12.2.24
En el centenario de la muerte de Lenin ¿Qué hacer?
Por Miguel Salas (*)
En el año 1930, el autor italiano Ignazio Silone publicó casi clandestinamente, pues estaba exiliado y perseguido por Mussolini, la novela Fontamara. Es una denuncia del fascismo a través de la resistencia de unos campesinos de la región de los Abruzos.
En ella se enfrentan a la violencia y los abusos del poder superando la individualidad producto del sufrimiento y la explotación y toman conciencia de que solo pueden resistir mediante la acción colectiva. La novela acaba con estas palabras: "¿Qué hacer? Después de tantas penurias y tantos lutos, tantas lágrimas y tantas heridas, tanto odio, tantas injusticias y tanta desesperación, ¿qué hacer?".
Es la cuestión clave de toda actividad política. El origen político y literario de la pregunta se encuentra en la novela de Nikolái Chernyshevski (1828-1889), cuyo título copió Lenin publicando ¿Qué hacer? en 1902. Desde entonces se convirtió en una pregunta recurrente y motivo de no pocos debates que han perdurado a lo largo de la historia. Quizás sea uno de los libros más interpretados -o mal interpretados- de la producción política leninista, en numerosas ocasiones ha sido reducido a su aspecto organizativo y puramente práctico y se ha restado importancia a su contenido político: un plan para construir un partido revolucionario. Se le ha acusado de situar al partido por encima de la clase trabajadora, de defender un ultracentralismo organizativo y antidemocrático, de ignorar el espíritu creativo de las clases trabajadoras e incluso de estar en el germen de la posterior degeneración del estalinismo.
El libro consta de cinco apartados. El primero trata de la lucha contra el oportunismo que había surgido en el movimiento socialista a partir de las teorías de Bernstein y sobre la importancia de la lucha teórica para un movimiento revolucionario. El segundo aborda la relación entre el espontaneísmo y la conciencia socialdemócrata (hoy diríamos revolucionaria). El tercero señala la insuficiencia de la lucha económica y la necesidad de una política dirigida al conjunto de las clases explotadas frente al Estado y a las clases capitalistas. En el cuarto defiende la mejora de los métodos de organización frente a los métodos artesanos entonces vigentes y desarrolla la idea del revolucionario profesional. Finalmente, en el quinto defiende la necesidad de un periódico político como centralizador y orientador del partido y de la acción.
A pesar de su carácter polémico tuvo gran repercusión y fue la base del desarrollo de la organización de los revolucionarios rusos. Para Juli Mártov, en esa época compañero político de Lenin, "desempeñó un papel absolutamente excepcional [...]. A pesar de todos sus errores teóricos y todos sus arrebatos prácticos, y quizá precisamente a causa de ellos, ¿Qué hacer? tuvo una popularidad extraordinaria". Para muchas generaciones y en los cinco continentes fue un referente a la hora de construir una organización revolucionaria.
Lo importante y lo circunstancial
La propuesta de ¿Qué hacer? se remite a una época y unas circunstancias determinadas, el surgimiento del movimiento obrero en Rusia en unas condiciones represivas brutales. El mismo Lenin lo escribió años después: "El error principal de los que hoy polemizan con ¿Qué hacer? consiste en que desligan por completo esta obra de una situación histórica determinada, de un período concreto del desarrollo de nuestro partido que pasó hace mucho" (Doce años. 1907)
También es inconsistente quien relaciona el libro con la supuesta falta de democracia y la exagera, sin ninguna base real, hasta buscar ahí la causa de la posterior degeneración estalinista. En el mismo texto de 1907 se lee: "El partido [...] utilizó antes que todos los demás partidos el destello temporal de libertad para hacer efectivo el régimen democrático ideal de organización abierta, con elección de cargos y con representación en los congresos según el número de miembros organizados".
Por eso la clave es distinguir entre lo que fue circunstancial de un momento histórico y lo que permanece y define la organización de un movimiento político revolucionario: acabar con el capitalismo para construir una nueva sociedad, socialista, democrática, feminista, respetuosa con la naturaleza y de fraternidad entre los pueblos. Esa es la actualidad de las tesis del libro que nos ocupa.
A principios de siglo XX apareció en el movimiento socialista una corriente encabezada por Bernstein que defendía la superación del marxismo y que el desarrollo del capitalismo hacía innecesaria la revolución; el socialismo llegaría a través de la propia evolución de la sociedad. Por lo tanto, la socialdemocracia debía transformarse de partido de la revolución social en un partido democrático de reformas sociales.
Es fácil apreciar la actualidad de ese debate. Parece como si la mayoría de las izquierdas hubiesen asimilado la idea de que no hay alternativa y que solo son posibles algunas reformas -por lo demás completamente necesarias- pero sin proponer, ni siquiera los días de fiesta, cuál debería ser el proyecto transformador, superador del capitalismo. Día a día se comprueba que el actual sistema es incapaz de ofrecer un avance para la humanidad, crece la desigualdad, se destruye el planeta, se desprecia la igualdad de las mujeres y se limitan los derechos democráticos. El hilo conductor de ¿Qué hacer? es la lucha para que confluya el movimiento obrero -y los movimientos sociales diríamos ahora- con el socialismo, con un proyecto emancipador para las mayorías. Un movimiento que se apoye en todos los acontecimientos para exponer sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas y así avanzar en la emancipación de las clases trabajadoras y del conjunto de la humanidad.
Mejoras económicas y cambio social
Complementaria de esa idea reformista surgió la tendencia denominada economismo, por la cual la clase trabajadora debía concentrar su acción en las mejoras económicas y alejarse de la política dado que, supuestamente, no estaba preparada o no era de su interés. Se trata de dos caras de la misma moneda: la reivindicación económica para quienes tienen que mejorar su situación, la política para la clase burguesa o la pequeña burguesía. Lenin denuncia esa alianza como la manera de apartar a la clase trabajadora de la lucha por el socialismo y de convertirla en subalterna de las clases burguesas.
Hoy convivimos con parecidos problemas. El ámbito principal reservado a la clase trabajadora es el sindical, muy importante sin duda porque es la organización básica para defenderse de la explotación, pero por sí mismo insuficiente. La política actual está prácticamente limitada a la esfera electoral, y ahí la presencia de la ciudadanía se limita a emitir el voto cuando toca. Si se analiza la extracción social de la mayoría de los diputados y diputadas, una inmensa mayoría son abogados, economistas o profesores universitarios, y son bien pocos los que proceden del mundo sindical. No tenemos nada contra ellos, es solo que su peso político no corresponde a su peso en la sociedad y faltan representantes directos y auténticos de la clase trabajadora. Es una expresión de la separación de la mayoría trabajadora de la política, porque no se trata sólo de votar para que otros hagan, si no de empoderarse, de ejercer la fuerza y la presión social para crear las condiciones para el surgimiento de una nueva sociedad.
Cambiarlo no es sólo una cuestión estadística que refleje el lugar de las clases sociales en la vida política, sino un plan político que, manteniendo la autonomía de las partes, la sindical, los movimientos sociales y los políticos, se oriente hacia un cambio radical de las condiciones de vida, sociales y democráticas. En ¿Qué hacer? está expresado así: "La socialdemocracia (mejor decir los socialistas revolucionarios del siglo XXI) dirige la lucha de la clase obrera no sólo para obtener condiciones ventajosas de venta de la fuerza de trabajo, sino para que sea destruido el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos".
¿Un partido?
Para desarrollar un plan político de esas características se necesita una organización política. Hace ya tiempo que los partidos políticos no están de moda. Fue el resultado de la combinación de la contraofensiva neoliberal contra la organización independiente y de clase (mientras la burguesía se organizaba más y mejor) y el fracaso, anquilosamiento y adaptación a la sociedad burguesa de la mayoría de los partidos de las izquierdas. Dejaron de ser partidos para la transformación social y se convirtieron en gestores de las miserias capitalistas o en defensores de algunas mejoras sin poner en cuestión al sistema capitalista, olvidaron "que la conquista de ciertas concesiones no son otra cosa que pequeñas escaramuzas con el adversario, ligeras refriegas en las avanzadillas, y que la batalla decisiva está por venir". (Lenin) Para generar nuevos entusiasmos hay que situar como objetivo el cambio, la transformación, la revolución, y que las reformas, los derechos democráticos y sociales sean la palanca para lograrlo, no un límite que no se pueda traspasar.
La experiencia de los últimos años es que sin esa perspectiva los partidos de las izquierdas no pasan de ser plataformas electorales o dedicarse básicamente a las elecciones y supeditarse a la política institucional. Lo que no es circunstancial en ¿Qué hacer?, y nos conecta con la actualidad, es la necesidad de una organización de revolucionarios, de qué programa para luchar contra el capitalismo, de cómo organizarse democráticamente, de qué medios utilizar para llegar al mayor número de gente, de cómo atraer y formar a la juventud.
Los intentos de "pasar" de los partidos, de buscar otras formas organizativas, no han podido resolver el problema. No se trata de volver a la forma agotada de una organización poco o nada democrática, en la que los de arriba deciden y los de abajo pegan carteles o se enteran por la prensa de las decisiones. Al contrario, se trata de actualizar y repensar para no repetir los fracasos y revertir la actual dispersión, división y desorientación. La experiencia del 15-M es la más cercana y prometedora y, sin embargo, la que más rápidamente ha frustrado las expectativas.
Las alianzas y los agrupamientos plurales y unitarios son la manera en que se expresan actualmente los intentos de reorganización política. Son difusos ideológicamente y de carácter interclasista, pero son la base para evolucionar y/o construir organizaciones con una mayor implantación entre las clases trabajadores, con mayor presencia en el tejido asociativo y más dedicadas a la organización y movilización para crear una alternativa a la monarquía y al capitalismo.
El momento en el que se escribió ¿Qué hacer? la organización revolucionaria eran círculos dispersos apenas conectados entre sí. La propuesta de Lenin es un plan para golpear juntos al zarismo a través de un periódico que sea un organizador colectivo para los militantes y para su relación con la clase trabajadora. Un plan parecido, actualizado en lo que sea necesario, podría ser un medio para revertir la multiplicidad de partidos y el espíritu de secta, para conectar los numerosos grupos que se reclaman del socialismo y evitar que cada uno vaya por su lado. Hay que construir desde abajo, desde la relación con el sindicalismo de clase, con los movimientos sociales, con las organizaciones solidarias para conectar con la juventud, hoy bastante alejada de los movimientos de las izquierdas, y así poder levantar un potente movimiento político contra el capitalismo.
La clase obrera siempre vuelve
En febrero del año pasado, un importante movimiento huelguístico se desarrolló por toda Gran Bretaña. Mick Lynch, un dirigente de los sindicatos británicos, fue capaz de expresar el sentimiento de los congregados en una manifestación en Londres con estas palabras: "Somos la clase obrera, y estamos aquí de nuevo". A pesar de los ataques posmodernos contra las clases sociales o contra la idea misma de la lucha de clases, nunca había habido tanta clase trabajadora en el mundo. Basta con comparar los porcentajes de población, como por ejemplo en España.
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Agricultura
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Industria
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Construcción
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Servicios
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1930
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45,5
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26,5
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(incluido en Industria)
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27,9
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1970
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29,3
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25,3
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8,9
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36,5
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2022
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3,8
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12,6
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6
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71,2
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Hay que considerar el retroceso en la conciencia y la organización la clase trabajadora como algo circunstancial, eso no cambia que sigue siendo la única clase capaz de representar una alternativa al capitalismo. Periódicamente se la pretende sepultar y anular su papel político. En los años 60 del pasado siglo se decía que estaba aburguesada por el consumismo, pero llegaron el mayo francés y el agosto checoslovaco y la guerra de Vietnam, y luego la revolución portuguesa y la fuerza del movimiento obrero español en los años 70 y la clase obrera volvió a mostrar su potencia. Así es y será cada vez que hay una grave crisis o un ataque desmesurado contra las clases trabajadoras, como se está viviendo en Argentina.
Las condiciones son diferentes, como lo son en cada cambio y crisis, y se han producido importantes modificaciones en la composición de la clase trabajadora y en la producción (precariedad, movilidad, centros de trabajo con menos concentración de trabajadores, mayor peso del sector servicios, etc.) pero sigue siendo la clase social explotada gracias a la cual sobrevive el capitalismo y, para error de los incrédulos, la que puede determinar el futuro de la humanidad.
¿Qué hacer?, parafraseando a Marx diríamos que los que militan, los que luchan, los que se organizan no quieren solo interpretar el mundo, sino transformarlo.
(*) Miguel Salas, miembro del comité de redacción de Sin Permiso
Fuente: www.sinpermiso.info, 4-2-24