13.5.24
Dos entrevistas con Raquel Varela sobre la RevoluciĆ³n de los Claveles (I)
Raquel Varela (*)
La revolución portuguesa transformó la política europea
Durante casi medio siglo, Portugal estuvo gobernado por una dictadura derechista.
António Salazar se convirtió en líder del llamado Estado Novo el mismo año en que Franklin Roosevelt entró en la Casa Blanca, y su sucesor, Marcelo Caetano, seguía en el poder cuando Richard Nixon fue reelegido presidente cuatro décadas después.
Hace hoy cincuenta años, el 25 de abril de 1974, un grupo de oficiales subalternos del ejército llevó a cabo un plan para derrocar la dictadura. La Revolución de los Claveles derribó el Estado Novo e inició un periodo de intensa agitación política. Medio siglo después, su legado aún se hace sentir en Europa.
Raquel Varela es profesora de Historia en la Universidade Nova de Lisboa y autora de varios libros, entre ellos A People's History of the Portuguese Revolution y una novela gráfica sobre la Revolución de los Claveles. Esta es una transcripción editada del podcast Long Reads de Jacobin. Se puede escuchar aquí la entrevista realizada por Daniel Finn, redactor jefe de Jacobin.
Daniel Finn: ¿Cuál fue la naturaleza de la dictadura salazarista-caetana que gobernaba Portugal desde los años 20?
Raquel Varela: Hay un debate sobre lo que representó el régimen de Salazar con diversos enfoques. Tenemos un enfoque de izquierdas vinculado a la tradición del Partido Comunista prosoviético. Estos historiadores presentan el régimen del Estado Novo principalmente como un régimen enormemente conservador, fascista, antiliberal y hostil al régimen parlamentario, el cual representaba a la fracción ultraconservadora de la burguesía.
Tenemos luego un segundo enfoque, más cercano a la ciencia política de figuras como Samuel Huntington, y que se volvió muy influyente después de la década de 1990. Este enfoque divide el mundo en términos muy simples entre regímenes liberal-democráticos y autoritarios.
Hay otro análisis, el que desarrolló León Trotsky en su análisis del fascismo en Alemania, y que estaba influido por el debate de Karl Marx sobre el bonapartismo en la Francia del siglo XIX. Este enfoque contempla un régimen de tipo bonapartista como un falso árbitro que aparentemente intenta organizar las clases en conflicto de forma neutral, pero que en realidad actúa a favor de la burguesía.
Yo diría que el Estado Novo fue un régimen bonapartista, con Salazar como figura aparentemente neutral. Pero debo subrayar que la diferencia entre bonapartismo y fascismo no es una cuestión de violencia. Los dos tipos de régimen se muestran profundamente violentos en contra de las clases trabajadoras organizadas.
La principal diferencia es que, cuando utilizamos la palabra fascismo, nos referimos a una guerra civil contra la clase obrera. Debido a la amenaza de revolución, la burguesía no puede recurrir al ejército para derrotar a los trabajadores, así que recurre en su lugar a milicias. En el bonapartismo, en cambio, se puede utilizar el ejército, porque la dirección de las clases trabajadoras ya ha sido derrotada y no existe amenaza real de revolución social.
En el período del Estado Novo, desde la dictadura militar de los años 20 hasta la Revolución de los Claveles en 1974, lo que tuvimos fue principalmente un régimen bonapartista que pretendía llevar a cabo una modernización capitalista, incorporando al campesinado y a la clase obrera, al tiempo que prohibía sindicatos y partidos políticos. El Estado garantizaba a determinadas empresas el control monopolista de un sector concreto. Existía también un régimen de trabajos forzados en las colonias.
¿Qué impacto tuvieron las guerras coloniales en África en el propio Portugal?
El proceso anticolonial comenzó en 1961 con el levantamiento de Angola. Al mismo tiempo, aumentaban las inversiones en África por parte de empresas norteamericanas y europeas. Codiciaban el petróleo y el algodón de Angola, así como otros materiales de Mozambique que eran importantes para este nuevo momento de inversión de capital.
En este contexto, los movimientos de liberación de las colonias portuguesas se vieron profundamente influidos por las revoluciones y organizaciones anticoloniales de países como Argelia y Ghana, que sirvieron de inspiración para Guinea-Bissau, Angola y Mozambique. En 1961, se produjo una huelga de trabajadores del algodón en el régimen de trabajos forzados de Contanang, una empresa luso-belga en el norte de Angola.
El ejército portugués respondió utilizando napalm. No se sabe exactamente cuántos trabajadores murieron, pero se calcula que entre cinco y diez mil. En respuesta a esta masacre, se produjo una matanza de colonos blancos en Angola.
Con el aumento de las tensiones, el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), de influencia soviética, decidió emprender la lucha armada contra el dominio portugués. La lucha armada en Guinea-Bissau comienza en 1963, tras la derrota de una huelga de estibadores. En Mozambique comenzó en 1964, tras otra huelga de trabajadores forzados procedentes de diferentes partes del país. Existía una estrecha relación entre Angola y Mozambique y las dictaduras de los colonos blancos de Sudáfrica y Rodesia, ya que los trabajadores de las colonias portuguesas eran obligados a ir a trabajar a las minas de esos países.
Portugal tenía entonces menos de diez millones de habitantes. Entre 1961 y 1974, se reclutó a 1,2 millones de personas para luchar en la guerra colonial. Entre ellos había negros de las colonias, pero gran parte de esta fuerza procedía del propio Portugal. Prácticamente todas las familias portuguesas, a menos que pertenecieran a la clase alta, tenían hijos, sobrinos o primos que iban a luchar a África.
Murieron diez mil soldados portugueses y doscientos mil resultaron heridos. Se calcula que murieron cien mil personas en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. El impacto en Portugal fue enorme. Un millón y medio de trabajadores escaparon a países como Francia, Luxemburgo y Suiza, huyendo de la pobreza y del reclutamiento para la guerra.
Al mismo tiempo, con el aumento de la inversión extranjera en Portugal, la población urbana superó por primera vez a la rural. Esta nueva población urbana se dirigió masivamente a las ciudades de Lisboa, Oporto y Setúbal, donde trabajaba en grandes fábricas, la mayoría de ellas empresas mixtas de capital portugués y extranjero. En las colonias, el trabajo forzado se abolió oficialmente en 1961, pero continuó en la práctica hasta la desaparición del dominio portugués en 1974-75.
Amílcar Cabral fue en Guinea-Bissau un líder muy importante que merece ser más conocido. Junto con el Che Guevara y el marroquí Mehdi Ben Barka, desempeñó un papel muy importante en el desarrollo de un enfoque internacionalista y socialista de la lucha por la independencia nacional.
Portugal estaba perdiendo la guerra y se encontraba aislado en la escena internacional, en la que instituciones como la ONU se manifestaban a favor del fin del colonialismo. La tasa de deserción a principios de la década de 1970 rondaba el 20% de los soldados del ejército. Al mismo tiempo, sin embargo, empresas de Francia, Gran Bretaña y otros países seguían vendiendo armas a Portugal. Alrededor de dos quintas partes del presupuesto del Estado se destinaban a pagar la guerra colonial, en un país en el que la gente que vivía en las afueras de Lisboa no tenía acceso a agua corriente y tenía que cargar el agua hasta a sus casas.
¿Cómo se formó el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) en respuesta a las guerras de África?
Fue un movimiento de capitanes, a partir de los rangos medios del ejército que no eran ni generales ni soldados rasos. Comprendieron que era imposible ganar la guerra militarmente. Comenzaron organizándose en defensa de sus propios intereses corporativos, pero más tarde decidieron dar un golpe de Estado para poner fin a la guerra colonial. Presentaron también un vago programa de democratización.
En su conspiración participaron unos doscientos oficiales. Se pusieron de acuerdo para dar el golpe del 25 de abril de 1974. Estos oficiales procedían principalmente de Guinea-Bissau, donde el ejército había sido duramente derrotado y el movimiento de liberación ya había declarado la independencia, aunque sin que fuera reconocida por el Estado portugués. También participaron oficiales de Angola y Mozambique.
Se organizaron para dar un golpe muy exitoso. El régimen no sabía lo que iba a pasar, ni tampoco los espías de la embajada norteamericana. Fue una gran sorpresa para la gente de todo el mundo. El MFA tomó el control de los principales sectores militares, de comunicaciones y transportes, y ordenó a la población que no saliera de sus casas.
Sin embargo, mucha gente desobedeció estas instrucciones, tomando las calles o yendo a sus lugares de trabajo. De repente, había miles de personas en las calles, abrazando a los soldados, con niños que jugaban en sus tanques. Todo el mundo sonreía y lo celebraba.
El régimen había prohibido sindicatos y partidos políticos. El Partido Comunista estaba organizado como partido clandestino con unos tres mil miembros. Había otros grupos de izquierda, sobre todo maoístas, pero también algunas organizaciones trotskistas y otras inspiradas en las guerrillas de América Latina. En conjunto, estos grupos contaban con unos tres mil cuadros más, procedentes en su mayoría de las universidades y de la oposición de los jóvenes a la guerra colonial.
Después de Israel, era Portugal el país del mundo con mayor porcentaje de población incorporada al ejército. La guerra de África fue un factor clave en la radicalización de los jóvenes y en el desarrollo de intelectuales y grupos dirigentes marxistas en Portugal.
En ausencia de partidos o sindicatos legales, la gente acudía a sus lugares de trabajo: médicos, enfermeras, profesores, actores, trabajadores de fábricas. Empezaron a elegir a sus propios representantes en asambleas populares, con un mandato que podía revocarse si no cumplían sus instrucciones. Así nació una situación de doble poder, característica de la mayoría de las revoluciones.
A los pocos días de la revolución, se formaron comisiones obreras y juntas vecinales en el espacio vacío que dejaba la ausencia de sindicatos y partidos. Ya el 25 de abril, los trabajadores se dirigieron a las sedes del órgano de censura del Estado y de la policía política, ocupando esos edificios y liberando a los presos.
También fueron a las sedes de los sindicatos patrocinados por el Estado y las ocuparon. Fueron a las sedes municipales y empezaron a elegir comisiones provisionales, al tiempo que elegían también comisiones de barrio fuera de ellas. Fueron días increíbles, hermosos, en los que vimos a la gente tomar decisiones como no había hecho nunca antes en su vida.
En primer lugar, se formó una junta de salvación nacional bajo el mando del general António de Spínola, que intentaba mantener intacto el Estado. Pero Spínola quería mantener la policía política en las colonias y avanzar hacia una situación de neocolonialismo. Los oficiales de rango medio del MFA estaban totalmente en contra, pues querían detener la guerra inmediatamente. Esto creó una división dentro del MFA entre la facción favorable a Spínola y sus oponentes, que eran mayoría y lograron imponerse.
Los consejos obreros, denominados comisiones en Portugal, convocaron gran número de huelgas. Dos millones de personas desfilaron por las calles el Primero de Mayo, el primero que se pudoa celebrar en cuarenta y ocho años. Reclamaban un salario mínimo, una jornada laboral de ocho horas, días de descanso el sábado y el domingo, una paga extra por el trabajo nocturno, etc. Estas reivindicaciones ya estaban a la orden del día en las calles una semana después de la revolución.
El líder del Partido Socialista, fundado en Alemania Occidental a principios de los años setenta, era Mario Soares. Era un partido de vanguardia, como los comunistas, pero aún más pequeño. Los socialistas no desempeñaron un papel importante en la oposición a la dictadura, a diferencia del Partido Comunista o los maoístas. Pero Soares contaba con el apoyo de los Estados Unidos y de los socialdemócratas de Alemania Occidental, que transfirieron grandes cantidades de dinero para financiar su partido.
De inmediato se produjo un gran debate en España, que seguía gobernada por el régimen franquista, sobre cómo evitar lo que llamaban el efecto contagio de la Revolución Portuguesa mediante la apertura del régimen. En Grecia, la dictadura de los coroneles cayó en julio de 1974, y los primeros periódicos legales celebraron la Revolución de los Claveles. El presidente norteamericano, Gerald Ford, se refirió al peligro de un Mediterráneo Rojo, porque en aquella época había también grandes partidos comunistas en Francia e Italia.
En este contexto, Soares y el líder comunista Álvaro Cunhal regresaron del exilio y se les invitó a formar el primer gobierno provisional. Este gobierno también incluía a un partido de derechas, que se autodenominaba Partido Socialdemócrata por el impacto de la revolución.
Querían incorporar a Cunhal y a su partido al gobierno para controlar el movimiento obrero. Al hacerlo, rompieron el tabú de la Guerra Fría contra la participación comunista en el gobierno, con la esperanza de que la coalición pudiera controlar el movimiento social, aunque eso no ocurrió.
¿Cuáles eran las principales tendencias o diferencias de opinión que existían dentro del propio MFA?
La revolución se desarrolló y radicalizó por arriba. En 1975, se expropiaron los bancos nacionales porque se encontraban bajo control obrero. Las grandes empresas también estaban bajo control obrero, y las pequeñas empresas funcionaban en régimen de autogestión, más de seiscientas empresas en total. Los hospitales estaban dirigidos por médicos, enfermeras y técnicos. ¡En un hospital hasta la señora de la limpieza tenía voto en un hospital!
Tres millones de personas, de una población de diez millones, participaron en comisiones obreras, protestas y huelgas. Era una cifra increíble. Creo que Paul Sweezy tenía razón al decir que la Revolución Portuguesa fue una especie de revolución del siglo XXI, porque ya había un enorme sector de servicios, con la proletarización de médicos, profesores y técnicos, que desempeñaron un papel increíble en los consejos obreros.
Todo esto tuvo un gran impacto en el MFA, que empezó a dividirse en función de los diversos proyectos que se planteaban en la sociedad portuguesa. Una parte del MFA apoyaba la estrategia del Partido Comunista de dividirse el poder del Estado con los socialistas. Otra parte, liderada por Otelo Saraiva de Carvalho, estaba muy comprometida con la idea de poder popular a través de comisiones obreras y juntas vecinales, e incluso con una idea guevarista de un putsch de izquierdas. Se produjo un claro proceso de «sovietización» en el ejército a lo largo de 1975.
También hubo elementos del MFA que se fueron a la derecha, y hubo dos intentos de golpes de derechas que se vieron derrotados. En aquella parte del MFA que apoyaba el poder popular, había quienes se alineaban con los funcionarios del Partido Comunista. La dirección del partido aceptaba la división de Europa en esferas de influencia, con Portugal bajo la OTAN, por lo que no apoyaban un proceso revolucionario en Portugal, pero se disputaban el control del Estado con los socialistas.
Debo mencionar que el Partido Comunista, que empezó con tres mil miembros, tenía cien mil al cabo de un año de revolución. El Partido Socialista, cuyos miembros casi cabían todos en un taxi, tenía ahora ochenta mil. Los grupos de extrema izquierda podían vender miles de ejemplares de sus publicaciones semanales. Se produjo un intenso proceso de politización que afectó a la mayoría de la sociedad portuguesa y que tuvo un enorme impacto en los militares.
La estrategia de comunistas y socialistas consistía al principio en estar juntos en el Estado y dividirse el poder, aunque con tensiones. Tras la radicalización de la revolución en 1975 se produjo una ruptura entre ellos. Pero la gran cuestión consistía en cómo reconstruir el Estado y acabar con la crisis del Estado, algo que sólo podía lograrse debilitando a los consejos obreros y vecinales.
¿Qué impacto tuvo la revolución en las colonias portuguesas?
Se produjeron de inmediato grandes manifestaciones, principalmente de extrema izquierda, que declaraban: «No queremos que vaya ni un solo soldado a las colonias». Esa era la principal reivindicación. Después del 25 de abril, se registraron varias huelgas de ferroviarios y trabajadores agrícolas en Mozambique y Angola. Los soldados se negaron a seguir luchando. Guinea-Bissau se independizó primero, luego Mozambique y finalmente Angola, que atrajo mucha más atención de los Estados Unidos, la Unión Soviética y China por sus reservas de petróleo.
¿Podría hablarnos un poco más de la reacción de los Estados Unidos y de los principales Estados de Europa Occidental ante lo que estaba ocurriendo en Portugal? ¿Cómo trataron de intervenir a lo largo de 1974 y 1975?
Había división entre los funcionarios del gobierno norteamericano. Al parecer, Henry Kissinger no estaba de acuerdo con la opinión de Frank Carlucci, embajador norteamericano en Lisboa. Carlucci creía que había que volcar todo el apoyo norteamericano en los socialistas en las elecciones de abril de 1975. Era esta la idea de lo que podríamos llamar «contrarrevolución democrática».
En lugar de utilizar el mismo enfoque que emplearon contra Salvador Allende en Chile, que no habría hecho más que provocar la extensión de la revolución a otros países de Europa, promovieron transiciones guiadas desde arriba, primero en Portugal y luego en España. Más tarde se aplicó el mismo modelo en Chile, Brasil y Argentina durante la década de 1980. Llamo a esto «Doctrina Soares».
Jimmy Carter fue muy claro al apoyar esta idea de contrarrevolución democrática. Había fuertes sentimientos antinorteamericanos arraigados en la sociedad portuguesa, por lo que el apoyo a Soares se canalizó a través de los socialdemócratas de Alemania Occidental y también a través de España, que siempre mantuvo una estrecha relación con Portugal.
Portugal fue causa sin duda de la transición española a la democracia -de eso no hay duda- y tuvo un enorme impacto en Grecia. Creo que la revolución portuguesa también pospuso la llegada del neoliberalismo durante una década, por el ejemplo y la inspiración que supuso para la gente de todo el sur de Europa. El neoliberalismo tuvo que posponerse hasta mediados de los años 80. La revolución portuguesa estaba aislada y por eso fue derrotada, pero aun así tuvo un gran impacto en los países mediterráneos.
Además de ese impacto más extenso en la escena europea, ¿cuáles diría que fueron los principales legados de la revolución para Portugal en las décadas posteriores y hasta la actualidad?
La mayoría de las personas que hicieron la revolución tenían entonces entre veinte y treinta años. A lo largo de los cuarenta años siguientes, esas personas siguieron vivas y fueron mayoría. Fueron lo suficientemente fuertes como para no permitir que la extrema derecha existiera como fuerza política en Portugal. Hubo grandes mejoras en sanidad, educación y otros servicios públicos, y políticas sociales destinadas a fomentar una mayor igualdad, aunque esos servicios y políticas hayan estado en crisis en los últimos veinte años
Los legados de la revolución son complejos, porque algunos de ellos son contradictorios. En procesos revolucionarios como el de Portugal, siempre hay que intentar identificar cuál es el legado de la revolución y cuál el de la contrarrevolución.
Hubo logros muy importantes en términos de Estado del Bienestar y derechos de los trabajadores. Después de que la revolución fuera finalmente derrotada por el golpe de noviembre de 1975, tuvimos un tipo de capitalismo regulado para una parte importante de las clases trabajadoras hasta la década de 1990, o quizás hasta 2008 para la generación de más edad. Después de ese momento, prácticamente nadie siguió bajo protección
El 25 de abril es en Portugal día nacional de fiesta para las clases populares. Al mismo tiempo, podemos ver lo atrasado que está ahora el país, con tanta pobreza. Portugal se ha convertido en un lugar de bajos salarios y largas jornadas laborales para todos, hasta para los trabajadores cualificados. La clase trabajadora no puede permitirse el coste de la vivienda en las ciudades. En el sur, hay trabajadores de Nepal que viven en condiciones terribles, trabajan para empresas británicas o portuguesas y se quedan aquí cinco años para conseguir un permiso que les permita ir a Europa Central.
Esto, por supuesto, no forma parte del legado de la revolución, forma parte del legado de la contrarrevolución. Portugal es un país pequeño, semiperiférico, con una burguesía atrasada que formó una sociedad atrasada. La única vez que este país ha podido dar a la gente una forma de vivir decente fue cuando la clase obrera tomó sus destinos en sus manos.
Esto es lo más increíble que podemos estudiar: cómo estas personas que estaban totalmente al margen de la política, muchas de las cuales habrían sido conservadoras en su propia vida, o tenían ideas muy confusas, de repente se implicaron y se transformaron a sí mismas al tiempo que transformaban el país. En mi opinión, nuestra esperanza para el futuro consiste en esto. Cuando la gente toma el país en sus manos, vemos hasta dónde pueden llegar para transformarlo y transformarse a sí mismos.
Jacobin, 25 de abril de 2024