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El Aleph verdadero: política y corrupción en el debate argentino

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Por Javier Franzé (*)

Sólo una visión a la vez pobre e interesada de lo político puede convertir en cómplices de la corrupción kirchnerista a quienes se identifican con el proyecto político sintetizado en una obra de gobierno.

En Argentina ha estallado el presunto caso de los cuadernos, unos diarios personales supuestamente escritos por un chófer de un funcionario de segundo nivel, que habría transportado los sobornos de empresarios al gobierno kirchnerista por la concesión de obras públicas. El suceso ha renovado el debate sobre la corrupción.

El debate tiene efectos paradójicos. A priori tiene gran entidad política, pues trata de la salud de lo público. Pero tal y como acaba desarrollándose adquiere finalmente un carácter más bien despolitizador.

En efecto, lo que está buscando el discurso de la derecha en Argentina (medios hegemónicos, jueces y el Gobierno), tal como ocurriera en Brasil con Lula, es sobre todo caracterizar exclusiva y excluyentemente la experiencia política kirchnerista como una "asociación ilícita". Un columnista del conservador diario La Nación sintetizó bien esta estrategia discursiva cuando, refiriéndose a otro caso de corrupción k, sostuvo que constituía El Aleph: el punto que condensaba todo el universo k.

LO QUE ESTÁ BUSCANDO EL DISCURSO DE LA DERECHA EN ARGENTINA ES SOBRE TODO CARACTERIZAR EXCLUSIVA Y EXCLUYENTEMENTE LA EXPERIENCIA POLÍTICA KIRCHNERISTA COMO UNA "ASOCIACIÓN ILÍCITA"

Aunque el kirchnerismo critique al macrismo enfatizando más sus rasgos ideológicos, no se aleja del todo de la idea de El Aleph cuando en su respuesta sostiene -en una importación del españolísimo "y tú más"- que el auténtico corrupto es el actual gobierno (Panamá Papers, blanqueo de capitales de familiares directos, financiación ilegal de la campaña, etc.). Tampoco lo hace al no distinguir entre el proyecto político que representó el kirchnerismo y los posibles hechos de corrupción de sus funcionarios.

El debate sobre qué es la corrupción y cómo castigarla tiene una parte que es política en sí, pues, como se dijo, refiere a la relación entre los sujetos y la comunidad. Pero si el debate terminase ahí, estaría soslayando otro aspecto del problema que es igualmente relevante y político: los proyectos en disputa para la comunidad. Esto, en realidad, ya está anunciado en el primer aspecto: sólo puede tener sentido cuidar lo común teniendo una idea de cómo debe ser éste.

Buscar convertir toda una experiencia política en un mero hecho de corrupción tiene un efecto despolitizante. De hecho, en Argentina los gobiernos más vinculados a la corrupción, como el peronista de Menem durante los '90 o para algunos el kirchnerista, tuvieron un marcado acento político-ideológico que impide caracterizarlos como meras empresas ilícitas. Si el único objetivo de tales administraciones hubiera sido el botín estatal, para tal cometido habría sido más eficaz una maleabilidad ideológica que esos gobiernos precisamente no tuvieron.

SÓLO PUEDE TENER SENTIDO CUIDAR LO COMÚN TENIENDO UNA IDEA DE CÓMO DEBE SER ÉSTE

Etiquetar sin más como corrupto un gobierno que ha marcado la vida del país esconde además la mayor impotencia política: el no poder realizar la crítica en el terreno más propiamente político, el del proyecto, y desplazarse al más cómodo de lo ilícito (porque, además, esta crítica de la corrupción elige el terreno jurídico, incapaz de diferenciar la responsabilidad política de la jurídica). La despolitización se revela así en la magnitud asignada a ese universo que El Aleph vendría a representar. Nunca puede ser sólo un gobierno, porque el universo de lo político no se circunscribe a la política: no sólo está constituido por el gobierno, sino fundamentalmente por cómo es visto ese gobierno y qué identidades sociales produce. En definitiva, por cómo constituye a la comunidad. Sólo una visión a la vez pobre de lo político e interesada puede convertir en cómplices de la corrupción a quienes se identifican con el proyecto político sintetizado en una obra de gobierno, cualquiera sea.

Esta crítica también despolitiza porque acaba privatizando la ética política al demandar como única virtud pública el "no robarás", como si la política fuera una administración técnica que sólo requiriera una impoluta moral individual. Esta mirada suele tener por lema el ingenuísimo "éstos no van a robar porque son ricos", que contribuyó al triunfo macrista (y antes al de Berlusconi). Soslaya la tensión política entre medios y fines, que se pone en marcha precisamente porque hay un proyecto para lo comunitario, el cual exige decisiones y elecciones dramáticas entre valores buenos. Éste es El Aleph verdadero: el que condensa todo el drama y la importancia de lo político.

 

(*) Javier Franzé es profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid.


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