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14.9.20

Brasil: La era Flordelis-Witzel

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Por Tarso Genro (*)

El "Infierno tan temido" es un cuento de Onetti que me estimuló, para este texto, aunque trata sobre el sufrimiento en las relaciones amorosas de una pareja infeliz. Las capas, grupos y clases sociales, en la formación del Estado democrático de la era industrial moderna, van educando a sus élites intelectuales, a sus líderes de referencia, a sus "empleados" en la hegemon&i

Los faros culturales y morales de estas luchas son más nítidos cuando sus intereses de clase son más transparentes y vinculados a la idea de progreso.

Cuando el modo de vida, el sistema productivo y las formas de dominación envejecen -para amparar el sentido capitalista de progreso- la esfera de la política estable y serena de la democracia burguesa clásica tiembla. Sus cimientos están debilitados y la sociedad queda abierta a los aventureros, criminales y al bandolerismo estructurado como organización política. Flordelis y Witzel /1/ ciertamente no son lo mismo, pero son dos monedas de un mismo lado.

Nunca sabremos en detalle qué mecanismos políticos e incluso extralegales han permitido sacar a la luz las posibles ilegalidades cometidas por el gobernador Witzel. Hago esta afirmación porque la consistente decisión monocrática del Ministro-Relator  - cumplida con todos los requisitos técnicos requeridos para el caso-- se centró en un Gobernador electo, quien decidió realizar, bajo su mando, ejecuciones sumarias de sospechosos, en las barbas de todas las instituciones de la República.  Y las hizo -como se informó abundantemente- sin respuesta alguna consistente del Ministerio Público, lo que hace de su orden de destitución una "consideración" extrema, pero valiente y adecuada a la situación de desequilibrio estructural que atraviesa nuestra democracia.

Tengo la hipótesis de que el asesinato de sospechosos, por tanto, "unifica" el campo político del bolsonarismo, del que Witzel es garante y creador. Y que el poder que se ejerce sobre el dinero -desde el ejercicio de Gobierno- "desunió" este mismo campo. Así, la necrofilia política "une" a las personas del bolsonarismo y el ejercicio del poder estatal las "separa", porque tiende a premiar solo a los grupos más restringidos, vinculados a esa instancia específica del poder.

Por tanto, los diferentes grupos del bolsonarismo firmaron una alianza-clave cuando necesitaban cierta estabilidad para gobernar, aunque con propósitos distintos: algunos querían instaurar el poder de las milicias sobre territorios estratégicos, solución que ya se arrastraba como un virus de excepción fascista, en las estanterías de la derecha radical; otros querían hacer reformas contra el Estado Social -como la Globo- y convertir a (Paulo) Guedes en un Primer Ministro "ad hoc" del Presidente de la Cámara Federal.

Como estas dos tareas están en curso, pero también enfrentan cierto compás de espera -no por la oposición democrática desunida, sino en virtud de la crisis económica y sanitaria - las alternativas para enfrentar los impasses promueven, entre ellas, duros enfrentamientos: amenazan al Papa de las reformas, desentierran corrupciones recíprocas, inundan las redes con ofensas y calumnias (antes reservadas sólo para políticos de izquierda), insultan a periodistas y órganos de prensa (muchos de ellos sus aliados de ayer), uniéndose, sin embargo, en cuestiones fundamentales: las cuotas de sacrificio para "recuperar" la economía deben repartirse entre los "de abajo" y la Universidad, como centro de inteligencia científica y política de la nación, debe ser destruida.

Los grupos marginales emergentes en la política nacional, que controlan territorios criminalizados y equipan mandatos e instituciones parlamentarias para desviar recursos públicos - para uso personal y familiar - dominan el escenario político del bolsonarismo. Él es negacionista y necrófilo, pero la disputa interna entre ellos no es una crisis determinada por estos supuestos ideológicos. Es una crisis de las formas de dominación por fuerza bruta exclusiva, que pretendía imponer a través del "arminha" /2/.

Para tener la aceptación del viejo "establishment" y de las agencias financieras globales, que orientan a la élite rentista, hoy Bolsonaro necesita acelerar las reformas, porque así como Fernando Henrique Cardoso es el eslabón del bolsonarismo, supuestamente civilizado, con las  reformas  Bolsonaro -ya domesticado- debe ser el vínculo entre el rentismo y el fascismo. Y así ellos se complementan.

La corrupción en la esfera política tradicional, que pulula en el Estado brasileño durante siglos, ahora se ha visto agravada por la legitimidad conquistada en las urnas de manera irregular. La conquista del Estado por grupos de intelectuales de extrema derecha, emprendedores "lumpen", extorsionadores de la orden Feliciana (sin experiencia en las salas de negociación bancaria), está ahora guiada por partidos sin rumbo, sin programa y por las religiones del dinero, combinado con sectas criminales. Si estos grupos no son atacados por investigaciones policiales y judiciales en profundidad, algún día pueden convertirse en el propio Estado. Esto es lo que se puede esperar en una sociedad donde el crimen común se torna en la élite estatal en declive y sus ciudadanos son gobernados por Damares, Flordelis y Weintraubs/3/.

Notas:

1. Wilson Witzel, suspendido gobernador de Río de Janeiro, ex juez y ex infante de la Marina.  Flordelis dos Santos de Souza, diputada del partido de Bolsonaro, procesada por el asesinato de su marido.

2. Banda o grupo armado.

3. Abraham Weintraub, ridículo e incompetente ex ministro de Salud. Damares Alves, pastora evangélica, ministra de la Mujer, las Familia y los  Derechos Humanos del gabinete de Bolsonaro.

 

(*) Tarso Genro, veterano dirigente del PT, ex gobernador de Río Grande do Sul.

Fuente: La terra e redonda.com, 1 de septiembre 2020

Traducción: Carlos Abel Suárez