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Reino Unido: un paso más en el callejón sin salida del Brexit. Dossier

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Por Alejandro Nadal, Francisco Louça y Paul Demarty (*)

Brexit y el futuro del capitalismo

Alejandro Nadal

En junio de 2016 el pueblo en Inglaterra escogió abandonar la Unión Europea (UE). El Brexit tomó por sorpresa a las élites del capitalismo inglés. Las fuerzas que promovieron la salida de la UE recurrieron a las banderas de miedo a la migración y el rencor contra la euroburocracia en Bruselas.

Durante 2013 y hasta febrero de 2016 el gobierno de James Cameron trató de renegociar un acuerdo integral con la UE para aplacar a los euroescépticos en Inglaterra. Además de lograr que el acuerdo de Schengen sobre circulación de personas no se aplicara en Inglaterra en los mismos términos que en los demás países de la UE, Cameron obtuvo concesiones para restringir los beneficios para migrantes. Su gobierno presentó eso como el logro más significativo del nuevo acuerdo con la UE. Además, el nuevo trato daba garantías para que la libra esterlina no se convirtiera en una moneda de segunda categoría en la esfera de la eurozona, lo cual tenía grandes implicaciones para el sector de servicios financieros en la City. Finalmente, el acuerdo reconocía que Inglaterra no tendría que comprometerse con una integración política más profunda en Europa. Muy confiado en el resultado, Cameron cometió el error más vistoso en la historia política de Inglaterra al convocar al referendo de 2016 sobre la permanencia en la Unión Europea.

El Brexit tiene muchas facetas, pero la más significativa es que tanto los que promovieron la salida como los que deseaban la permanencia recurrieron al miedo como su principal argumento. Paradójicamente, la campaña de miedo a los migrantes triunfó con márgenes decisivos en las regiones donde no hay migrantes: zonas rurales y áreas como el País de Gales. En favor votó la mayoría de la población cercana a los polos urbanos, como Londres y Manchester, así como la del sur de Inglaterra, que mantiene niveles de ingreso superiores a la media. Pero ese voto estuvo animado por el miedo a un supuesto colapso económico y desempleo masivo, pronosticado por el gobierno y sus aliados. El resultado no fue suficiente para hacer contrapeso. Es normal, en las ciudades la precariedad del empleo ya representa suficiente caos para millones de personas. El balance de la jornada del referendo fue una votación dividida en las conclusiones, pero unida bajo la bandera del miedo.

Durante los pasados dos años el gobierno inglés trató de definir los términos de la separación con la Unión Europea. La semana pasada el parlamento rechazó la propuesta de la primera ministra, Teresa May, arrojando por la ventana su plan de divorcio. El balance final es un descalabro para el proyecto neoliberal sobre el que se funda la Unión Europea desde los tratados de Maastricht y Lisboa. También lo es para el capitalismo neoliberal que se aplica en Inglaterra desde los años de Margaret Thatcher. Sin duda el Brexit y sus secuelas son una marca infamante para el neoliberalismo, pero surge la pregunta de si también son señal sobre el futuro del capitalismo. Quizá la respuesta está en las implicaciones del Brexit para el sector financiero.

Avizorando los peligros que rodeaban la desindustrialización y aprovechando hábilmente la coyuntura del colapso de Bretton Woods, el capitalismo inglés construyó un señorío financiero sobre las ruinas del antiguo imperio británico. Desde las islas Cayman hasta Chipre, la City consolidó un nuevo espacio transfronterizo, en el que la libra esterlina pudiera reinar sin ser perturbada. Esa plataforma del poder financiero ha servido para el asombroso desarrollo de la especulación y los mercados financieros de divisas, títulos y derivados. Hoy, la prioridad de ese nuevo imperio financiero es conservar su integridad frente al desafío del Brexit.

El mercado mundial de divisas tiene varios espacios que fungen como cámaras de compensación y la City es de los más importantes. Una de las principales divisas que circulan en esa cámara de compensación es el euro, lo que ha otorgado a la City un lugar preponderante en el corazón de una unión monetaria a la que Inglaterra no pertenece.

El desarrollo de la City se hizo al amparo de importantes economías de escala en el sector bancario que permitieron la aglomeración de bancos y casas de cambio en una sola localidad. Pero esas economías de escala pueden perderse si se ven perturbados los acuerdos sobre convertibilidad que les dan vida. Y es aquí donde el caos del Brexit acarrea serias consecuencias para ese imperio financiero por el posible desplazamiento de actividades bancarias que amenazaría las economías de escala sobre las que se construyó el imperio financiero.

En el drama del Brexit las clases desfavorecidas no son las únicas que tienen miedo. La cima del capitalismo financiero también tiene dudas existenciales. La incertidumbre no respeta fronteras ni clases sociales. Pero una cosa es cierta: ningún sistema social puede sobrevivir cuando está fincado en el miedo. Y hoy la evolución del capitalismo no está marcada por la promesa de un porvenir luminoso, sino por el temor y el desasosiego.

Si todos quieren que sea una desgracia, así será

Francisco Louçã

El desastre del Brexit tiene consecuencias. Para quien quiera salir, en el futuro, la opción será imponer una crisis de la Unión Europea. A través de la negociación no se sale.

El desastre del "Brexit" no estaba escrito en las estrellas, es ciertamente el resultado de una meticulosa construcción en la que nada fue dejado al azar. Comenzó por la intriga partidaria, Cameron quería acomodar el partido Conservador y prometió lo que no tenía intención de cumplir, hasta que una imprevista mayoría electoral lo obligó al referendo. En ese momento, pidió a la Comisión Europea la facilidad de incumplir las normas de los tratados para mostrar el músculo contra los inmigrantes europeos y llevó a lo que quería. Armado de demagogia contra la amenaza de un triunfo de los laboristas llegó a la noche del recuento de los votos confortado por los sondeos, pero amaneció derrotado. Y fue entonces que la intriga se condensó.

Venganza

Dimitido Cameron llegó May y su historia se cuenta en pocas palabras: fue a las elecciones para reforzarse y terminó minoritaria, colgada de una alianza con los unionistas irlandeses y con un Laborismo renacido con Corbyn, un crítico de las políticas liberales europeas que no le facilita la vida. A partir de ahí, fue una penosa negociación en la que la diplomacia británica, tenida como profesional, se hundió y descubrió que nadie le daba la mano. May fue humillada y despachada fuera de la sala, aprendiendo lo que es el bullying en versión Bruxelense. La lección es ésta: con Suiza, con Noruega, hasta con Irlanda después de su referéndum, con Canadá, la negociación es para un acuerdo, con el Reino Unido es un castigo.

Hay dos razones para la violencia negociadora de las autoridades europeas. La más obvia es que, siendo el primer país en abandonar la Unión Europea, y además una de las mayores economías, no puede quedar la menor duda de que la penalización es tal que ningún otro Estado puede atreverse a imitarlo. No es una vacuna, es una matanza. Los gobiernos alemán y francés utilizan sus listas de empresas que deben abordarse para retirar los centros de operaciones, hay presión sobre las finanzas porque la City es la presa más codiciada, es una cacería. La segunda razón es de orden geoestratégico. Alemania y Francia saben que el poder militar británico, aún hoy es lo más importante en Europa, fue el que determinó el desenlace de las guerras y arbitró la política continental. Su destitución histórica es una venganza duradera. París y Berlín advierten en el "Brexit" una oportunidad de realineamiento político y, a un plazo, de las capacidades militares, lo que evidentemente revaloriza a Francia y le da algún sentido en el preciso momento en que se evapora la presidencia de Macron.

Alineación

Para el Reino Unido, la gestión del caso por May, atragantada por la acidez europea que no había previsto, creó una trampa de la que saldrá siempre perdedora. Aplastada en la votación de los Comunes, ya no puede conducir ningún proceso. Se hizo una especialista en perder tiempo, como si el drama del calendario generara flexibilidad de un lado y razonabilidad del otro, pero se engañó en todo. Llegó así a la peor de las opciones, aquella en la que todos los caminos son pésimos: o una renuncia a la soberanía británica al ver la suprema vergüenza de repetir un referéndum por orden externa, lo que ningún gran Estado europeo jamás aceptó, empezando por Francia cuando rechazó en voto popular nada menos que a la Constitución Europea, o un "Brexit" en modo de pánico.

El meticuloso trabajo de May y de Juncker, o de Macrón y de Merkel, dio por lo tanto sus frutos. Quisieron el desastre y llegaron al desastre. Y tal desastre tiene dos consecuencias en cuanto al alineamiento de fuerzas y de opiniones.

La primera es que ningún país se atreverá en adelante a usar el artículo 50. Pero eso llevará a quien quiera salir a una única opción, intentar imponer una crisis general de la UE. Es así más fácil llegar al objetivo por esa vía que por la negociación ponderada. No es difícil adivinar a los candidatos a esa operación, sobre todo después de las próximas elecciones.

La segunda es que, para una crisis de dimensión europea, o hasta para hilvanar la respuesta a una recesión, este rodillo compresor contra el Reino Unido ha provocado una cómoda alineación de los euros entusiastas, pero pierden el distanciamiento crítico que necesitan para percibir la farsa que están montando. Tener un enemigo externo es tranquilizante. Pero es un hecho que el marco presupuestario plurianual debería haber sido aprobado antes de que la extrema derecha marque el Parlamento Europeo y que la Unión Bancaria haya sido "completada", que nada de eso ocurrió ni va a suceder. Así es, en un proyecto fallido no se sale del pantano tirando de sus propios cabellos, a diferencia del barón de Munchausen.

"Expreso" el 19 de enero de 2019

El verdadero peligro es un gobierno de unidad nacional

Paul Demarty

Con TheresaMay paralizada, los parlamentarios neoliberales se están preparando para 'recuperar el control' en la crisis constitucional de Gran Bretaña

La locura, se dice, consiste en hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes.

Hay, sin duda, muchas almas poco caritativas que, al observar el curso absurdo de la política burguesa en Gran Bretaña, creerán a TheresaMay presa de la locura. Después de haber improvisado una oferta ante los negociadores de la Unión Europea, su frágil gabinete se desintegró cuando se la presentó en su retiro de Chequers en julio de 2018. En ese momento, con las renuncias en cadena de David Davis y Boris Johnson, la oferta quedó achicharrada. Pero May siguió adelante, decidida a ponerlo a voto al parlamento antes del receso de Navidad, y estaba tan convencida de que su humillación era inevitable que canceló la votación en el último minuto, humillando, eso si, a la mitad de sus ministros, que habían sido enviados de gira por el circo mediático para defender que la votación tendría lugar, a pesar de saber perfectamente -como los propios europeos- que no sería así. Seguramente era más que suficiente; pero no - el mismo acuerdo volvió a la palestra la semana pasada, y sufrió una derrota sin precedentes históricos.

¿Y ahora qué? Bueno, lo sabíamos, ¿no es verdad, querido lector? La tan cacareada declaración ante el parlamento el 21 de enero resultó la única posible: sin movimiento o cambio de táctica alguno por parte de la valiente, robóticamente fiable, primera ministra. May expuso seis 'lecciones' que supuestamente había aprendido como resultado de la votación de la semana anterior, pero al menos cinco de ellas eran simplemente reformulaciones de la misma política. La restante - la exención de una tasa de 65 £ para los nacionales de la UE que soliciten la residencia permanente en Gran Bretaña después del gran día - era un gesto tan minúsculo que no le costó nada en absoluto: incluso Jacob Rees-Mogg, caballero andante del verdadero Brexit, argumentó a su favor unas horas antes en una entrevista por teléfono de LBC. Porque no le costó nada, tampoco le aportará nada, a pesar de que pueda molestar a Phil Hammond, alias 'hoja de cálculo', pero suponemos que hacerlo es ya un hobby de May. Otro enfrentamiento parlamentario se cierne el 29 de enero, y no hay señales de que May esté dispuesta a ceder dadas las reglas que se ha impuesto a sí misma.

Después de haber planteado la posibilidad de desequilibrio mental, sin embargo, hay que insistir en que no se trata - como suele ser el caso - más que de una loca terquedad en su trabajo. La circunstancia atenuante principal es que el gobierno siempre sufre más por los asuntos cotidianos que los partidos de la oposición. Estos últimos se permiten el lujo de no tener que someter sus planes inmediatamente a prueba; pero ese lujo se ha convertido para todos los partidos, en sus períodos de travesía del desierto, en una muy buena razón para no tener en absoluto ningún plan o propuesta concretas. Basta con proyectar la imagen de una mayor competencia; y, por la naturaleza de los acontecimientos, es casi imposible que no sea así. Es el gobierno al que se le exige actuar, con la siempre cruel vuelta de tuerca política; sus fallos deben resultar más frecuente y evidente que los del hostil coro griego del otro lado de los Comunes.

TheresaMay tiene planes; o, más bien, un plan. A pesar de sus obvios fallos, hay que decir que las exigencias para cualquier plan son muy severas; algo que satisfaga a las principales potencias de la UE en el sentido de que Gran Bretaña no obtendrá ninguna ventaja gracias al Brexit. Luego está el gobierno irlandés (respaldado por la Unión Europea) y su necesidad de un acceso sin restricciones a su más antiguo mercado exterior, las preocupaciones de la City acerca de un Brexit duro, los tipos como Rees-Mogg preocupados por un Brexit blando, o la lealtad fanática del Partido de la Unión Democrática del Ulster, ... Si May ha fracasado, es porque era inevitable. Perdió en el mismo momento en que perdió realmente las elecciones de 2017, convirtiéndose en rehén de un gran número de personas encantadas de tener rehenes.

Esa estrategia electoral de 2017, como se recordará, se inició situando de entrada el artículo 50. Una vez hecho se jugó con dos enfoques: el primero, propuesto por sus asesores más cercanos entonces, Nick Timoteo y Fiona Hill, era girar hacia la derecha populista con toques Trumpianos sobre la situación de los trabajadores. A medida que la campaña se puso en marcha, el genio electoral con menos éxito del mundo, Lynton Crosby, tomó el mando, y el mensaje se convirtió en "May, la timonera firme, o el caos de un gobierno Corbyn". Tan traigo por los pelos que una ventaja de votación de 20 puntos se convirtió en una apretada derrota de la exigua mayoría Tory. El tic-tac del artículo 50, sin embargo, siguió sonando.
enmiendas

May, la firme timonel, parece ahora un chiste; pero la pregunta sigue siendo: ¿de quién nos fiamos? Las habladurías en la prensa, antes de la votación de la próxima semana, tratan de dos enmiendas: una propuesta por el ex fiscal general y ocasional aspirante al liderazgo de los débiles conservadores pro-europeos, DominicGrieve; y la otra por la laborista de derechas Yvette Cooper.

Más o menos: Grieve quiere presentar una cuestión de orden que suspendería de forma permanente la decisión de los Comunes en virtud de la cual el gobierno decide qué asuntos se presentan a debate. En su lugar, el parlamento sería capaz de programar sus propias votaciones. La idea es que se llevarían a cabo una serie de votaciones indicativas sobre diferentes escenarios de Brexit; si alguno tiene la mayoría, el gobierno debería presentarlo a los europeos como base de una renegociación - y, de hecho, estaría bajo una fuerte presión para hacerlo, porque su negativa inevitablemente sería vista como un desafío al parlamento.

El esquema de Cooper es más simple. Se inicia de la misma manera - acabar con el control del gobierno de la agenda parlamentaria. A continuación, debatir un proyecto de ley que descarte categóricamente una salida sin acuerdo con la UE, lo que obligaría efectivamente al gobierno (en ausencia de algunas artimañas propias) a extender el período del artículo 50 hasta que tenga un acuerdo aceptable tanto para los Comunes como la UE 27.

El problema con ambos esquemas es que no presionan al gobierno tanto como se esperaría. El esquema de Grieve tiene todas las deficiencias de la idea de los antiguos 'votos indicativos': aparte de la posibilidad de que pierda cada votación(como le sucedió a Tony Blair con la reforma de los Lores), el gobierno puede simplemente tomar nota e ignorarlo - y ¿quién lo descartaría dada la consistencia robótica de May? El proyecto de ley de Cooper para evitar un Brexit sin acuerdo es más difícil de ningunear, pero ya que potencialmente podría obligar al Tesoro a desembolsar la cuota como miembro de la UE (¡los £ 350 millones, otra vez!), el gobierno podría considerarlo un proyecto de ley fiscal y pedir a la Reina que lo vete. The Times reconoce que esto implicaría una crisis constitucional, como si no estuviéramos teniendo ya una. Ciertamente el plan no garantiza salir de la crisis, sino que puede exacerbar la.

La salida es un cambio de gobierno ; pero mientras - recuerda Fiona Bruce - los dos partidos principales estén empatados  en las encuestas, ¿quién se arriesgaría a unas elecciones generales? Si las dos votaciones de la próxima semana sirven algún propósito será para ver quién rompe filas con sus cúpulas de los partidos, lo que indicaría las líneas generales de un potencial gobierno de unidad nacional.
Alternativamente, si se convence a Jeremy Corbyn defender el aplazamiento o la anulación del Brexit, todos los deseos de la burguesía se verán cumplidos. Porque es evidente, a partir de los datos de las encuestas, que - se vea o no erosionada la "fe en nuestra democracia", como advierte TheresaMay - su fe en las credenciales anti-sistema de Corbyn se evaporaría inmediatamente. Entonces los conservadores podrían convocar las elecciones generales, hacer campaña con un relato de traición nacional, y obtener la victoria aplastante que se prometieron hace dos años. Nuestros ingenuos compañeros en la izquierda 'pro-europeos', por desgracia, permanecen ciegos a este peligro.

De cualquier manera, la permanencia de May como primera ministra es un obstáculo. Un cínico podría pensar que su compromiso inquebrantable con un acuerdo abortado involuntariamente, lejos de ser una cuestión de desequilibrio mental o de principios democráticos - se limita en realidad a la cuestión de lo prescindible que será cuando ya no sea un obstáculo. Por lo tanto no habrá redención para May, y saldrá de la política, para ser recordada sólo como un fracaso humillante. En cualquier caso, es probable que la votación de la próxima semana traiga nuevas emociones.

https://weeklyworker.co.uk/worker/1235/national-government-real-danger/

 

(*) Alejandro Nadal. Economista, es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

(*) Francisco Louça, catedrático de economía de la Universidad de Lisboa, ex parlamentario y miembro del Bloco de Esquerda, actualmente es Consejero de Estado.

(*) Paul Demarty, filósofo y analista político, es miembro del comité de redacción del semanario WeeklyWorker, cercano a la corriente LabourPartyMarxists.

 

Fuente: Varias

Traducción: Carlos Abel Suárez y G. Buster