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15.8.22

LA IZQUIERDA EN EL GOBIERNO. Francia Márquez: de la resistencia al poder (I)

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Por Iván Olano Duque (*)

Ella es mucho más que la vicepresidenta de Colombia. Es un puente de lo particular a lo universal político; es un impulso desde el cuerpo y el territorio hacia un horizonte de dignidad compartida. Nos habla de un futuro mucho más fértil.

Sus primeros recuerdos tienen que ver con el río, la fertilidad de la tierra y los lazos comunitarios. Recuerda que iba a pescar con su madre, una partera que ayudó a nacer a más de setenta personas, y que iba con su abuelo y sus primos a armar barbacoas -una trampa de madera en el río, donde la corriente es más fuerte-, y subía en la mañana con muchos pescados que no eran para vender, sino para compartir con la comunidad. Recuerda que aprendió a trabajar la tierra, los cultivos de pancoger (la denominación en Colombia de la agricultura para el consumo propio), el maíz, la yuca, el plátano y el frijol. Y recuerda que fueron sus abuelos quienes le enseñaron la minería tradicional. Hay que empezar imaginándola ahí, en ese lugar y punto de vista específico: una niña de cinco años en el río, con una batea, lavando la arena para buscar pepitas de oro. 

Estas primeras imágenes de una vida comunitaria y arraigada en el territorio sirven para entender por qué, ante la primera conciencia de los distintos conflictos, Francia Márquez no los interpretó como un infortunio personal, sino como realidad y desafío colectivo. Y hubo un momento en que la amplitud territorial y comunitaria se convirtió en conciencia y reivindicación histórica. Le habían enseñado que era descendiente de esclavos, pero su posición en el mundo cambió radicalmente cuando descubrió que ese enunciado era falso: ella no era descendiente de esclavos, sino de hombres y mujeres libres que fueron esclavizados.

Le habían enseñado que era descendiente de esclavos, pero su posición en el mundo cambió radicalmente cuando descubrió que ese enunciado era falso: ella era descendiente de hombres y mujeres libres que fueron esclavizados

El territorio y la identidad misma venían cargados de lucha, los recuerdos más íntimos eran el punto de partida de un relato más amplio, de antagonismos estructurales, y entonces se desencadenaron todas las fuerzas. ¿Quién es Francia Márquez? Es una mujer en un régimen patriarcal, y afrodescendiente en un sistema racista y colonialista; es de la periferia rural, campesina, en un país centralista, y es ambientalista en una época en que la fractura metabólica entre humanidad y naturaleza nos tiene al borde del colapso; es latinoamericana en un orden que entiende el sur global como cantera de recursos sin agencia propia, es de clase trabajadora, fue madre adolescente, madre soltera, víctima y desplazada por la violencia. Y por todo lo anterior fue líder social desde muy joven, se convirtió en una de las voces más potentes contra las distintas violencias, y se posiciona con claridad: es antirracista, antipatriarcal, anticolonial y anticapitalista.

Por esto se volvió una referencia internacional. Por eso Angela Davis la considera un ejemplo de lucha política y vital. Y por esto y un acumulado de movilizaciones es hoy la vicepresidenta de la República de Colombia. Francia Márquez reúne casi todos los vectores de la opresión contemporánea, pero lo admirable -lo conmovedor incluso- es que impulsa todas las resistencias.

Donde tengo sembrado el ombligo

Francia Elena Márquez Mina nació en 1981 en la vereda Yolombó, corregimiento de La Toma, al sur de Colombia. Es una región montañosa, fértil y rica en oro, cercana al océano Pacífico y justo antes del valle geográfico del río Cauca.

Durante la Colonia, todas las minas eran propiedad de la Corona y se daban en concesión a familias acaudaladas. Cuenta Alfredo Molano Bravo -el más notable cronista del conflicto social en Colombia- que al principio la mano de obra en esa región fue indígena, pero las rebeliones fueron constantes y los españoles decidieron comprar esclavos africanos para la explotación del oro, pero también para el trabajo complementario en las haciendas de la planicie: la ganadería y la caña de azúcar. Para disminuir costos de alimentación los patrones permitían a los esclavos que trabajaran la tierra cercana a la mina. Eso determinó que, desde mediados del siglo XVII hasta hoy, las familias tradicionales de la región no fueran sólo mineras, sino además agricultoras.

En la Colonia, y luego en la Independencia, cambiaban poco a poco los beneficiarios de las concesiones en la región, los grandes apellidos y hasta comunidades religiosas se repartían la tierra y las minas, negociaban montañas enteras desde las ciudades, pero las familias afrodescendientes permanecían. Con la abolición de la esclavitud en Colombia en 1851 hubo una indemnización a los esclavistas, pero se les dijo a los esclavos libertos que si querían seguir trabajando las minas -que ya habían trabajado en condición de esclavitud por doscientos años- debían arrendarlas o comprarlas. Es decir, no sólo no los indemnizaron por la injusticia histórica, sino que pasaron de trabajar como esclavos a pagar para poder trabajar en su propio territorio. Muchos grandes esclavistas se convirtieron así en rentistas. Recuerdo el comentario amargo de Estanislao Zuleta: no fue la generosidad de la élite ni la reflexión sobre la dignidad humana lo que acabó la esclavitud en América, sino su encarecimiento y el hecho de que fuera preferible pagar un salario bajo. En otras palabras, la idea de la libertad se puso de moda cuando la esclavitud dejó de ser un buen negocio. 

Desde principios del siglo XX se registra un aumento significativo de la conflictividad por la tierra, la violencia, el desplazamiento forzado a las cordilleras y a las grandes ciudades, lo que multiplicó la población pobre asalariada

Pero un campesino próspero también es un mal negocio para los grandes hacendados, porque vuelve escasa y costosa la mano de obra. Así que los campesinos del Valle, muchos de ellos afrodescendientes, fueron arrinconados por la voracidad de los poderosos propietarios de haciendas de caña de azúcar. Desde principios del siglo XX se registra un aumento significativo de la conflictividad por la tierra, la violencia, el desplazamiento forzado a las cordilleras y a las grandes ciudades, lo que multiplicó la población pobre asalariada. Los latifundistas -que tenían también el poder estatal- no dejaron de apoderarse del Valle, y de organizar bandas armadas para reprimir a sangre y fuego toda rebelión campesina, negra e indígena. Los grandes poderes con intereses mineros tenían ahora nombres en inglés. A mediados de siglo XX, durante el periodo que conocemos en Colombia como La Violencia (desde antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán hasta una década después) la dinámica anticampesina y antipopular se mezcló con el discurso anticomunista: entre Policía, Ejército y bandas mercenarias avanzaron por el norte del Cauca -con claro criterio racista- tratando de borrar todo conato de insumisión. 

Esa ha sido la constante histórica. Hubo conquistas populares significativas, como el artículo transitorio 55 de la Constitución de 1991 que le dio paso a la Ley 70 de 1993 y que reconoce al fin la propiedad colectiva de las tierras de las comunidades negras, pero el esquema de las tensiones políticas y sociales es el mismo desde la Colonia hasta la actualidad: una población campesina, indígena y afrodescendiente que se aferra al territorio, que rebusca el modo de seguir viviendo ante los embates de latifundistas y grandes capitales -incluidas las mafias del narcotráfico- que recurren sistemáticamente a la violencia estatal y paraestatal. Pero entre tantas montañas la rebeldía siempre sobrevive. Y me atrevo a decir que se convierte en una suerte de patrimonio cultural.

Allí nació Francia Márquez. Los más viejos enseñan a cuidar el territorio, pues costó años de sufrimiento y trabajo. Hay un sentido común establecido de que nadie les regaló nada, que cada milímetro de conquistas es el resultado de la voluntad, la resistencia, la organización y la lucha de los de abajo. Y por esa conciencia, y sobre todo ese ejemplo vivo que ninguna violencia ha logrado desaparecer, ella decidió dar desde muy joven un paso al frente. Lo ha dicho en múltiples ocasiones a lo largo de los años: si ella veía toda esa fuerza en las mayoras, mujeres que decían "a mí me matan aquí... este es el territorio donde tengo sembrado el ombligo", ¿cómo es que ella, que tenía juventud y fuerza, no iba a hacer nada?

La casa común

Cuando Francia Márquez terminó la primaria su madre le dijo que no podía pagarle más los estudios, así que le tocó trabajar en la mina para pagar el bachillerato, para comprar el uniforme, los zapatos, los libros. Le gustaba el teatro, quería dedicarse a bailar y cantar. En la casa cultural de su municipio, Suárez, armaron un grupo de música del Pacífico, y fueron varias veces a Cali a participar en el Festival Petronio Álvarez. Pero ella siempre veía que la comunidad, incluidos varios miembros de su propia familia -su madre, su abuela, sus tíos- se reunían a discutir sobre amenazas urgentes al territorio.

En 1977 a la comunidad de Suárez le dijeron que llegaría el progreso, y cientos de campesinos se vieron obligados a vender sus parcelas a un precio irrisorio

En 1977 se inició la construcción del embalse La Salvajina, en la cuenca alta del Cauca. A la comunidad de Suárez le dijeron que llegaría el progreso, y cientos de campesinos se vieron obligados a vender sus parcelas -con mina incluida- a un precio irrisorio. Las armas del Ejército intimidaron las voces críticas, la gente se lanzó a sacar el oro de la tierra removida por las obras, y cuando la mayoría comprendió el enorme daño económico y cultural del embalse ya era demasiado tarde. Se organizó un Paro Cívico en 1985, cuando las obras ya estaban terminadas y se inauguró la hidroeléctrica. Al final se quedaron sin la tierra, el represamiento dividió comunidades, destruyó la vida del río y modificó hasta la temperatura y los ecosistemas de la zona, mientras que los grandes ganadores, además de las multinacionales que gestionarían la represa durante varios años, fueron los latifundistas río abajo que secaron humedales y extendieron incluso más el monocultivo de caña de azúcar.

En las comunidades quedó el sabor de un nuevo atentado histórico: gente que vivía muy lejos acumulaba beneficios en tanto que los negros e indígenas seguían poniendo muertos y desplazados, y pagaban el costo ecológico, económico y cultural. Por eso cuando anunciaron en 1995 el proyecto de desviación del río Ovejas, para aumentar el nivel del embalse y la generación eléctrica, la comunidad se opuso con firmeza. Más que sustento y modo de vida, "el río ha sido el papá y la mamá de nosotros", decían, el corazón de la existencia misma de la comunidad.

Entonces empezó el activismo de Francia Márquez. Era adolescente, pero vivió y aprendió de primera mano cómo la organización comunitaria, exigiendo su derecho fundamental a la consulta previa, logró frenar la nueva avanzada de destrucción de la casa común que vendían como progreso.

Paramilitares y multinacionales

En 2001 hubo una fuerte presencia de paramilitares en el norte del Cauca. Como en muchas otras regiones del país se coordinaban con el Ejército, usaban sus vehículos y su logística, andaban bien uniformados, bien armados, y tenían bases en grandes haciendas. El argumento público es que era una operación antiguerrillera, pero casi no hubo combates, y en cambio sí hubo numerosos retenes a la población civil, torturas, ejecuciones públicas y masacres. Alrededor del río Naya los campesinos denunciaron el asesinato en tres días de más de cien personas, muchos de ellos descuartizados, en lo que luego se conocería como la masacre del Naya. En realidad fue una avanzada del proyecto paramilitar, en su mayor momento de expansión, para instaurar el terror y dominar una región estratégica para el narcotráfico -por sus rutas al océano Pacífico- y siempre atractiva para poderosas multinacionales.

El Gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) otorgó en toda la región concesiones mineras a gran escala a influyentes individuos y empresas foráneas, y entre ellas a un hombre que -denunció la comunidad- actuaba como testaferro de la AngloGold Ashanti, una de las multinacionales mineras más grandes del mundo. En 2010 llegó una orden judicial de desalojo: mil trescientas familias que habitaban el territorio desde hacía siglos eran señaladas de repente como intrusos, ocupantes ilegales que impedían hacer efectivo el título minero del empresario-testaferro. Según las autoridades, en la región no había registro alguno de la existencia de grupos étnicos. Para entonces Francia Márquez ya hacía parte del Consejo Comunitario de La Toma y del Proceso de Comunidades Negras. Su voz era cada día más fuerte. Cuando los funcionarios, despóticos, se atrevieron a decir que ellos no eran una comunidad negra Francia Márquez contestó: "Ustedes, los racistas, que toda la vida nos han negado, en un sistema colonial, ¿son los que van a decir si somos o no somos?"

Las multinacionales llegan respaldadas por el Estado. Si la resistencia de las comunidades logra frenarlas, entonces intentan comprar a algunos líderes. Si no lo logran, pasan a la intimidación o la violencia directa

No iban a dar ni un paso atrás así se les viniera todo el Estado encima. Las mayoras volvieron a decir "a nosotras nos matan aquí". Interpusieron una acción de tutela (el mecanismo judicial más efectivo y accesible, establecido por la Constitución de 1991, para la protección de derechos fundamentales) y lograron frenar el desalojo. Pero como el proceso de desviación del río Ovejas, nada es definitivo; los lobbys del gran capital persistían, así que llegaban nuevas órdenes y tocaba movilizarse para conseguir nuevos amparos legales. Entonces se multiplicaron las amenazas de los paramilitares -listas, panfletos, llamadas- contra todos los líderes de La Toma, y muchos tuvieron que salir del territorio. Sabían que las amenazas nunca eran vanas: por poner sólo un ejemplo, en 2010 asesinaron a ocho mineros al lado del río Ovejas.

Es el modus operandi en toda Colombia: las multinacionales llegan respaldadas por el Estado. Si la resistencia de las comunidades logra frenarlas con organización y algún amparo legal, entonces intentan comprar a algunos líderes. Si no lo logran, pasan a la intimidación o la violencia directa. Ganan a toda costa, por las buenas o por las malas.

A la luz de un problema

El argumento de las multinacionales es que hay mucho oro en esas montañas, y que sacarlo es una gran oportunidad de trabajo, riqueza y desarrollo. El argumento de los mayores y las mayoras de las comunidades es que la extracción a gran escala destruye todos los equilibrios, que "es mejor una gotera siempre, que un chorro que usted no pueda contener", que la minería es una actividad cultural y ancestral que debe complementarse con la agricultura, no una simple fuente de riqueza, y que el único modo de garantizar que los nietos de sus nietos sigan viviendo en el territorio es extrayendo sólo lo necesario, poco a poco y sin avaricia, con la fuerza de los brazos y una batea de madera dura.

La fuerza de las multinacionales está en la riqueza y en sus palancas estatales; la fuerza de la comunidad está en la organización y, aunque parezca paradójico, también en su apropiación del Estado. Esta es una dinámica que vale la pena subrayar: el Estado colombiano -en su marco histórico, oligárquico y racista- ha sido el principal victimario de las comunidades étnicas, pero la disputa popular del mismo Estado ha sido garantía de su sobrevivencia. Y es que el Estado puede y suele ser una herramienta de dominación de la clase dominante, sí, pero también es la única estructura que puede garantizar a largo plazo los derechos y la dignidad de las clases subalternas. El discurso antiestatal es, pues, combustible antidemocrático. Sin Estado -sin instituciones formales y leyes claras- la sociedad queda a merced de la ley del más fuerte; es decir, del que tenga la riqueza y las armas.

Francia Márquez deja a un lado su proyecto de estudiar antropología y decide que para servirle a su comunidad debe estudiar derecho

El derecho es por tanto una herramienta al mismo tiempo hegemónica y contrahegemónica. A la luz de este problema Francia Márquez deja a un lado su proyecto de estudiar antropología y decide que para servirle a su comunidad debe estudiar derecho. Era claro: la amenaza del poder venía cargada de fusiles y brutalidad, pero también de argumentos burocráticos, leyes y procesos laberínticos. Habían logrado defenderse en ese terreno desigual, pero siempre con abogados de otros lados, gente que no conocía el territorio. Aunque ganaran batallas, era una pérdida tácita de soberanía. ¿Qué sucedería el día en el que no llegaran los abogados solidarios de las grandes ciudades? Si para defenderse necesitaban a alguien de muy lejos, serían siempre dependientes y vulnerables. Había que defender a la comunidad con las herramientas del adversario. 

La marcha de los turbantes

Su primer hijo lo tuvo a los dieciséis años (con un hombre que se fue y no volvió a aparecer). Francia trabajó en la mina hasta el día anterior al parto, que fue asistido por su madre, así como el de su segundo hijo algunos años después. Le tocó ser madre soltera, pero vivía en la casa familiar, y a veces vivían allí hasta más de veinte personas. Mamá, abuela, hermanas y hermanos, tíos... todos daban una mano en la crianza. Muchas veces, por dedicar jornadas enteras al activismo, temió que al no trabajar en la mina no tendría con qué alimentar a sus hijos, pero su familia grande estuvo allí. Cuando estudiaba derecho en Cali no tenía el dinero de la matrícula, y algunos profesores la sacaban antes de los exámenes al comprobar en una lista que aún no había pagado. Tuvo que posponer varios semestres por falta de recursos. Trabajó como empleada doméstica, donde no le pagaban ni el salario mínimo, y llegó a montar un pequeño local de tamales con sus primas -que tuvieron que cerrar después de recibir amenazas- para el que se despertaba a las tres de la mañana. Entre tanto continuaba su activismo político. Hay que decirlo: esta es la historia de Francia Márquez, pero también es la historia de la mayoría social en uno de los países más desiguales del planeta. En medio de la violencia, con mil vientos en contra, cada nuevo día hay que rebuscar cómo seguir viviendo.

Francia Márquez ya era la representante legal del Consejo Comunitario La Toma. Habían logrado frenar los títulos mineros otorgados por el Gobierno Uribe, pero el precio del oro estaba en máximos históricos y a la región llegaron, amparados por las mafias, miles de mineros ilegales de todo el país con maquinaria pesada. El Gobierno no hacía nada a pesar de las denuncias. Un día Francia estaba en clase en la universidad en Cali cuando la llamaron varias mujeres de su comunidad: ante la inacción del Gobierno habían tomado la decisión de ir ellas mismas a parar las máquinas. "Si nos morimos nos morimos, pero ya no aguantamos más", dijeron, "no queremos seguir escuchando las retroexcavadoras en la noche... no queremos que el río se siga destruyendo".

Francia Márquez viajó a Suárez y ya todas las mujeres habían organizado a la comunidad y fueron a enfrentar las cuadrillas que destrozaban el lecho del río Ovejas. Les dijeron que tenían que irse, que ese territorio estaba protegido. Contestaron que no. Dijeron que si no se iban, quemarían la maquinaria. Contestaron que sí, que se atrevieran, que al fin y al cabo ellos -la comunidad- no eran nada. Las mujeres regresaron impotentes, y en las mañanas siguientes encontraron folletos con amenazas de muerte que habían repartido bajo las puertas de todas las casas.

En medio de la desesperanza y la frustración, Francia Márquez recordó otros ejemplos de visibilización de causas políticas, y entonces propuso una gran movilización: que todas las mujeres hicieran una marcha de muchos días, que caminaran todo el país si era necesario, y que no se detuvieran hasta que el Gobierno les prestara atención. Las mujeres de la comunidad rechazaron la idea: tenían miedo, y argumentaron que eso era exponerse al maltrato lejos del territorio. Francia les dijo: "Vean, si ustedes no van, yo me voy sola con mis dos hijos. Salgo el próximo lunes".

El 17 de noviembre de 2014, 15 mujeres salieron de La Toma, pasaron por otras comunidades, dialogando. Después de nueve días de marcha, cuando llegaron a Bogotá, ya no eran quince sino ochenta mujeres

Su determinación impulsó a otras mujeres. Discutieron estrategias, rutas, y plantearon la necesidad de un símbolo que las identificara: los turbantes, ese legado ancestral usado por las matronas y que significaba autoridad y fuerza. Compraron telas y toda la comunidad ayudó en su elaboración. Los mayores llegaron en la noche, les dieron la bendición y sólo exigieron una cosa: que regresaran sanas. El 17 de noviembre de 2014, 15 mujeres salieron de La Toma -junto a treinta jóvenes que se convirtieron en guardianes cimarrones-, pasaron por otras comunidades, dialogando, explicando la necesidad de interpelar directamente al gobierno nacional, y muchas otras mujeres se fueron sumando en el camino. Al principio los discursos los daba siempre Francia, pero al ver el recibimiento de la gente las demás mujeres se fueron empoderando, y hablaban más, contestaban entrevistas, daban sus propios discursos en las plazas. Después de nueve días de marcha, cuando llegaron a Bogotá, ya no eran quince sino ochenta mujeres.

La marcha de los turbantes -el nombre de la movilización- empezó a sonar en cada vez más medios, y una alta funcionaria del Gobierno llamó a Francia Márquez para ofrecerles alojamiento. Lo discutieron en colectivo y se negaron: ellas no caminaron hasta Bogotá para quedarse en un hotel esperando a que les dieran una cita; la situación era urgente y exigían interlocución inmediata. De modo que fueron al edificio del Ministerio del Interior, se tomaron un auditorio y se negaron a salir de allí. "De acá no nos vamos hasta que no saquen las dos mil retroexcavadoras de minería ilegal que están a esta hora en el Cauca destruyendo el territorio", dijeron.

El Gobierno Santos se vio forzado a establecer una mesa de diálogo. Se lograron valiosos reconocimientos y una serie de acuerdos (que, como de costumbre, el gobierno terminó incumpliendo), pero sobre todo se logró una gran visibilidad nacional e internacional. La marcha de los turbantes era la muestra de una crisis ecológica y social que se replicaba en todo el país, pero también de una sociedad civil que -en simultáneo al Proceso de Paz con las FARC- ya no estaba dispuesta a soportar impotente hasta que las instituciones les prestaran atención, sino que estaba dispuesta a tomarse las instituciones mismas.

La gran voz

La voz de Francia Márquez era inmensa por su propio proceso vital, por su talento y sus decisiones, pero sobre todo porque detrás había una comunidad con la conciencia y la urgencia política en las venas. Para entonces muchos periodistas y comunicadores populares la buscaban, los movimientos sociales de todo el país la reconocían como una compañera fundamental, los estudiantes universitarios más politizados querían aprender de ella. Pero la dinámica histórica es implacable: en Colombia todo aquel que desde los sectores populares da un paso al frente queda marcado como objetivo militar.

Estaba en una reunión en La Toma, en ese mismo 2014, cuando un compañero recibió una llamada en la que le informaban que la orden de asesinar a Francia Márquez ya había sido dada

Había recibido muchas amenazas, pero esta era la peor. Estaba en una reunión en La Toma, en ese mismo 2014, cuando un compañero recibió una llamada en la que le informaban que la orden de asesinar a Francia Márquez ya había sido dada, y que un grupo armado la estaba buscando y andaba cerca. Alarmados, temiendo lo peor, pidieron un taxi a Cali (a más de dos horas de carretera) para sacarla escondida con sus dos hijos. Fueron horas muy tensas. Salieron al fin a las cinco de la mañana. Ya estaba amaneciendo cuando pasaron por un puente donde estaban los sicarios en una camioneta. "Como que el mundo se me vino encima -relató Francia después-, como que todo se acabó". Los sicarios no la vieron.

A partir de entonces Francia Márquez fue oficialmente una desplazada más por la violencia en Colombia (según el Registro Único de Víctimas, más de ocho millones desde 1985). Esto siempre es doloroso, pero lo es incluso más en una tradición específica como la de Francia en la que, tras el parto, el cordón umbilical se entierra, de modo que la conexión vital con la madre se vuelve conexión vital con el territorio. Ya no pudo regresar a vivir en la casa familiar en La Toma, le tocó limitar los viajes para ver a su familia y discutir con su comunidad, pero esto no disminuyó su horizonte político.