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Antirracismo y libertad de expresión

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Por Pastora Filigrana García (*)

La libertad de expresión hay que ejercerla para alcanzar más libertad, no para atentar contra ella ni para reforzar estereotipos.

El debate de los límites del racismo ha vuelto. La polémica surge por el monólogo de un humorista que, en un intento de desafiar lo que considera "políticamente correcto", arremete contra el pueblo gitano con insultos como ladrones, machistas y enemigos del orden vigente.

¿Todo vale en el humor?  La siguiente reflexión va para esas personas que ante esta polémica se plantean con sinceridad si toca defender la libertad de expresión o el antirracismo. A aquellas que se plantean el problema con un horizonte de emancipación, es decir las que se sienten responsables de su territorio y su momento y se comprometen con un cambio social que aspire a mayores cuotas de justicia social para la vida digna de todos. A quien no se plantee esta cuestión desde esta sensibilidad, le invito a dejar de leer y ahorrarse el comentario despectivo en redes sobre este artículo.

¿Antirracismo...?

El capitalismo es un orden socioeconómico que se mantiene gracias a la sustracción sistemática de recursos materiales y humanos de dos terceras partes de la población hacia una tercera. Para justificar esta operación se necesita un discurso que jerarquice a la población mundial en más o menos humana, más o menos merecedora de pertenecer a uno o a otro lado de la sustracción. Por ello, en este modelo existen el patriarcado, el colonialismo y el racismo: para colocar en esta escala a las personas según el género, el territorio que habitan o el color que tengan. Los dispositivos para mantener esta jerarquía pueden ser numerosísimos y podrían ser ordenados en una escala de violencia más o menos implícita: ridiculizar, infantilizar, invisibilizar, criminalizar, estigmatizar, esclavizar, expoliar, reprimir, exterminar...etc.

Así, cuando la ridiculización se hace desde el bando de los favorecidos contra los desfavorecidos sin duda se está apuntalando este discurso que justifica el sistema-mundo. Cuando alguien hace chistes sobre gitanos ahondando en los estereotipos que el discurso hegemónico utiliza para colocarlos de manera "natural" en el bando de los desfavorecidos, sin duda está siendo de gran ayuda a este discurso.

Se puede mofar un humorista de los gitanos, pero tiene que ser responsable y saber que esta mofa no se hace en un laboratorio aislado sino que se está haciendo en un contexto social y económico determinado. En una sociedad donde una importante parte de la población gitana vive en la exclusión social, es decir en condiciones de desigualdad para el acceso a la vivienda, la sanidad, o el trabajo, como consecuencia de cinco siglos de persecución y exterminio. En un contexto donde la Real Academia Española de la Lengua aún recoge una acepción de gitano como trapacero; y donde la población penitenciaria gitana femenina representa el 35% del total, frente al 1% que representa la mujer gitana en la sociedad. En un contexto europeo donde las políticas y la violencia antigitanas reaparecen con fuerza de la mano de la extrema derecha mucho más allá de las amenazas del ministro italiano Salvini. Ahí está la violencia policial y los asesinatos impunes perpetrados en Bulgaria, Rumanía y Rusia contra romaníes; las expulsiones de personas gitanas en Serbia, Kosovo, Alemania, y el alarmante caso de Francia, que sobrepasó las 11.000 personas expulsadas en 2015. La situación no es nueva. Amnistía Internacional la definió así en 2014: "Los Estados europeos no están reduciendo la discriminación, la intimidación y la violencia contra los gitanos y, en algunos casos, incluso las alimentan".

Quien alimenta con chistes los estereotipos sobre los que se justifican la discriminación, la intimidación y la violencia debe hacerse cargo de que está contribuyendo a mantenerlas.

Vean sobre la mesa el odio antigitano del discurso imperante; vean los titulares de los medios digitales, asómense a las redes sociales o a los comentarios que seguirán a este artículo y verán aparecer una y otra vez el discurso que responsabiliza a los gitanos de su exclusión social y que justifica el discurso del odio contra ellos por su propia idiosincrasia y formas de vida.

Las personas que estamos implicadas en la defensa de los Derechos Humanos no somos partidarias de perseguir delitos de opinión, ya sean insultos racistas o amenazas irreales como solución al problema. Pero sí de buscar soluciones.

El problema que se nos presenta es que la opinión mayoritaria no ve claramente la relación entre el racismo y el orden socioeconómico imperante; creen que las personas más vulnerables no son como ellos, que son algo anecdótico, un grupo sobre el que se puede bromear sin mayor incidencia social. No ven lo que supone el racismo para la perpetuación del orden económico vigente. Tratar la cuestión como un debate sobre la libertad de expresión esconde una parte importante de esta problemática.

¿...O libertad de expresión?

Hace unas semanas, Pablo Casado se situaba del lado de lo "no políticamente correcto" para criminalizar la inmigración y llamar a desobedecer los mínimos pactos internacionales en materia de Derechos Humanos. Hoy, un humorista se sitúa del lado de lo "no políticamente correcto" para ahondar en los estereotipos del pueblo gitano haciéndolos merecedores del castigo social. Cuando lo políticamente correcto se define como democracia, lo no políticamente correcto está colocándose en el lado del autoritarismo. La libertad de expresión hay que ejercerla para alcanzar más cuotas de libertad, no para atentar contra ella ni para reforzar estereotipos que solo sirven para oprimir más y mejor a los oprimidos.

Resolver el problema pasa también por intentar entender el miedo y la ira que causan estas afirmaciones a la población gitana. Las supuestas amenazas contra el humorista responden a una situación histórica de persecución, violencia y marginación contra un pueblo que jamás ha sido reparado por la violencia de Estado a la que ha sido sometido. Quizás si alguna de estas amenazas tiene la suficiente entidad para que exista una sentencia condenatoria la víctima se sienta restituida y satisfecha. Pero las personas a las que dirijo este artículo concluirán que el fin del problema solo podrá venir de la mano de la aceptación y restitución democrática del dolor causado contra el pueblo gitano durante siglos.

Esta reflexión es un llamamiento a las personas comprometidas con la justicia social para que defendamos un derecho a la libertad de expresión que nos haga más libres como sociedad y no alimente el autoritarismo y la ausencia de democracia real; para que situemos el discurso antirracista como estratégico para un reparto más justo de las riquezas; y para que hagan suyas las reivindicaciones de reparación y restitución al pueblo gitano por la persecución, la esclavitud y el exterminio padecidos durante cinco siglos a manos del Estado español y que aún hoy pesa sobre sus vidas. Intentemos que la polémica generada por el monólogo sirva para dejar atrás esa memoria tan dolorosa y para restañar esas heridas tan profundas. Es la única forma de que todos salgamos reforzados como demócratas.

(*) Pastora Filigrana García es abogada y activista por los de Derechos Humanos.


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