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12.10.20

La vía política y sanitaria inexplorada

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Por Guillem Martínez (*)

MAD, como dijo Ayuso, es Esp. Es decir, el proyecto político del PP desde los noventa. Es el epicentro de una Esp desestructurada, atontada, crispada, y que admite como solución políticas neolib, nacionalistas y del agravio. Y eso lo es todo para el PP.

La pregunta es si ha funcionado el federalismo en pandemia. Y la respuesta es que no, en tanto el federalismo ni está ni se le espera. La pregunta pasa a ser, por tanto, si ha funcionado el sistema autonómico, esa cosa rara, y que en sentencias del TC se ha formulado como Estado unitario como la copa de un pino, con descentralizaciones administrativas. Esto es, con una especie de extrañas diputaciones, que serían el primo de Zumosol de las diputaciones. Esp, en fin, es el sistema federalizante más grande del mundo, rezan los prospectos. Y es verdad, en tanto que federalizante es un palabro que no significa nada, que no existe en el mundo mundial, emitido para encajar en el sistema nominal más fuerte, en verdad, del mundo, en el que una palabra emitida por un político, y copiada religiosamente en la prensa, adquiere sentido y significado. Federalizante es, así, un palabro para consumo interno, como tantos otros que no significan nada. Federalizante, de-legalidad-a-legalidad, consulta, derecho-a-decidir, cogobernanza, la-mejor-policía-del-mundo, independencia-judicial, preparado, Melchor, Gaspar, Baltasar.

La pregunta es qué se puede hacer, más allá del estado de alarma, para que una C.A. dé un palo al agua contra la pandemia, si no desea hacerlo para practicar la batalla cultural

Ha habido, no obstante, un respeto gubernamental escrupuloso por el sistema autonómico. Con el estado de alarma no se intervinieron las autonomías. A pesar -recuerden, es el sistema nominal más fuerte del mundo- de que alguna comunidad autónoma dijera lo contrario, ningún man in black del Gobierno fue a una C.A. y asumió el mando. Las autonomías quedaron abandonadas a sus culturas y dinámicas. Desde el Gobierno se coordinó, precariamente y con buen rollito -no había otra- la cosa, si bien con resultados satisfactorios -fruto del confinamiento general, imposible sin estado de alarma y ERTEs-. Se dotó a las CC.AA. de la posibilidad de intervenir la sanidad privada. Ninguna autonomía lo hizo. Más bien se deslocalizaron en la privada funciones de la pública, pagadas a precio de oro y por encima de un mercado en tiempo de guerra. Cat y CAM brillaron, brillan, en esa especialidad. Lo que supone un gasto formidable en sanidad que, estrictamente, no es en sanidad, sino un sobrecoste pasado de vueltas, pagado a la privada, ese habibi. El Gobierno no hizo nada al respecto. Podría haber dotado de sentido esa posible intervención autonómica de lo privado. O fijar precios, límites legales, o límites decorosos y poéticos. No lo hizo. Intervino puntualmente, en modo casco azul, yendo a la tragedia a rescatar supervivientes, en las residencias de MAD, cuando la carnicería. No lo hizo en Cat. Se habría liado un pifostio de banderitas, supongo. No montó pollo cuando en Cat y MAD se cruzó una frontera ética, al emitir sendos documentos -ilegales; y más aún, inmorales; y expuestos a la justicia internacional- en los que se especificaba qué ciudadanos no deberían ser atendidos por la sanidad. En general -y salvo con las residencias MAD-, el Gobierno dejó hacer, por tres razones, o por una de ellas. A saber: a) porque en una pandemia sin precedentes, y en colapso, todo el mundo actúa sin precedentes y con colapso, b) por el concepto ya-tengo-suficiente-con-lo-mío, o c) porque todo ello -apostar por el enriquecimiento de lo privado, la grasa de la bisagra de la puerta giratoria, y omitir derechos ciudadanos, tales como excluir de la atención sanitaria- quizás dibuja una cultura política generalizada, una época, un oficio, que ni siquiera es perceptible, o llamativo, para un político ad-hoc. Ni idea.

El problema llega tras el estado de alarma, una herramienta que -a pesar de los cuerpos policiales del Estado, autonómicos y municipales- funcionó con cierto decoro democrático. Dejó de existir una poética, y una ley, que coordinara, o que obligara a la funcionalidad sanitaria a las CC.AA. Sí, había la Ley de la Nueva Normalidad. Pero, visto lo visto, resultaba insuficiente o no operativa. Por ejemplo, no obligaba a seguimientos de contagios. O no de manera efectiva. Desde junio y julio, empezaron los brotes ya incontrolados. En Aragón y Cat, por ejemplo. En Cat siguen los brotes incontrolados, sin trazabilidad posible, si bien se destinaron varios millones de euros a empresas privadas para ello. La cosa sigue igual ahora, pero con control efectivo y de alguna manera, sin colapso más allá de la atención primaria. Todo ello por a) un cambio comunicativo y nominativo del Govern; por b) la emisión de test masivos -no sirven de mucho, pero crean concienciación, retiro voluntario; y un monto en la privada; ahora han comprado, por otro monto, test de antígenos, como los de la prestigiosa marca Abbott; no sirven de nada; a Trump le hicieron una PCR, y no un test Abbott, o aún estaría gritando en la tele-; por c) disciplina e higiene ciudadana; y d) medidas de distanciación localizadas en focos, avaladas o matizadas por jueces. La situación en la CAM -país hermano de Cat; en ambos ha aumentado, por un tubo, el gasto sanitario, pero no el gasto en sanitarios- es la de Cat en verano. Con el agravante de no haber hecho nada desde el verano. Hay poca distancia con Cat -un político cat ha dicho que en Cat se está a cuatro días de mala gestión de MAD-, pero a la vez, mucha. Los sanitarios viven sin estrés, y no hay peligro inminente de colapso, ni de ausencia de materiales, como en MAD. 

La CAM opta por el enfrentamiento con el Gobierno, mientras que Cat se comió ese enfrentamiento -que lo hubo, hasta verano, cuando la Gene percibió que, de no hacer nada, saldrían de la PlaçaSant Jaume en globo- con patatas. El enfrentamiento de la CAM no es tampoco por un problema de enfoque sanitario, que lo es. Sino también por un problema de marcos. MAD, como dijo Ayuso, es Esp. Es decir, el proyecto político del PP desde los noventa. El centro radial, financiero y político. No es un símbolo. Es el epicentro de una Esp desestructurada, atontada, crispada, y que admite como solución políticas neolib, nacionalistas y del agravio. Y eso lo es todo para el PP. Si cae MAD, cae todo. El PP se está defendiendo, diría que muy mal, con marcos anticomunistas y patrios. Y con, diría que muy bien, una defensa legal. Es posible, incluso, que Ayuso, que gestiona esta pugna con tácticas procesistas -diciendo una cosa, haciendo otra, creando marco reaccionario-, gane sus recursos contra el Gobierno y el comunismo internacional. 

La pregunta no es tanto, por tanto, si ha funcionado el sistema federal, o el autonómico. La pregunta es qué se puede hacer, más allá del estado de alarma, para que una C.A. dé un palo al agua contra la pandemia, si no desea hacerlo para practicar la batalla cultural. La respuesta a todo eso no es emitir otra batalla cultural. U optar por el 155, esa selva. La respuesta es más sencilla. La moción de censura. 

¿Qué ha fallado? La cultura política local. No enfrentarse a ella. No avanzar en la moción de censura. Considerar que el enriquecimiento de lo privado, que decálogos inmorales, que el enfrentamiento en la estética de la batalla cultural, son objetos normales y cotidianos, ante los que no se puede hacer nada. Que son, aquí abajo, la política, la normalidad. Incluso en pandemia.

 

(*) Guillem Martínez. Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección.