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17.1.22

Los socialistas debemos sacar las lecciones correctas de la revolución rusa (I)

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Por Eric Blanc (*)

El debate iniciado en el Centenario de la Revolución de Octubre soviética en 2017 ha continuado en estos años, permitiendo no solo introducir la perspectiva del colapso de la URSS en 1991, sino el acceso a buena parte de los archivos históricos soviéticos y una relectura filológicamente más crítica sobre los debates del movimiento obrero y socialista internac

Uno de los puntos centrales de esta nueva revisión histórica es la relación no solo entre la corriente mayoritaria de la socialdemocracia y los distintos partidos comunistas, en especial el Bolchevique ruso, sino también con la corriente de "centro" minoritaria, la "socialdemocracia revolucionaria", cuyo principal exponente fue Karl Kautsky (en su periodo de "principal discípulo de Marx" y antes de convertirse en el "renegado Kautsky" como consecuencia de su posición ante la I Guerra Mundial y la Revolución de Octubre). El debate se extiende desde los finales de la década de 1910, y las principales cuestiones tácticas y estratégicas de los años 1920 y 1930, hasta la derrota del movimiento obrero y socialista europeo ante el ascenso del nazismo y el fascismo que desembocó en la II Guerra Mundial. Uno de los principales autores de este esfuerzo es el historiador Eric Blanc, que ha centrado buena parte de sus trabajos de investigación en los partidos obreros y socialistas de la "periferia" del Imperio zarista y que, en el caso de Finlandia, Polonia o Georgia, constituían un pasaje de experiencias y reflexiones entre la socialdemocracia alemana y las distintas corrientes socialistas rusas, a pesar del exilio de una buena parte de los dirigentes de estas en Europa Occidental. Además del artículo que sigue de Eric Blanc, que recoge las principales tesis de su inminente libro, publicamos también dos reseñas críticas del mismo del politólogo e historiador cubano-estadounidense Samuel Farber y del historiador Mike Taber, editor de importantes recolecciones de documentos políticos del movimiento obrero y socialista de la época. El lector interesado encontrará también numerosos materiales de estos y otros autores en los archivos de Sin Permiso, bajo los temas "Centenario de la Revolución Rusa" , "Centenario de la Revolución alemana de 1919" y "marxismo". SP

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Con merecida razón los socialistas se han inspiración en la Revolución Rusa durante generaciones, pero muchas de las lecciones que se extraen de ella son incorrectas para nuestro tiempo. Para realizar cambios hoy, debemos tomar en serio el socialismo democrático como teoría y práctica.

Los radicales hemos vivido bajo la sombra política de la Revolución Rusa durante más de cien años. Tras el ejemplo inspirador de 1917, una generación tras otra de socialistas han buscado aprender e implementar lo que consideran las lecciones políticas centrales de los bolcheviques.

Aunque millones de activistas lo dieron todo por este proyecto y desempeñaron un papel importante ganando beneficios para los trabajadores en todo el mundo, los partidos leninistas nunca han podido llegar cerca de hacer su propia revolución en una democracia capitalista avanzada. La tragedia del inspirador ejemplo de los bolcheviques no fue sólo que sucumbieron tan rápidamente a los horrores del estalinismo, sino que confiaron demasiado en un enfoque revolucionario inadecuado para contextos parlamentarios.

Pero esto no significa que no haya nada que aprender de la Revolución Rusa. Los movimientos revolucionarios que culminaron en 1917 comprobaron una lección importante y duradera: el capitalismo no es eterno, se puede derrocar. Y aunque son dramáticas las diferencias entre organizarse bajo una autocracia o bajo un estado de bienestar social hoy día, queda mucho por aprender de los inspiradores y notablemente exitosos esfuerzos de los socialistas por arraigar el socialismo en los movimientos obreros de masas en Rusia.

Como demuestro en mi nuevo libro Revolutionary Social Democracy: Working-Class Politics Across the Russian Empire (1882-1917) [La Socialdemocracia Revolucionaria: la política de la clase obrera en el Imperio Ruso (1882-1917)], la relevancia de esta historia se vuelve especialmente evidente cuando analizamos no sólo Rusia central, sino todo el imperio e inclusive Finlandia, la única nación bajo el zarismo a la que se le concedió libertad política y un parlamento elegido democráticamente. La gran conclusión estratégica que podemos sacar de la experiencia de la Rusia imperial, tomada en su conjunto, es que la única trayectoria plausible que lleve a la transformación socialista en los países parlamentarios es una forma radical del socialismo democrático.

El excepcionalismo bolchevique

Lo que llegó a conocerse como "leninismo" se basó en el mito del excepcionalismo bolchevique. Esta escuela de pensamiento, impulsada por la primera Internacional Comunista y las generaciones posteriores de estalinistas y trotskistas, sostiene que en 1917 los bolcheviques se habían separado de manera singular del socialismo ambiguo de Karl Kautsky-el "Papa del marxismo" de la Segunda Internacional y el principal teórico del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD)-cuya orientación reformista y enfocada en el parlamentarismo llevó al apoyo infame que el SPD brindó a la Primera Guerra Mundial en 1914, oponiéndose después a la transformación socialista que ésta provocó.

Las divergencias entre los bolcheviques y la socialdemocracia alemana, se dice, reflejan la ruptura estratégica de Lenin con el "kautskismo". Una de las razones por la que esta interpretación ha seguido teniendo tanta influencia es que la mayor parte de la literatura se ha enfocado casi exclusivamente en los revolucionarios en el centro imperial, ignorando a los socialistas no rusos de las zonas fronterizas. Sin embargo estos últimos representaban más del 75 por ciento de los marxistas organizados en un imperio donde los rusos solo constituían el 42 por ciento de la población.

Luise y Karl Kautsky en 1902

Incluso un examen breve de los otros partidos socialistas en la Rusia imperial refuta el argumento de que los bolcheviques eran la única corriente que aparentaba ser dramáticamente diferente de los socialistas en Europa Occidental. Todos los partidos clandestinos en la Rusia autocrática operaban de manera diferente al Partido Socialdemócrata Alemán. La razón era muy simple: la represión zarista empujó a todos los partidos socialistas a organizarse de una manera dramáticamente diferente a la de Occidente.

Los radicales rusos aceptaron con entusiasmo la estrategia de Kautsky y pudieron implementarla en la práctica porque las condiciones autocráticas propiciaron un movimiento obrero excepcionalmente militante. Lo que salió mal en Alemania fue que las aperturas y los obstáculos de la política parlamentaria, combinados con la burocratización organizacional, alejaron tanto a los trabajadores como a los líderes socialistas de la orientación articulada por Kautsky hasta por lo menos 1910.

Al centro de esta estrategia de la socialdemocracia revolucionaria estaba el compromiso de construir un partido socialista de masas capaz de organizar a los trabajadores, encabezando a todos los oprimidos, para impulsar la lucha de clases y la lucha por la democracia hacia una ruptura revolucionaria con el capitalismo y por el establecimiento de una sociedad socialista.

A diferencia de los futuros leninistas, Kautsky argumentó que este camino requeriría en algún momento la elección de una mayoría socialista al parlamento, y que este organismo serviría como eje central del gobierno de los trabajadores. Sobre la cuestión organizativa, él creía que si bien los izquierdistas deberían aspirar a ganarse pacientemente a los partidos obreros para que aceptaran e implementaran un programa marxista, esto no requería expulsar a los socialistas moderados siempre que aceptaran las decisiones de la mayoría.

Los excepcionalistas bolcheviques no se dan cuenta de que esta fue precisamente la visión estratégica que animó a los radicales de la Rusia imperial.

El mito del "centralismo democrático"

Según los relatos leninistas, mientras que los socialdemócratas alemanes y sus seguidores en todo el mundo abogaban por un partido amplio con una política y disciplina diluidas para preservar la unidad con los socialistas moderados, a partir de 1903 (o de 1912, según sea el relato) los bolcheviques construyeron un "partido de un nuevo tipo": una organización firmemente unida que implementó el método deliberativo pero disciplinado del "centralismo democrático" que solamente aceptaba como miembros a los partidarios más comprometidos y militantes de la clase trabajadora, y no a los "oportunistas"-los moderados orientados hacia los bloques de colaboración de clases con liberales y empleadores-o sea los "centristas" no-del-todo revolucionarios.

Hay muchos problemas con este relato. En primer lugar no es verdad que los bolcheviques, ni tampoco los socialistas clandestinos del imperio en general, fueran particularmente disciplinados organizativamente. Definitivamente no practicaban bajo el gobierno zarista lo que más tarde se denominó "centralismo democrático", definido en las condiciones de membresía de la Internacional Comunista de 1920 como el entendido de que el partido podría "cumplir con su deber si está organizado de la manera más centralizada posible, si en él prevalece una disciplina férrea que linda con la disciplina militar, y si el núcleo del partido es un órgano con autoridad y capacidad de mando".

El contexto autocrático hizo que en realidad los partidos del imperio fueran mucho más fluidos y descentralizados en la práctica que sus contrapartes en el extranjero: los comités del partido en Rusia se veían constantemente arrestados y disueltos, lo que impidió que cohesionaran organizaciones sólidas o burocracias estables. Para evadir a la policía secreta, las direcciones de los partidos socialistas generalmente se veían obligadas a vivir en el exilio, asegurando que los partidos se organizaran casi inevitablemente de abajo hacia arriba, obligando a los comités locales a tomar su propia iniciativa.

Y debido a que los revolucionarios en el exilio a menudo no entendían las condiciones a las que se enfrentaban los socialistas en sus países de origen, los cuadros locales de todos los partidos a menudo chocaban o simplemente ignoraban a la dirección oficial de su partido en el extranjero. Resoluciones aprobadas en París o artículos escritos en Ginebra no eran necesariamente implementados en la práctica en la Rusia imperial.

A nivel local, la mayor parte del trabajo socialista fue organizado por militantes en su lugar de trabajo a través de comités de planta o de toda la ciudad que no estaban afiliados a ninguna tendencia marxista en particular. Como señala el historiador Michael Melancon, hasta 1917, la "plasticidad de las líneas fronterizas entre los diversos grupos sugiere que los partidos políticos rusos aún no habían alcanzado un alto grado de definición; eran movimientos, operando en circunstancias abrumadoras, en lugar de partidos".

Como tales, casi todas las corrientes marxistas clandestinas del imperio zarista, incluidos los bolcheviques, funcionaban con un grado de autonomía local, pluralidad política y debate político abierto más amplio que casi todas las organizaciones leninistas del siglo XX.

Ningún partido de un nuevo tipo

Los acontecimientos en la Rusia imperial también refutan el argumento leninista tradicional de que el secreto del éxito marxista es la formación de un "partido de un nuevo tipo" abierto sólo a los "verdaderos" revolucionarios. Lejos de creer en el lema "mejor menos pero mejor", los radicales más eficaces del imperio tendían a participar de buena fe en los partidos obreros más amplios al lado de socialistas moderados.

Los éxitos de los socialdemócratas revolucionarios en Finlandia, por ejemplo, fueron posibles porque trabajaron dentro del SDP y lo transformaron de acuerdo con las líneas previstas por Kautsky. A pesar de ser uno de los partidos socialistas más moderados de Europa cuando se fundó en 1899, el partido de Finlandia dio un giro a la izquierda después de 1905, ya que la primera revolución Rusa radicalizó a los trabajadores finlandeses y creó el espacio para que un grupo joven de "kautskyistas" ganara el liderazgo del SDP en 1906. A partir de entonces, los socialdemócratas revolucionarios de Finlandia presionaron al partido para que dejara de formar bloques con los partidos liberales y afirmara el objetivo final del socialismo revolucionario.

Pero después de que se atenuó el entusiasmo revolucionario de 1905, el socialismo moderado siguió siendo una fuerza importante dentro del movimiento obrero y el SDP. La fuerza del socialismo moderado dentro del partido en Finlandia, como en Alemania y el Occidente, no fue causada por un modelo "equivocado" del partido. Más bien reflejaba el hecho de que los trabajadores y los socialistas en contextos parlamentarios eran relativamente moderados políticamente porque tenían oportunidades para promover sus intereses a través de organizaciones fuertes y políticas electorales, a diferencia de la Rusia clandestina donde, como dijo Kautsky, literalmente los trabajadores "se encuentran en un estado en el que no tienen nada que perder más que sus cadenas".

Después de 1906, los líderes socialdemócratas revolucionarios de Finlandia moderaron su radicalismo un poco en aras de la unidad del partido. Los costos en términos de la pureza revolucionaria fueron superados por los beneficios de la efectividad política práctica, ya que el faccionalismo hiperactivo o una división organizacional recalcitrante dentro del SDP probablemente hubiera marginalizado a los radicales, desorientado a la mayoría de los trabajadores y paralizado el avance del movimiento socialista.

Huelga general en Helsinki, 1905.

Esta convicción de que era necesario un partido unido para llevar a los trabajadores finlandeses al poder demostró ser correcta al final. En última instancia los socialistas moderados en Finlandia apoyaron (aunque algo a regañadientes) la revolución de 1918, como se ilustra conmovedoramente en una carta del líder socialista moderado Anton Huotari a su hija mayor, escrita unas semanas después del inicio de la guerra civil que vino a continuación.

Al pedirle que asumiera la responsabilidad de la familia en caso de que él y su esposa (también activista socialista) fueran asesinados, Huotari explicó por qué los dos habían apoyado la toma del poder: "Aunque teníamos algunas dudas con respecto a esta lucha armada, consideramos que le debíamos al movimiento toda nuestra capacidad de trabajo una vez tomada la decisión de luchar por el poder estatal. Hemos crecido con el movimiento socialdemócrata y nuestro deber nos llama".

Dinámicas organizativas similares eran comunes incluso en el resto de Rusia, donde las represivas condiciones autocráticas hicieron que fuera mucho más fácil para los radicales ganar y cimentar su hegemonía política. Por ejemplo, la poderosa socialdemocracia letona[1], la corriente marxista clandestina más grande del imperio en vísperas del derrocamiento del zar, rechazó sabiamente los llamamientos de Lenin desde 1914 en delante de que expulsaran a su minoría menchevique. Al mantener la unidad del partido bajo un liderazgo radical, el partido pudo fomentar un apoyo abrumador entre los trabajadores y campesinos letones, y tomó el poder a finales de 1917 con el apoyo abrumador de la población en su conjunto.

Como en Finlandia, el partido que tomó el poder en Letonia incluyó a un gran número de socialistas moderados; apenas en mayo de 1918 se realizó finalmente una escisión organizativa con los mencheviques letones. Por su papel central en octubre y en la posterior Guerra Civil, los marxistas letones fueron ampliamente conocidos como "parteros de la revolución".

Los bolcheviques de Lenin también funcionaron durante la mayor parte de su existencia como una tendencia relativamente flexible dentro del más amplio Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, llevando a cabo sus labores organizativas junto con socialistas y mencheviques que abogaban por hacer bloques con los liberales con tal de que no pertenecieran a facciones. Las escisiones organizativas totales con los moderados sólo se convirtieron en la norma en el vasto territorio ruso después de que los mencheviques se unieron al Gobierno Provisional liderado por los liberales en mayo de 1917.

El partido liderado por los bolcheviques a finales de 1917, para citar a un historiador, no era "la secta celosamente exclusiva de la mitología popular", sino más bien un "partido general para los socialdemócratas radicales que coincidían en la urgente necesidad de derrocar al gabinete dominado por los liberales, establecer un gobierno socialista y poner fin a la guerra".

La gran lección de la Rusia imperial no fue la necesidad de una estricta disciplina marxista o un partido libre de oportunistas. Ciertamente, una mayor cohesión organizativa y política no siempre se tradujo en una mayor eficacia, como lo demuestra el estancamiento del partido extremadamente estrecho de Rosa Luxemburgo en Polonia. Más bien, la influencia de los radicales generalmente dependía de ser los militantes más dedicados y de ser una tendencia orgánica dentro de un partido obrero más amplio, una práctica que habría sido imposible si los revolucionarios del imperio se hubieran aislado demasiado, organizativamente, de otros socialistas y militantes obreros.

Promover la unidad de la clase trabajadora a través de un instrumento político de "gran carpa" con múltiples tendencias significaba que los socialistas tenían que bregar con una variedad de compromisos políticos y dilemas estratégicos. Pero esa fue una compensación necesaria para poder anclar su proyecto en la clase trabajadora tal y como era realmente, y no como ellos desearían que fuera. Desafortunadamente, no existía ningún truco organizativo exótico para cambiar la relación de fuerzas entre socialistas moderados y radicales.