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Sangre, saña y saqueo (I)

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Por Martín Alonso Zarza (*)

Ochenta (1938), cuarenta y cinco (1973) y diez años (2008) después de las grandes operaciones económicas y políticas.

A la memoria de Orlando Letelier,

A Clara Valverde y Ángel Martínez, en su combate.

 

 

"No se comprenderá cabalmente el Holocausto mientras no sea estudiado como la operación 
más determinada de latrocinio criminal de la historia moderna".
Götz Aly (2007: 285). 

"Los mayores mentirosos de este siglo ganaron los premios nobel de economía".
Boaventura de Sousa Santos, El País, 05/11/2018. 

"[...] el poder, la codicia y la gloria de Wall Street".
Who's who and what's what on Wall Street, 1998, p. ix.

 

La anécdota, digámoslo así, de la decisión del Tribunal Supremo de revertir una decisión anterior de una de sus salas sobre las hipotecas -que perjudicaba a los bancos- es el síntoma de una categoría. La indignación que ha provocado resuena en un sentimiento muy extendido que tiene que ver con la creciente desigualdad, incluida la legal, a resultas de la crisis. En su condición de categoría, y con las modulaciones necesarias, esta anécdota conecta con otras como la de los másteres fraudulentos o, en un registro próximo, el cambio de opinión del Gobierno en relación con la exportación de armas a Arabia Saudí. Seguramente el prototipo narrativo que mejor encarna la categoría es la reversión de la intención de reformar el capitalismo como primera reacción a la crisis financiera de 2008, a la captura de la democracia por un capitalismo extremadamente robustecido, entre otras cosas, por el dinero público de los rescates. Que los fondos del Estado sirvieran -por añadir una anécdota más, si se confirman los datos de Villarejo- para financiar la obstrucción a la justicia por un caso de corrupción (Gürtel) ilustra bien el fenómeno que aquí quiero analizar y que es algo más que la puerta giratoria: se trata de la simbiosis entre la economía y la política, o por ser más precisos de la fagocitación del zócalo institucional de la democracia por la ortodoxia monetarista hegemónica. No se trata de algo novedoso. El objeto de este artículo es indagar la plausibilidad de un hilo de continuidad, desde el prisma del impacto sobre la médula de la democracia, entre los tres momentos separados del presente por los años del título: 1938, 1973 y 2008. 

 

A principios de los noventa, Mike Godwin formuló la ley epónima según la cual, a medida que se alarga una discusión digital, la probabilidad de que se mencione a Hitler tiende a 1. Esta ley es congruente con la omnipresencia del nazismo y su emblema, el Holocausto, en la esfera cultural. Y lo es, sobre todo, con la lectura reduccionista del nazismo en clave ideológica (nativismo, racismo). Se trata de una visión reduccionista porque el Tercer Reich fue igualmente un programa a una escala desconocida de una forma de redistribución muy alejada de la acepción habitual. La disociación entre estos dos aspectos, la irracionalidad de la mística de la sangre y la racionalidad de la maximización del beneficio, constituye, por un lado, un elemento decisivo de la estrategia discursiva dominante en el estudio del nazismo y, por otro, una tendencia continuada a enmascarar los ataques a la igualdad en excipientes ideológicos esencialistas. Lo que trataré de articular aquí es que hay una conexión estrecha entre el irracionalismo nativista y el racionalismo economicista, entre la mística de la sangre y la mistificación del fundamentalismo del mercado. La mirada superpuesta a estos tres momentos tratará de buscar sustento a esta línea argumental. 

 

1938. El nativismo racista como pantalla del latrocinio nazi  

La motivación original de este escrito tiene que ver con el fetichismo de las efemérides y las casualidades de las lecturas. Hace unos meses el escritor norteamericano argentino Uki Goñi1, al calor de las imágenes del año pasado en Charlottesville (Virginia) en la que aparecían supremacistas blancos cantando sangre y suelo en una manifestación, evocaba un mitin del 27 de noviembre de 1938 -los 80 años de la primera cifra del título, que son también los 80 años de la Kristallnacht (Noche de los cristales rotos) de tres semanas antes- a cargo de Richard Walther Darré, el teórico de la Blut und Boden ('sangre y suelo'), delante de un escenario con las insignias alusivas, una espada y una espiga superpuestas sobre la cruz gamada. Darré fue una pieza central de la cúpula nazi y el responsable de la concepción racial que se materializó en la Lebensborn. Colaboró con Himmler en la configuración de la Oficina Central para la Raza y el Asentamiento. Hitler, impresionado por el movimiento Blut und Boden, le nombró ministro de Alimentación y Agricultura en 1933. Darré fue condenado en los juicios de Núremberg por expropiación de tierras y por reducir a esclavitud a cientos de campesinos judíos y polacos. Murió en 1953, de cáncer según unas versiones, de alcoholismo según otras. 

 

Como ocurre nada excepcionalmente en estas reivindicaciones de pureza, Richard había nacido Ricardo -Ricardo Walther Óscar, era su nombre completo- en Belgrano (Buenos Aires), su padre era un comerciante alemán de ascendencia hugonote francesa y su madre sueca-alemana-española. Todo un ejemplo de pureza aria. Como la propia doctrina. En esos años Argentina era la despensa del mundo por la abundancia de carne y cereal de las llanuras de la pampa. En su Neuadel aus Blut und Boden (Nueva nobleza de sangre y suelo) (1930; en 1936 volvería sobre el tema con Blut und Boden ein Grundgedanke des Nationalsozialismus, publicado por la editorial del Reich) Darré traslada los métodos de selección en la cría ganadera al terreno racial para producir una raza aria pura de seres humanos perfectos, especiales (Sonderweg) y superiores. 

 

 

 

Richard Walther Darré.

 

Las afinidades entre Darré y Himmler no eran solo las de la mística de la sangre y el suelo o la Ahnenerbe (Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana), sino la eficiencia y la rentabilidad. En Recursos inhumanos -una expresión que evoca esta misma motivación de racionalidad- cuenta Fabrice D'Almeida que Himmler trasladó a la gestión de la Orden Negra su experiencia de empresario de una granja de pollos. Hitler no tuvo ninguna experiencia parecida pero sus lecturas de las novelas muy populares de Karl May de la conquista de los vastos espacios del Oeste americano fueron ingredientes de su alucinación de la conquista del Este alentada por ese tropo tan nativista del Lebensraum; la versión mística de la política de la oferta2. La invasión de la URSS respondía a esta pieza del imaginario que hacía del Volga el Mississippi de Alemania, como recuerda Adam Tooze.

 

Significativamente, el juicio sobre las contribuciones de Darré ha preferido la atribución -digamos romántica- de sangre y suelo, a aquella que pondría el énfasis en el registro predatorio del expolio. En cambio aquí voy a seguir una línea de interpretación diferente, representada básicamente por los historiadores Götz Aly, Adam Tooze y Fabrice d'Almeida3. Los dos primeros, alemán y británico respectivamente, ponen el énfasis en la economía y subrayan el peso de la racionalidad económica en el expolio; el segundo, francés, da cuenta de cómo las medidas económicas modelan los usos sociales de la elite beneficiaria principal del expolio. 

 

Aly desafió dos ideas en boga en esos mismos años 90 en que la narrativa del Holocausto inundaba las ondas: en primer lugar, la tesis de que Auschwitz resultaba refractario a la explicación; en segundo lugar, aquella que presentaba como factor determinante la variable ideológica resumida en la cosmovisión irracional racista y antisemita. Los autores a los que seguiré optan por una explicación utilitarista, una de las expresiones de la racionalidad, de Auschwitz. D'Almeida (p. 167) resume este sentir en la explicación de un chiste que circulaba en Berlín el año del mitin de Darré:

 

- ¿Sabes quién es la persona más buscada hoy en Alemania?

- La abuela no aria para cobrar finalmente la herencia.

- No, hombre, la bisabuela no aria, porque cobras la herencia y te evitas los problemas. 

El sentido común resumía la transferencia del lujo y el poder que se estaba produciendo en Alemania. Expresaba sobriamente hasta qué punto el interés se insinuaba detrás de la ideología, y hasta muchas veces la precedía. 

 

EL UTILITARISMO NO ES LA ÚNICA EXPRESIÓN DE LA RACIONALIDAD. RACIONALIZACIÓN, PLANIFICACIÓN, MODERNIZACIÓN O EFICIENCIA ERAN ELEMENTOS NUCLEARES DEL DISCURSO NAZI

El utilitarismo no es la única expresión de la racionalidad. Racionalización, planificación, modernización o eficiencia eran elementos nucleares del discurso nazi. De la misma manera que contó con un nutrido grupo de expertos y académicos de distintas ramas del saber -por ejemplo, los doctores nazis estudiados por Robert Jay Lifton- que al imprimir un marchamo de racionalidad a los designios nazis les dotaron de legitimidad. Cabría subrayar el papel del ramo asociado a la raza, donde no faltó el apoyo de distinguidos exponentes de la antropología norteamericana; lo mismo que IBM desde la vanguardia tecnológica. El Lager mismo no era una excrecencia sino que, escribe D'Almeida en Recursos inhumanos, formaba parte "de la experimentación social y de la creatividad política". Los arquitectos de la aniquilación, según la frase que sirve de título a otro libro de Aly, estaban repartidos entre los distintos estamentos del saber teórico y aplicado. Obviamente la justificación última es de orden ontológico: el valor supremo de la raza aria presentaba al judío como un problema patológico que amenazaba la salud del cuerpo nacional germánico, según la concepción orgánica. De ahí la omnipresencia del lenguaje de la higiene. Mientras que la superioridad justificaba tanto el expolio de tierras extranjeras como la sumisión de sus habitantes. Estas concepciones, tan halagadoras para la autoestima, son las que explican la popular acogida, motivada por la seducción de una lógica populista que racionalizaba el expolio como tributo debito a los merecimientos de la raza más valiosa4. Mientras que, paralelamente, se construía la figura antagónica: las vidas indignas de ser vividas solo útiles para ser explotadas. Superhombres e infra hombres. Todas las concepciones supremacistas convierten los privilegios en derechos.

Tooze observa la lógica del trueque que se desprendía de esta diferencia de estatus y que provocó la hambruna impuesta a las poblaciones conquistadas en provecho de la población alemana, del Volkstaat, según el título de Aly en el original. Se acude a explicaciones de corte providencialista para dar cuenta de esas prácticas de latrocinio. En esto Auschwitz no desentona de una línea de continuidad que ha sido señalada por los estudiosos, de Bauman a Lindqvist. En Exterminad a todos los salvajes (Turner, 2004), recuerda este último la fórmula de Daniel Denton en 1670:

Cuando los ingleses llegan a establecerse, una mano divina les despeja el camino erradicando a los nativos o segándolos o bien por medio de guerras internas entre las tribus o bien por medio de alguna enfermedad mortal.

 

Dos siglos después en Social Statics (1851) Heribert Spencer invoca una providencia laica, darwiniana:

Las fuerzas que operan dentro del gran esquema de la felicidad perfecta, sin tener en cuenta los sufrimientos secundarios, exterminan a los sectores de la humanidad que se interponen en su camino... Sea un ser humano o un animal, el estorbo debe ser eliminado. Así como el salvaje ha tomado el lugar de las criaturas inferiores, también debe él, si ha permanecido demasiado tiempo en su condición de salvaje, ceder el sitio a su superior.

 

Interesa recordar la fibra de estos argumentos porque la encontraremos, pese a su sofisticado enmascaramiento, en las legitimaciones economicistas del austericidio. Un estado de cosas que se refleja en el espejo nazi también -sobre todo- en el ángulo inferior: el nazismo fue entre otras cosas un ejercicio brutal de acumulación y concentración de recursos.

 

El enfoque de Götz Aly sobre el nazismo coincide en muchos puntos con el del historiador de Cambridge, Adam Tooze. En The wages of destruction este autor se propone el análisis simultáneo de la racionalidad económica y la irracionalidad ideológica del nazismo, una visión que recuerda la tesis clásica de Jeffrey Herf sobre el modernismo reaccionario. La figura del Lebensraum ilustra bien esta dualidad: es a la vez un fantasma racista sobre un espacio que debe ser desalojado primero y colonizado después, y la promesa de un botín suculento. En pos de esa empresa estaba desde luego la elite política pero también la gran patronal, una parte de la cual se benefició de los enormes retornos de capital permitido por Hitler en la industria del armamento, que se aupó al epicentro del poder. Como Aly, Tooze hace de la economía la clave interpretativa del régimen nazi. 

 

No hace falta decir que la fobia antisemita no impidió a muchas familias alemanas vivir en casas expoliadas a judíos o usar los enseres robados o negociar con ellos, como las obras de arte. Tampoco, como cuenta D'Almeida en Recursos inhumanos, los escrúpulos impidieron que algunos SS destinados en los campos pasaran el tiempo coleccionando trozos de víctimas, cráneos y huesos. El refuerzo social de unas relaciones humanas estrechas y un modo de vida compartido entre las elites arianizadas neutralizaba toda posibilidad de cuestionamiento. El libro de D'Almeida da cuenta de cómo se concretaban en el plano micro los designios estratégicos nazis. Y una de las funciones del modo de vida era precisamente autojustificadora desde "la visión según la cual el fuerte puede utilizar y despojar alegremente a los débiles y a los vencidos" (p. 298). La mirada desde hoy hace difícil aceptar que la "catastrófica utopía" que representaba el nazismo fue "tremendamente movilizadora, y su eco cautivador aún atormenta a nostálgicos e ignorantes" (p. 350). Ya entonces sedujo a propios y extraños, incluyendo a numerosos diplomáticos extranjeros. 

 

No tengo conocimiento de trabajos sobre el nacionalcatolicismo y el franquismo elaborados desde la óptica sobre el nazismo aquí utilizada. Desde luego el empeño del cardenal Gomá de presentar la Guerra Civil como una cruzada y negar su carácter de lucha de clases se parece a la justificación por negación (non petita) y el elemento de disciplinamiento de la movilización de las clases populares en el contexto de la "cuestión social" es evidente. Pero no es difícil encontrar indicios de las prácticas depredatorias. Hace poco nos enterábamos de que dos estatuas del Pórtico de la Gloria aparecen ahora en manos de la inmobiliaria Pristina SL, propiedad de la familia Franco (El País, 16/10/2018). Que sigue siendo propietaria del Pazo de Meirás. Y todavía permanece en la memoria colectiva de los joyeros gallegos el temor a la visita de Doña Carmen Polo. Aunque parece que el franquismo no cultivó los rituales glamurosos que daban solidez corporativa a la élite nazi, hay desde luego elementos suficientes para constatar la vigencia de las prácticas predatorias. Me limitaré a señalar aquí tres de orden inmaterial y muy distinto. Una es la que desposeyó a buena parte de los intelectuales republicanos de sus plazas docentes y de investigación, el "atroz desmoche"5. La otra es mucho menos visible, también porque el machismo ambiente impedía verla en su dimensión justa: las diferentes formas de atropello sexual de las mujeres de familia de republicanos6. La tercera remite al estrato profundo de la justificación religiosa del "totalitarismo divino", la apropiación del brazo de Santa Teresa,  cuya protección en tanta que Santa de la Raza invocaba el Generalísimo7. El cato-integrismo (TradFest, Vigilare, Tradición Familia y Sociedad) con fuerte implantación hoy en países como Croacia o Polonia se inscriben en ese registro 

 

1973. La cabeza de puente

En el artículo citado, Uki Goñi ofrece una observación en la dirección de estas líneas: "Cada país produce su tipo particular de totalitarios asesinos. Lo que descubrí en Argentina es que la presencia de los nazis normalizó su ideología y debilitó las defensas democráticas de la sociedad contra las ideas totalitarias que representaban. Ver las banderas nazis en las calles de Charlottesville el año pasado; y volver a verlas en Washington DC este año, me lleva a pensar qué diferente es la América de hoy del país en que nací y crecí. Me hace pensar cuánto se ha extendido tal normalización ya en EE. UU.". En el apartado siguiente, "2008. Oscurantismo y expolio en el catecismo neoliberal", recalaremos en el presente. En este nos quedamos a medio camino entre la actualidad y el Tercer Reich, las dictaduras del Cono Sur representadas por la Junta argentina y el golpe de Pinochet en los años 70.