25.11.24
La épica, esa esquiva criatura
Por Esteban Valenti (*)
Este artículo tengo que escribirlo varios días antes de la aparición de Bitácora. Me disculpo, no podré incluir los resultados del balotaje en Uruguay. Saldrán apenas posible.
En realidad, me viene bien escribir de la épica cuando no se conocen los resultados, no tiene el mismo valor que escribir conociendo cualquiera de las dos posibilidades. La épica es una parte fundamental de la existencia de la izquierda, desde su nacimiento. Asaltar el cielo del poder monárquico, del poder de los poderosos, reclamando una distribución de la riqueza radicalmente distinta, incorporar la libertad en las instituciones y en nuestras vidas, carga obligatoriamente con su propia épica, que se enriqueció a lo largo de más de dos siglos.
En nuestro país es más joven, pero de todas maneras tiene más de un siglo, desde los pioneros de las ideas socialistas, anarquistas, comunistas, progresistas, batllistas, traídas por los barcos de emigrantes, que insólitamente tuvo a su primer protagonista al prócer más avanzado y revolucionario de toda América Latina, José Artigas, con las ideas de la revolución norteamericana y francesa.
Hoy en día, la palabra "épico/a" es un adjetivo que significa algo como "grande, grandioso, extremo," o "genial." Voy a agregarle una de las definiciones de la Real Academia: heroico, legendario, epopéyico.
Para hacerse de izquierda hace unos cuantos años, incluía obligatoriamente saber, no en palabras ni en definiciones del diccionario, que había un componente épico, de peligros, de epopeya. La dictadura se encargó de recordarlo amargamente, con heridas que todavía sangran. Esa sí que fue una batalla épica, no solo de la izquierda, de la mayoría de los uruguayos. Cuanto dolor y cuanta épica compartida nos llenó la vida.
No se necesitaba enfrentar un régimen dictatorial para asumir que nuestra definición política tiene incorporada necesariamente la épica y cuando la pierde, esos son retazos de nuestra propia vida, de nuestras pasiones y de la intensidad de nuestro compromiso.
El poder, ha demostrado ser una prueba muy dura para la épica, las tentaciones de todo tipo, los cargos, son un factor muy complejo y la historia ha mostrado los dos extremos, los que transformaron el poder en una gran herramienta para grandes y epopéyicas tareas, para afrontar grandes riesgos intelectuales y físicos y los que se acomodaron a las tibiezas de los sillones, a las luminarias e incluso a la ilusión de que son diferentes al común de la gente.
Nosotros mismos lo sabemos y lo padecimos. No lo olvidemos nunca, pues no solo nos costó la derrota, sino la peor de las derrotas, desdibujar nuestra identidad, nuestro rostro lavado y límpido ante los ciudadanos y ante nosotros mismos.
La épica también aplica a las ideas, a no replegarse en lo conocido, en lo tradicional, ser de izquierda quiere decir en primer lugar tener la valentía de afrontar nuevas ideas, estar dispuestos a recorrer nuevos caminos y ser críticos implacables de nuestras propias ideas y nuestras prácticas. La más gran victoria de la derecha y del centro en la batalla cultural, es precisamente imponernos límites cortones, incapacidades de salir de ciertos corrales, hacernos temerosos de cambiar en serio.
No podemos ser solo buenos administradores, aunque ese sea un mérito, somos renovadores en serio, no por una visión doctrinaria fanática y sectaria, porque el mayor cambio que puede producirse en nuestras sociedades es la igualdad de oportunidades, el darle a todos la posibilidad de condiciones de vida mejores, es erradicar la pobreza y la vergonzosa diferencia entre los que tienen todo y los que casi no tienen nada. En nuestra tierra y en el mundo.
Y que los modelos del llamado socialismo real hayan fracasado estrepitosamente en Europa y en países de América Latina y de Asia, es también cuando se sustituye la esencia de una épica verdadera, con el fanatismo de la verdad, del poder y de la maquinaria para ejercerlo, la burocracia. Por ello impactó en nosotros de manera tan terrible.
La épica de izquierda no es una idea de los años 60, como pretende imponernos la derecha, es y será una idea incombustible, permanente, un factor fundamental para el progreso de la humanidad, porque no implica solo el acceso a la riqueza material, sino a las posibilidades culturales m{as plenas, es un enorme desafió moral e intelectual, un sueño milenario, que adoptó una base teórica hace más de 200 años, una base teórica a la que nosotros mismos lo quitamos su herramienta fundamental: la crítica.
¿Hemos fracasado? Si muchas veces, y este es un instante de la historia lleno de retrocesos y de dudas y uno de los grandes fracasos, fue cuando sepultamos la épica de dudar, de criticar y criticarnos y elevamos nuestros objetivos históricos a una religión y fortalecimos como nunca a la burocracia, la peor enemiga de la épica y de la revolución.
Ellos lograron que la palabra revolución sea un pecado mortal y nosotros hemos retrocedido tanto que casi lo aceptamos o la reducimos a la revolución de las pequeñas cosas. ¡No! Hay que seguir animándose a desafiar el poder imperial, a las desigualdades horrorosas en todo el planeta, a nuestras propias miserias y debilidades.
No confundamos, la democracia necesita de la épica y no es la violencia el único terreno de las epopeyas. La paz, como lo demuestran las grandes guerras y el panorama actual de genocidio en Palestina requiere, grita por la épica de la paz.
No es justo, que nuestros recuerdos históricos se limiten a la violencia y a las guerras. Esa es una enorme derrota teórica y moral.
La revolución muchas veces, en muchas latitudes recurrió a la violencia, no contemos una historia a gusto y comodidad de una época, seamos honestos con millones de mujeres y hombres que entregaron sus vidas y sus heridas, pero también aprendimos que no debemos regalar a la derecha, ni la idea, ni la teoría y menos la práctica severa de la democracia.
La democracia fue una de las mayores páginas épicas, heroicas y revolucionarias, desde su nacimiento. Épicas en su concepción, en sus ideas y afrontando grandes peligros y poderes.
La mayor bandera de la revolución y de su épica es y será la libertad y, no solo la distribución de los bienes materiales, es la mayor conquista sin la cual nada vale la pena.
La libertad, en la ciencia, en el arte, en la cultura, en las cosas cotidianas y sobre todo en la política deben ser inseparables y son conquistas que deben protegerse y construirse en forma permanente. No hay poder, no hay justificación que pueda existir negando la libertad.
No es cierto que la libertad de explotar a otros seres humanos, sea parte de la misma bandera de libertad que enarbolaron los libres, los revolucionarios.
Tampoco es cierto que las causas sociales admiten e incluso obligan a renunciar a la libertad. ¿Quién regula los límites, evita los excesos, tiene derecho a fijar los alcances de esas renuncias?
La derecha también tiene su propia épica. Siempre recuerdo una canción española y republicana que habla del gallo rojo y el gallo negro. Es cierto, tienen su propia épica.
La izquierda uruguaya pagó un precio muy alto para incorporar la democracia y la libertad para todos como banderas fundamentales de su existencia. A veces no lo mencionamos, no nos animamos a reconocerlo, no le damos el valor que tienen no solo en nuestras políticas, sino sobre todo en nuestra forma de vivir.
Incluso en ese terreno, nuestros tres gobiernos han demostrado una coherencia muy grande con resultados en todos los terrenos de la libertad y de los derechos. No nos derrotaron por eso, al contrario, fue por no exhibir con la fuerza necesaria nuestras profundas convicciones libertarias y democráticas. Como si tuviéramos temor o tuviéramos que renunciar a nuestro pasado.
Ha terminado una campaña electoral donde si hubo una carencia de parte nuestra fue que renunciamos casi totalmente a la épica, a arriesgarnos, a proponernos objetivos realmente revolucionarios, incluso en el avance de la democracia.
Somos diferentes a ellos, la gente lo sabe perfectamente. ¿Logramos demostrarlo, proponernos proyectos y metas renovadoras a fondo que el país necesita para dar un gran salto? Los rastros de la pasión y de la épica hay que buscarlos entre la gente.
Con cualquiera de los dos resultados, esta pregunta quedará pendiente. La épica no es un lujo, es junto con la más severa de las críticas, componentes fundamentales para avanzar. Y el progreso, un destino diferente para nuestro pueblo, necesita avanzar en serio.
Cuando estas páginas salgan publicadas, sabremos que eligió ir la ciudadanía y hacía donde tendremos nosotros que utilizar la valentía y el riesgo. Nunca debemos renunciar a ellas.
En uno de los pasajes más citados de la obra de Cervantes, don Quijote le dice a su escudero: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" (II, capítulo 58).
(*) Esteban Valenti. Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es), de Other News (www.other-news.info/noticias). Integrante desde 2005 de La Tertulia de los jueves, En Perspectiva (www.enperspectiva.net). Uruguay