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13.3.23

Republicanismo negro, democracia popular y socialismo en las ideas del Partido Ind. de Color en Cuba (1908-1912)

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Por Alexander Hall Lujardo (*)

Este texto esboza de forma sintética las bases conceptuales del pensamiento emancipatorio afrocubano desde finales del siglo XIX hasta la primera etapa republicana en la Isla.

Dicho conjunto de valores e ideas se proclamaron en disputa al proyecto liberal de la elite conservadora, que posterior a la independencia ascendió como clase dominante. En este contexto, la ideología de los sectores hegemónicos sustentada por una proyección clasista y excluyente en su concepción de la nacionalidad, fue impugnada por las clases populares y sectores marginados por el modelo inaugurado en 1902.

Este proceso de reivindicación consciente ante el racismo sistémico, el empobrecimiento económico y la segregación llevada a cabo contra la ciudadanía de pigmentación oscura, permiten conceptualizar a dicho conjunto de valores democráticos e ideas políticas como republicanismo negro;[1] dada la confluencia con la tradición de esta corriente teórica que ha reflexionado sobre la libertad como presupuesto de no-dominación y justicia social.[2]

Tales preceptos forman parte de una praxis articulada ante el sometimiento y relegación impuesta a los descendientes de africanos en América Latina, como parte del proyecto de modernización civilizatoria construida por las elites criollas bajo una concepción racista, anglo/eurocéntrica y heterosexual de la estructura socioclasista. En la visión antagónica de esos postulados se acometieron batallas en el plano político e intelectual por personalidades y movimientos que consagraron su ideario a la instauración de repúblicas populares e inclusivas, basado en criterios de equidad ciudadana entre todos los componentes étnico-raciales de la sociedad.

Condiciones socioeconómicas de la población negra (1886-1908)

La abolición de la esclavitud en 1886 por la metrópoli española marcó el inicio a nuevas formas de marginación social hacia las personas negras en Cuba. La condición de sometimiento físico fue suplantada por el trabajo asalariado sin garantías de protección laborales, sumado a los efectos excluyentes del racismo impuesto por el predominio de una mentalidad colonial que alimentaba en el imaginario la percepción del negro/a como «carente de instrucción», «valores cívicos» y «decencia».

La mayoría de la propaganda mediática resaltaba la condición «criminal» de los descendientes de africanos en sus manifestaciones culturales. Fue el caso de las campañas contra «el ñañiguismo» y «la brujería», compulsadas por un régimen que condenada dichas expresiones como elementos antagónicos al «orden civilizatorio». En 1887 el código penal consideraba una circunstancia agravante ser una «persona de color» al momento de sancionar un delito. En igual año, solo el 11 % de los negros y mulatos cubanos de todas las edades sabían leer y escribir, en comparación con el 33 % de los blancos.[3]

Los proyectos higienistas promovidos por personalidades influyentes como José Antonio Saco, consistieron en el fomento de la inmigración blanca y la emigración forzosa de las personas negras fuera de las fronteras territoriales. Acorde con esta visión de la elite criolla, fueron deportados a la isla-cárcel de Fernando Poo y Ceuta, miles de afrocubanos bajo el apartado de «asociación ilícita», relacionada con la práctica del fenómeno religioso-fraternal abakuá, debido al estigma epocal que criminalizaba a sus miembros-practicantes.

El racismo también estuvo presente al interior de las fuerzas insurgentes que se enfrentaron al colonialismo español, como resultado de la tradición esclavista e inferiorizante que permanecía enquistada en gran parte de la composición independentista. El patriota Manuel Sanguily, coherente con esa visión anti-negra, fue defensor del nacionalismo blanco al proclamar ideas que sostenían el statu quo social.

Así hayan sido millones los hombres de color que estuvieron junto a los cubanos [blancos] en la Revolución, el origen de ésta, su preparación, su iniciativa, su programa y su dirección, esto es la Revolución en su carácter, su esencia y sus aspiraciones, fue la obra exclusiva de los blancos (...) deben los negros y los demás hombres de color, nacidos o no en la Isla, estar siempre al lado de los cubanos [blancos].[4]

El general Antonio Maceo se opuso a esta concepción racista y subalternizadora de los derechos en el proyecto republicano nacional. El ideario político del líder santiaguero fue coherente con los preceptos revolucionarios, anticoloniales y abolicionistas/antirracistas; a pesar que la hegemonía del nacionalismo y la tradición marxista [ortodoxa] ha invisibilizado esta última faceta de su personalidad, en realce de una narrativa enfática en la epicidad de su accionar, contrapuesta a la sólida producción intelectual de su pensamiento.[5] A tenor con esta perspectiva independentista-popular, Maceo manifestó su rechazo sobre el legado y la pedagogía excluyente del maestro José de la Luz y Caballero en epístola enviada a Eugenio Hernández el 30 de julio de 1885:

Pepe de la Luz fue el "educador" del privilegio cubano, no fue "tan desinteresado", carecía de "religiosidad", de esa bondad humana de que quieren revestirle sus admiradores, no era "hombre ornado con todas las perfecciones" que se le atribuyen al gran educador (...) ¿Puede haber justicia donde no es igualmente distribuída [sic]? Ud. me contestará que las instituciones españolas se lo prohibían; pero eso no es exacto; Don Pepe tenía influencia y mucho talento, que pudo ejercer en beneficio de todos, como lo hizo en favor de algunos; pero era un imposible, el hombre no tenía grandes sentimientos; se confundió con Saco. El uno proclamó la conservación de la esclavitud que es lo mismo que declarar eterno el Gobierno de España en Cuba, y el otro, heredó y sostuvo la esclavitud que testó a su muerte. ¿Dónde está pues esa decantada grandeza? Caballero no completó su obra; fue buen hombre, tenía talento para la enseñanza pero la ejerció mal. No fue político, tuvo miedo, y le faltó valor para realizar la obra, que, sin darse cuenta, acometió, retrasándola con sus pensamientos de evoluciones, lo de hoy, llevado a cabo por sus discípulos.[6]

Con la muerte del general Antonio Maceo en 1896, sucedida luego de la caída en combate de José Martí [19 de mayo de 1895] y otros jefes militares de extracción humilde en los meses iniciales de la última gesta independentista (1895-1898), se produjo el secuestro de la guerra por la burguesía cubana vinculada al mambisado. Este cambio en la dirigencia le restó radicalidad al conflicto; hecho que comprometió los ideales en torno a la transformación del escenario social para los desposeídos y clases populares.[7]

La estrategia de la elite separatista consistía en sofisticar la dominación externa a través de la dependencia económica hacia una potencia ascendente [Estados Unidos], sin que ello implicase la alteración progresiva en el ámbito interno para los sectores relegados por el régimen colonial. De este modo, la sacarocracia criolla favorable a la independencia contribuyó a romper los vínculos de sujeción hacia España, para sostener su poderío sobre la base de la modernización de la infraestructura y la industria nacional, bajo nuevas herramientas neocoloniales que dejaban inalterable los factores que propiciaban la reproducción del racismo, las asimetrías económicas y la exclusión social.

A pesar de abolida la esclavitud en 1886, las condiciones de vida para la población de origen africano variaron de manera escasa en sus niveles perceptivos de explotación laboral. En el contexto decimonónico caracterizado por el predominio de relaciones de producción pre-capitalistas, persistía un escenario en el que no les resultaba demasiado complicado a los patronos y empresarios someter a largas horas de trabajo al personal contratado. Este contexto daba lugar a prácticas de neo-esclavitud hacia las personas racializadas, al ser una población carente de prestigio y capital para acometer proyectos capaces de imponerse en el mercado frente a sus competidores.

El ex-esclavizado Esteban Montejo relató en su reconocido testimonio Biografía de un cimarrón escrito por el etnógrafo Miguel Barnet, que dadas las agotadoras jornadas de trabajo, las precarias condiciones de existencia y la continuidad de la vida en los barracones, así como la permanencia de las prácticas de sojuzgamiento hacia los/as negros/as, afirmó que a su percepción la esclavitud aún no había culminado después de 1886.

Con todo ese tiempo en el monte ya yo estaba medio embrutecido. No quería trabajar en ningún lugar y sentía miedo de que me fueran a encerrar. Yo sabía bien que la esclavitud no se había acabado del todo. (...) A los barracones les habían quitado los cerrojos y los mismos trabajadores habían abierto huecos en las paredes para la ventilación. Ya no había cuidado de que nadie se escapara, ni nada de eso. Ya todos los negros estaban libres. En esa libertad que decían ellos, porque a mí me consta que seguían los horrores.[8]

Sobre las condiciones laborales de la población afrocubana, la investigadora Aline Helg manifiesta en su título Lo que nos corresponde. La lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba. 1886-1912, respecto a la situación de la población negra en el agro cubano en las últimas décadas del siglo XIX:

(...) las cosechas exportables más lucrativas procedían en lo fundamental de áreas controladas por blancos. Sólo el 4 % de la tierra que producía azúcar y el 9 % de la productora de tabaco estaban en manos de arrendatarios y propietarios negros (...) Los salarios en las labores agrícolas eran más altos en las regiones con predominio de blancos, donde se producía tabaco, que en las áreas azucareras, donde la mayoría de los trabajadores eran de ascendencia africana.[9]

A tenor con ello, expresa para referirse a las condiciones de segregación laboral en que se desarrolló la vida de este «grupo racial» entre 1886-1907:

El comercio estaba casi totalmente cerrado para los negros y mulatos: raramente alguno era mercader o vendedor. Ningún negro o mulato estaba empleado en un banco o como agente de finanzas o de seguros. En realidad, los negros  y mulatos trabajaban en el comercio sólo de forma marginal, como mensajeros. En el naciente sector de las comunicaciones y el transporte, que era de propiedad privada, los negros sólo tenían trabajo en los ferrocarriles, pero casi ninguno trabajaba en las compañías de telégrafos y teléfonos ni en las de tranvías. Debido a que pocos de ellos habían cursado un nivel escolar superior al elemental y porque su acceso a la universidad había sido virtualmente prohibido por la discriminación racial, estaban excluidos de las profesiones más prestigiosas: de 1 240 médicos cirujanos sólo 9 eran negros o mulatos y entre 1 347 abogados, 4 eran negros o mulatos. Sólo una mínima proporción de personas de color eran arquitectos y delineantes, dentistas, veterinarios, periodistas, impresores, litógrafos, artistas y fotógrafos; los negros y mulatos constituían la mitad de los músicos de Cuba.[10]

Exclusión económica, instrumentalización política y discriminación racial en la República

Desde  el período de ocupación estadounidense se implementó la exclusión de las personas negras en el servicio diplomático y el poder judicial. De igual modo, se implementó la división racial en parques y lugares de recreo públicos. En términos profesionales, el acceso a la universidad resultaba extremadamente complejo, pues en 1899 había solamente 6,3 % de profesionales negros; mientras que en 1907, 7 % y para 1919, solo 11,7 %.[11]

En el censo de 1899 correspondiente a un total de 4 824 soldados y policías eran negros solo 794. En 1907, de 8 328 miembros en las instituciones armadas, solo 1 178 eran negros y para 1917, de 16 328 soldados y policías, solamente 4 200 resultaron de pigmentación oscura. Las cifras demuestran la magnitud de la segregación, teniendo en cuenta que el 60 % de las tropas mambisas pertenecían al «componente racial» marginado. Este hecho ratifica la gravedad en términos de justicia histórica a la traición de los ideales que movilizaron a las fuerzas insurgentes contra la dominación española. Dichos valores estaban motivados a su vez, por el establecimiento de una república que recogiera las voluntades políticas de un sector que constituyó el soporte económico sobre el que se asentaba la estructura del régimen colonial.

La situación del campesinado de tez negra experimentó un permanente declive descapitalizador entre 1899-1931. Según el historiador marxista Jorge Ibarra Cuesta, «en 1899, había 3 092 propietarios negros y en 1931, 3 862, aumentando en sólo 770 propietarios. En 1899 había 11 247 arrendatarios negros; en 1931, 3 516 y 1 085 partidarios, para un total de 4 061. De este modo, el negro perdió el acceso a la tierra, mientras el número de propietarios blancos, cubanos y extranjeros, aumentó en 15 485 y el de arrendatarios y partidarios del mismo grupo racial, en 2 174».[12] La discriminación laboral apartó a la población afrocubana de los empleos burocráticos. Sin embargo, se encontraban sobrerrepresentados en empleos como el corte de caña, la construcción y el trabajo en zonas rurales, sumado a una serie de oficios como: panaderos, sastres, herreros, tabaqueros, albañiles y carpinteros.

El programa socialista del Partido Independiente de Color

El Partido Independiente de Color (PIC) se funda en 1908 bajo el período de segunda ocupación estadounidense, debido a las causas estructurales del nuevo régimen imperante que mantuvo en condiciones de exclusión política y marginación económica a la población negra. Su composición estuvo integrada por una parte importante de antiguos combatientes del Ejército Libertador, que vieron sus ideales de justicia social y derechos políticos vulnerados por la estructura de dominación neocolonial; caracterizada además por el predominio de un liderazgo caudillista, oligárquico y racista en el manejo del poder, bajo la hegemonía de una burguesía conservadora-dependiente.

La fundación del grupo político fue resultado de la degradación de los valores de la independencia en la clase política regente y la instrumentalización clientelar a que fueron sometidos sus derechos civiles. Desde que se anunciara públicamente la existencia de la organización, los diarios de la burguesía arremetieron en su contra a través de una narrativa que los tildaba de «racistas», atentar contra «la unidad nacional», «la soberanía», «los valores democráticos» y «la civilización» [moderna/occidental]. Sin embargo, en una detenida revisión del programa político publicado en su órgano oficial Previsión (1908-1910), es posible apreciar el carácter socialista de sus demandas; pues abogaban por una redistribución de las riquezas, la socialización del poder y el cese de la discriminación que sustentaban los soportes del modelo republicano.[13]

De este modo, exigían puntos que posteriormente integraron el programa de movimientos revolucionarios, al contemplar apartados como: el fin de la discriminación en el cuerpo diplomático, la enseñanza gratuita y obligatoria para los niños de seis a catorce años, la creación de Barcos-Escuelas con carácter correccional para los jóvenes, la libre inmigración de las personas sin preferencias para ninguna «raza», la instrucción universitaria universal, gratuita y nacional, la creación de escuelas politécnicas en cada una de las seis provincias enfocada también en la enseñanza de las artes y los oficios, así como la creación de un tribunal de trabajo que regulase las diferencias entre el capital y el trabajo.

Las demandas contempladas demuestran el compromiso social que caracterizaba su agenda en defensa de las clases desposeídas y los sectores preteridos por el orden republicano [oligárquico]. Tales prerrogativas se enfocaron en la socialización del bienestar y las riquezas a través de propuestas dirigidas a la materialización de la justicia reparativa. Sin embargo, la narrativa del poder y la prensa esgrimió su calificación «anexionista» para deslegitimar tales exigencias a través de documentos apócrifos,[14] tratados racistas revestidos de autoridad pseudocientífica, campañas mediáticas que reforzaban los estereotipos de negros «violadores», «salvajes» y «brujos»; en tanto su población padecía las peores condiciones de vida y se encontraba excluida de los centros de prosperidad económica, además de estar sometida al factor de la discriminación sistémico/estructural.

El apoyo popular a la agenda política del Partido Independiente de Color experimentó una ascendente aprobación desde 1908, fundamentalmente en la zona oriental del país. En 1910 Previsión expresó que contaba con 60 000 miembros entre los que estaban 15 000 veteranos, 12 generales y 30 coroneles, lo que representaba el 44 % de los votantes negros y mulatos, así como el 14 % de todos los ciudadanos mayores de 21 años. Sin embargo, la respuesta gubernamental ante ese vertiginoso aumento fue la promoción de la Enmienda Morúa (1910), que de modo tácito los apartaba del juego político constitucional.

El alzamiento iniciado el 20 de mayo de 1912 pretendía ser un mecanismo de persuasión al presidente José Miguel Gómez para derogar el recurso que los ilegalizaba e imposibilitaba participar en las elecciones presidenciales. El caudillo villareño había empleado semejante estrategia movilizativa durante la guerrita de agosto (1906) contra el fraude electoral de Tomás Estrada Palma, y protagonizó posteriormente el alzamiento de La Chambelona (1917), contra el fraude del presidente Mario García Menocal, del que sobrevivió en ambas circunstancias. Sin embargo, la presión mediática y el racismo estructural de la elite nacionalista, conspiró contra la supervivencia de la membresía política que se enfrentaba al bipartidismo conservador, siendo tales factores de carácter medular en la articulación de la masacre que produjo un saldo mortal estimado entre 2000 y 6000 afrocubanos.

La matanza encabezada por líderes del Ejército Nacional como Arsenio Ortiz, José de Jesús Monteagudo y José Francisco Martí Zayas-Bazán, solo puede ser explicada mediante la articulación de los dispositivos mediáticos, académicos y políticos que lastraron los derechos constitucionales de la organización. El análisis clasista del núcleo político-partidista realizada por el investigador Tomás Fernández Robaina tomando una muestra de los capturados,[15] certifica que el 85 % de la composición estuvo integrada por obreros de diversas esferas laborales: zapateros, constructores, campesinos, albañiles, maestros, entre otros; lo que evidencia el hartazgo de la clase trabajadora, al punto de acudir al levantamiento armado como plataforma de reivindicación sociopolítica.

Las ideas libertarias recogidas en el programa del Partido Independiente de Color constituyen un referente ineludible de igualdad y justicia. La membresía patriótica padeció primero el exterminio físico por las fuerzas represivas del Estado y su posterior invisibilización por las prioridades canónicas de la hegemonía historiográfica [blanca, nacionalista y marxista], mediante las tachaduras de la historia que distinguen las narrativas coloniales del saber/poder.[16] No obstante, sus fundamentos encarnan un soporte de inspiración por la equidad entre todos los componentes del etnos-nación cubano, a la vez que ofrece herramientas de solidez epistémica para repensar la democracia radical/popular, las ideas republicanas y la tradición no autoritaria del socialismo.

 


[1] José Antonio Figueroa: Republicanos negros. Guerras por la igualdad, racismo y relativismo cultural, Editorial Planeta Colombiana, S. A., Bogotá, 2022.

[2] Philip Pettit: Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Barcelona, 1999.

[3] Aline Helg: Lo que nos corresponde. La lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba. 1886-1912, Ediciones Imagen Contemporánea, La Habana, 2000.

[4] Manuel Sanguily: «Los negros y su emancipación», en Hojas Literarias, 31 de marzo de 1893.

[5] Aunque la mayor parte de la producción historiográfica ha resaltado los valores patrióticos y militares del caudillo, entre las obras que han trabajado su pensamiento se encuentran: Leopoldo Horrego Estuch: Antonio Maceo, héroe y carácter, La Habana, 1952; Raúl Aparicio: Hombradía de Antonio Maceo, Ediciones Unión, La Habana, 1966; Eduardo Torres-Cuevas: Antonio Maceo: las ideas que sostienen el arma, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975; Antonio Maceo: Ideología Política. Cartas y otros documentos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1998 y Armando Vargas Araya: El Código Maceo. El general Antonio en América Latina, Ediciones Imagen Contemporánea, La Habana, 2012.

[6] José Antonio Portuondo: El pensamiento vivo de Maceo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp. 78-79.

[7] Véase Ramón de Armas: La revolución pospuesta, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975 y Antonio Álvarez Pitaluga: Revolución, hegemonía y poder. Cuba 1895-1898, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2012.

[8] Miguel Barnet: Biografía de un cimarrón, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016, pp. 51-52.

[9] Aline Helg: Ob. Cit., p. 34-35.

[10] Ibídem, pp. 137-138.

[11] Jorge Ibarra Cuesta: Partidos políticos y clases sociales, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 188.

[12] Ibídem, p. 189.

[13] Previsión, 15 de octubre de 1908.

[14] Consultar de Julio César Guanche: «Vindicación de Evaristo Estenoz», en Sin Permiso, 2 de abril de 2022, disponible en https://www.sinpermiso.info/textos/cuba/vindicacion-historica-de-evaristo-estenoz. Consultado por última vez el 23 de febrero de 2023.

[15] Tomás Fernández Robaina: El negro en Cuba (1902-1958), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1994.

[16] Edgardo Lander: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, perspectivas latinoamericanas (editor), CLACSO, Buenos Aires, 2000.

 

(*) Alexander Hall Lujardo. Licenciado en Historia y activista afrodescendiente. Milita por el socialismo democrático.

Fuente: www.sinpermiso.info, 5-3-2023