13.5.24
De nuevo sobre Lenin desde una cárcel rusa
Por Boris Kagarlitsky (*)
En su última carta desde una prisión rusa, Boris Kagarlitsky aborda por qué, en 2024, deberíamos encontrar interesante a Lenin.
Aquí se puede firmar una petición global que exige la liberación de Kagarlitsky y la todos los demás prisioneros políticos contra la guerra.
La carta fue traducida de la versión original en ruso por Renfrey Clarke, quien tradujo el último libro de Kagarlitsky, The Long Retreat: Strategies to Reverse the Decline of the Left, disponible ahora en Pluto Press.
Se supone que los artículos sobre Lenin deben escribirse y publicarse al menos una vez al año, para marcar la fecha de su nacimiento el 22 de abril, y a veces también en enero, a medida que se acerca uno u otro aniversario de su muerte. No sería difícil compilar una colección de varios volúmenes de tales textos y, de hecho, ya no puedo recordar cuántos artículos he escrito personalmente para conmemorar fechas de este tipo. ¿Significa esto que no queda nada que decir o publicar?
Si prescindimos de las alabanzas obligatorias de los aniversarios y de las maldiciones rituales (igual de obligatorias), que son todas mortalmente aburridas de releer y repetir, queda una pregunta: ¿por qué deberíamos encontrar a Lenin interesante hoy, en 2024? La respuesta obvia tiene que ver con los textos que el líder bolchevique escribió hace 110 años en oposición a la Primera Guerra Mundial, textos que actualmente son sumamente relevantes.
Como sabemos, la mayoría de los socialdemócratas en los diversos países beligerantes coincidían a la hora de apoyar a sus gobiernos y "sus" burguesías, en utilizar todo tipo de justificaciones para la guerra, y explicar que "sus" países no eran de ninguna manera culpables de agresión, sino que se habían visto obligados a tomar las armas y luchaban contra la injusticia y las ambiciones imperiales de los demás. Al principio, la lógica de "apoyar a nuestras tropas" fue suficientemente efectiva. En cualquier lado de las líneas, la propaganda siempre fue la misma: "nosotros" tenemos razón, mientras que "ellos" no , y lo que ese "nosotros" hiciera, era meramente defenderse. Pasase lo que pasase, "ellos" eran los culpables de todo. Los socios de ayer se convirtieron en la encarnación de todo mal y, al mismo tiempo, los evidentes villanos fueron declarados de repente unos tipos estupendos.
Para ser justos, debe decirse que era mucho más simple y menos peligroso para Lenin, desde el exilio, criticar los esfuerzos militares de las autoridades rusas que para sus compañeros que todavía estaban en Rusia. A pesar de todo, la situación tenía sus rarezas, y Lenin fue arrestado; en Cracovia, donde él y Krupskaya se habían asentado para estar más cerca de Rusia, los funcionarios austrohúngaros estuvieron a punto de confundir al líder bolchevique con un agente del gobierno zarista (hay una maravillosa película soviética, titulada "Lenin en Polonia", que trata de estos eventos). Pero es cierto que los austriacos le dejaron pronto libre y le permitieron mudarse a la Suiza neutral. Mientras tanto, los diputados bolcheviques de la Duma Estatal fueron encarcelados por su posición contra la guerra.
Sin embargo, se necesitaba valor para hablar contra de la guerra, y no solo coraje personal, sino también coraje político. En retrospectiva, podemos ver lo efectiva que fue la posición que Lenin tomó en términos políticos. El hecho de que él y sus partidarios fueran una minoría obvia significó que se destacaron bruscamente en el contexto general. Más tarde, cuando las circunstancias cambiaron, cuando las efusiones patrióticas sobre la "guerra hasta la victoria" fueron reemplazadas por el cansancio, la desilusión y una comprensión del absurdo de lo que estaba sucediendo, y cuando tres años de derramamiento de sangre crearon una poderosa exigencia de cambio, fue a Lenin y los bolcheviques a los que millones de personas volvieron su mirada (y no solo en Rusia). La rueda de la fortuna había girado, con el resultado de que los bolcheviques y las autoridades gubernamentales habían cambiado de lugar. El anterior puñado de socialistas radicales, a quienes ni siquiera los dirigentes de los principales partidos socialdemócratas se habían tomado en serio, aparecían de repente a la cabeza de un movimiento de masas. Lenin durante la primera mitad de 1917 había sido calumniado como un agente extranjero, pero antes de que terminara el año iba a emerger en Petrogrado como el jefe de un gobierno revolucionario.
Hay que recordar esta historia no porque que tales giros de fortuna ocurran de vez en cuando; tener esperanzas de otro desarrollo de este tipo sería prematuro y precipitado. Mucho más importante es entender por qué Lenin tomó tal posición y tomó tal decisión, que al principio lo convirtió en una figura política marginal, incluso dentro de las fuerzas socialdemócratas, aunque más tarde lo elevase a las alturas del poder. Sus principios revolucionarios jugaron un importante papel en ello. La posición que tomó estaba en línea con la filosofía del socialismo marxista y con las resoluciones que la Segunda Internacional había adoptado, resoluciones que los dirigentes de los partidos más grandes de la Internacional habían repudiado apresuradamente poco despúes. Esto, sin embargo, no fue el único factor. En última instancia, el líder bolchevique podría haberse expresado en términos menos radicales, evitando un conflicto grave con políticos más influyentes en la mayoría socialdemócrata (ese fue el curso elegido por muchas otras figuras de la izquierda). En el corazón de la posición de Lenin no estaba simplemente la ideología; también entraron en juego el análisis político, los cálculos de causa y efecto y un sentido de hacia dónde se dirigía la historia. No fue una coincidencia que Lenin llevara a cabo su investigación sobre la naturaleza del imperialismo precisamente durante el período de la Primera Guerra Mundial, o que incluyera su conocida fórmula sobre la situación revolucionaria en su artículo sobre el colapso de la Segunda Internacional.
Nada de esto era teoría abstracta. El líder bolchevique analizó la situación política y trató de predecir cómo se desarrollaría. Tenía claro que las autoridades del Imperio Ruso no solo habían involucrado al país en una guerra que era completamente innecesaria para su pueblo, sino que lo habían hecho por razones que incluían la situación política interna de Rusia. La guerra había sido considerada un antídoto para el veneno de la revolución y el cambio político en general. Desafortunadamente, los fracasos del país en la guerra actuarían por sí mismos como un desencadenante de la revolución. Al denunciar la guerra, Lenin, a diferencia de las diversas corrientes pacifistas, no solo estaba apostando por una posición moral e ideológica, sino que también estaba aprovechando un atajo político para participar en futuros eventos revolucionarios. Su creencia en la inminencia de la revolución no se basó en la fe o la convicción, sino en su análisis de las contradicciones sociales que, a medida que se desarrollaban, inevitablemente destrozarían el sistema. Esta confianza en su análisis, al parecer, se quebró solo una vez, a principios de 1917, cuando pronunció sus famosas palabras: "No viviremos para ver la revolución". De hecho, parecía en ese momento que el sistema de alguna manera misteriosa estaba haciendo frente a todos los problemas e incluso a sus propios fracasos, mientras que el pueblo ruso estaba soportando, con asombrosa paciencia, todo lo que el régimen le estaba haciendo. Sin embargo, fue en la hora más oscura justo antes del amanecer. Las contradicciones pronto estallaron, de tal manera que todavía estamos escuchando los ecos de esa explosión.
El punto, sin embargo, no tiene que ver solo con la precisión del pronóstico de Lenin o con su comprensión de la inevitabilidad de la revolución. De ninguna manera se cumplieron todas sus predicciones, y su análisis de la situación no siempre fue correcto. Lo más importante fue que su predicción más importante dio en el blanco: que su pronóstico se confirmó, aunque más tarde de lo esperado, y que se confirmó su análisis. Fue gracias a esto como Lenin, un teórico revolucionario, se convirtió en político. O más precisamente, como tuvo la oportunidad de realizar su potencial como actor político, algo que, de hecho, siempre había sido.
El problema para la izquierda de hoy es que aunque razona filosóficamente, mientras reflexiona sobre cuestiones filosóficas y discute sobre quién es el marxista más auténtico y qué fórmula es más correcta desde el punto de vista de la ideología abstracta, nos faltan las habilidades y la preparación para ser políticos. Esto es comprensible: no tenemos un conjunto serio y vital de práctica política. No hay nada que podamos utilizar para prepararnos.
Lenin en 1917 se enfrente a este problema. ¿seremos capaces de estar a la altura, si de repente tenemos la oportunidad?
(*) Boris Kagarlitsky, historiador y sociólogo residente en Moscú, es un prolífico autor de libros sobre la historia y la política actual de la Unión Soviética y Rusia, y de libros sobre el surgimiento del capitalismo globalizado. Catorce de sus libros han sido traducidos al inglés. Su libro más reciente en inglés es "From Empires to Imperialism: The State and the Rise of Bourgeois Civilisation" ["De los imperios al imperialismo: el Estado y el ascenso de la civilización burguesa"] (Routledge, 2014). Kagarlitsky es director de la revista digital en ruso Rabkor.ru (Correspondencia Obrera). Es director del Instituto para la Globalización y los Movimientos Sociales, ubicado en Moscú.
Fuente: https://links.org.au/boris-kagarlitsky-again-lenin
Traducción: G. Buster