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5.4.21

Arthur Rosenberg: democracia, marxismo y revoluciĆ³n sin dogmas

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Por Arthur Rosenberg (*)

No es costumbre de SP conmemorar la creación de imperios, pero la unificación de Alemania de 1871, de la que en enero se cumplieron 150 años, nos vale de excusa para ofrecer la traducción del primer capítulo del libro de Arthur Rosenberg "Entstehung der deutschen republik, 1871-1918", (Origen de la república alemana, 1871-1918).

El capítulo comprende el período que transcurre desde la unificación de Alemania en 1871 hasta casi la dimisión de Bismarck como canciller del Reich bajo el káiser Guillermo II en 1890.

Con el título "Las fuerzas sociales bajo Bismarck" empieza el primer capítulo de "Entstehung der deutschen republik, 1871-1918" publicado en 1928. En 1935, Rosenberg publicó "Geschichte der deutschen Republik" (Historia de la república alemana). Para la traducción que presentamos aquí se ha utilizado la edición de 1955, que comprende los dos libros anteriores, titulada "Entstehung und Geschichte der Weimarer Republik", editada y prologada por el periodista, publicista, ensayista y editor de izquierda anti-estalinista alemán Kurt Kersten y digitalizada en 2014 por Europäische Verlagsanstalt.

Arthur Rosenberg (1889-1943) estudió Historia antigua, especialmente de Roma y Grecia. En 1913 escribió su tesis doctoral "El estado de los antiguos itálicos, estudios sobre la constitución original de los latinos, los oscos y los etruscos". En 1921, cuando recibió el título de catedrático en la universidad Friedrich Wilhem, escribió el libro "Introducción y estudio de las fuentes de la historia romana". Hasta 1933 impartió clases en dicha universidad. Con la llegada de Hitler al poder, se exilió a Inglaterra donde fue profesor de historia antigua en la Universidad de Liverpool de 1934 a 1937. Posteriormente marchó a Estados Unidos, donde siguió impartiendo clases en el Brooklyn College de Nueva York. Murió de cáncer en 1943.

Tanto el Origen... como la Historia... son dos textos especialmente importantes en la bibliografía de Arthur Rosenberg. Refiriéndose a ellos dice Kurt Kersten en su prólogo: "(...) Arthur Rosenberg tuvo el gran privilegio de poder usar fuentes que ya no están disponibles para otros autores. Su trabajo en el Comité de Investigación del Reichstag sobre las causas del colapso alemán le dio la oportunidad de entrevistar personalmente a los principales protagonistas de esa época y de inspeccionar material no accesible hoy en día." Y más adelante: "Rosenberg utilizó material importante y valioso para este libro que, o bien se ha perdido por completo o no ha sido utilizado hasta ahora por ningún historiador. Especialmente para los capítulos en los que se describe la historia del colapso alemán en 1918 y los sucesos de los meses de invierno de 1918/19, Rosenberg tuvo a su disposición material desconocido para la mayoría hoy en día".

Pero no solo por este motivo cobran relevancia especial estos textos de Rosenberg sino también porque, siguiendo con Kersten, "Nos encontramos ante la rara y afortunada circunstancia en la que un experto historiador describe una época en la que él mismo estuvo políticamente implicado de manera activa". Rosenberg fue diputado del Reichstag, miembro del comité central y del ejecutivo ampliado de la Internacional Comunista por el KPD de 1924 a 1927. Abandonó el partido ese año, aunque siguió siendo diputado independiente hasta 1928.

Rosenberg fue ante todo un marxista heterodoxo, alejado de los dogmatismos de determinado marxismo militante en la explicación de los hechos históricos y por eso, en parte, objeto de críticas por sus particulares interpretaciones históricas, como ocurrió con su Historia del Bolchevismo. De Marx hasta la actualidad (1932), del que Paul Frölich, fundador de Die Rohte Fahne, órgano de prensa del KPD, dijo que carecía del fondo argumental que demostraba que Rosenberg "había deambulado por el KPD como un extraño". Tampoco le faltaron críticas por haber abandonado la militancia comunista cuando la revolución ya estaba lejos en el horizonte de la política alemana. Ninguna izquierda posterior ha reivindicado a este gran investigador de la democracia, entendida como el gobierno de los pobres libres, que como historiador de la antigüedad y marxista conocía a fondo y de la que fue un defensor militante. Sus libros Democracia y Socialismo. Un aporte a la historia de los últimos 150 años (1938) y Democracia y lucha de clases en la Antigüedad (1921) son una excelente muestra de la importancia que tiene la democracia en toda la obra de Rosenberg, por cómo la entiende en la lucha de clases, así como en su ejercicio en las instituciones políticas. Citado por Joaquín Miras, afirma Rosenberg: "La democracia como una cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la vida histórica: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un estado democrático es, por tanto, un estado en el que el movimiento democrático detenta el poder". En el capítulo que presentamos, Rosenberg insiste en acusar a la falta de democracia en el Reichstag de los males que llevaron a Alemania a la guerra y a la revolución.

Kurt Kersten invita a leer, casi de forma provocadora, a este historiador marxista casi olvidado cuando no menospreciado por parte de determinada izquierda tanto estalinista, por razones evidentes, como no-estalinista, por estrechez de miras. En ambos casos, dogmática. Dice Kersten: "Desde hace casi veintidós años, el desarrollo del movimiento obrero alemán se ha convertido, dentro de la literatura histórica, en una tierra de nadie en la que rara vez se entra y que incluso es casi tabú para muchos. Sin embargo, es precisamente en este terreno donde Rosenberg ofrece hoy inspiración y explicación al lector sin prejuicios, que no quiere sucumbir a los tópicos de la época y busca liberarse de los intentos de manipulación de la época nacionalsocialista; intenta hacerle ver los acontecimientos desde un lado que tuvo que permanecer cerrado durante muchos años. La exposición de Rosenberg también puede poner en debate algunas interpretaciones que se han convertido en dogma y dar a conocer al lector imparcial y no experto, la naturaleza y las intenciones de las figuras políticas que para muchos se han convertido en puros clichés. Esta observación concierne particularmente a Rosa Luxemburgo y también, en cierto sentido, a Karl Liebknecht". Jaume Raventós

 

Las fuerzas sociales bajo Bismarck 

El imperio de Bismarck, fundado en Versalles en 1871, fue destruido en la misma Versalles en 1919. La república posterior creada en Weimar estaba ciertamente ligada al antiguo sistema en muchos elementos significativos. Pero en esencia es algo nuevo: la innovación decisiva no fue el derrocamiento de la dinastía Hohenzollern y las demás dinastías. El imperio de Bismarck sería bastante concebible con un presidente del Reich elegido. Tampoco reside la novedad en que los socialdemócratas pudieran convertirse en ministros de la república, puesto que ya lo fueron en el último período del imperio. Tampoco las fronteras de la paz de Versalles representaban el cambio decisivo: Bismarck podría haber fundado su imperio sin Alsacia-Lorena y remodelado las relaciones de Alemania con Polonia y Austria. El cambio decisivo reside más bien en la destrucción del antiguo ejército prusiano por la derrota militar en occidente, en la revolución y en los términos de la paz de Versalles. El imperio de Bismarck y el ejército prusiano estaban inseparablemente unidos. Bismarck siempre consideró como su logro más importante ganarse al rey de Prusia y al ejército prusiano para la idea de la unidad nacional de Alemania. Vio el error de 1848 en el hecho de que la burguesía quería establecer el imperio por sus propios medios, sin tener en cuenta las dinastías alemanas y sobre todo sin tener en cuenta a la histórica Prusia, la cual quería llevar a cabo la fundación del imperio. Bismarck procedió de manera diferente: unió a la aristocracia militar prusiana con la burguesía alemana, puso a la Casa Hohenzollern a la cabeza y fundó así el imperio con su impronta (1). La historia del nuevo imperio alemán consiste en la mutua atracción y repulsión de estas dos fuerzas unidas por Bismarck. El final llegó cuando la nobleza militar prusiana se derrumbó en 1918 y la burguesía tomó el poder.

¿Fue errónea la idea de Bismarck de poner la Prusia histórica al servicio de la idea de la unificación alemana? ¿Fue la situación en 1871 tal que el imperio alemán podría haberse fundado viablemente solo como un estado puramente burgués sobre una base parlamentaria liberal y no de otra manera? ¿El "Junkertum" y la burguesía estaban juntos como el fuego y el agua, entre los cuales un compromiso era imposible? ¿Persiguió Bismarck un fantasma romántico y dinástico y sacrificó por ello sus mejores convicciones? Decir si a estas preguntas sería muy simple, pero también una equivocación. La revolución de 1848/49 había demostrado que la burguesía alemana no era capaz de ganar por sus propios medios. Los poderes agrarios y militares, dinásticos y burocráticos, e incluso los eclesiásticos del viejo orden eran mucho más fuertes en Alemania de lo que parecían en el júbilo de los días de marzo. Y detrás de la burguesía el proletariado urbano surgió como la nueva clase política. Estaba listo para luchar junto con la burguesía contra los poderes feudales gobernantes. Pero también tenía sus propios objetivos, que no eran los objetivos de los liberales burgueses. Las fuerzas explosivas que prendieron en el movimiento obrero fueron, por aquel entonces, reconocidas muchas veces más claramente por observadores ajenos que por los propios trabajadores.

En estas circunstancias, para un Realpolitiker social conservador como Bismarck la idea era obvia: reconciliar a la burguesía con los viejos poderes mediante un compromiso razonable, crear la unidad nacional a través de la acción conjunta de ambas fuerzas y así, al mismo tiempo, contrarrestar la revolución "roja" con un baluarte sólido.

Quien calculó en la posición de Bismarck en 1871 de esta manera no juzgó mal las fuerzas existentes en Alemania. La clase obrera alemana fue incapaz de asumir el poder del estado incluso en las condiciones de noviembre de 1918, que le fueron favorables como nunca se le habían presentado. Tampoco podría haberlo hecho antes en otras circunstancias. Y en la burguesía alemana no había mucha preocupación por que el espíritu jacobino barriera las coronas y privilegios de la nobleza hasta la víspera de la revolución de 1918. Así que la idea de Bismarck no tenía por qué fracasar por la resistencia de los obreros o la burguesía. Sin embargo, el imperio de Bismarck estuvo mortalmente enfermo desde el principio. El esplendor de las victorias militares y el auge económico solo podían ocultar escasamente la permanente crisis política, que se extendió desde la Kulturkampf (I) hasta el gobierno de Max von Baden, una crisis que nunca se resolvió, que tomó siempre nuevas formas y aspectos y que al final destruyó toda la obra de Bismarck. ¿Cuál es la causa de esta crisis permanente del imperio alemán Hohenzollern? Bismarck no logró ensamblar orgánicamente las diversas fuerzas que existían en el pueblo alemán. Ni siquiera hizo un intento serio de hacerlo. Más bien, se suponía que las clases y poderes divergentes de Alemania debían mantenerse unidos por el bien de la supremacía del imperio. Hasta 1890 el poder de Bismarck y el poder imperial eran idénticos. La dictadura personalista vive y muere con el propio dictador. Cuando el viejo dictador tuvo que renunciar en 1890, cuando vio su cetro en las débiles e indefensas manos de Guillermo II, la catástrofe quedó sellada. Su intervención fue sólo una cuestión de tiempo y circunstancias. Desde Friedrichsruh, Bismarck vio venir la perdición de su obra sin posibilidad de cambiar nada. A menudo se dice que los epígonos de Bismarck estropearon la creación del maestro. Esto es tan correcto hasta ahora, como que la constitución de Bismarck no podía existir sin un Bismarck. Pero visto de esta manera, también es la crítica más fuerte al propio Bismarck.

El imperio alemán era inviable no porque se fundase en el compromiso entre la burguesía alemana y la nobleza militar prusiana, sino porque el compromiso se llevó a cabo en forma de autocracia bonapartista. El rey de Prusia debía ser como un auténtico y hereditario Bonaparte, a menos que prefiriera transferir su poder al canciller del Reich. El hecho de que Bismarck se adjudicara la existencia política del pueblo alemán en su propia persona, de hecho, a su relación personal con Guillermo I, sigue siendo un error histórico de inmensas dimensiones. Hay suficientes circunstancias en la tan peculiar situación alemana de 1871 que no justifican los errores de Bismarck, pero pueden hacerlos comprensibles.

En el momento de la fundación del Reich, la burguesía liberal de Alemania contaba con casi toda la capacidad a su disposición en cuanto a inteligencia, industria y comercio. Las masas de artesanos y el resto de la clase media, la mayoría de los trabajadores industriales, incluso una parte considerable del campesinado y una minoría de la nobleza, compartían las ideas nacionales y liberales de la burguesía y seguían sus consignas políticas: sin duda una fuerza y una autoridad tremendas (2). En el otro lado estaban el ejército prusiano, el rey, su cuerpo de oficiales, la jerarquía prusiana de funcionarios, los grandes latifundios de las zonas al este del Elba, excepto el grupo de aristócratas liberales, y la parte de la población rural dependiente del terrateniente. ¿Cómo debía ser un compromiso entre estas dos fuerzas?

En Prusia, el rey y con él la aristocracia militar tenía todo el poder. La disciplina militar había superado las pruebas de resistencia más severas de la generación anterior a 1871. Ni la revolución de 1848 ni la época de conflictos de los años 60 habían sacudido seriamente la estructura del ejército prusiano. El rey nombraba a los ministros prusianos según su propio juicio. El aparato de la administración pública y la policía estaba firmemente en manos del gobierno. Si un parlamento territorial se oponía y no aprobaba el presupuesto estatal, el rey seguía gobernando sin un presupuesto legalmente establecido. Así se había demostrado en la época de conflictos. Un levantamiento popular contra el ejército prusiano intacto era inútil. Incluso los reclutas que estaban en la oposición se sometieron a la disciplina, y el férreo sistema del cuerpo de oficiales y suboficiales prusianos no mostró ninguna brecha. Aunque algún juez liberal tuviera presencia aquí y allá en el país, la maquinaria estatal estaba totalmente a disposición del gobierno, desde el jefe de la presidencia hasta el último gendarme.

La vieja Prusia conservadora tenía así todas las bazas políticas en sus manos. Un compromiso solo era concebible de tal manera que la aristocracia militar cediera voluntariamente una parte considerable de sus derechos a la burguesía. Esto podría suceder de dos maneras: o bien se le entregaba a la burguesía una parte del poder real del Estado en la propia Prusia, o bien se le cedía a la burguesía una parte del poder en el Reich y al mismo tiempo se le transferían poderes tan amplios que la vieja Prusia se encontraría con un contrapeso. Bismarck no tomó ninguno de estos dos caminos cuando fundó el Reich; dejó el actual equilibrio de poder en Prusia tal como estaba. En otras palabras, el rey y la aristocracia militar lo mantuvieron todo en sus manos, y además Bismarck creó un entramado constitucional en el que Prusia gobernaba el Reich y no al revés.

Sería un error explicar la conducta de Bismarck por la arrogancia de una casta estrecha de miras. A Bismarck no le gustaba ni mucho menos el "Junker" prusiano, y nunca ignoró la importancia de la burguesía. Pero se dijo a sí mismo que el Reich alemán, en su particularmente difícil situación de política exterior, no podía vivir sin una poderosa fuerza militar. Un ejército alemán eficiente, que si fuera necesario podría "poner defensas en el este y en el oeste", solo podía ser formado por Prusia. La desintegración del sistema militar prusiano sería al mismo tiempo la indefensión de Alemania, y si Alemania no pudiera defender su existencia como Estado, entonces los conflictos políticos internos también carecerían de sentido. Así, Bismarck fue un convencido partidario del antiguo sistema militar prusiano el cual representaba el gobierno militar del rey prusiano sobre Alemania y el mando incondicional del rey sobre el ejército, libre de toda influencia parlamentaria.

Pero cuando la antigua Prusia estaba a cargo de las armas de Alemania, era muy difícil arrancarle concesiones políticas de ella para las otras clases desarmadas del pueblo. Incluso si Bismarck lo hubiera querido, no habría logrado obligar al rey Guillermo I a renunciar a partes sustanciales de sus derechos. Fue un desastre para todo el desarrollo alemán siguiente que el período de conflicto en Prusia terminara con una victoria tan completa del poder real. La vieja Prusia había rechazado el ataque del liberalismo burgués en todos los aspectos. El rey de Prusia y su ejército habían ganado en 1864, así como en 1866 y 1870/71; solo de esta manera el Reich alemán pudo ser una realidad. Y después de tales éxitos, ¿debería el rey renunciar a sus derechos en favor del parlamentarismo? Así pues, Bismarck dejó la vieja Prusia como estaba, y además le dio el liderazgo en Alemania.

El secreto de la constitución imperial de Bismarck reside en el hecho de que en realidad no se formó ningún gobierno imperial. En lugar del gobierno del Reich estaba el Bundesrat, la comunidad de gobiernos nacionales, con el canciller del Reich haciendo de enlace. Bismarck sabía desde el principio que la pintoresca comitiva enviada por el Bundesrat no podía gobernar en absoluto. Así, el Bundesrat era la hoja de parra constitucional del gobierno prusiano sobre el Reich, y el canciller del Reich, en unión personal con el primer ministro prusiano, hacía la política alemana. Si, por ejemplo, Baviera tenía intereses especiales en una cuestión determinada, tal cuestión debía resolverse por medios diplomáticos, pero la política del Reich nunca fue determinada por las acciones conjuntas de Baviera y Baden con Hamburgo, Waldeck, etc. La pieza principal de la constitución del Reich de Bismarck, el gobierno del Reich por el Bundesrat, fue desde el principio una ficción evidente.

El Reichstag podía hablar públicamente de todos los temas políticos. Pero el ejército y la política exterior estuvieron desde el principio fuera de su influencia. El derecho del parlamento a conceder dinero al ejército no podía bajo ninguna circunstancia interferir con el mando imperial, y la política exterior era hecha por el emperador o el canciller imperial sin preocuparse por los debates del Reichstag. La eficacia política interna del Reichstag se vio inicialmente paralizada por los derechos especiales de cada uno de los estados, y sobre todo por la completa falta de influencia del parlamento imperial en el ejecutivo. El Reichstag podía como mucho rechazar el presupuesto. Pero el mal precedente del período de conflicto prusiano demostró que el gobierno seguía haciendo sus pagos sin cobertura legal. Por lo tanto, la única arma del parlamento fue desde el principio inofensiva.

Ni utilizando el Parlamento prusiano ni con la ayuda del Reichstag, la burguesía estaba en condiciones de ejercer una influencia decisiva en la política alemana. Pero Bismarck sabía muy bien que el Reich alemán no podía fundarse ni afirmarse sin y contra la burguesía. La burguesía no debía tener derechos constitucionales a expensas de la corona. Pero el regente, formalmente el emperador, pero en realidad el canciller del Reich, debía asegurarse de que se cumplieran las demandas legítimas de las clases medias liberales: la configuración nacional del Reich alemán debía hacer realidad las ideas de los patriotas burgueses, los deseos económicos del comercio y la industria debían cumplirse. Las demandas de los liberales en relación a una forma moderna e intelectualmente superior de gobierno, que fuera reacia a todo Muckertum (II) debían ser satisfechas en la medida de lo posible. Bismarck quería ir aún más lejos: estaba dispuesto a confiar los distintos puestos ministeriales de Prusia y las oficinas administrativas importantes del Reich a hombres de confianza de las clases medias liberales y a cooperar pertinentemente con los grupos parlamentarios liberales. Pero todo esto debía basarse en la libre voluntad del emperador, o mejor dicho, de su consejero decisivo. Siempre que fuera necesario, Bismarck quería reservarse para él y sus sucesores la posibilidad de vencer a los liberales en cualquier momento como lo había hecho durante los tiempos de conflicto.

Bismarck exigió que la burguesía quedara satisfecha con tales concesiones y comprendiera las particularidades de la política exterior y la situación militar de Alemania. Después de todo, el fuerte poder militar del emperador era el mejor apoyo para la burguesía contra el peligro de una revolución social proletaria. La Comuna de Paris había causado una fuerte impresión en Bismarck. Creía que una constitución parlamentaria burguesa o incluso republicana no podía reunir la resistencia necesaria para el ataque de las masas desposeídas. Solo por esta razón la burguesía debía tener la perspicacia de unirse al orden estatal conservador existente, aunque no le gustara esto o aquello en el Reich alemán.

Por otra parte, Bismarck consideró que era igual de necesario que la antigua aristocracia prusiana se adaptara a la nueva era. Los "Junkers" tenían que entender que el Reich alemán no podía ser gobernado según los métodos de una finca al este del Elba. Tuvieron que aceptar la existencia de ministros liberales y el desarrollo de la riqueza urbana. Tenían que darse cuenta de la importancia que significaba también para ellos que el poder real prusiano no estuviera debilitado. Tenían que apoyar al emperador y al canciller imperial bajo cualquier circunstancia, incluso si no entendían el significado de una u otra medida gubernamental en ese momento. Bismarck consideraba que la situación política más saludable era cuando un gran partido conservador de la antigua Prusia en el país cooperaba con un gran partido liberal. Había que dejar que el gobierno decidiera cómo establecer el equilibrio de poder en cada caso individual. El gobierno debe, si es necesario, golpear una vez a la derecha y otra a la izquierda, pero después siempre lograr la reconciliación y la cooperación entre las dos fuerzas básicas del Reich.

Como puede verse, el funcionamiento de este sistema se basaba exclusivamente en la personalidad del jefe supremo de gobierno. Un canciller como Bismarck o un rey como Federico el Grande tenían que estar allí para dibujar la diagonal de las fuerzas. Si faltaba la personalidad del líder, todo se desmoronaba. También en Inglaterra, el orden estatal en 1689 se basaba en el compromiso entre la aristocracia terrateniente y la burguesía urbana. Pero en Inglaterra se logró una cooperación orgánica y el crecimiento conjunto de ambas clases. Ambos se dividieron en el autogobierno del estado. En el campo, el caballero terrateniente gobernaba como juez de paz y en la ciudad gobernaban el alcalde y los concejales. Ambas clases se reunieron en la cámara baja como representantes de los distritos electorales urbanos y rurales. Respetaron los privilegios de cada uno porque sabían que los derechos de uno presuponían los derechos del otro. Juntos formaron el gobierno y juntos velaron por el mantenimiento de la constitución. En Alemania faltaban los cimientos del sistema inglés, a saber, un serio autogobierno, cuyo lugar fue ocupado por la todopoderosa burocracia. La omnipotencia de la Cámara de los Comunes provocó la cooperación de los estamentos y clases en este terreno, mientras que la impotencia del Reichstag descartó un compromiso parlamentario positivo sobre el gobierno común del Reich. En el Reichstag de Bismarck, una coalición solo podía lograr algo positivo si necesariamente unía sus fuerzas con el gobierno. Una coalición opositora de partidos y clases podría como mucho molestar al canciller del Reich con pequeñas picaduras.

Bajo el efecto de las victorias de 1870/71, la burguesía liberal aceptó la constitución imperial de Bismarck, y estaba dispuesta a apoyar al canciller en términos parlamentarios y morales. Pero la crisis llegó demasiado pronto y se agravó por el hecho de que las dos fuerzas en cuya cooperación Bismarck quería fundar el Reich alemán no estaban solas: además del conservadurismo de la vieja Prusia había también el conservadurismo de la vieja Alemania a la izquierda del Elba, y junto a la burguesía liberal estaba el proletariado industrial en creciente número y con una creciente conciencia de clase. Quien quisiera mantener el equilibrio del Reich alemán tenía que hacer malabares no solo con dos sino con cuatro factores, ninguno de los cuales encajaba en este marco.

El conservadurismo alemán tuvo su sede en Viena hasta 1866. Los obispos al mando de la iglesia del antiguo imperio alemán habían visto a su jefe natural en la casa imperial de los Habsburgo, así como la nobleza, que estaba solo bajo el control del emperador y no de un príncipe soberano. La disolución de la vieja constitución imperial por Napoleón I había abolido estos dos estamentos imperiales directos. Pero aún y así la iglesia católica de Alemania, así como la gran aristocracia en el Rhin, en el sur de Alemania, vieron en Austria su supremacía y el protector natural de sus intereses. En 1815, el viejo imperio había sido restaurado solo muy imperfectamente en la forma de la Confederación Alemana. Pero en el sentido de la vieja tradición del imperio, los príncipes federales medianos y pequeños consideraban a Prusia como el enemigo natural y a Austria como el amigo natural. Se esperaba que el aumento del poder de Prusia condujera a una reorganización centralizada de Alemania, mientras que la continuación del dominio austríaco garantizaba también la continuidad del federalismo alemán.

El federalismo alemán encontró sus adeptos no solo entre dinastías, clérigos y aristócratas, sino también entre amplios estratos de la población agraria y pequeñoburguesa, que no querían que sus impuestos fueran a Berlín y que sus tradicionales condiciones de gobierno y de vida fueran perturbadas por el alto mando prusiano. En la guerra de 1866, el viejo conservadurismo alemán se mantuvo en un frente cerrado desde Hannover a Múnich, con el arma en la mano, contra Prusia. El ejército prusiano ganó, Austria fue expulsada de Alemania. Hannover, Kurhessen y Nassau fueron anexionados por Bismarck. La burguesía liberal declaró por todas partes su apoyo a Prusia y a la unificación del Reich. En 1870 el movimiento liberal y nacional obligó a los estados del sur de Alemania a participar en la guerra contra Francia.

Bismarck intentó hacer inofensivo el viejo conservadurismo alemán vinculando firmemente las dinastías al nuevo orden de cosas. Para ganar la Casa de Wittelsbach, Bismarck concedió al ejército bávaro un estatus especial. El carácter federalista del Bundesrat dejó a las pequeñas dinastías el mayor número de derechos posibles bajo la nueva situación. Bismarck tuvo un éxito completo aquí: después de 1871 nunca tuvo dificultades serias con las dinastías no prusianas. Bismarck, por ejemplo, nunca habría podido dirigir la Kulturkampf si no hubiera tenido al rey de Baviera y, por tanto, al gobierno de Munich firmemente de su lado en esta situación crítica (3).

Sin embargo, los antiguos sectores conservadores de la población no fueron tan fácilmente ganados al nuevo "imperio protestante", como las dinastías de Alemania occidental y del sur. El clero católico, la alta nobleza, las amplias masas de agricultores y artesanos del sur y oeste de Alemania se unieron para formar un poderoso frente defensivo: el Partido del Centro (Deutsche Zentrumspartei o simplemente Zentrum. N d T) apareció como el partido católico de Alemania. Sin embargo, la Kulturkampf no era estrictamente un asunto confesional. Los granjeros protestantes de Hannover, en la medida en que querían recuperar las condiciones específicas del antiguo reino de Welf, estaban en el lado del Zentrum. Por otro lado, la burguesía católica de las ciudades del Rhin y del sur tenía una mentalidad bismarckiana. Pero el votante católico nacional-liberal de Múnich o Colonia no abandonó su iglesia por esta razón. La peculiaridad del Zentrum se personificó, en el período Kulturkampf, en Windthorst, el católico y antiguo ministro del rey de Hannover.

Además de los Welf, el Zentrum ganó otros dos compañeros de lucha particularmente desagradables para el gobierno de Bismarck. La defensa del catolicismo contra el poder estatal de orientación protestante trajo una alianza entre el Zentrum y Polonia. Además, la iglesia católica de Alemania ya había comenzado, durante toda una generación, a reunir a los trabajadores industriales pertenecientes a su área. En Alemania se creó un movimiento obrero independiente en paralelo desde dos lados. Junto al movimiento marxista estaba el movimiento católico. Es dudoso que en los años 70 el movimiento obrero socialdemócrata de Berlín y Sajonia fuera mucho más peligroso para las clases dirigentes de Alemania que el movimiento obrero católico de la Alta Silesia (4) y del Rhin. En la Alta Silesia, la oposición de clase fue particularmente marcada, donde el minero polaco-católico se enfrentó al director de planta germano-protestante.

El carácter social del Zentrum ya era muy variado durante el período Kulturkampf. Pero todos los estratos que unía eran, en esencia, antiburgueses en ese momento: el sacerdote y el aristócrata, el campesino y el obrero, no tenían ningún interés en general en promover el desarrollo capitalista burgués en las ciudades, y todos estaban en contra del centralismo militar y autocrático prusiano. Así que el Zentrum era el bloque anti-Bismarck por excelencia. Todas las ideas básicas del imperio bismarckiano fueron rechazadas por el Zentrum. Sería un desastre para el imperio bismarckiano que después de 1866, el antiguo conservadurismo alemán no se limitara, como capricho, a unos pocos castillos aristocráticos renanos, conventos y pequeñas granjas, sino que amplios sectores de las clases populares en las asociaciones de agricultores cristianos y los sindicatos cristianos se unieron al movimiento federalista católico. De este modo, el imperio bismarckiano recibió, además del nunca equilibrado conflicto entre Prusia y la burguesía, otra pesada carga.

La Kulturkampf de Bismarck fue la continuación de la guerra de 1866 con nuevos medios. Bismarck no se llevó a engaño sobre esto. Durante varios años temió que Alemania tuviera que librar una guerra de revancha con la Francia clerical y los Habsburgo. El liderazgo espiritual del ataque contra Alemania estaría en manos de la sede papal en Roma, y el Zentrum, los polacos y los Welf en Alemania actuarían como aliados de los vieneses y parisinos en sus pretensiones de revancha (5). La sospecha de Bismarck de que los líderes del Zentrum albergaban algún plan de alta traición en ese momento era completamente infundada. Pero es evidente que un resultado desafortunado de una guerra contra Austria y Francia habría traído consigo una reorganización federalista de Alemania y la anulación de los resultados de 1866 y 1870/71.

La Kulturkampf acercó al Bismarck y a los liberales más que nunca antes o desde entonces. La burguesía liberal se lanzó a la lucha con entusiasmo. En primer lugar, porque el anticlericalismo estaba completamente en línea con su ideología. Pero sobre todo porque la Kulturkampf parecía ofrecer la oportunidad de realizar el sistema parlamentario y el gobierno de los liberales (6). Para la burguesía, la situación ahora parecía haber llegado para recuperar lo que se había perdido en 1871, cuando se fundó el Reich y se estableció la constitución del Reich.

Una parte de la nobleza prusiana estaba consternada por el desarrollo de los acontecimientos. Estos círculos no habían comprendido completamente el rumbo de Bismarck desde 1866. Bismarck parecía hacer todo lo posible para elevar el estatus de las ciudades a expensas del país: los miles de millones de las reparaciones de la guerra francesa habían sido tragados por los "judíos" y otros corredores de bolsa. Los inversores y la especulación se extendían, mientras que los ingresos del sólido agricultor y artesano declinaban. ¿Es así como debería ser el Reich alemán, creado por el ejército prusiano en los campos de batalla de Metz y Sedan? Ahora Bismarck también destruía lo espiritual y moral, la autoridad de la Iglesia. Afirmó que la lucha era solo contra el catolicismo. Pero las leyes de la Kulturkampf con su secularización de la escuela y con el matrimonio civil golpearon la visión del mundo protestante con la misma fuerza. El período Falk trajo la regla de la incredulidad liberal sobre Prusia (III). Bismarck se vio obligado, por su erróneo camino, a lanzarse a los brazos del mismo sistema parlamentario que había sometido durante el tiempo del conflicto. En estas circunstancias, todos los hombres honrados de mentalidad prusiana tendrían que oponerse a Bismarck. La Kulturkampf debía terminar. En cambio, los cristianos protestantes y católicos de Alemania debían unirse para oponerse al liberalismo, la incredulidad y el fraude. El defensor de la oposición conservadora a Bismarck con más talento, el predicador de la corte Stöcker, fue un paso más allá: "Si en las grandes ciudades el proletariado industrial ha sido oprimido por el capitalismo y el "judaísmo", ¿no es el deber de la realeza prusiana así como de la iglesia protestante acudir en ayuda de esta pobre gente, para satisfacer sus justificadas demandas y así sustraerlos de la agitación socialdemócrata, enemiga del estado?"