bitacora
ESPACIO PARA PUBLICIDAD
 
 

16.1.23

Sobre el "testamento" de Lenin (I)

imagen

León Trotsky (*)

La época de postguerra trajo consigo una gran difusión de la biografía psicolo´gica1. A menudo los maestros de este arte arrancan de cuajo las rai´ces que unen a su personaje con su ambiente social.

La fuerza motriz fundamental de la historia es atribuida a una abstraccio´n: la personalidad. El comportamiento del animal poli´tico –como brillantemente definio´ Aristo´teles al hombre– es reducido a pasiones e instintos personales.

La afirmacio´n de que la personalidad es algo abstracto puede parecer absurda. ¿Lo realmente abstracto no son las fuerzas extra-personales de la historia? ¿Y puede haber algo ma´s concreto que un hombre viviente? No obstante, insistimos en nuestra afirmacio´n. Si se despoja a una personalidad, incluso la ma´s dotada, del aporte del medio, la nacio´n, la e´poca, la clase, el grupo, la familia, so´lo quedara´ un auto´mata vaci´o, un robot psico-fisiolo´gico, un objeto digno para las ciencias naturales, pero no para las ciencias sociales o “humanas”.

Las causas que explican este descuido de la historia y la sociedad deben buscarse, como siempre, en la historia y en la sociedad mismas. Dos de´cadas de guerra, revoluciones y crisis han dado rudos golpes a la soberani´a de la personalidad humana. Para pesar a escala de la historia contempora´nea debido a su amplitud, todo debe ser medido en millones. Por la personalidad ofendida busca una revancha. Incapaz de luchar en igualdad de condiciones con la sociedad, le vuelve sus espaldas. Incapaz de explicarse a si´ misma partiendo del proceso histo´rico, intenta explicar la historia toma´ndose a si´ misma como punto de partida. Es asi´ como los filo´sofos hindu´es construyeron sistemas universales a partir de la contemplacio´n de su ombligo.

La escuela de la psicologi´a pura

La influencia de Freud sobre la nueva escuela biogra´fica es innegable, pero superficial. Por naturaleza, estos psico´logos de salo´n se dejan llevar por habladuri´as irresponsables. Ma´s que el me´todo, emplean la terminologi´a de Freud, y no tanto para un ana´lisis sino como para el ornamento literario.

El representante ma´s popular de este ge´nero, Emil Ludwig 2, en sus ma´s recientes obras innovo´ en este camino trillado: reemplazo´ el estudio de la vida y de los grandes acontecimientos de su he´roe por el dia´logo. Detra´s de las respuestas del hombre de Estado a las preguntas que se le formulan, detra´s de sus entonaciones y sus gestos, el escritor descubre sus verdaderos mo´viles. La conversacio´n se convierte casi en una confesio´n. En su te´cnica, la nueva forma de acercamiento de Ludwig al he´roe recuerda a la empleada por Freud para acercarse a su paciente: es cuestio´n de sacar a luz la personalidad con la propia colaboracio´n de e´sta. Pero a pesar de toda esta semejanza externa, ¡cua´n diferentes son estos me´todos en su esencia! La eficacia de la tarea de Freud se logra al precio de una heroica ruptura con toda clase de convenciones. El gran psicoanalista es despiadado. Cuando se pone manos a la obra, es como un cirujano, casi como un carnicero con las mangas arremangadas. Podra´ decirse lo que se quiera, pero en su te´cnica no hay el menor rastro de diplomacia. Lo que menos le preocupa es el prestigio de su paciente, consideraciones de forma o cualquier otra discordancia o adornos. Por esta razo´n so´lo puede realizar su dia´logo frente a frente, sin secretario ni esteno´grafa, tras puertas cerradas.

Ludwig no obra del mismo modo. Inicia una conversacio´n con Mussolini o Stalin, con el propo´sito de ofrecer al mundo un aute´ntico retrato de sus almas. Y au´n asi´ toda la conversacio´n se desarrolla con arreglo a un plan previamente trazado. Cada palabra es tomada por una esteno´grafa. El ilustre paciente sabe muy bien lo que puede ser u´til o perjudicial en este proceso. El escritor es suficientemente experimentado para distinguir las argucias reto´ricas y lo bastante corte´s para no advertirlas. El dia´logo que se desarrolla en semejantes condiciones, si se asemeja a una confesio´n, se parece a la realizada ante un grabador de sonidos.

Emil Ludwig tiene razo´n al declarar: “No comprendo nada de poli´tica”. Con esto pretende significar: “Yo estoy por encima de la poli´tica”. En realidad, es una mera fo´rmula de neutralidad personal o, para usar el lenguaje de Freud, es la censura interna que facilita al psico´logo su funcio´n poli´tica. De ide´ntica manera los diploma´ticos no intervienen en la vida interna del pai´s ante cuyo gobierno esta´n acreditados, lo cual no les impide, en ciertas ocasiones, apoyar conspiraciones y financiar actos de terrorismo.

La misma persona, en diferentes condiciones, desarrolla distintos aspectos de su poli´tica. ¿Cua´ntos Aristo´teles hay que cuidan cerdos y cua´ntos cuidadores de cerdos lucen una corona sobre su cabeza? Pero Ludwig puede resolver fa´cilmente, inclusive la contradiccio´n entre bolchevismo y fascismo reducie´ndola a una simple cuestio´n de psicologi´a individual. Ni aun el ma´s penetrante psico´logo podri´a adoptar impunemente una “neutralidad” tan tendenciosa. Dejando de lado las condiciones sociales de la conciencia humana, Ludwig se interna en el reino del mero capricho subjetivo. El “alma” no tiene tres dimensiones y por eso es incapaz de la resistencia propia de todos los otros materiales. El escritor pierde el gusto por el estudio de hechos y documentos. ¿Para que´ usar estas evidencias incoloras cuando pueden ser reemplazadas por brillantes conjeturas?

En su libro sobre Stalin, asi´ como en el dedicado a Mussolini, Ludwig permanece “ajeno a la poli´tica”. Pero esto no impide, de ninguna manera, que sus trabajos se conviertan en un arma poli´tica. ¿Un arma poli´tica para quie´n? En un caso, para Mussolini, en el otro, para Stalin y su grupo. La naturaleza tiene horror al vaci´o. Si Ludwig no se ocupa de poli´tica, ello no quiere decir que la poli´tica no se ocupe de Ludwig.

Al publicarse mi autobiografi´a [Mi Vida, NdE], hara´ unos tres an~os, el historiador oficial sovie´tico Pokrovsky 3, ahora fallecido, escribio´: “Debemos responder inmediatamente a este libro, encomendando a nuestros jo´venes instruidos la tarea de refutar todo cuanto pueda refutarse, etc.”. Pero es chocante que nadie, absolutamente nadie respondiera. Nada fue analizado, nada fue refutado. No habi´a nada que refutar y no hubo nadie capaz de escribir un libro susceptible de encontrar lectores.

Como un ataque frontal se habi´a revelado imposible, hubo que recurrir a dar un rodeo. Por supuesto, Ludwig no es un historiador de la escuela stalinista. Es un psico´logo, un biógrafo independiente. Pero un escritor ajeno a toda poli´tica puede ser el medio ma´s conveniente para poner en circulacio´n ideas que no podri´an sobrevivir sin el apoyo de un nombre conocido. Veamos co´mo esto se presenta en los hechos reales.

“Seis palabras”

Citando un testimonio de Karl Radek, Emil Ludwig relata, segu´n aque´l, el siguiente episodio: “Despue´s de la muerte de Lenin nos halla´bamos reunidos diecinueve miembros del Comite´ Central, esperando ansiosamente lo que nuestro desaparecido jefe iba a decirnos desde su tumba. La viuda de Lenin nos entrego´ una carta. Stalin la leyo´. Nadie se movio´ durante la lectura. Cuando se llego´ al pasaje relativo a Trotsky que deci´an: “Su pasado no-bolchevique no es accidental”, Trotsky interrumpio´ la lectura y pregunto´: ‘¿Que´ dice alli´?’ La frase fue repetida. Estas fueron las u´nicas palabras pronunciadas en ese solemne momento”.

Y entonces, en su condicio´n de analista y no de narrador, Ludwig hace por su propia cuenta el siguiente comentario: “Un terrible momento en el que el corazo´n de Trotsky debe haber dejado de latir; esta frase de seis palabras ha determinado el curso de su vida”. ¡De que´ simple forma parece encontrar la llave de los enigmas de la historia! Estas li´neas de Ludwig, llenas de piedad, sin duda me habri´an revelado el secreto de mi destino si... esta historia de Radek-Ludwig no fuera falsa de la A a la Z, falsa en las grandes y pequen~as cosas, en lo importante y en lo intrascendente.

Por empezar, el testamento fue escrito por Lenin no dos an~os antes de su muerte, como afirma el autor, sino con un an~o de anticipacio´n. Fue fechado el 4 de enero de 1923; Lenin fallecio´ el 21 de enero de 1924. Su vida poli´tica ceso´ completamente en marzo de 1923. Ludwig habla como si el testamento nunca hubiera sido publicado completamente. Sin embargo, ha sido impreso docenas de veces, en todos los idiomas de la prensa mundial. La primera lectura oficial del testamento tuvo lugar en el Kremlin, no en una sesio´n del Comite´ Central, como Ludwig escribe, sino en el Consejo de “notables” del XIII congreso del partido, el 22 de mayo de 1924. No fue Stalin quien leyo´ el testamento, sino Kamenev, en su entonces permanente posicio´n de presidente de las instituciones centrales del partido. Y finalmente –y lo que es ma´s importante– yo no interrumpi´ la lectura con una exclamacio´n inquietante ya que no teni´a ninguna razo´n para hacerlo.

Las palabras que Ludwig ha escrito al dictado de Radek no se hallan en el texto del testamento. Son pura invencio´n. Por difi´cil que resulte creerlo, estos son los hechos.

Si Ludwig no hubiera sido tan poco cuidadoso en cuanto a los fundamentos reales de sus representaciones psicolo´gicas, habri´a podido sin dificultad, obtener un ejemplar del texto exacto del testamento, estableciendo los hechos y fechas necesarias, evitando de este modo estos miserables errores de los que desgraciadamente esta´ lleno su trabajo acerca del Kremlin y los bolcheviques.

El llamado testamento de Lenin, fue escrito en momentos diferentes, separados por un intervalo de diez di´as: el 25 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923. Al principio so´lo dos personas conoci´an su existencia: la esteno´grafa, M. Volodicheva, que lo escribio´ al dictado y la esposa de Lenin, N. Krupskaia. Durante mucho tiempo, mientras permanecio´ una luz de esperanza en cuanto al mejoramiento de la salud de Lenin, Krupskaia mantuvo el documento bajo llave. Despue´s de la muerte de Lenin, no mucho antes del XIII congreso, aque´lla entrego´ el testamento al Secretariado del Comite´ Central para que, por intermedio del Congreso, fuera dado a conocer al partido, al cual estaba destinado.

Ya entonces el aparato del partido se hallaba de manera semioficial en manos de la “troika” Zinoviev-Kamenev-Stalin, de hecho, en manos de Stalin. La “troika” se manifesto´ decididamente contra la lectura del testamento en el congreso, por motivos no muy difi´ciles de comprender. La Krupskaia insistio´. En esta etapa, la discusio´n se daba entre bastidores. La cuestio´n fue diferida para una reunio´n de “notables” del congreso, es decir, los dirigentes de las delegaciones provinciales. Fue alli´ cuando los miembros oposicionistas del Comite´ Central por primera vez se informaron de la existencia del testamento, yo entre ellos. Despue´s de haber adoptado la resolucio´n de que nadie tomara notas, Kamenev comenzo´ a leer el texto en voz alta. Entre los oyentes la tensio´n era extrema. Pero en la medida en que puedo restablecer la escena de memoria, debo decir que quienes ya conoci´an el contenido del documento eran, de lejos, los ma´s ansiosos.

La “troika” hizo presentar a trave´s de uno de sus hombres, una resolucio´n previamente acordada con los dirigentes provinciales: el documento seri´a lei´do separadamente a cada delegacio´n en una sesio´n ejecutiva; nadie podri´a tomar notas; en la sesio´n plenaria del Congreso, el testamento no seri´a mencionado. Con la corte´s insistencia que le era caracteri´stica, la Krupskaia sostuvo que e´sta era una violacio´n directa de la voluntad de Lenin, a quien nadie podi´a negar el derecho de exponer sus u´ltimas advertencias al partido. Pero los miembros del Consejo de “notables”, ligados por una disciplina fraccional, se obstinaron: la resolucio´n de la “troika” fue adoptada por una gran mayori´a.

Para comprender la significacio´n de estas mi´ticas y mi´sticas “seis palabras” que se supone han decidido mi destino, es preciso recordar ciertas circunstancias pasadas y presentes. Ya en el peri´odo de agudas disputas acerca de la Revolucio´n de Octubre, algunos “viejos bolcheviques” del ala derecha, ma´s de una vez hicieron notar con disgusto que Trotsky, despue´s de todo, era bolchevique desde haci´a poco tiempo. Lenin se levanto´ siempre contra estas voces. Trotsky comprendio´ hace mucho que la unio´n con los mencheviques era imposible –dijo, por ejemplo, el 14 de noviembre de 1917– “y desde entonces no ha habido mejor bolchevique que e´l”. En labios de Lenin estas palabras tienen un significado. Dos an~os ma´s tarde, explicando en una carta a los comunistas extranjeros las condiciones bajo las cuales se habi´a desarrollado el bolchevismo, los desacuerdos y escisiones, Lenin destacaba que en el momento decisivo de la conquista del poder y la creacio´n de la Repu´blica Sovie´tica el bolchevismo se mostro´ unido y atrajo todo lo que habi´a de mejor entre las corrientes del pensamiento socialista ma´s afines a e´l. No habi´a ninguna corriente ma´s afi´n al bolchevismo, ni en Rusia ni en Occidente, que la que represente´ hasta 1917. Mi unio´n con Lenin habi´a sido predeterminada por la lo´gica de las ideas y de los acontecimientos. En el momento decisivo, el bolchevismo reunio´ en sus filas “a los mejores elementos ‘dentro de las tendencias’ ma´s afines a e´l”. Tal fue la apreciacio´n del problema hecha por Lenin. No tengo ninguna razo´n para disentir con e´l.

Durante los dos meses de discusio´n sobre la cuestio´n de los sindicatos (invierno de 1920-21)4, Stalin y Zinoviev intentaron nuevamente hacer correr rumores sobre el pasado no-bolchevique de Trotsky. En respuesta, los dirigentes ma´s impetuosos del campo opuesto, recordaron a Zinoviev su conducta durante la insurreccio´n de Octubre. Repensando todo esto en su lecho de muerte, y pregunta´ndose acerca de si se cristalizari´an las relaciones sin e´l en el partido, Lenin no podi´a dejar de prever que Stalin y Zinoviev procurari´an utilizar mi pasado no-bolchevique para movilizar a los viejos bolcheviques contra mi´. El testamento se esfuerza, entre otras cosas, tambie´n por prevenir este peligro. He aqui´ lo que dice inmediatamente despue´s de su caracterizacio´n de Stalin y Trotsky: “No caracterizare´ a los dema´s miembros del Comite´ Central por lo que respecta a sus cualidades personales. U´nicamente recordare´ que el episodio de Octubre de Zinoviev y Kamenev no fue, en modo alguno casual pero que, al igual que el no-bolchevismo de Trotsky, no debe utilizarse como un reproche personal”. Esta advertencia de que el episodio de Octubre no fue casual persigue un propo´sito claramente definido: advertir al partido que en circunstancias cri´ticas Zinoviev y Kamenev podi´an demostrar de nuevo carencia de firmeza. Esta advertencia no se relaciona, sin embargo, con la observacio´n acerca de Trotsky. En cuanto a mi´, sencillamente recomienda no usar mi pasado no-bolchevique como un argumento ad hominem. Por ello es que yo no teni´a motivos para formular la pregunta que Radek me atribuye. La hipo´tesis de Ludwig segu´n la cual mi corazo´n “detuvo sus latidos” tambie´n se desploma por falta de base. El testamento, escrito para guiar el trabajo partidario, no me creaba la menor dificultad.

Como veremos ma´s adelante, persegui´a un propo´sito exactamente opuesto.

Las relaciones mutuas entre Stalin y Trotsky

El tema central del testamento, que ocupa dos pa´ginas escritas a ma´quina, esta´ dedicado a la caracterizacio´n de las relaciones mutuas entre Stalin y Trotsky, “los dos dirigentes ma´s capacitados del presente Comite´ Central”. Habiendo subrayado las “excepcionales capacidades” de Trotsky (“el hombre ma´s capaz del actual Comite´ Central”), Lenin sen~ala inmediatamente sus rasgos adversos: “excesiva confianza en si´ mismo” y “propensio´n a dar un lugar excesivo al aspecto administrativo de las cosas”. Por serias que en si´ mismas puedan ser las faltas sen~aladas –subrayo al pasar– no tienen relacio´n alguna con la “subestimacio´n de los campesinos” o la “carencia de confianza en las fuerzas internas de la revolucio´n”, o cualquiera otra invencio´n de los epi´gonos en los u´ltimos an~os.

Por otra parte, Lenin escribio´: “Al convertirse en secretario general el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder enorme y no estoy convencido que sepa emplearlo siempre con la suficiente prudencia”.

No se trata aqui´ de la influencia poli´tica de Stalin, que en ese peri´odo era insignificante, sino del poder administrativo que habi´a concentrado en sus manos “al convertirse en secretario general”. Es e´sta una fo´rmula muy exacta y sabiamente examinada: volveremos a referirnos a ella.

El testamento insiste sobre la necesidad de aumentar a cincuenta el nu´mero de miembros del Comite´ Central, o incluso a cien, para que esta creciente presio´n pudiera contrarrestar las tendencias centri´fugas del Buro´ Poli´tico. Esta propuesta organizativa au´n tiene la apariencia de una garanti´a neutral contra los conflictos personales. Pero apenas diez di´as ma´s tarde le parecio´ a Lenin inadecuado y agrego´ una propuesta suplementaria que dio tambie´n a todo el documento su fisonomi´a final: “...Propongo a los camaradas que reflexionen sobre el medio de desplazar a Stalin de este cargo y nombren en su lugar a otro hombre que lo supere en todos los aspectos, que se distinga del camarada Stalin por su superioridad, es decir, que sea ma´s paciente, ma´s leal, ma´s afable y ma´s atento con los compan~eros, menos caprichoso, etc.”.

Durante los di´as en que el testamento fue dictado, Lenin au´n trataba de dar a su apreciacio´n cri´tica de Stalin una expresio´n menos exacerbada. En las semanas siguientes el tono ascendio´ cada vez ma´s, hasta su u´ltima hora en que su voz ceso´ para siempre. Pero incluso en el testamento dice bastante sobre esto como para motivar la exigencia de un reemplazo del secretario general: Stalin no so´lo es acusado de caprichoso y descorte´s, sino tambie´n de falta de lealtad. A esta altura la caracterizacio´n se convierte en una grave acusacio´n.

Como se vera´ ma´s tarde, el testamento no pudo ser una sorpresa para Stalin. Pero esto no amortiguo´ el golpe. En su primer conocimiento del documento, en el secretariado, ante el ci´rculo de sus ma´s estrechos asociados, Stalin dejo´ escapar una frase que dejaba correr libremente sus verdaderos sentimientos hacia el autor del testamento. Las condiciones en que esta frase se difundio´ en los ma´s amplios ci´rculos y, sobre todo, la calidad inimitable de la reaccio´n en si´ misma, son para mi´ una absoluta garanti´a de la autenticidad del episodio. Desgraciadamente, esta frase ete´rea no podri´a ser impresa.

La conclusio´n del testamento demuestra sin error posible do´nde, segu´n la opinio´n de Lenin, estaba el peligro. Reemplazar a Stalin –so´lo a e´l y a nadie ma´s que a e´l– significaba amputarle del aparato, impedirle la posibilidad de presionar la larga manga de la palanca, privarle de todo el poder que habi´a concentrado en sus manos desde su cargo. ¿Quie´n seri´a designado entonces secretario general? Alguien que, teniendo las condiciones positivas de Stalin, fuera ma´s paciente, ma´s leal, menos caprichoso. Esta fue la frase que golpeo´ ma´s duramente a Stalin. Era evidente que Lenin, no le consideraba irremplazable desde que proponi´a que busca´ramos una persona ma´s adecuada para su cargo. Presentando su renuncia formal, el secretario general caprichosamente segui´a repitiendo: “Bien, soy rudo; Ilich sugiere que ustedes busquen otro que se diferencie de mi´ so´lo en su mayor amabilidad. ¡Bien! ¡So´lo tienen que encontrarlo!”.

“No te preocupes –respondio´ la voz de uno de sus amigos de entonces–. No tememos a la rudeza. Todo nuestro partido es rudo, proletario”. Se atribui´a asi´ a Lenin, indirectamente, una concepcio´n de salo´n de la delicadeza. En cuanto a la acusacio´n de deslealtad, ni Stalin ni sus amigos teni´an una palabra que decir. No carece de intere´s saber que la voz de apoyo partio´ de A. P. Smirnov, el comisario del pueblo de Agricultura, ahora excomulgado por oposicionista de derecha. ¡Decididamente, la poli´tica es muy ingrata!

Radek, que era todavi´a miembro del Comite´ Central, estaba sentado a mi lado durante la lectura del testamento. Cediendo fa´cilmente a los impulsos del momento y falto de un control de si´ mismo, se enardecio´ inmediatamente cuando escucho´ el testamento e inclina´ndose hacia mi´, me dijo: “Ellos no se aventurara´n por ahora a atacarlo a usted”. Le respondi´: “Por el contrario, ira´n hasta li´mites extremos y, por otro lado, lo ma´s ra´pidamente que les sea posible”. Los di´as inmediatamente posteriores al XIII congreso demostraron que mi juicio era el ma´s sensato. La “troika” se vei´a obligada a prever las posibles repercusiones del testamento colocando al partido cuanto antes frente a un hecho consumado. La misma lectura del documento a las delegaciones locales, sin la admisio´n de “extran~os”, fue convertida en una lucha abierta contra mi´. Los dirigentes de las delegaciones cuando leyeron, escamotearon algunas palabras, subrayaron otras, y haci´an comentarios tendientes a dar la sensacio´n de que la carta habi´a sido escrita por un hombre seriamente enfermo y bajo la influencia de intrigas y maniobras. El aparato estaba ya completamente bajo control. El simple hecho de que la “troika” fuera capaz de transgredir la voluntad de Lenin, nega´ndose a leer su carta al Congreso, caracteriza suficientemente la composicio´n de este u´ltimo y su atmo´sfera. El testamento no debilita ni detiene la lucha interior sino que, por el contrario, le imprime un ritmo catastro´fico.

La actitud de Lenin hacia Stalin

La poli´tica es obstinada. Obliga incluso a ponerse a su servicio a aquellos que ostensiblemente le vuelven la espalda. Ludwig escribio´: “Stalin siguio´ fervientemente a Lenin hasta su muerte”. Si esta frase quiere simplemente expresar la poderosa influencia de Lenin sobre sus disci´pulos, inclusive Stalin, no habri´a ningu´n problema. Pero Ludwig quiere decir algo ma´s. Quiere sugerir que una afinidad de pensamiento particular existi´a entre el maestro y su disci´pulo. Como un testimonio de valor excepcional, Ludwig cita al respecto las palabras del propio Stalin: “So´lo soy un disci´pulo de Lenin y mi objetivo es ser digno de mi maestro”. Es verdaderamente lamentable que un psico´logo profesional emplee, sin espi´ritu cri´tico, una frase banal, cuya modestia puramente convencional no contiene un a´tomo de verdad. Ludwig se convierte aqui´ en un simple transmisor de la leyenda oficial creada durante los u´ltimos an~os. Dudo que tenga la ma´s remota idea de las contradicciones a que lo ha llevado su indiferencia hacia a los hechos. Si Stalin habi´a seguido verdaderamente a Lenin hasta su muerte, ¿co´mo explicar entonces que el u´ltimo documento dictado por e´ste, en vi´speras de su segundo ataque, fuera una breve carta dirigida al primero, en total unas pocas li´neas, rompiendo toda relacio´n personal de camaraderi´a? Este hecho, u´nico en su ge´nero en la vida de Lenin –de ruptura definitiva con uno de sus colaboradores ma´s pro´ximos–, debe haber tenido causas psicolo´gicas muy serias y seri´a, por lo menos, incomprensible en las relaciones con un disci´pulo que habri´a seguido “con fervor” a su maestro hasta el final. Y no obstante, Ludwig no dice una palabra acerca de esto.

Cuando la carta de Lenin de ruptura con Stalin se difundio´ ampliamente entre los dirigentes del partido, en la e´poca en que la “troika” se disloco´, Stalin y sus ma´s i´ntimos amigos, no tuvieron otra salida que resucitar la vieja historia sobre la gravedad de la enfermedad de Lenin. De hecho, el testamento, asi´ como la carta de ruptura, fueron escritos durante estos mismos meses (de diciembre de 1922 a comienzos de marzo de 1923) en los que Lenin, en una serie de arti´culos programa´ticos, dio al partido los ma´s maduros frutos de su pensamiento. La ruptura con Stalin no cayo´ del cielo. Era el resultado de una larga serie de conflictos precedentes, tanto sobre cuestiones de principios como pra´cticas e ilumina con una luz tra´gica toda la acritud de estos conflictos.

Sin duda alguna, Lenin apreciaba mucho algunos rasgos de Stalin: su firmeza de cara´cter, tenacidad, obstinacio´n, aun su crueldad y astucia, condiciones necesarias en una guerra y, por tanto, en un Estado Mayor. Pero Lenin estaba lejos de pensar que estas caracteri´sticas, incluso en una escala extraordinaria, fueran suficientes para dirigir el partido y del Estado. Lenin vei´a en Stalin un revolucionario, pero no un hombre de Estado de gran envergadura. La teori´a teni´a para Lenin una alta importancia en la lucha poli´tica. Nadie consideraba a Stalin un teo´rico y e´l mismo, hasta 1924, nunca manifesto´ ninguna pretensio´n de este tipo. Por el contrario, la debilidad de su formacio´n teo´rica so´lo era conocida en un ci´rculo restringido. Stalin no conoci´a Occidente; no hablaba ningu´n idioma extranjero. Jama´s participo´ en la discusio´n de los problemas del movimiento obrero internacional. Y finalmente –aunque sea lo menos importante pero no carente de un cierto significado– no era, en el sentido estricto del te´rmino, escritor ni orador. Sus arti´culos, a pesar de la cautela del autor, no so´lo esta´n llenos de ingenuidades y torpezas teo´ricas, sino tambie´n de errores groseros contra la lengua rusa. El valor de Stalin a los ojos de Lenin residi´a en su rol en la esfera administrativa y en el manejo del aparato del partido. Pero inclusive en esto Lenin teni´a importantes reservas, y e´stas aumentaron durante el u´ltimo peri´odo.

Lenin despreciaba a los moralistas idealistas. Pero esto no le impedi´a ser muy riguroso en cuanto a la moral revolucionaria, es decir, con las reglas de conducta que consideraba necesarias para el e´xito de la revolucio´n y la creacio´n de la nueva sociedad. En la rigurosidad de Lenin, que flui´a libre y naturalmente de su cara´cter, no habi´a una gota de pedanteri´a, santurroneri´a o intolerancia. Conoci´a muy bien a los hombres y los tomaba tal cual eran. Combinaba los defectos de unos con las virtudes de otros, y algunas veces incluso con sus defectos, sin dejar nunca de estudiar atentamente lo que resultaba de ello. Tambie´n sabi´a que las cosas cambian, y nosotros con ellas. El partido habi´a dado un salto fenomenal de la ilegalidad a las alturas del poder. Esto creaba para todos los viejos revolucionarios un cambio extremadamente brusco tanto en su situacio´n personal como en las relaciones con los dema´s. Lo que Lenin descubrio´ en Stalin bajo estas nuevas condiciones lo dijo cuidadosa pero de manera completamente clara en su testamento: una falta de lealtad y una inclinacio´n al abuso del poder. Ludwig no presta atencio´n a estas alusiones. Y, sin embargo, es en ellas donde puede hallarse la clave de las relaciones entre Lenin y Stalin en el u´ltimo peri´odo.

Lenin no era solamente un teo´rico y un te´cnico de la dictadura revolucionaria, sino tambie´n un atento guardia´n de sus fundamentos morales. Toda alusio´n referente al empleo del poder en beneficio de intereses personales encendi´a amenazadoramente sus ojos. “¿Co´mo eso puede pretender ser mejor que el parlamentarismo burgue´s?”, preguntaba, expresando de una forma ma´s concreta su indignacio´n. Y frecuentemente an~adi´a con respecto al parlamentarismo una de sus sorprendentes definiciones. Mientras tanto, Stalin empleaba cada vez ma´s amplia y arbitrariamente las posibilidades de la dictadura revolucionaria para reclutar gentes personalmente devotas y con obligaciones hacia e´l. En su condicio´n de secretario general se convirtio´ en el distribuidor de los favores y la fortuna. Esa era la base de un conflicto inevitable. Lenin perdio´, poco a poco, su confianza moral en Stalin. Si se tiene en cuenta este hecho fundamental, entonces todos los episodios particulares del u´ltimo peri´odo se ubican ajustadamente en su lugar y se tiene una apreciacio´n real y no falsa de la actitud de Lenin hacia Stalin.

Sverdlov y Stalin como tipos de organizador

Para dar al testamento su verdadero lugar en el desarrollo del partido, es preciso hacer aqui´ una digresio´n. Hasta la primavera de 1919, el principal organizador del partido habi´a sido Sverdlov. No gozaba de la denominacio´n de secretario general, nombre que hasta entonces no se habi´a inventado, pero en realidad ejerci´a esa funcio´n. Sverdlov murio´ a los 34 an~os de edad en marzo de 1919, de una enfermedad llamada entonces gripe espan~ola. Con la prolongacio´n de la guerra civil y la epidemia, que se cobraban sus vi´ctimas, el partido apenas advirtio´ la gravedad de esta pe´rdida.

En dos discursos pronunciados con ocasio´n de su muerte, Lenin hizo un elogio de Sverdlov, elogio que tambie´n arroja luz sobre sus u´ltimas relaciones con Stalin. “En el curso de nuestra revolucio´n, en sus victorias –deci´a– ha correspondido a Sverdlov expresar ma´s plena e integralmente que cualquier otro la esencia misma de la revolucio´n proletaria”. Sverdlov fue “ante todo y sobre todo un organizador”. Este modesto obrero, que trabajo´ en la ilegalidad, que no era ni un teo´rico ni un escritor, se convirtio´ en poco tiempo en un organizador que adquirio´ una autoridad indiscutible: un organizador de todo el poder sovie´tico en Rusia y del trabajo del partido, y comprendio´ ese trabajo mejor que nadie. A Lenin no le gustaban las exageraciones en las celebraciones o las oraciones fu´nebres. Su elogio a Sverdlov fue al mismo tiempo una caracterizacio´n de las tareas del organizador: “So´lo gracias a que hemos contado con un organizador tal como Sverdlov fuimos capaces de trabajar en tiempos de guerra, como si no hubie´ramos tenido un solo conflicto digno de mencio´n”.

Y asi´ fue, en efecto. En conversaciones sostenidas por entonces con Lenin subrayamos ma´s de una vez, con creciente satisfaccio´n, una de las principales condiciones de nuestro e´xito: la unidad y solidaridad del grupo dirigente. No obstante la terrible presio´n de las dificultades y acontecimientos, lo nuevo de los problemas y los agudos desacuerdos que estallaban en el momento, el trabajo se prosegui´a sin interrupciones, en un clima de extraordinaria armoni´a y camaraderi´a. En pocas palabras recorda´bamos algunos episodios de las viejas revoluciones: “No, entre nosotros las cosas marchan mejor”. “Esta es la u´nica garanti´a de nuestra victoria”. La solidez de la direccio´n habi´a sido preparada por toda la historia del bolchevismo, y era sostenida por la autoridad indiscutible de los jefes y, sobre todo, de Lenin. Pero el mecanismo interno de esta unanimidad sin precedentes habi´a tenido como principal te´cnico a Sverdlov. El secreto de su arte era simple: se guiaba por los intereses de la causa y so´lo por ellos. Ningu´n obrero del partido temi´a que desde el Estado Mayor se deslizaran intrigas. La base de la autoridad de Sverdlov era su lealtad.

Habiendo pasado en revista las cualidades de todos los dirigentes del partido, Lenin en su discurso saco´ la siguiente conclusio´n: “Jama´s podremos reemplazar a un hombre como este, si por reemplazo entendemos hallar un camarada que reu´na tan grandes cualidades... Las tareas que cumpli´a e´l solo, u´nicamente podra´n ser cumplidas ahora por todo un grupo de camaradas que seguira´n su ejemplo y continuara´n su obra”. Estas palabras no eran una mera fo´rmula reto´rica, sino estrictamente una propuesta pra´ctica. Y la propuesta fue aceptada. En lugar de un solo secretario, se designo´ un secretariado integrado por tres camaradas.

Estas palabras de Lenin muestran, evidentemente, incluso a los no que no conocen la historia del bolchevismo, que durante la vida de Sverdlov, Stalin no desempen~o´ un papel dirigente en el aparato del partido ni durante la Revolucio´n de Octubre ni en el peri´odo en que se echaron los fundamentos del Estado sovie´tico. Stalin tampoco fue incluido en el primer secretariado que reemplazo´ a Sverdlov.

En el X Congreso, dos an~os despue´s de la muerte de Sverdlov, Zinoviev y otros, no sin una secreta reticencia teniendo en cuenta la lucha contra mi´, apoyaron la candidatura de Stalin para secretario general –esto es, lo colocaron “de jure” en la posicio´n que Sverdlov habi´a ocupado “de facto”. Lenin hablo´ en un pequen~o ci´rculo contra este proyecto, expresando su temor de que “este cocinero so´lo nos prepare platos picantes”. Esta sola apreciacio´n, comparada con el cara´cter de Sverdlov, nos revela todas las diferencias entre los dos tipos de organizadores: el uno, infatigable en limar conflictos, facilitando el trabajo del comite´ y, el otro, un especialista en platos picantes sin temor a sazonarlos en su momento con veneno real. Si Lenin no llevo´ en marzo de 1921 su oposicio´n al extremo –esto es, no apelo´ abiertamente al congreso contra la candidatura de Stalin–, fue porque el puesto de secretario, inclusive “general”, en las condiciones entonces predominantes, cuando el poder y la influencia estaban concentrados en el Buro´ Poli´tico, teni´a una capacidad muy limitada. Quiza´ tambie´n Lenin, como muchos otros, no advirtio´ a tiempo toda la importancia del peligro.

Hacia fines de 1921 la salud de Lenin empeoro´ mucho. El 7 de diciembre, al abandonar su trabajo, por insistencia de su me´dico, aunque poco inclinado a quejarse, escribio´ a los miembros del Buro´ Poli´tico: “Partire´ hoy. No obstante mi reducida cuota de trabajo y la aumentada cuota de descanso, en estos u´ltimos di´as el insomnio ha tomado proporciones espantosas. Temo que no pueda hablar en el Congreso del partido ni en el de los soviets”. Durante cinco meses Lenin se vio arrastrado, separado en parte de su trabajo por los me´dicos y amigos, por continua inquietud acerca de los problemas del partido, en constante lucha con su prolongada enfermedad. En mayo tuvo el primer ataque. Durante dos meses se vio imposibilitado de hablar, escribir o moverse. En julio comenzo´ lentamente a mejorar. Siempre desde su permanencia en el campo inicio´, gradualmente, una activa correspondencia. En octubre volvio´ al Kremlin y oficialmente reanudo´ su tarea.

“Para todo hay compensacio´n –escribe en el borrador de un futuro discurso–. He permanecido tranquilo por espacio de medio an~o mirando las cosas ‘desde afuera’”. Lenin queri´a decir: “anteriormente he permanecido excesivamente sujeto a mi puesto y se me han escapado muchas cosas; esta larga interrupcio´n me ha permitido ahora ver muchos hechos con nuevos ojos”. Lo que ma´s le intranquilizaba, indudablemente, era el monstruoso crecimiento del poder burocra´tico, cuyo foco habi´a llegado a ser el Buro´ de Organizacio´n del Comite´ Central.

La necesidad de desplazar al cocinero que se especializaba en la preparacio´n de platos picantes se hizo clara para Lenin inmediatamente despue´s de su retorno al trabajo. Pero esta cuestio´n personal se habi´a complicado notablemente. Lenin no podi´a dejar de ver cuan ampliamente su ausencia habi´a sido utilizada por Stalin para una eleccio´n unilateral de miembros del aparato, a menudo en detrimento total de los intereses de la causa.

El secretario general era ahora apoyado por una potente fraccio´n ligada por relaciones que no por no ser ideolo´gicas eran menos so´lidas. Un cambio en la direccio´n del aparato del partido ya se habi´a hecho imposible sin la preparacio´n de un serio ataque poli´tico. Fue en este momento que tuvo lugar la conversacio´n “conspirativa” entre Lenin y yo con el objetivo de una lucha combinada contra el burocratismo del partido y de los soviets, y su propuesta de un “bloque” contra el Buro´ de Organizacio´n, bastio´n principal de Stalin en ese tiempo. El hecho mismo de esta conversacio´n, asi´ como su contenido, pronto se reflejo´ en documentos y constituye un episodio innegable en la historia del partido, no puesto en duda por nadie.

Sin embargo, apenas unas semanas despue´s la salud de Lenin declino´ nuevamente. No solamente el trabajo continuo, sino tambie´n las conversaciones importantes con los camaradas le fueron otra vez prohibidas por sus me´dicos. Teni´a que reflexionar sobre nuevos medios de lucha, solo y entre cuatro paredes. Para controlar los entretelones de las actividades del Secretariado, Lenin preparaba algunas medidas generales de cara´cter organizativo. De este modo surgio´ el proyecto de crear un centro del partido que gozase de la ma´xima autoridad, bajo la forma de una Comisio´n de Control, compuesta por miembros del partido experimentados y dignos de confianza. Aquellos que, completamente independientes desde el punto de vista jera´rquico, es decir, ni administradores ni empleados, tuvieran la calidad para intervenir si la legalidad y la democracia en el partido y en los soviets eran violadas, y si se produci´an atentados contra la moralidad revolucionaria. Podri´an actuar contra todo funcionario sin excepcio´n, no so´lo los del partido, incluidos los miembros del Comite´ Central, sino que tambie´n, a trave´s de la Inspeccio´n Obrera y Campesina, contra los altos funcionarios del Estado.