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11.01.21

Bases para un programa revolucionario

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Por Esteban Valenti (*)

Nadie puede pretender desde una columna trazar las líneas de un programa revolucionario, pero si puede pensar y proponer los temas que considera claves, los que definen hoy, en el 2021, un avance para elaborarlo. En realidad es para abrir un debate, aunque no tenga ninguna esperanza que alguien tome el desafío. El mes de enero es un buen momento para pensar.

Comencemos por una pregunta básica, elemental: ¿hace falta un programa revolucionario?

Segundo: ¿De acuerdo a la experiencia histórica y a la realidad actual, qué es un programa revolucionario?

Tercero ¿Un programa revolucionario debe ser unánime, impuesto a todas las izquierdas y sobre todo a toda la sociedad, en particular con medios violentos?

Estas interrogantes se inscriben en algunas definiciones, implícitas más que expuestas clara y precisamente, que se han instalado en las ideas de  las izquierdas, en sus prácticas, en sus elaboraciones en diversas partes del planeta y en su historia. Nosotros en Uruguay podemos hacer nuestro aporte desde la condiciones de duros y férreos opositores, hasta prolongados gobernantes (30 años en la Intendencia de Montevideo y 15 años en el gobierno nacional y en varias otras intendencias en el Uruguay). Se acumuló una rica experiencia como oposición, enfrentando a la dictadura y posteriormente en la reconstrucción democrática. Una verdadera acumulación de fuerzas.

¿Cuál sería el objetivo de este programa? ¿Hacer propaganda y lucha ideológica o además iniciar una nueva etapa de acumulación de fuerzas y alcanzar posiciones para aplicar ese programa?

¿Qué fuerzas políticas, sociales, culturales deberían formar parte de un proceso de este tipo en Uruguay? Las respuestas hay que analizarlas en su conjunto, no son simplemente un cuestionario que permite análisis y aproximaciones independientes, son un solo y principal problema para las izquierdas.

Y por último ¿un programa revolucionario debe contener las bases de una autocrítica, seria, profunda, sin el objetivo individual, colectivo o partidario de cuidarse el trasero?

Muchas preguntas, complejas respuestas. Uno de los temas más complejos es elegir las prioridades, no se trata de detallar todas las cosas que hay que cambiar, ese es un ejercicio tan inútil como poco fértil.

El mundo, la región y el Uruguay, en orden de prioridades, particular por todo lo que demostró la pandemia necesita cambios civilizatorios, de época, profundos y progresistas y progresivos y eso solo se logra con una revolución. Una revolución no quiere decir en estas circunstancias la toma del poder por las armas. Eso corresponde a otra época y en América Latina y Uruguay fueron un fracaso estrepitoso, solo en Cuba. En Nicaragua, con la derrota y lo peor de todo, los supuestos revolucionarios traicionando a su pueblo y transformados en una dinastía miserable. Hoy no se puede decir que Cuba pueda exhibir grandes avances y resultados para ofrecer como modelo a otros países, ni en el plano del bienestar material, ni de las libertades políticas y civiles o artísticas e intelectuales. Los críticos groseros igualan la situación de Venezuela, de Nicaragua y de Cuba. Es un error, pero no nos debe impedir analizar críticamente los fracasos que han llevado a Cuba a la actual situación, que no es por cierto refulgente en ningún sentido.

A nivel global las diferencias sociales se han profundizado mucho más que antes y el patrimonio y la renta atraviesa el peor y más injusto sistema de acumulación y distribución de la historia. Ver muchos autores y en particular Thomas Piketty. Son datos, no son opiniones.

Ni en la época colonial, ni imperialista del capitalismo se alcanzaron los actuales niveles de desigualdad social. Estamos en plena globalización y ese es su rasgo distintivo, junto al cambio de los principales valores, que han pasado a ser fundamentalmente empresas inmateriales, las famosas empresas de Internet. (ver la cotización comparada en las bolsas y en particular el Nasdaq en Wall Street).

Eso no quiere decir que no hayamos avanzado en el nivel de alfabetización, de acceso a algunos servicios básicos y otros elementos, pero lo que vale es que comparados con el 1% de los más ricos y poderosos de la tierra, esas son migajas.

Esas empresas superan en valor a la propiedad inmobiliaria, industrial, agropecuaria, bancaria, de servicios, de cultura y en muchos casos a los propios Estados. Y sus reglas se han situado por encima de la comunidad internacional y de los Estados, que están reaccionando mal y tarde.

Una revolución no será de  ninguna manera unánime, global y resultado de una prédica, sino una gigantesca batalla política, ideológica, cultural y obviamente con un choque con los grandes intereses. Que no son los mismos de antes, aunque se repitan unas pocas dinastías.

 

Un programa revolucionario debe contener sin falta los siguientes capítulos:

Primero. Debemos luchar aún desde nuestro país y su propio tamaño, pero también su prestigio bien ganado, por un cambio radical en la gobernanza mundial, para que asuma con  fuerza las soluciones a los nuevos y viejos problemas que nos amenazan. La destrucción de la Tierra por la acción de los seres humanos y contra todos los negacionistas que no hay nada que los convenza, aunque se acumulen las pruebas. Que afronte los temas de la prepotencia de los grandes "señores feudales" antidemocráticos de la información y del uso de sus usuarios de manera monopólica para utilizarnos como mercancía. Ese sería un verdadero cambio civilizatorio, que deberíamos democratizar y regular de manera colectiva por las naciones y un gobierno mundial en serio, para afrontar esos problemas, que no se resuelven a nivel de las naciones.

Una nueva gobernanza para afrontar desde ya los peligros a la salud humana, como quedó demostrado por esta pandemia. No como informadores, y comentaristas sino con poder democrático de influir sobre las conductas humanas que nos ponen al peligro de pestes como las que estamos soportando y para definir los recursos mundiales destinados a la investigación permanente y anticipatorio. Tanto de enfermedades humanas como enfermedades animales y de las plantas, que en otras épocas han devastado a zonas enteras del planeta.

Y por último que encare en serio un proceso de desarme nuclear mundial y de control de las guerras locales. Aunque parezca que tiene poco que ver con nuestro país, es solo una falsa sensación, tiene que ver para todos y con todos.

Eso debe completarse con el combate contra la delincuencia organizada, el tráfico de drogas, de personas y de armas.

Una nueva gobernanza mundial, implica también una batalla frontal contra la hipertrofia de las burocracias, que desbordan los organismos internacionales actuales. Los cientos de miles de privilegiados de las estructuras supranacionales.

Un cambio en la gobernanza mundial debe abarcar gobiernos, fuerzas políticas, culturales, iglesias, sociedad civil. El más amplio espectro posible.

Segundo, en nuestro país no hay tarea más revolucionaria que lograr la efectiva igualdad de TODOS LOS DERECHOS Y OPORTUNIDADES de mujeres y hombres y participar de la batalla mundial en este sentido. Una verdadera revolución que influirá de manera decisiva en todas nuestras sociedades. No es una reivindicación de las mujeres, es de toda la sociedad y la humanidad. Todavía estamos lejos. Otros derechos no deben confundirse con un derecho mucho más profundo de la abrumadora mayoría de hombres y mujeres. Es un tema global, pero hay zonas del planeta que viven todavía en el medioevo en este plano.

Tercero, a la batalla mundial debemos agregar en forma audaz, creativa la batalla por la ecología en nuestro país. No hay Proyecto Nacional si no es ambiental y socialmente sustentable. Esto tiene que ver con los aspectos productivos y el equilibrio con la naturaleza. Debemos transformarnos en un Uruguay Natural, no solo para el turismo sino para toda nuestra producción, de energía, de agua, agropecuaria, industrial y de servicios y eso debe asociarse a una profunda cultura ambiental de la población.

Es una de las principales batallas culturales e ideales que tenemos por delante.

Cuarto, es necesaria una revolución en la relación entre todas las formas de propiedad: la estatal, la privada, la cooperativa, la economía colaborativa y esto se debe reflejar en la distribución de la renta, de los impuestos, de la productividad y de la cultura del trabajo. Son elementos inseparables. La lucha contra la burocracia y la especulación financiera y económica, es parte de la misma lucha por la justicia social. Incluye analizar y procesar la revolución tecnológica, la robótica dentro de este marco socio-cultural. Y estamos obligados a considerar críticamente el estatismo confundido con una revolución, que culmina con el dominio de la burocracia. Lo que dijo Franz Kafka no tiene porque ser obligatorio: "Toda revolución de evapora y deja atrás una estela de burocracia".

Este capítulo no tiene porque solo incluir a los asalariados o los desesperados, hoy tiene un significado mucho más amplio y profundo, tiene que ver con relaciones sociales y humanas diferentes para preservar el planeta socialmente.

Quinto, la educación y la cultura en general debe ser la base principal del progreso material, social, intelectual y moral de la sociedad. Incluso en una perspectiva a medio plazo de la propia seguridad en nuestro país. No podemos esperar que haga efecto ese cambio profundo, de la distribución de la riqueza y las oportunidades, de la educación y de la convivencia, pero todos sabemos que las cárceles reventando de uruguayos no es una solución sólida y verdadera. Es un parche necesario y doloroso.

Tener parte de las sociedades ignorantes, sin una educación adecuada, es el precio más caro, incluso económicamente que tendrán que afrontar los que no prioricen en calidad y cantidad de recursos invertidos en la educación y la cultura. La ignorancia es muy pero muy cara. En estos tiempos una épica de los verdaderos cambios incluyen a la educación, la ciencia y la medicina.

Sexto, las actuales tendencias demográficas son alarmantes, el Uruguay tendría en el 2100, dos millones setecientos mil habitantes, con un 20% menos de habitantes que en la actualidad, esa debería ser una de las revoluciones en nuestras políticas hacia los jóvenes, hacia la inmigración, para frenar la emigración y para tener una política integral de población y distribución entre la capital y el resto del país y la ciudad y el campo.

Séptimo, la democracia no es un cuerpo inerte de normas y leyes, ni un pacto social imperecedero, necesita de un progreso permanente. O avanza o retrocede, nunca se detiene. Eso implica una cultura y normas de participación directa de los ciudadanos cada día más en la conducción de los destinos de la Patria, inclusive en el control de sus gobernantes y sus representantes. Eso son leyes más duras y exigentes contra la corrupción, contra todas las formas de abuso de poder. Y una vigilancia extrema por parte de las fuerzas de izquierda sobre la moral y contra el apego a los cargos. Eso exige una permanente renovación y no los tornillos en los sillones. Venimos de un proceso de degradación que duró 15 años y a nivel departamental el doble. ¿Se hicieron muchas cosas? Si, pero eso nunca puede justificar las inmoralidades, la obsesión por los cargos y la degradación de los principios.

La democracia incluye hoy como elemento central el derecho a una información plural, profesional, de calidad y a combatir los tremendos oligopolios globales de las redes sociales, sin ley ni normas. Esta es una batalla principalmente cultural e ideal, pero también de gobernanza global.

La democracia no puede detenerse en la puerta de los partidos políticos, en su financiación, en sus procesos transparentes de renovación y en su implacable crítica y autocrítica frente a los abusos. Es más, es precisamente dentro de las izquierdas que esa super sensibilidad debe estar más presente. Y se ha debilitado notoriamente.

Octavo, para poder aplicar un programa de profundas transformaciones se necesita una política económica, audaz, exitosa, de crecimiento y de equilibrio. No hay nada más revolucionario para la izquierda, que no despilfarrar, no fracasar en su política económica. Y tenemos mucho que aprender de los buenos momentos y de los otros, los de la paralización. Están llenos de enseñanzas.

Es a partir de esta propuesta, que se debe considerar la amplitud de un espacio posible y necesario para los cambios, para ganar las mayorías nacionales y para ejercer el gobierno, transformar en serio y nunca olvidarse de las obligaciones ante la gente.

Este espacio naturalmente que debería abarcar a los que viven de su trabajo, tanto material como intelectualmente; a los profesionales, a los jóvenes y mujeres de un amplio espectro social, a los pequeños, medianos e incluso a sectores progresistas en su visión y en su actitud, del empresariado nacional, tanto de la ciudad como del campo y en particular de los sectores más vinculados a las tecnologías de vanguardia, por sus implicancias en el desarrollo y la capacitación profesional e intelectual de sus trabajadores.

Y por último, un programa revolucionario debe construir su propia épica y su ética renovada, no como un punto más de estas bases, sino como parte de toda la batalla y sus contenidos. Nunca la historia se construyó solo a partir de la lógica. Como dijo Antoine de Saint-Exupery "la pura lógica es la ruina del espíritu".  Y la revolución requiere de alma y de pasión.

¿Por qué la épica debe asociarse solo al peligro y eventualmente a la muerte y no al trabajo, la inteligencia, la audacia y la moralidad a toda prueba? No se trata de lo que hoy está de moda "el relato" y  menos aún de los sillones como la principal bandera, la praxis, la combinación indestructible entre las ideas en permanente cambio, sometidas a la crítica y, la acción, la construcción involucrando a la mayoría de la sociedad, para forjar una identidad transformadora, solidaria y humanista.

La épica de un cambio revolucionario necesariamente está asociada a la audacia intelectual, el estudio, la radicalidad en el método crítico por encima de las tentaciones del poder. Nada más alejado del impulso a los grandes y profundos cambios que el adoctrinamiento. Estudio, inteligencia y audacia.

Una construcción histórica de estas dimensiones no será obra de iluminados, sino de una organización política como instrumentos válidos en su forma, en su estructura y sobre todo en sus ideas para esta tarea. El FA actual está muy lejos de estas necesidades, al punto que ni siquiera ha comprendido hasta ahora que una autocrítica, no es solo una mirada hacia el pasado para desentrañar las causas de una derrota, sino y sobre todo una elaboración para nuevas etapas del proceso revolucionario histórico.

Surge una pregunta obligatoria ¿Uruguay es un país adecuado, posible para proyectos revolucionarios? La historia de la banda oriental y del Uruguay es una historia jalonada de revoluciones. El proyecto artiguista era profundamente revolucionario, si hubiera triunfado en las Provincias Unidas la historia de América Latina hubiera sido radicalmente diferente. Fue una revolución traicionada.

Revolucionaria para su tiempo fue la de José Pedro Varela que definió los rasgos de ciudadanía y de educación de los uruguayos, hasta el día de hoy, aún en la crisis y la decadencia educativa, tenemos una referencia clara y determinante.

Y revolucionario fue el proyecto de José Batlle Ordoñez, adelantado a su tiempo no solo en América, sino en el mundo, tanto en sus contenidos sociales, estatales como en la forja de un Proyecto Nacional con su soporte democrático político. Fue derrotada desde adentro de su propio partido. Pero en el Uruguay de los años 20 en Uruguay existió un autentico estado del bienestar, cuando en Europa se cocinaba la crisis de la segunda guerra mundial, y se sacudían los horrores de la Gran Guerra.

Uruguay tuvo otras oportunidades. A la salida de la dictadura, con el impulso nacional y democrático de la Concertación se podrían haber producido importantes cambios y un fuerte impulso renovador, el Partido Colorado, con el Dr. Julio María Sanguinetti eligieron el rumbo de la restauración conservadora y poco más.

El Frente Amplio en su primer gobierno 2005-2010 además de una serie de importantes reformas, construyó las bases para un Proyecto Nacional, con sus contradicciones y avances y debilidades, pero tenía por la unidad política de la izquierda (única en el mundo), por el tejido social y por la propia historia política nacional las condiciones para esos cambios revolucionarios, que se fueron arenando hasta el desorden del 2do gobierno del FA, el enamoramiento enfermizo por los cargos y la flotación casi inerte del 3er gobierno del FA.

Obviamente esta es solo una propuesta, ideas, yo no tengo ni aspiro a tener ningún cargo en este proceso y eso me da una gran ventaja.

 

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA, columnista de Wall Street Internacional Magazine y de Other News.  Uruguay