasado y a la falta de legitimidad de un rival involucrado en la gestión de anteriores nefastos gobiernos neoliberales, y denunció sus affaires en distintos paraísos fiscales.

Agotamiento

En términos de comunicación estratégica y de marketing político, Alianza País se caracterizó durante esta década por haber desarrollado una narrativa exitosa basada en el antagonismo de lo plebeyo frente a sus elites. Sin embargo, en la presente campaña ese discurso careció de la efectividad del pasado, mostrando signos de agotamiento tan evidentes como los del mismo régimen que lo puso en marcha.

En el estricto marco de la aritmética electoral, Alianza País recibió en la primera vuelta -dato representativo de la identificación de la sociedad con sus partidos políticos- tan sólo 28,91 por ciento de los votos, frente al 42,13 por ciento recibido en las últimas presidenciales. Es más, ni siquiera en la segunda vuelta el partido de gobierno alcanzó los resultados logrados en 2013, pese a que 1,3 millones de ciudadanos más le prestaron su apoyo para evitar el triunfo conservador. Estos resultados demuestran el estado de deterioro del régimen correísta.

Luces y sombras ha tenido la gestión del presidente Correa durante la última década, pero es un hecho indiscutible que Lenín Moreno recibirá un país en una coyuntura económica muy delicada.

Desafíos

Ecuador tendrá dificultades para afrontar a corto plazo las obligaciones derivadas de la agresiva política de endeudamiento público que ha caracterizado los últimos años del gobierno. Política que ha resultado en que se esté desembolsando más en los servicios de deuda que en inversión en salud y educación. De igual manera, la economía nacional sigue mostrando escaso dinamismo tras cerrar el pasado año en recesión, no visualizándose signos de recuperación en el consumo interno en lo que va del año. Las reservas del Banco Central en este momento son insuficientes para cubrir los pasivos a corto plazo y, fruto de la contracción económica, la recaudación de impuestos tampoco se recupera tras el bajón sufrido a partir de 2015, momento en que se agudizaron los efectos en la economía nacional de la caída del precio del petróleo. Cabe señalar también que la sociedad ecuatoriana vive momentos de deterioro en su capacidad adquisitiva, consecuencia -entre otras cosas- de que apenas cuatro de cada diez trabajadores tienen acceso a un "empleo adecuado" (con un salario que alcance o supere el mínimo establecido de 375 dólares).

En el ámbito de lo institucional, la falta de independencia entre los distintos poderes del Estado y la aparición de múltiples casos de corrupción vinculados a altos funcionarios públicos están generando un crescendo de deslegitimación del sistema. Es precisamente sobre ese hecho que la oposición conservadora articula su actual campaña de desprestigio del Consejo Nacional Electoral, en teoría el órgano rector de la democracia en el país.

Por último, la tendencia autoritaria del actual gobierno se ha ido incrementando con el paso del tiempo, lo cual ha dejado un saldo hasta ahora de aproximadamente 850 activistas condenados por la justicia por distintas acciones de protesta social.

Vicepresidente

Lenín Moreno adquirió protagonismo nacional al ejercer como vicepresidente de la República durante los seis primeros años de mandato de Rafael Correa.

Durante ese período desarrolló con éxito la Misión Solidaria Manuela Espejo y el Programa Joaquín Gallegos Lara. La primera está destinada a censar y atender a las personas que sufren algún tipo de discapacidad, y el segundo dota de una asignación económica a las personas con discapacidad severa para que puedan cubrir la atención de sus cuidados. Ambos proyectos gubernamentales marcaron un hito en el país, pues era la primera vez que desde la cúpula gubernamental se prestaba atención a un sector históricamente tan olvidado. Que un hombre que se movilizaba en silla de ruedas ocupara el segundo puesto del escalafón del Estado y se preocupara por esa franja vulnerable de la sociedad generó entre la población una amplia simpatía sobre la que posteriormente se articularía su candidatura presidencial.

Durante su período de gestión, y a diferencia del resto del gabinete correísta, Moreno fue capaz de marcar puntuales diferencias respecto de Rafael Correa, como en su relación con los medios de comunicación privados o con diversos actores políticos contrarios al régimen.

Los éxitos de la gestión de Moreno lo llevaron a las Naciones Unidas, donde fue nombrado por Ban Ki-moon como su enviado especial en discapacidad y accesibilidad. Esto le permitió estar fuera de Ecuador desde finales de 2013 hasta poco antes del inicio de la campaña electoral, precisamente el momento de mayor desgaste político vivido por el régimen.

La Puja

Una vez descartada la postulación presidencial de Correa, dentro de Alianza Pais se abrió la lucha por el "delfinazgo", que terminó con la oficialización de la candidatura presidencial de Moreno a inicios de octubre. Todo ello no sin resistencias internas y la imposición -siempre negada- de su compañero de fórmula, Jorge Glas, acusado de corrupción desde diferentes esferas, lo que le trajo más problemas que apoyo electoral.

Las facciones de Alianza País que han apoyado la candidatura de Lenín Moreno durante la puja de poder interno y posteriormente durante su campaña electoral no responden estrictamente a su liderazgo. El carácter ponderado de Moreno, su estilo dialogante y su estancia fuera del país durante los últimos dos años no permitieron que su figura lidere grupúsculo alguno en una organización política de escaso funcionamiento democrático y donde las decisiones del partido han venido hasta ahora definidas por el fuerte liderazgo de Rafael Correa.

A diferencia de otros aspirantes a la candidatura presidencial oficialista, Moreno ni siquiera forma parte de los 22 miembros que componen la directiva nacional de Alianza País, y no ha cumplido funciones orgánicas dentro del partido. Cabe señalar a este respecto que las direcciones de Alianza País nunca han sido orgánicamente votadas por la militancia del partido, sino respaldadas a mano alzada en diferentes convenciones nacionales por sus delegados territoriales tras la presentación de listas únicas por parte del presidente Rafael Correa. Todo ello sin actas congresuales, propuestas programáticas alternativas, debate interno alguno o conformación de corrientes y/o tendencias diferenciadas. Alianza País se construyó en torno a un líder que ya no lo será, y está por verse la evolución de esta organización política.

La oficialización de la candidatura de Moreno en la última convención nacional puso en marcha una maquinaria electoral donde la cúpula del partido trabajó intensamente en favor de su campaña. Con excepción del candidato presidencial, fueron las mismas figuras políticas de siempre las que asumieron las funciones en el buró de campaña, lo cual no permite visualizar si habrá cambios significativos en el futuro gobierno.

Descorreización

Más allá de eso, son múltiples las voces en torno a Moreno que hablan de la necesidad de "descorreización" del Estado, de que el nuevo gobierno rompa con el estilo heredado e intente significar más cambio que continuidad.

En paralelo, el discurso de Moreno a lo largo de la campaña electoral se ha caracterizado por llamar al diálogo a sectores que inicialmente apoyaron o formaron parte de la alianza correísta, pero que con el paso del tiempo y las derivas del régimen tomaron posiciones críticas. "Tengo mi mano tendida para quien la quiera tomar", fue quizás la frase más relevante y repetida por Moreno durante su campaña. Esto ha generado expectativas de un cambio de estilo en su futuro gobierno, especialmente en sectores disidentes que fueron catalogados por Rafael Correa como traidores. En el ámbito de los movimientos sociales, especialmente entre los sectores más represaliados, existe también cierta expectativa de que puedan gestionarse de forma diferente los conflictos entre Estado y sociedad.

En el ámbito económico, durante la campaña electoral Moreno habló de la necesidad de un gran pacto entre el Estado y sectores del capital privado, para dinamizar la producción y el empleo hoy estancados. Esta formulación causa preocupación en las anquilosadas estructuras sindicales que aún subsisten en el país, pues la patronal basa sus condiciones de diálogo en la necesidad de reducir sus costos de producción y flexibilizar aún más el mercado laboral. En un país donde la carga fiscal sobre las elites económicas apenas alcanza el 3 por ciento, son estos sectores los que exigen que sean las y los trabajadores quienes asuman sobre sus espaldas el peso de la salida de la crisis.

Difícil regeneración

Lenín Moreno debería proceder con un proceso de regeneración democrática en el ámbito de la institucionalidad, que en principio aparece como poco creíble para amplios segmentos de ésta. Todas y cada una de las instituciones del Estado han ido quedando en entredicho por su dependencia y cercanía con el partido oficialista, y requieren, para su adecuado funcionamiento, un marco de independencia y/o autonomía respecto del Poder Ejecutivo. Por poner tan sólo unos ejemplos: los vocales del Consejo Nacional Electoral tienen vínculos y en algunos casos hasta carné del partido de gobierno; el fiscal general del Estado es un familiar de Correa; el presidente del Consejo de la Judicatura ejerció como secretario personal del mandatario..., y así podríamos seguir enumerando una larga lista de desencuentros entre la ética y las funciones del Estado. Sin cambios en este sentido, difícilmente será creíble la tan anunciada lucha contra la corrupción planteada por Moreno, y menos aún factible soldar la fractura social que atraviesa la sociedad ecuatoriana.

Es de suponer que la estrategia política conservadora se concentrará en agudizar la actual polarización social, buscando acumular las fuerzas de la derecha para la próxima disputa electoral: en 2019 habrá elecciones seccionales. No está en la estrategia del candidato opositor reconocer los resultados electorales, sino que el gobierno investido sea considerado como ilegítimo por una parte importante de la ciudadanía.

Moreno tendrá también que lidiar con las presiones internas de los sectores correístas aferrados al anillo de poder heredado, un establishment político que ha gozado de privilegiadas relaciones con grandes grupos del capital nacional y extranjero y que será poco permeable a la transición política aperturista que el nuevo gobierno pretende poner en marcha.

Los retos de Lenín Moreno y su futuro gobierno son muchos, ya no sólo por las estrategias opositoras de desestabilización, sino por las resistencias internas ante una necesaria transición hacia un modelo de gobierno superador de aquello que nació bajo el liderazgo de Rafael Correa y que se eclipsa a la par de su figura.

http://brecha.com.uy/, 7 de abril 2017

David Chávez  Docente Universidad Central del Ecuador

Decio Machado ex asesor del Presidente de Ecuador Rafael Correa; Miembro del equipo fundador del periódico Diagonal y colaborador habitual en diversos medios de comunicación en América Latina y Europa. Investigador asociado en Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico y director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos