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16.1.23

Brasil, viviendo la historia

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Por Esteban Valenti (*)

En apenas una semana se sucedieron en Brasil, más concretamente en Brasilia, dos acontecimientos que marcarán la historia de ese país y del continente.

Primero, la asunción del gobierno de Lula el 1 de enero del 2023 y el asalto en 8 de enero por una horda fascista y terrorista de los edificios de los tres poderes republicanos: el Congreso, el Palacio del Planalto (sede de la Presidencia y del gobierno) y la sede del Supremo Tribunal Federal. Una operación completa.

Los adjetivos en esta situación hay que elegirlos muy bien, no hay que dejarse llevar por la bronca y el horror ante la barbarie. Son efectivamente hordas fascistas y golpistas que utilizan métodos terroristas, apoyados por Jair Bolsonaro, sus hijos y algunos de los partidos que lo apoyaron, aunque ahora, ante el fracaso, intenten esconder la mano.

Días antes del intento de golpe de estado, circulaban en las redes convocatorias muy claras y abiertas convocando a esta asonada, algunas firmadas por el hijo de Bolsonaro, y en realidad el clima necesario fue creado por el ex presidente, cuando se negó a reconocer su derrota, incitó a sus partidarios a la violencia, implícita en sus mensajes, y se fue del país para no entregarle la banda presidencial a Lula.

Cada uno puede ser tomado como un episodio, pero en realidad lo que vimos por los medios nacionales e internacionales, con la asunción de Lula rodeada de un gran apoyo internacional y de cientos de miles de partidarios, era solo una parte, por otro lado corría el "otro Brasil", el lado oscuro, el que votó la continuidad de uno de los peores gobiernos que ha tenido ese país en cuanto a resultados económicos, sociales, productivos, internacionales, institucionales, de violación de los derechos humanos, de planificada deforestación, de los peores guarismos internacionales en materia de salud y de pandemia. Y sin embargo lo votaron 58 millones de brasileros, y el asalto golpista no fue protagonizado por la oligarquía, sino por miles de personas, de sectores lumpen y con la pasividad o la complicidad de parte de las fuerzas del orden, incluyendo la policía militar y los cuerpos armados del Estado.

Si no nos formulamos preguntas incómodas, cuando un gobierno progresista pero que además cuenta con el apoyo de un amplio espectro de partidos de izquierda, de centro y hasta de centro derecha, no afrontaremos el fondo de este drama, que puede volver a repetirse y con otra participación de los militares, que en este caso, no actuaron. Ni se sumaron al intento de golpe, ni se movilizaron para imponer el respeto a las instituciones.

¿Era previsible esta planificada operación, donde las fuerzas policiales  como lo muestra un video de la red O Globo - escoltan una multitud de bolsonaristas, identificados por la bandera de Brasil y la camiseta de la selección de fútbol hasta el explanada desde donde partiría el asalto a los edificios de los tres poderes de la democracia brasilera?

Era previsible. El campamento de los golpistas frente a la sede del Comando del Ejército en la capital, siguió instalado y reclamando un golpe, luego der asumir Lula, y en varias otras ciudades. Los mensajes en las redes incitando al golpe, el traslado en decenas de ómnibus de fascistas hasta Brasilia fue una constante de los últimos días de la semana. Es imposible, que los servicios de inteligencia del estado no supieran de estos movimientos y de los planes que tenían. No tuvo en absoluto nada de espontaneo. 

¿Qué hicieron, como reaccionaron los diversos organismos de seguridad e inteligencia?

No hicieron nada o casi nada. Ni que hablar las fuerzas policiales que dependen de la gobernación del Distrito Federal y en particular su Secretario de Justicia y seguridad, Anderson Torres, que fuera destituido y que el gobierno Federal pidió su captura. Casualmente Torres se encontraba en Orlando, Estados Unidos, donde se encuentra su jefe, Jair Bolsonaro.

La policía, que en Brasil tiene fuertes y potentes fuerzas de choque, brilló por su ausencia durante todas las muchas horas en que se consumó el asalto a los edificios del Estado. Solo tras varias horas recuperaron los edificios totalmente devastados y detuvieron a 1.500 manifestantes. Habrá que seguir con mucha atención como sigue esto a nivel judicial y político, no es un hecho brasilero, es continental por su impacto en toda la región.

El mismo día del asalto, un juez Federal, resolvió destituir por 90 días al gobernador bolsonarista del Distrito Federal Ibaneis Rocha y además ordenó al ejército directamente disolver de inmediato el campamento instalado frente a la sede del comando de esta fuerza en la capital del país.

Por su parte el presidente Luis Inasio LULA da Silva resolvió desde San Pablo, donde se encontraba en el momento del asalto, la intervención federal hasta el 31 de enero de la secretaria de seguridad de Brasilia y afirmó que los responsables del asalto, los financiadores e instigadores y financiadores, serán encontrados y penados de acuerdo a la ley y la Constitución. También deslizó una frase: si hay autoridades federales que tuvieron responsabilidad en el intento de golpe, deberán ser penados...gran interrogante gran.

El gobierno mostró firmeza y una reacción rápida. Tiene una gran dificultad, la composición del Congreso, con mayoría de adversarios y enemigos del gobierno.

Nunca antes había sucedido nada parecido en la historia muchas veces tormentosa de Brasil. ¿Cómo pudo reunirse una masa importante de golpistas fascistas llenos de odio, que gritaban, destrozaban todo a su paso y declaraban como poseídos?

Esa es la gran obra de Bolsonaro y la derecha brasilera, la única de sus cuatro años de gobierno: consolidar una base ideológica, cultural, cuasi religiosa de odio contra los diferentes, contra los adversarios, transformados en feroces enemigos, contra la ideología de género, contra las instituciones republicanas, contra el sistema electoral, naturalmente contra Lula y el PT, pero también contra el Supremo Tribunal Federal. Las tres sedes asaltadas son una síntesis completa de sus odios y de su reclamo de un golpe de estado que barra toda la democracia brasilera. Incluso absorbiendo a las fuerzas de derecha no golpista y fascista. Es muy grave.

Es un odio feroz e irracional, que fue sembrado durante cuatro años y que penetró profundamente en la sociedad brasilera, incluyendo su campaña contra los grandes medios de comunicación y es una sub cultura primitiva y básica, que incluye oligarcas de la gran producción agro ganadera, sectores de clase media (hay que mirar bien el mapa electoral completo) y sectores importantes del lumpen, de clases bajas desesperadas y embrutecidas. Por ello juntó 58 millones de votos. No es una pequeña minoría y es extremadamente peligrosa.

El objetivo de Bolsonaro y sus consejeros y partidarios, es impedir a cualquier costo que se consolide el gobierno de amplio espectro de Lula. E insistirán desde donde puedan, los dejen o su irresponsabilidad les imponga.

Eso exigirá más que antes, más que nunca, recuperar las bases sociales más amplias para la democracia en Brasil y esa es una gigantesca obra política, cultural de re civilización de una parte de la sociedad, pero también de fortalecer las bases institucionales y la firmeza en el combate contra el fascismo y el golpismo, dentro y fuera de las instituciones.

Esto no se resuelve solo con discursos hacen falta acciones, dentro de la Constitución y las leyes pero con una gran autoridad y firmeza. Efectivamente los culpables de los actos del domingo 8 de enero - que sin duda pasar{a a la historia - y de los actos preparatorios deben ser individualizados, desenmascarados y penados con toda la severidad de la ley y la constitución.

Estuvimos, y todavía estamos en peligro de un retroceso civilizatorio, tremendo, del principal país de América Latina y además de una página trágica para la democracia en el mundo. Pero también existe la oportunidad de una ofensiva política, legal, institucional y de limpieza del virus bolsonarista.

Esta herencia, la que se mostró el domingo 8 es mucho peor, más grave y peligrosa que toda la que refiere a la economía y la sociedad, es una amenaza permanente, aunque el gobierno deberá tener éxitos en sus principales tareas de reconstrucción social, de atender a los 30 millones de hambrientos y los 100 millones de pobres. Y se podía ver con un poco de atención que entre los asaltantes golpistas había también gente pobre y pretos y mujeres.

Siempre hay que considerar una frase de Charles Darwin: "La historia se repite. Ese es uno de los errores de la historia". No es fatal, depende de lo que hagamos los seres humanos.

 

 (*) Esteban Valenti. Trabajador del vidrio, cooperativista, militante político, periodista, escritor, director de Bitácora (www.bitacora.com.uy) y Uypress (www.uypress.net), columnista en el portal de información Meer (www.meer.com/es), de Other News (www.other-news.info/noticias). Integrante desde 2005 de La Tertulia de los jueves, En Perspectiva (www.enperspectiva.net). Uruguay