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12.10.20

Balance del Frente Amplio. ¿Autocrítica o justificación? (Continuaciòn)

BALANCE

La victoria del 2004 no fue fruto de la casualidad o producto de la campaña electoral, sino un proceso político más largo que comenzó bastante tiempo atrás.

Cuando el Frente Amplio fue derrotado en el año 1999, nuestra fuerza política asumió un camino que implicó un proceso de balance, autocrítica y perspectivas similar al que hoy encaramos. Lo implementó luego del cierre del ciclo electoral con una perspectiva y elementos suficientes como para poder valorar lo hecho, extraer aprendizajes y plantearle al país una alternativa a un modelo que, aunque quizás por aquel entonces no se percibía, estaba claramente agotado.

La crisis económica de 2002 era la peor situación vivida desde la crisis de 1982 y tuvo un impacto social gigantesco y también un efecto muy importante sobre el sistema político: los partidos tradicionales llegaban a la elección con su mayor nivel de desgaste y ubicaban al FA como el recambio casi insoslayable. Pero el proceso de evaluación iniciado tras la derrota de 1999 dejaba al FA mucho mejor parado políticamente para ocupar ese lugar que si no lo hubiera iniciado.

No se ganó en el 2004 como producto de la crisis, sino como resultado de una acumulación que se fue construyendo desde que se realizó la valoración de la derrota. Para lograr esa acumulación política, el FA debió acordar un comportamiento colectivo que supuso gestos políticos de fuerte impacto simbólico, un programa que fuera lo suficientemente transformador a la vez que viable política y electoralmente, una alianza política que permitió generar esa Nueva Mayoría, y una alianza social lo más amplia posible que se constituyera en el soporte de ese proyecto de cambio. Para un país destruido y una sociedad fragmentada al extremo, la amplitud de la alianza política y el marco de la alianza social, permitieron generar además los tiempos necesarios para volver a poner al país de pie primero y encaminarlo luego por la senda de una mayor justicia social.

El FA tuvo la sabiduría política de ser una fuerza claramente opositora y, al mismo tiempo, no bloqueó al gobierno durante y luego de la crisis, permitiendo el manejo natural de sus competencias para preservar la institucionalidad. El comportamiento político estuvo basado en la responsabilidad para posibilitar las salidas institucionales a la crisis, no apoyando pero tampoco bloqueando las acciones que el Ejecutivo de la época debió llevar adelante para evitar una quiebra económica más profunda. A la vez, canalizó el desencanto social que se manifestaba a través de expresiones políticas opositoras de todo tipo, siempre pacíficas, apoyando el mantenimiento de la integración social a través del fortalecimiento de la organización colectiva y la solidaridad social.

La unidad programática se forjó en el Congreso Héctor Rodríguez, que expresó un acuerdo básico sobre el programa de gobierno, incluyendo una priorización de objetivos. Ello supuso también una dosis relevante de pragmatismo. No todos los objetivos se podían llevar adelante al mismo tiempo si se ganaba, y no todos los objetivos políticos eran para desplegar como prioridades en la campaña electoral. Ese Congreso ordenó a todos, movimiento y sectores, y lo pudo hacer porque hubo un proceso de evaluación que permitió que todos estuviéramos afines a ello. Esa síntesis política construyó el acuerdo programático y sirvió como hoja de ruta para la campaña electoral de 2004, que se complementó de manera virtuosa a través de instrumentos de divulgación masiva como fueron la presentación de los ciclos "Uruguay": Productivo, Democrático, Social, Cultural, Integrado e Innovador. Sin ellos, hubiera resultado de difícil comprensión para ciudadanos y ciudadanas el proyecto igualitario que el FA quería llevar adelante.

La unidad del campo popular se alcanzó a través de un complejo proceso de generación de apoyos y acuerdos que también se forjó desde tiempo antes. Supuso la construcción de un espacio de encuentro con esos actores y un posterior acuerdo sobre el vínculo del FA como fuerza política, el gobierno y los aliados sociales representados por diversas organizaciones, que resultaría clave para establecer los roles y funciones y la dinámica de relacionamiento entre cada uno. Es cierto que para ello se nutrió de confianzas construidas por años en las luchas políticas y sindicales del siglo XX, en la propia conformación del FA, en la cárcel, en el exilio, en la clandestinidad, en la resistencia a la dictadura y en la lucha por los DDHH. También en la defensa de las empresas públicas, en las ollas populares en momentos de crisis, en los conflictos y huelgas que tuvieron los trabajadores, en los actos del 1o. de mayo o en las marchas del silencio.

El último domingo de octubre de 2004 el FA alcanzó una victoria contundente con más del 50% de los votos, que significaba no sólo un triunfo electoral sino también un cambio histórico de magnitud pocas veces vista. Ese hito singular, que figurará por siempre en los textos de historia, no puede hacernos perder la perspectiva: esa victoria se construyó ladrillo a ladrillo, cada día de los cinco años anteriores. Era el mayor triunfo electoral desde 1954, pero más importante aún, estaba sustentado en la mayor alianza política y social construida desde los comienzos de siglo XX, detrás de un único programa y de un único candidato. Hay que remontarse mucho tiempo atrás para encontrar algo parecido en la historia uruguaya.

El ejercicio del gobierno representó un desafío de enormes proporciones. Aunque el entorno regional se había inclinado decididamente por el progresismo, el FA asumía con un país hundido económicamente y herido socialmente, y la nueva administración debía gestionar desde un Estado construido y dominado por los partidos tradicionales durante más de un siglo de democracia bipartidista, con clientelismos y vicios de todo tipo, con el desafío de no caer nosotros en ello.

Un repaso minucioso de los logros de los gobiernos frenteamplistas podría ser largo y, dada su extensión, excede el alcance de este documento. Comenzó con algunas señales que mostraban un cambio de época (como la creación del MIDES o la entrada a los cuarteles en búsqueda de los compañeros y compañeras desaparecidos) pero incluyó también reformas relevantes de enorme calado, como la reforma impositiva, la reforma laboral y la reforma de la salud. Hubo que implementar un plan de emergencia social, mejorar decididamente las jubilaciones y salarios más bajos y elaborar acuerdos internacionales, como el que se hizo con Cuba, para implementar un programa de operaciones de ojos para los más humildes. Se realizó el plan Ceibal dotando a cada niña o niño en edad escolar de una computadora portátil, achicando la brecha informática entre ricos y pobres.

El país tuvo quince años de crecimiento económico ininterrumpido, pero logró además repartir el fruto de ese crecimiento, como forma inseparable de la política de desarrollo que caracterizó a nuestra fuerza política. Porque es evidente que no basta con asegurar condiciones para el crecimiento económico, sino que este proceso debe ir de la mano de una justa distribución. Y durante los tres gobiernos se aplicaron un conjunto de reformas que, a diferencia de períodos anteriores, consiguieron que Uruguay no sólo lograra ser un país de mayores ingresos, sino también un país que distribuye mejor.

Por otra parte, se implementó una potente agenda de derechos que incluyó aspectos como la aprobación del matrimonio igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo, la regulación y control estatal del cannabis y la implementación de un sistema de cuidados. Y mucho, pero mucho más.

Lo más importante fue que, a los ojos de la gente, quien gobernaba ese proceso era el Frente Amplio, la propia fuerza política, con un rumbo claro, generando confianza y sabiendo a donde se dirigía, sin dejar a nadie a la vera del camino.

El FA demostró que es capaz de gestionar lo público derribando mitos históricos que se habían construido a partir de la propaganda conservadora, profundizando la democracia y generando fortalezas que le han permitido al país enfrentar circunstancias adversas, como fue el declive económico regional y la actual situación de pandemia. A manera de ejemplo, nunca durante los quince años de gobierno el país tuvo una economía descontrolada, ni nunca dejaron de respetarse las instituciones, la separación de poderes, los derechos individuales ni las libertades públicas. Y el país avanzó en la transparencia como nunca lo había hecho hasta ahora, dotando de instrumentos legales a los uruguayos, como el acceso a la información pública.

Somos conscientes que el balance de lo realizado debe evitar tanto el ser auto-complaciente como auto-flagelante, porque ninguno de esos extremos resulta útil para construir hacia el futuro. Pero tiene que dejar en claro los aspectos centrales de la comparación con el punto de partida: quince años después el FA deja una sociedad que disfruta de un mejor nivel de vida, que goza de mayores derechos y que puede acudir a instituciones más abiertas, democráticas y plurales.

 

EVALUACION CRITICA Y AUTOCRITICA

Sin embargo, es claro que el escenario de 2004 no se repitió en las siguientes elecciones de 2009 y 2014, y mucho menos en la de 2019. Ni hubo un grado de acumulación política superior -que debió haberlo en función de los logros obtenidos- ni lo hubo a nivel social -que también debió haberlo, no solo por los inmensos logros cosechados para ciertos sectores sociales, entre ellos los trabajadores, sino porque el pequeño comerciante o el trabajador por cuenta propia o los sectores medios se vieron favorecidos. No se mantuvo con los aliados ni se tejió con los nuevos actores una alianza para defender los logros alcanzados. Los éxitos electorales, aunque porcentualmente cada uno menor que el otro, permitían lograr el gobierno, pero no nos dejaban ver la desacumulación política y social que, paso a paso, iba sucediendo. Hay que reconocer que no fuimos capaces de crear conciencia social en un grado suficiente como para que la gente se apropiara de los logros alcanzados y tampoco supimos ayudar a crear conciencia de que esos logros estaban fuertemente vinculados a las políticas públicas que emergían de un proyecto de país diferente.

Además de los triunfos electorales, los éxitos económicos, la agenda de derechos implementada como en ningún otro país latinoamericano, las mejoras en la calidad de vida, las prestaciones de salud en muchos casos a rango del primer mundo, fueron generando un nivel de omnipotencia en nuestra fuerza política, que nos hizo creer que solos todo lo podíamos. Teníamos las mayorías parlamentarias y entonces la discusión se volvió puertas adentro. Las alianzas políticas se descuidaron porque el FA era imparable, y las alianzas sociales no se alimentaron porque por momentos nosotros creíamos saber más de las reivindicaciones o problemas que tenían los actores sociales que ellos mismos. En definitiva, perdimos pie en nuestra base electoral, pero sobre todo nos alejamos de la base social que permitió el triunfo en 2004.

Por supuesto que no podemos reducir a un solo factor la derrota de 2019. Pero, así como la elección no se gana en un día, tampoco se pierde en un día. La acumulación política y social, que había llegado a su pico más alto en la elección de octubre de 2004, se fue erosionandopaulatinamente luego de haber asumido el gobierno en marzo de 2005, sin que pudiéramos revertirla. O no vimos o no quisimos ver ese proceso, pero existió y hoy pagamos las consecuencias de ello.

También desatendimos otras señales, como la caída de la participación en las elecciones internas que se registró período tras período y mostraba dificultades crecientes para convocar o entusiasmar a nuestros propios militantes como había ocurrido en ocasiones anteriores.

Seguramente hay factores de circunstancia y de contexto que influyeron para generarnos situaciones más adversas, pero parece evidente que un asunto central fue el progresivo cambio de roles entre los actores, donde como fuerza política tenemos responsabilidad directa. El más importante es el que atañe al ejercicio de la articulación política. Mientras que hasta 2004 ese rol fue cumplido por el FA, acumulamos. Durante el primer período (2005/2010) esa articulación se trasladó al gobierno, quedando la fuerza política relegada en sus roles tradicionales. Ahí empezamos a des acumular.

En el segundo período (2010/2015) el rol de articulación pareció descansar más en uno de nuestros principales aliados, el movimiento sindical, que fue quién articuló principalmente con el gobierno, quedando el Frente Amplio en un tercer lugar. Y ahí como fuerza política volvimos a des acumular. Pero como se ganaba las elecciones, llegamos a pensar que esa situación era intrínseca al devenir político: la fuerza política se ocupaba de ganar elecciones y luego no ejercía una articulación ni adecuada ni suficiente con los otros actores de la sociedad.

En el tercer período (2015/2020), mal que nos pese, un conjunto de factores influyó para que esa articulación se transformara, por su ausencia o inestabilidad, en uno de los principales déficits políticos. Nadie ejerció esa articulación, y como fuerza política no reaccionamos a tiempo. Le pedíamos al pueblo uruguayo que defendiera las conquistas que se habían logrado todos estos años, pero la gente no respondió a ese llamado con la fuerza que necesitábamos. Sin duda no fue el único factor, pero la acumulación política es parte de los desafíos que tenemos por delante.

Podemos afirmar que en ninguna circunstancia, seamos gobierno o no, el relacionamiento político del Frente Amplio con los actores sociales es delegable. Ese es un error que cometimos reiteradamente.

El funcionamiento orgánico del FA mostró signos de debilitamiento durante el período que estuvimos en el gobierno. En ocasiones hubo escasez o insuficiencia de información desde el gobierno a la fuerza política, ciertas ausencias de relacionamiento sistemático y en algunos casos falta de consideración del punto de vista de la fuerza política para la toma de decisiones. También ahí hubo omisiones.

Nos afectó el burocratismo -por llamarlo de alguna forma- que llevó a que en muchos casos se priorizara el desempeño formal de la tarea de gobierno desentendiéndose de la labor política, lo que debilitó al FA como estructura y ámbito de discusión y debate. En algunos casos, como en ciertos departamentos en los que accedimos a la Intendencia, este debilitamiento fue especialmente importante en estructuras pequeñas, con escasez de cuadros y formación.

Hay también otros aspectos de principios y otras enseñanzas que deja la derrota y que deberíamos considerar.

Entre los primeros, es necesario reafirmar y no olvidar el rol central de la ética en nuestra visión y ejercicio de la política, y ser conscientes que eso requiere atención especial a nuestras actitudes y comportamientos. En algunas circunstancias apreciados compañeros y compañeras no registraron que ejercer un cargo público es una responsabilidad de primer orden. Cuando algún frentista se apartó de ese camino, las más de las veces nuestra reacción fue defender al compañero a rajatabla o aceptar de plano, como buena, su versión. Aunque tuviera razón, no se sopesó políticamente que, de permanecer en la función que desempeñaba, erosionaba la visión que muchas personas podían hacerse de nuestra fuerza política. Sería muy importante que en el futuro, frente a circunstancias de ese tipo, exista una valoración política que permita contemplar tanto la honorabilidad del compañero o compañera como la visión que de sus valores éticos el FA proyecta en el conjunto de la sociedad. Esa valoración política debe poner al FA por encima de todo, teniendo en cuenta la ética a la hora de ejercer los cargos públicos que siempre hemos pregonado y que debemos seguir defendiendo.

Muchas veces se trata de una línea muy delgada, porque tampoco se puede aceptar que mediante calumnias o mentiras se erosione el buen proceder de servidores públicos ejemplares como son la enorme mayoría de nuestros compañeros y compañeras. Pero tampoco puede quedar todo en manos de nuestro Tribunal de Conducta Política y que sea éste, con la rectitud que lo ha caracterizado siempre, quien tome las decisiones para salir de situaciones políticamente inexplicables. Cuando consideren que se están proyectando imágenes que, aunque falsas, nos perjudican especialmente como fuerza política, los órganos del FA deben actuar con responsabilidad y celeridad. No nos puede volver a pasar que actuemos a destiempo.

También es necesario plantearse hasta qué grado escuchamos a la sociedad en sus múltiples planteos sobre las políticas públicas que llevábamos adelante. Temas relevantes para la gente como seguridad, economía y educación, donde se implementaban políticas muy sensibles para la población, debieron merecer intercambio y discusiones más activas por parte de todos, y no solo de quienes ejercían esas políticas públicas. En algunos de esos temas deberíamos también preguntarnos cuán capaces fuimos para albergar las discrepancias internas sobre las orientaciones en estas áreas, generando espacios que permitieran avanzar hacia síntesis superadoras que evitaran definir ganadores y perdedores internos.

Al mismo tiempo, es necesario reconocer que más allá de acuerdos programáticos logrados en los congresos, en el tema de Defensa Nacional costó mucho conjugar las distintas visiones para plasmarlas en acuerdo que pudieran ponerse en práctica. Durante estos 15 años hubo avances y logros, pero no se alcanzó a recorrer totalmente los caminos para democratizar las FFAA y lograr el diseño y la construcción de una política de Defensa Nacional acorde a nuestra realidad.

Pero lo más importante es que en esas y otras áreas hay reclamos, exigencias, pedidos por parte de la gente -algunos muy justos y con fundamentos y quizás otros no tanto- que requieren el debido tiempo para sopesarlos y evaluarlos en sus justos términos. Más aún cuando se trata de temas de relevancia, y aunque teniendo el gobierno razón debieron tratarse con otro tono y otro tino frente a los interlocutores de la sociedad.

La declaración de servicio esencial en la educación, como otras tantas medidas que se tomaron sin sopesar adecuadamente las consecuencias, es un ejemplo demostrativo del alejamiento con la sociedad en general y con los sectores sociales en particular. Nadie dice que, en muchas ocasiones, el gobierno no tuviera razón en el fondo del problema. Pero es que no se trataba de eso, de quien tenía razón, sino de que eran decisiones políticamente inviables. A la sociedad se la escuchó mal en reiteradas oportunidades. Esas dificultades en la escucha o en la sintonía fina para conectar con la gente, hicieron que en más de una ocasión el gobierno quedara aislado y nuestra fuerza política inmovilizada.

Inmovilización que también fue, muchas veces, el resultado de cierta inoperancia política para discutir algunos temas a fondo, dejando que la realidad resuelva por nosotros. Cada vez que la fuerza política no discute y no acuerda, se inmoviliza.

De la misma manera, sería razonable debatir el grado en que las políticas de nuestros gobiernos, más allá de los efectos positivos que tuvieron, impactaron de forma homogénea en la sociedad e influyeron en la generación de conciencia y apoyo político. Es posible que algunas políticas hayan generado efectos diversos en sectores, grupos sociales o en territorios que no hemos evaluado correctamente, y que eso los haya llevado a considerarse excluidos, relegados o cuanto menos no tratados de forma equitativa por la acción de gobierno. Y en algunos casos, la ausencia de una acción más decidida en mostrar el proceso que llevaba a esos logros no generó conciencia en la gente sobre la importancia de los mismos y la necesidad de defenderlos. Más de una vez nos concentramos excesivamente en la gestión, siempre desafiante, pero nos faltó hacer más política en el territorio y con la gente.

Hay que poner el acento también en que no siempre comunicamos bien los logros que alcanzamos. Muchas veces la noticia era más el pequeño error que los grandes aciertos. Errores que naturalmente se amplificaron una y otra vez. Pero cargar la derrota a que los medios amplificaban nuestras debilidades sería un acto de auto complacencia, ya que en estas mismas circunstancias habíamos ganado, con la gente acompañándonos, otras tres veces. En esta instancia la gente no se empoderó de los logros alcanzados y, ahí sí, los medios hegemónicos horadaron los respaldos ciudadanos.

Al comienzo de la campaña electoral probablemente partimos con una percepción equivocada. No asumimos adecuadamente la situación electoral en la que nos encontrábamos, la campaña no siempre tuvo la dirección política adecuada y hubo desencuentros notorios en la relación entre los comandos. La mayoría de los estudios mostraban un punto de partida que implicaba una pérdida de apoyo hacia el FA verificado durante el último período de gobierno, que no fue asumida cabalmente en el análisis político. Aún cuando existían señales suficientes, ignoramos durante cierto tiempo la complejidad del escenario electoral que afrontábamos.

Es evidente que una campaña electoral perdedora no puede calificarse de exitosa. Se deben identificar los errores para intentar no volver a repetirlos, pero evitando a toda costa caer en personalizaciones, buscando ubicarse siempre en la perspectiva del aprendizaje para fortalecer a la fuerza política y a sus integrantes. Es necesario reconocer que además de la dificultad para admitir que arrancábamos en el punto más bajo de apoyo ciudadano en los últimos 15 años, los primeros pasos luego de dirimirse la interna -como el manejo público en la conformación de la formula, por nombrar uno- no fueron los más adecuados, y nos hicieron perder un tiempo valiosísimo tanto para crecer hacia octubre como para lograr la heroica remontada en noviembre, esa que casi estuvo a punto de ser hazaña, hecha a hombros de una militancia admirable que se jugó todo en el "voto a voto".

Por otra parte las elecciones departamentales, muy atípicas en este contexto de pandemia, dejan un sabor agridulce, ya que si bien en los departamentos planteados como objetivos electorales por el Frente Amplio crecimos electoralmente, fuera del área metropolitana solo pudimos retener el departamento de Salto. Ahí, en una competencia de tres partidos, el Frente Amplio fue la fuerza mayor. Pero en casi todos los departamentos, los conservadores, plantearon la elección en clave bipartidista con un bloque liderado por el herrerismo, con la única consigna de ganarle al FA. De todas formas, al igual que en octubre, los resultados deben ser un importante llamado de atención para la dedicación que el FA pone en el interior del país, especialmente más allá del área metropolitana.

En Canelones no nos ofrecieron una real batalla electoral. Al ser muy amplia la distancia del Frente Amplio respecto a sus oponentes que preanunciaban todas las encuestas, parecieron desentenderse o concentrarse en objetivos de segundo nivel como algunos municipios.

En Montevideo, la situación fue bien distinta, y la derecha encolumnó fuerzas tras una sola candidata, con una imagen y un marketing bien distintos a los que presentó cinco años atrás. Con un FA que percibían debilitado por la derrota de 2019, buscaron explotar la imagen positiva de un gobierno del mismo signo que, pandemia mediante, goza de cierta popularidad, y se ilusionaron con una victoria electoral. Aplicaron recursos casi ilimitados, presencia en los medios sobreabundante y un trabajo de recorridas barriales bien diseñado, con lo que trataron de plantear batalla.

Pero más allá de los aciertos y errores que pudieron tenerse en la campaña electoral, quedó claro que todos los militantes, del primero al último, entendieron que se estaba jugando mucho más que el gobierno de Montevideo en esta elección en la capital. La apuesta a debilitarnos y erosionarnos no tuvo resultado, los frenteamplistas cerramos filas tras la bandera de Otorgués y sufrieron una derrota clara que intentan camuflar con sus otros éxitos electorales.

PERSPECTIVAS

La historia nos enseñó que una elección no se gana ni se pierde en una campaña, sino en lo que se puede generar en los años anteriores. Por esa razón, el FA debe ir construyendo un escenario de acumulación parecido a aquel que culminó en 2004, pero tomando en cuenta los cambios procesados desde entonces y los que se pueden generar desde hoy hasta la fecha de la próxima elección nacional. Eso implica que hay que incorporar a todos los actores históricos que hoy son claves, pero también a aquellos que la dinámica política, económica, social y cultural demuestre que es necesario y relevante incorporar a una alianza social más amplia que le de soporte al proyecto político.

Esa construcción se debe realizar progresivamente, ya que no resulta exitosa si es el mero resultado de acuerdos elaborados a partir de una lógica exclusivamente electoral. Tiene que ser auténtica, con señales que generen confianza en el campo social y político.

Esta amplitud, tanto en lo social como en lo político, con características diferentes para uno y otro pero ambas de igual relevancia, tiene que ser tomada a conciencia por los órganos más importantes del FA y llevada adelante con persistencia y dedicación política por la próxima conducción. Si no se hace, se podrá ganar o perder en 2024 por otros factores, pero no habremos aprendido nada.

En síntesis, hay tres tareas claves que como Frente Amplio debemos encarar, y estas se deben hacer al mismo tiempo y con la misma dedicación. Ellas son:

a) acompañar y encauzar la resistencia y las protestas -siempre en forma pacífica- del pueblo uruguayo contra el proyecto neo liberal y restaurador.

b) preparar la nueva era progresista de cara al año 2024, con un programa amplio que convoque a variados sectores políticos, sociales y culturales.

c) generar conciencia política, social y cultural de los avances de igualdad que se obtuvieron, a nivel de todos los uruguayos, para la consolidación y permanencia de los mismos.

En este escenario, reconociendo nuestras actuales debilidades, parece claro que la tarea fundamental hasta el 2024 es que el FA logre construir una conducción política colectiva unida que implemente dicha tarea y otras de igual relevancia, para parar a nuestra fuerza política, en forma muy potente, como el partido de la igualdad ante toda la sociedad, como alternativa a los sectores conservadores y al partido de la impunidad. A esta conducción le corresponde elaborar:

a) una estrategia de partido (FA), que con una enorme amplitud incluya el diálogo con sectores políticos progresistas a lo largo y ancho del país y la interacción con sectores sociales -desde los sindicatos a agremiaciones profesionales y de pequeños comerciantes hasta actores de la cultura, la ciencia y el deporte, movimientos sociales y vecinales, etc.- con el objetivo de reflexionar y encarar los grandes temas nacionales. En el diálogo siempre estarán presentes, la actualidad -la resistencia a las políticas regresivas aplicadas por el gobierno-, y el futuro -la construcción de una nueva era progresista con un programa de carácter nacional, popular y democrático;

b) un programa y una estrategia política pre electoral, ambas acordes al literal anterior, hasta las internas del 2024, desarrollándolos en un proceso de unidad y fraternidad permanente;

c) un trabajo sistemático y permanente de presencia de nuestra fuerza política en el interior del país;

d) una coordinación con los gobiernos departamentales y municipales de signo FA, expresando los apoyos de la fuerza política a los mismos, que suponga no dejarlos solos y a la deriva, así como el acompañamiento y apoyo a nuestros compañeros en todos aquellos lugares en que sean oposición;

e) una estrategia para la acción política que asegure que en la nueva era progresista no se cometan los mismos errores de falta de articulación que cometimos.

f) un conjunto de acciones necesarias para implementar los aspectos que aparecen reseñados en las consideraciones finales de este documento de trabajo.

g) una estrategia de comunicación que incluya el fomento y aliento de medios que, tecnología mediante, puedan reflejar adecuadamente nuestros puntos de vista e interpretaciones.

A dicha conducción le corresponde definir cuándo se abrirá la competencia por el liderazgo electoral, asegurando el respeto a las reglas de juego y generando el clima propicio para que esa etapa no se transforme en un juego de suma cero. Si lo electoral irrumpe tempranamente terminará complejizando el trabajo de la conducción política colectiva, en este intermedio entre elecciones, y por lo tanto nuestra fuerza política no llegará potente, unida y con la tarea realizada.

Asimismo, debe preparar al FA en todos los campos -desde el organizativo hasta el programático- no sólo para ganar en el año 2024, sino para preparar la nueva era progresista que permita construir escenarios de desarrollo e igualdad nunca antes conocidos por nuestro país, superiores a los vividos en los quince años de gobiernos de izquierda y que también incorpore un progresivo cambio cultural en nuestra sociedad.

Esa nueva etapa debe construirse sobre una base programática amplia y elaborada por consenso, evitando de todas formas que sea meramente una expresión electoral resultado del rechazo a lo que está. Hay que buscar de todas formas que nos una un programa nacional y popular no sólo el espanto al modelo conservador, neo-liberal y excluyente. Es necesario que detrás de la propuesta programática exista un programa de cambios acordado políticamente y sustentado socialmente.

Eso implica evitar a toda costa los perfilismos en la acción política de corto, mediano y largo plazo, sobre el convencimiento que sólo el FA en su conjunto y desde su diversidad es capaz de construir tanto las condiciones para conquistar el gobierno como aquellas necesarias para gobernar.

CONSIDERACIONES FINALES

De la misma manera, el FA debe encarar de forma abierta y sin prejuicios, pero con responsabilidad política, algunos temas que son polémicos y necesitan lograr al menos un "mínimo común denominador" en la fuerza política. Y es bueno identificarlos.

a) Es importante un intercambio y debate profundo sobre el grado de adecuación de la estructura del FA ante los desafíos que nos plantea no sólo la nueva etapa política sino también una sociedad con características diversas, que se relaciona y comunica de formas diferentes a las que eran predominantes cuando el FA se fundó y se definieron los principales rasgos de su actual estructura. Ese análisis debe hacerse con tranquilidad y fraternidad. Fuera de eslóganes y estereotipos. Privilegiando la militancia en todas sus formas y sabiendo que el FA cuenta hoy con una capilaridad en todo el país como quizás casi ningún otro partido de izquierda en América Latina. Eso constituye un capital precioso que no se puede perder y solo la democracia interna y la participación en su más amplia concepción son capaces de mantenerla. La tensión natural entre una estructura que tiene que discutir y participar -desde el primero hasta el último de sus militantes- y una fuerza política que debe resolver de forma responsable y oportuna deberá encontrar su justo equilibrio, lo que siempre representa un desafío permanente.

b) En el plano internacional, siempre nuestro Frente Amplio esta en tensión. La defensa de los DDHH y nuestra firme postura anti-imperialista en general van de la mano, pero en algunas circunstancias pueden entrar en contradicción. Debemos saber cómo dirimir estas diferencias en el clima de fraternidad que siempre ha caracterizado al FA. Cada vez que en estos temas hay decisiones no consensuadas, el FA paga altos costos políticos ante los ciudadanos.

c) El FA sigue siendo la principal fuerza política de este país, pero es indispensable tener en cuenta que se necesita seguir trabajando para fortalecerla y ser capaz de responder a los nuevos desafíos. La historia muestra que se convirtió en grande y dominante cuando mostró amplitud y miró hacia fuera de sus propias fronteras. Ese desafío se presenta hoy nuevamente. Pero al mismo tiempo, en nombre de esa amplitud se están generando situaciones preocupantes, como la excesiva micro-fragmentación de la oferta electoral que puede desnaturalizar a nuestra fuerza política. Es necesario encontrar una síntesis que combine la amplitud con una cantidad razonable de expresiones electorales, evitando transformarnos en los modelos de los partidos tradicionales que siempre criticamos.

d) Finalmente, resulta relevante preguntarse cómo se integran los jóvenes en el FA y en apoyo del proyecto político. Crecidos bajo la experiencia de gobiernos frenteamplistas, no vivieron el proceso de construcción política y no tienen experiencia de oposición. Acostumbrados a nuevas formas de relacionamiento y movilización, es todo un desafío para la fuerza política generar los espacios de participación que les resulten adecuados y motivadores. Lograda en un porcentaje muy alto la agenda de derechos, puede ocurrir que los jóvenes la den como una conquista segura y la integren como natural a sus vidas, desconociendo parte del proceso histórico y la lucha que está detrás de esas conquistas. Debemos hacer un esfuerzo de imaginación para trasmitir esa experiencia y que se transformen en los primeros en defender esa agenda cuando los conservadores vengan por ella. El relacionamiento y embanderamiento de los jóvenes a diferentes causas -como los DDHH, las cuestiones de género o los derechos de las minorías- muestra que existe en ellos un enorme potencial movilizador. Cuando los jóvenes se ponen a la vanguardia de esas causas los efectos sociales y políticos son contundentes, pero no siempre se logra después desarrollar el mismo potencial en el ámbito político partidario. Pero esas cuestiones deben ser encaradas a partir de una pregunta fundamental: ¿qué ofrece hoy nuestra fuerza política a los jóvenes? Es una interrogante que debe ser planteada con sinceridad y debemos estar abiertos a escuchar todas las respuestas, incluso aquellas que nos resulten incómodas. Si el FA no conecta con las nuevas generaciones tampoco hay futuro.

A esas tareas fundamentales para el Frente Amplio -el relacionamiento y diálogo estrecho con sectores sociales y políticos, acompañar y conducir la resistencia pacífica y preparar la nueva era progresista- se le agrega la conmemoración durante todo el 2021 de los 50 años de nuestra fuerza política. Ese momento histórico debe transformarse en una oportunidad para combinar la recuperación de la mística frenteamplista hacia adentro con un nuevo diálogo fecundo con toda la sociedad, dejando en claro que somos una parte fundamental de la democracia uruguaya actual.

Montevideo, octubre 2020