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Conseguir un buen enemigo

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Por Esteban Valenti (*)

Hay un tipo de política que se basa fundamentalmente en conseguirse y, si es necesario fabricarse un buen enemigo como eje de toda su estrategia. Incluso aportando a ese contrincante todos los defectos y caracteres necesarios para que el odio, la bronca y el rechazo visceral sean una parte fundamental de la propia identidad.

En varios países de América Latina ese mecanismo ha funcionado hasta el paroxismo, en algunos casos con la ayuda de los propios enemigos del gobierno, que han hecho lo posible para aportar su ferocidad a la acción del gobierno. Ejemplo en Venezuela.

La identidad del chavismo-madurismo, se basa más en su ferocidad contra la oposición política, contra los Estados Unidos y la OEA que sobre sus propias definiciones, algunas de las cuales, llegado el momento les pasó por encima con todo el peso de la prepotencia y de los militares, como la propia Constitución Bolivariana. Además de estos ejemplos, hay muchos otros, como el Kirchnerismo, por ejemplo.

No se trata de salir nuevamente a ventilar la "originalidad" uruguaya, pero si se observa con detenimiento nuestro proceso, los partidos tradicionales durante muchos años hicieron del "enemigo" antidemocrático de izquierda, es decir del Frente Amplio un enemigo de temer. Desde su argumentación (sus discursos) hasta las características de la lucha ideológica y cultural. Las cosas fueron evolucionando y mejoraron la convivencia entre los dos grandes bloques, la crisis del 2002 y, antes las actitudes de Jorge Batlle sobre el tema de los derechos humanos, contribuyeron a esa mejoría, junto a un elemento fundamental, las posiciones del propio Frente Amplio y sus principales integrantes, dirigentes y partidos.

Un papel decisivo en ese cambio de la polarización total, lo tuvo desde que salió de la cárcel el general Liber Seregni y el retorno de algunos de los principales dirigentes de la izquierda a la vida pública o al país, entre ellos y en especial Jaime Pérez y Rodney Arismendi. Es un proceso al que le hemos dedicado muy poca atención.

¿Se hubieran ganado las elecciones nacionales en el año 2004 por el Frente Amplio sin esos cambios? Es posible y, de todas maneras hay que recordar que sectores de los partidos tradicionales, apelaron en la campaña electoral de ese año a nuevas formas del miedo y de polarización total. La respuesta del FA en ese momento y de su candidato Tabaré Vázquez fue, además de inteligente, adecuada a las necesidades políticas, fue también cultural y, además de contribuir a la victoria electoral, aportaron al desarrollo democrático del país.

Los 15 años de gobiernos del FA fueron un subibaja, con momentos de extrema tensión y polarización y otros de convivencia natural y lógica. Ahora queremos analizar el nuevo cuadro político nacional desde esta perspectiva.

Hay sectores del Frente Amplio - no todos por cierto - que necesitan, que optan, que hacen lo posible y lo imposible por construir un enemigo adecuado a su proyecto de polarización. Lo vemos casi a diario y con mayor o menor tenacidad. A ello hay que agregar un nuevo protagonista, las redes sociales y algunos medios de prensa, donde la ferocidad puede alcanzar niveles delirantes.

En las redes, ese festival de focas, se alimenta con las nuevas focas oficialistas multicolores, que no se caracterizan por cierto por la inteligencia, la sutileza o la argumentación. Es el choque de los bloques, cuanto más feroces y agresivos mejor para los mamíferos pinnípedos que se arrastran por Internet, muchas veces encubiertos en el anonimato.

Incluso a nivel de las fuerzas políticas que  utilizan esa polarización no hay un debate fundado y serio sobre las naturales diferencias que existen y deben existir entre sectores políticos con historias y trayectorias realmente muy distintas y con definiciones ideológicas muy diferentes variadas y distantes. Se trata de fabricarse a como dé lugar el más cómodo de los enemigos, el más antipopular, antinacional, anti constitucional, anti democrático (esta última caracterización es nueva para esos sectores del FA) y si es posible, el enemigo más inmoral y antinacional.

Para ello es natural que cualquier fracaso del gobierno, aunque le cueste al país en su conjunto, aunque lo pague la mayoría de la gente, es el mejor escenario para el montaje del enemigo ideal. Y eso sucede incluso en medio de esta situación extraordinaria de la pandemia, no hay tregua, aunque las cifras de la peste para el Uruguay sean realmente de las mejores en la región y en el mundo. Solo imaginemos por un momento si tuviéramos que afrontar los guarismos de otros países que son aterradores. Llegaríamos al delirio.

En el Frente Amplio es notorio que esa política no es pareja ni mucho menos, hay discursos, análisis, polémicas totalmente diversas y son cada día más visibles. Lo mismo sucede en cuanto a la polarización, por parte de algunos líderes y sectores de la Coalición multicolor. Es notorio el despegue de Cabildo Abierto.

En la izquierda, cuando se necesita recurrir a ese mecanismo de la fabricación de un buen y útil enemigo, es porque se tiene en general, una muy baja estima por la propia capacidad de diseñar una línea política seria y propia, una elaboración programática y cultural sólida, crítica en el mejor sentido del término y dinámica, capaz de seguir los cambios en la sociedad uruguaya y en el mundo globalizado que vive una crisis inédita.

Los que han reducido cada día más su discurso a comparar situaciones económicas, sociales, de seguridad, educativas, laborales de los pasados gobiernos y del actual, ni tienen muy claro que proponer para el futuro, ni han hecho el menor análisis autocrítico de las razones de la derrota y peor aún, demuestran la baja capacidad de iniciativa y de elaboración política en esta nueva situación, sobre todo la que llegó y vendrá con el coronavirus.

Hay un aspecto que esta crisis mundial ha puesto al rojo vivo como nunca antes: la compleja, necesaria, llena de tensiones, relación entre la política, los gobiernos y la ciencia, la investigación, la academia. La izquierda en el Uruguay tuvo momentos totalmente diversos. Durante décadas el mundo universitario, de los intelectuales, de los científicos fue una de sus principales bases sociales y de construcción de sus relatos y discursos, cuando llegó al poder, lentamente se fue distanciando e incluso en algunos exabruptos expulsó a esos sectores de su horizonte. Asumió la peor arrogancia la de los sabiondos todólogos que se autocomplacen en su omnipotencia, en la superioridad del poder y en su falta de estudio.

Además de una demostración de pobreza política, es extremadamente peligrosa, porque deja en manos del o los adversarios la iniciativa o peor aún la capacidad y la necesidad de pensar, de elaborar en base a un permanente crecimiento teórico y cultural y es la base para justificar cualquier cosa. Con tal de que las actitudes y los comportamientos propios, en el pasado o el presente, no sean - incluso en el plano moral - peor o más vistosos que las del "enemigo", alcanza y sobra.

Una línea política, una táctica y sobre todo una estrategia basada en construir el enemigo ideal, en un gobierno que no tiene otro mérito que ser nuestro oponente, es también una forma de debilitar la democracia y perder simultáneamente uno de los rasgos distintivos de la izquierda: su capacidad propositiva, su elaboración permanente, su nivel intelectual.

Vivimos un momento único, nunca antes afrontado por otro gobierno ni por la oposición, la peste es una crisis de la salud a nivel mundial, de la economía, del empleo, de la sociedad, de la sicología social e individual, de la cultura y todos estamos a prueba. También un reto a nuestra generosidad, nuestro sentido de humanidad y solidaridad y a nuestro optimismo histórico, el de la voluntad y el de la inteligencia.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay.