14.4.25
Turquía: En el corazón del proyecto autoritario
Por Francesco Strazzari (*)
La inmensa movilización turca parece indicar que Erdogan fue demasiado lejos cuando decidió encarcelar a su principal rival, después de haberle retirado su titulación para declararlo inelegible.
Cabe pensar que haya calculado la reacción de masas que se produciría, apostando por su contención, para salir de la crisis con una aceleración decisiva en el desmantelamiento de los anclajes democráticos residuales del país.
Con las pulsiones autoritarias cosechando consensos en la Casa Blanca y la OTAN todo menos unida, aquí tenemos la tentación de ulteriores medidas severas: convocar elecciones anticipadas, ahora que ha eliminado cualquier posibilidad de que puedan disputarse, y ubicarse en el poder para conducir a Turquía hacia una meta plenamente despótica, junto a Bielorrusia.
Sea como fuere, es un hecho que el actual enfrentamiento saca al país del atolladero de autoritarismo a fuego lento en el que se ha colocado hasta ahora a la Turquía de Erdogan por parte de la corriente dominante occidental, notoriamente poco sensible al encarcelamiento masivo de periodistas, minorías y activistas de izquierda.
Las detenciones de esta semana se cuentan efectivamente por centenares. Pero ya no estamos en la represión de los llamados márgenes, los profesores que firman peticiones por la paz, los estudiantes de Gezi Park que se movilizan contra la devastación de los «promotores [inmobiliarios] amigos», o los activistas, administradores y parlamentarios kurdos cuyo peso electoral les impidió reescribir la Constitución. Ni siquiera estamos en las duras purgas contra antiguos asociados gulenistas desatadas tras el intento de golpe de Estado. Para el bloque de poder islamo-nacionalista, hemos llegado al corazón del problema del Estado: el choque frontal con las formas actuales de kemalismo republicano.
Es decir, con ese CHP [Cumhuriyet Halk Partisi, Partido Republicano del Pueblo] el cual, redibujando sus alianzas, ha conquistado el gobierno de las grandes ciudades, llegando, hace dos años, a disputar la presidencia, y preparando las candidaturas para la próxima batalla electoral. Significativamente, en la apertura de la primera gran protesta tras la detención de Imamoglu, el líder del CHP, Ozgur Orel, quiso saludar al líder pro-kurdo del HDP [Halklarin Demokratik Partisi, Partido Democrático de los Pueblos], Selahattin Demirtas, que cumple una gravosa condena, exigiendo su inmediata excarcelación.
En los últimos días, la plataforma social de ese paladín de la libertad de expresión, Elon Musk, ha suspendido las cuentas de políticos de la oposición. Los activistas kurdos denuncian en estas horas restricciones a miles de cuentas de X a escala mundial. Desde la plaza, los líderes de la oposición han llamado al boicot de los medios de comunicación nacionales, que, siguiendo un guión conocido, ignoran las enormes manifestaciones de protesta, emitiendo reportajes sobre los dulces de fin de Ramadán, o sobre «Israel teme a Turquía».
Lo paradójico es que la apertura de esta profunda grieta interna, a la que también contribuyen dinámicas económicas desastrosas para la población, se produce en un momento en el que parecía que las cosas iban bastante bien para el erdoganismo: la salida de Asad de Siria, con el avance de las milicias financiadas por Ankara, el desarme del PKK tras el llamamiento de Ocalan desde la cárcel, el alto perfil mantenido en la comunidad musulmana gracias a las diatribas puramente retóricas contra Israel y, finalmente, el crédito obtenido por los buenos oficios en la mediación entre Ucrania y Rusia.
Evidentemente, las contradicciones han llegado ahora más hondo, al corazón del proyecto autoritario. Seguimos contemplando Turquía a través de una mirada orientalista, interponiendo una distancia que en realidad no existe. Es cierto que Erdogan se mueve por los carriles de un sultanismo neo-otomano reinventado, y es presumible que deambule rabioso por las 1.100 habitaciones del palacio presidencial que ha hecho construir, porque es incapaz de conquistar y controlar Estambul. Pero la historia política turca está inextricablemente entrelazada con la nuestra, de la dinámica de los oleoductos mediterráneos y de Libia a la del pluralismo y los espacios democráticos en Europa. Por no hablar de las muchas lecciones que hemos aprendido de la movilización del confederalismo democrático, atacado por yijadistas, islamistas y nacionalistas.
Tal vez las movilizaciones que vemos extenderse y persistir, de Belgrado a Tiflis, de Budapest a Estambul, merecerían una consideración y un análisis más profundos por nuestra parte que el que ofrecen los intentos instrumentales de ignorar su diversidad, sumadas todas las plazas juntas, en una hipotética «primavera de la libertad». Mientras en el mundo asistimos al retorno de la conquista militar y de los planes de rearme, mientras se persiguen pacificaciones neoimperiales en un teatro posthegemónico en el que los «hegemones» se muestran incapaces de orientación lguna, existe y persiste, más allá de las fronteras, el protagonismo de quienes reclaman democracia, derechos y justicia social.
(*) Francesco Strazzari, profesor de Relaciones Internacionales en la Scuola Universitaria Superiore Sant'Anna de Pisa, se doctoró en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y ha sido docente en las universidades de Bolonia, Amsterdam y Johns Hopkins, así como en el Instituto Noruego de Asuntos Internacionales (NOPI) de Oslo.
Fuente: il manifesto, 30 de marzo de 2025
Traducción: Lucas Antón