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Gauchos de las cuchillas y vaqueros de las praderas

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Por Daniel Vidart (*)

Las siguientes páginas, como me  lo dijo su autor, el antropólogo y escritor Daniel Vidart, "no procuran ser el  trasunto académico de la cátedra y los libros sino el rescoldo  que calienta  la memoria de un paisano con lecturas, de un hombre de a caballo".

"Ante todo fui y soy un jinete - prosigue-  que hasta hoy, con sus  97 años bien cumplidos, día tras día, a talerazo bruto  y a punta de  nazarena, incita a su pingo, ya puro espíritu,  a seguir subiendo el repecho de la vida".  "No he dejado de ser un jinete  como lo fuera mi antepasado, José Artigas,  de quien soy chozno. Mi retatarabuelo atravesó  su dura y hermosa existencia  a caballo de sus fletes y del sueño de una Patria Grande. A sus 86 años, trasterrado al Paraguay, pidió en su agonía que ensillaran a   su morito para entrar, bien montado, en el potrero de la Muerte, pero  también del Honor y la Gloria"

Y al entregarme lo que se  transcribe a continuación, iniciando una  serie   de cuatro capítulos,  dijo finalmente: "Dedico este texto  a los hombres de a caballo de mi doble y a la vez una sola patria verdadera: la del Paysandú heroico  y la del Uruguay profundo"   Cumplo con su pedido.       E.V.

 

Gauchos de las cuchillas y vaqueros de las praderas (I)

Desde hace mucho tiempo, por no decir desde siempre,  me han  interesado los caballos, ya como trasunto de una larga y deleitosa  experiencia vital, ya como tema recurrente en mi obra de escritor e investigador.  Durante  mi niñez,  adolescencia y juventud  supe gustar de esa centáurica relación que se establece de a poco, a lo largo de un creciente  entendimiento, al cabo  corolario  de  un  mutuo  afecto, entre el hombre y la bestia , y digo  así porque de tal modo  designan el caballo los llaneros colombo - venezolanos, hoy evocados una y otra vez por mis recuerdos, al igual que el inmenso escenario de hatos, sabanas , caños  y morichales  por el que  me tocó galopar en las soledades del Casanare y del Apure. 

Además de la misteriosa. comunión que en el corral o en el establo se inicia con el caballo mediante   su mirada,  sus movimientos de cabeza, sus revoleos  de cola y sus blandos relinchos , tuve la dicha de conocer otras emociones y otros desafíos cuando, enhorquetado en su lomo, sentí en el rostro y en el pecho el soplo de esa  jubilosa   libertad   atmosférica  que nos  hace más audaces  y más resueltos, más dueños de nosotros mismos y del mundo en derredor. No puedo olvidar, ahora que los años me han apeado, aquellos momentos  de tácita complicidad, cuando  mi caballo se  tendía  a todo galope, sin que yo lo apurara con la espuela o el rebenque, porque   sus instintos habían  adivinado  las apetencias de mi  alma y los reclamos de mi cuerpo, livianos los dos como la brisa que viene desde los cerros a la caída de la tarde.  Recuerdo también que  al ejercer el suave dominio que va desde la mano al freno a lo largo de  las riendas, tenía   la intuición de que tiempo y espacio eran una misma cosa  en  la tensión  dialéctica  establecida  entre las tardanzas y las lejanías,  entre las estrellas titilantes  y las luciérnagas de los pastizales, entre  el hombre   que ordena  y  el caballo que responde a  lo que   dicta la voluntad del  montado.

Sentado ante el ordenador y escribiendo estas líneas, el  Clavileño de  mis evocaciones  me devuelve  a los distintos aires de marcha con que el Chingolo, un zaino ratón,  criollo de pura raza, y el Chifula, un oscuro tapado de media sangre, me allegaban  al soleado corazón del campo, en el camino de ida, o a la frescura  sombría de  las casas, en el camino de regreso. Entonces me vuelvo a sentir  enfrascado en  el viejo  diálogo que convertía en una sola cosa  el afuera y el adentro,  la ausencia y la querencia. El Chingolo, nacido en  tierra sanducera, tenía  el galope corto y el  aliento largo, y su sobrepaso llevaba como en andas, con esa  ágil suavidad  propia de un  aire  rendidor, sin sacudones, semejante al caminar parejo y veloz de los  "aguilillos", los  caballos costeños peruanos. El Chifula, en cambio, era un andador, es decir, sabía armar, al tirarle de la crin del medio, ese singular   aire  de ambladura , semejante al del mehari, el camello dromedario, llamado la nave del desierto porque  se mueve de lado a lado, dando bandazos como lo hace un barco  de babor a estribor. Pero si no se le aleccionaba para que  alternara el movimiento conjunto de su mano y pie derechos con el de la mano y pie izquierdos, suerte que le habían enseñado un  domador  de Florida, iniciaba por sí solo un trote chasquero, de sacudido ritmo, de larga brazada, y entonces  aquel relámpago de sombras  con forma equina  devoraba  legua tras legua  sin que le faltara el resuello.

Con  y por el caballo, y no de los libros ni  de las relaciones de viejos chalanes, aprendí la lección  corporal y anímica que desde hace cinco milenios nos ha dictado la vida ecuestre. Por experiencia supe entonces  de los vínculos recónditos que se establecen  entre el hombre, un ser razonante, y el caballo, un ser irracional según nuestro orgulloso centripetismo, pero lleno de intenciones e intuiciones, como las tenía  la mitad animal de Quirón, el centauro. Sea como fuere, este auxiliar y deudo, este lazarillo y sirviente  a la vez, constituye   un ente animado y sensible, un  compañero confiable  al que se le habla  y acaricia en  retribución a su nobleza  y al que se le  exige  a sotera y espuela cuando la ocasión  obliga.

2 - Es por ello que de tanto en tanto, haciendo un hueco en mis inquisiciones sobre las  identidades reclamadas  por  el Homo uruguayensis en los distintos momentos de su a veces  atormentada y siempre valerosa historia, retorno  al tema de los caballos, de mis caballos, el Chingolo y el Chifula, cuyos huesos ya fueron devorados por  las humedades de los días  o volaron con  las luces males de las noches. Gracias a ellos pude disfrutar las  sensaciones  de júbilo y de fuerza que  gratificaron   mis años juveniles  al trotar o galopar  enhorquetado en aquellos que no eran  ni fletes ni matungos, sino caballos del medio, tanto en alzada como en cualidades. Lo importante, en el caso, no fue la pureza  de sangre o  la velocidad, o la resistencia, o la abnegación de  mis pingos - que la tuvieron -  sino  la cultura de la equitación que, a horcajadas, adquirí en aquellos felices y despreocupados días.  

 De tal modo, porque me lo han pedido amigos de a caballo como yo y mi progenie sanducera que se inicia con una hija de Artigas , aquella amazona que se llamaba María Escolástica  y fue chasque de Oribe, otra vez  voy a meterme en el universo andante   de los fletes y los jinetes que habitaron  los perdidos mundos del aire libre y la carne gorda, esas extensiones de relieve casi femenino - las cuchillas son como las mórbidas curvas  de una interminable mujer yacente -  donde,  calcinadas  por el sol o enfriadas por la luna, conversaban la historia con la geografía. Y para ello invito a los lectores que entienden y gustan de las despreciadas trivialidades camperas, que así las consideraban  los intelectuales de la generación del 45, mis  coetáneos pero no contemporáneos, pues  hay un tempus rural distinto al citadino,   a  realizar un viaje con la imaginación  y la memoria.  Ellas son las hermanas del subsuelo psíquico  que se pasean, tomadas de la mano por el patio trasero de los recuerdos, hacia un  doble escenario terrestre.

En efecto, por un lado  nos asomaremos al paisaje familiar  de los pagos  rioplatenses,  en   América del Sur, y  por el otro  le echaremos una ojeada inquisitiva a las extensas praderas del Far West, en América del Norte. En estas  comarcas septentrionales nos esperan, como fantasmas simbólicos, los caballos y jinetes  de los siglos XVIII y XIX  para contarnos sus peripecias vitales, las hazañas y las   desventuras de los  pieles rojas  y los vaqueros, los prodigios y travesías de los cayuses indigenas y los caballos mesteños, que en inglés se les llamó mustangs.

3 - Caballos y jinetes, dije. Pero ¿cuántos se han preguntado que quiere decir  caballo y  de donde proviene esta voz. ? En latín el caballo se designó con el término equus, pero dicho  denotatum se reservaba al noble ejemplar de monta, de paseo, de pelea. El ordo equester estaba formado por las tropas de caballería. Eques  se denominaba al caballero romano, un personaje  de alto rango social, al punto que  en los teatros se les destinaba la equestria,  las gradas de preferencia. El caballus, en cambio,  es un ejemplar disminuido, un animal de baja categoría: ya jamelgo de carga, ya  rocín  de tiro, ya bestia de ensillar, ya matungo a secas,  siempre será un  obrero  ordinario.

 Pero el destino de las palabras cambió en los idiomas romances : il cavallo, le cheval y el caballo se transformaron en nombres genéricos. Quedaron en cambio separados, y a veces enfrentados, los estamentos sociales del caballista y el caballero, el uno jinete del montón y el otro perteneciente al noble Orden de Caballería.

De igual modo que los de otros siglos y otras sociedades ecuestres, el caballero de la Edad Media -cuyo señorío emanaba  de su capacidad económica para mantener caballos  y cuya riqueza  provenía de  los productos de  los feudos y el trabajo de los siervos de la gleba-  se destaca sobre sus servidores. Raimundo Lulio (l235 - l315), en el Libro del Orden de Caballería  expresa lo siguiente:  " Para el alto honor que recibe el caballero aún no bastan la elección, el caballo, las armas y el señorío ; porque también conviene  que se le den escudero y garzón que le sirvan y se ocupen de las bestias. y conviene también que las gentes  aren y caven y limpien de cizaña a las tierras  para que den los frutos de que deben vivir el caballero y sus bestias. Y que el caballero cabalgue y señoree, con lo cual halla bienandanza en aquellas cosas en que los hombres trabajan tan duramente"

El caballero está muy por encima del peón, el apeado que lo sirve, y del patán, el campesino que va a pata,   el hombrecillo de groseras maneras y peor lenguaje, según  el modo de ver  clasista, propio de una  nobleza ociosa y a un tiempo marcial, que vive de lo obtenido por el sudor ajeno.

El caballo, si bien es originario de América y se fue por el puente de la Beringia en busca de la horda mongólica que mucho tiempo después  le confirió dignidad y destino,  fue domado y domesticado por vez primera  tres mil años antes de la era actual, en el corazón estepario del Asia Central. Desde allí partieron los primeros caballistas hacia el Oriente, provocando la construcción de la inmensa muralla china para tratar, inútilmente, de  contenerlos,  y hacia el Occidente, sobre la futura Europa, y sus incursiones guerreras tuvieron un transfigurador efecto sobre las sociedades agrarias  constituidas a partir del cultivo de los  cereales y las hortalizas por los pueblos apeados. Por un lado arrasaron con las  vidas y los  bienes de los agricultores, pero por el otro les legaron nuevos horizontes axiológicos, nuevas técnicas, nuevos géneros y estilos de vida. La hípica y la épica- las invasiones de los kassitas en Mesopotamia y los hiksos en el valle del Nilo- transforman el quietismo de las viejas civilizaciones aferradas a la Madre Tierra en ricos laboratorios de humanidades con distinto signo. De ese choque surgen fecundos mestizajes  culturales y  distintas  visiones del mundo en torno. Ha comenzado el reino de los jinetes, ya los de los centros, que se imponen sobre los antiguos labriegos y se convierten en sus amos , ya los  de las periferias, que inauguran las democracias ecuestres de merodeadores y guerreros nomádicos, cuyas incursiones muerden, y a veces dolorosamente,  el limes de los grandes imperios.

4 - Asi como hemos descifrado  la etimología   de la voz caballo corresponde hacer lo mismo con la voz jinete. No todo caballista es un jinete. La jineta, antes de constituirse en una escuela, fue   una modalidad norafricana de cabalgar, y  tuvo  que ver con la longitud  de las estriberas   y la posición de las piernas del hombre ecuestre. En efecto entre los berberiscos había una tribu llamada Xeneta o Zeneta, muy renombrada por la velocidad en el ataque  y la ferocidad  desplegada por los integrantes de la caballería ligera. Lo zenetes entran en España en el año de 1263 para reforzar las defensas del reino moro de Granada, muy golpeado por los reconquistadores cristianos. Sus incursiones inesperadas, su  capacidad de maniobra y su rapidez para cargar sobre el enemigo  los hicieron  temibles y a la vez famosos.  La voz zenete emigra al catalán genet y de ahí pasa al  castellano. El jinete es el " soldado de a caballo que peleaba con lanza y adarga, y llevaba encogidas las piernas, con estribos cortos", como transcribe Corominas, hombre de biblioteca al fin, que confunde el estibo con las estriberas.  En cambio el caballero medieval montaba con estribera larga, a la estradiota, nombre que deriva de los estradiotes, caballistas mercenarios de Dalmacia y Albania que emplearon los venecianos para combatir a los turcos. El caballo de estas panzerdivisionen medievales, de constitución robusta, de pesado cuerpo, ensillado con un basto que  aprisionaba al montado por delante y por atrás con borrenes altos y resistentes,  se guiaba  con el freno y la espuela. En cambio el   jinete, enhorquetado en los esbeltos y veloces caballos berberiscos,  utilizaba las rodillas  para presionar en "las cruces" equinas, dejando así libres las manos en el momento del entrevero. Tanto  la indumentaria del jinete como los aperos de la bestia   son livianos. Y la táctica ya no es cabalgar en línea recta, metido el caballero en una pesada armadura y empuñando la lanza, cuando no la  tizona de diez y más quilos,  sino embestir sorpresivamente y huir si encontraba  resistencia, para volver  a cargar  por otro flanco.  De tal modo la antigua caballería pesada  es enfrentada,  victoriosamente, por  la caballería ligera. Y a partir de entonces se definen  las escuelas de la estribera larga y la de la  estribera corta. De la síntesis de ambas surge la escuela a la bastarda, que más tarde se conoció como escuela a la brida, una modalidad española de la estradiota. Como dato histórico interesante puede señalarse que  la estribera  corta fue  tempranamente  utilizada por los asirios, tal cual  aparece en  los bajorrelieves. Seguramente esta forma de cabalgar fue  impuesta a los pueblos mesopotámicos  por los invasores kassitas.  Eso  sucedió  mucho antes que surgieran los jinetes berberiscos, lo cual  hace difícil  identificar los eslabones de la cadena transmisora, si es que no hubo invención independiente.

5 - Dicho lo anterior, que ayuda a situar el tema  en el universo de los significados, pasemos a la comparación de aquellos prototipos ecuestres de los extremos  sur y norte del doble continente americano, cuales fueron el gaucho y el cowboy.

Estos dos personajes pertenecen, como nos enseña  la historia, a la gran familia de los hombres de a caballo. Como tales poseen una cultura hípica que no solo se relaciona con el arte de bien cabalgar sino con formas de ser y proceder, de contemplar y  experimentar  el entorno y el contorno, de vivir y morir. El jinete posee una filosofía, o mejor dicho, una visión de la propia vida y de la vida ajena, que hace parte de lo que los alemanes llamarían  Wanderleben ( vida errabunda) de las comunidades ecuestres  y los angloamericanos  moving sprit  o restlessness, aquella  la  voz   empleada para caracterizar  el ánimo andariego y estas   para dar cuenta de  la inquietud, de la impaciencia  de un talante  no acostumbrado a  la existencia sedentaria.

Pero, además, el jinete exhibe  un sentido señorial de su condición, situada en un rango superior al de  los cultivadores de   hortalizas ( "el verde es pa ´ los animales " decían  nuestros paisanos ganaderos de otrora)  y al de los destripaterrones apeados , los  sodbusters  despreciados por los vaqueros. Tal desdén emana de una condición de privilegio con respecto al derredor natural y humano : velocidad y resistencia para vencer las distancias, altura para  mirar  más allá del  horizonte que contemplan los apeados, alianza con el animal para  la lucha con el otro y, sobre todo,  el puro , el gratuito placer de la equitación. Ya lo había dicho  Raimundo Lulio en el libro antes   citado: " ...se da caballo al caballero  en significación de la nobleza de su valor, para que cabalgue más alto que los demás hombres y sea visto desde lejos, y más cosas tenga debajo de sí ; y para que se presente enseguida, antes que otros hombres, donde lo exija el honor de la caballería". Estas cualidades determinan que el hombre a caballo haya podido construir  un concepto itinerante del espacio , en cuanto  extensión generada por el desplazamiento de un móvil , y  una peculiar conciencia del tiempo , en tanto  duración de las travesías y  remanso de los ocios. Ambos extremos el del montado en el camino y apeado en la querencia pautan, al margen de la cronología mecánica del reloj, el tempus subjetivo, vivencial, del alma   itinerante y el regocijo social que transcurre  alrededor del asado, del juego o del canto.   El jinete habitual no tiene paciencia para permanecer  muchos días en un lugar ni apuro por llegar a destino. Y esta doble actitud, activa la una y morosa la otra,  parece cobrar su plena dimensión  cuando el viento  le da en  pleno rostro, al compás entusiasta  del galope, o en la languidez de la marcha, cuando el hombre ensimismado y el animal cansino   emparejan  las evocaciones nostálgicas del jinete con la pachorra crepuscular  de cabalgadura. Pero mañana, luego del descanso nocturno y los mates del amanecer, se encenderá de nuevo la llama del desarraigo y otra vez el camino será más grato que la posada.

El jinete de las praderas estadounidenses  y el gaucho  de los pagos orientales  constituyen   entidades   centáuricas, si asi puede decirse: se zoologizan para convivir con la bestia  al tiempo  que la antropologizan de a poco, para entenderse con ella de por vida, o por lo menos durante su pasajera utilización.  No siempre  nuestra campaña pecuaria fue, como escribió el cónsul francés Baradère en el siglo XIX , "un paraíso para los jinetes y un infierno para los caballos". El hombre montado  ama a su flete favorito, se siente orgulloso de su estampa y su brío,  le hace  "armar" pescuezo y cogote  cuando quiere lucirse ante las miradas femeninas , le enseña a  "cortar chiquito", a girar como un trompo, a "caracolear" con gracia y presteza, a  marcar su presencia con el  chirrido hueco, como de metal subterráneo, que brota al  lengüetear las coscojas del freno.

Tanto en el gaucho como en el cowboy la hípica y la épica van juntas, y con ellas caminan los atributos, convertidos ya en estereotipos,  de la hospitalidad, del coraje hasta la desmesura, de la convivencia democrática  que empareja  lo alto con lo bajo  - "naides es mas que naides "- y del tradicionalismo  terruñero más conservador y misoneísta que pueda imaginarse.

Juntos también cabalgan el gaucho y el cowboy en el tránsito  que va desde una cruda realidad histórica al dechado de virtudes que les atribuye la leyenda. En efecto, tanto el uno como el otro, hijos del complejo cultural del ganado vacuno  y del caballo que determinó su destreza ecuestre y su notable manejo de la ganadería cimarrona, han experimentado un proceso de mitificación. Este proceso chauvinista, que opera en el orden mental, en nada opaca un notable repertorio de efectivos conocimientos y habilidades, a saber : el dominio de la naturaleza circundante,  la jineteada desbravadora a campo abierto, el arte de enlazar y de pialar, la equitación virtuosa  y la destreza para  caer parado si rueda el animal, el lento trajinar de la  tropeada y los desplantes lujosos en el rodeo, dos actividades que exigen resistencia física y anímica, valentía tranquila  y eficacia operativa.

6 - De parias rurales, como fueron  ambos a lo largo de una azarosa historia, se han convertido en arquetipos  de las respectivas identidades nacionales de los EE.UU. y los países rioplatenses, incluyendo en ellos al Estado brasileño de Rio Grande do Sul. Pero debo advertir que en los tiempos actuales se registra una variante en nuestro medio. Mientras los norteamericanos  mantienen al cow-boy como un fuerte símbolo de unidad nacional,  el  interés  existente en el Uruguay  por la figura  emblemática  del gaucho  ha sido desplazado por el  tardío "descubrimiento", llamémoslo así, de las hondas raíces indígenas que  efectivamente  tenía un país que en la actualidad  carece de indios  tribalizados o convertidos en campesinos. Tampoco este Uruguay venido a menos, que hoy transita por un túnel sombrío  hacia la inopia intelectual y la intemperie moral,  no  encierra   prisioneros folklóricos   en reservaciones peores aún  que las cárceles, como sucede en los EE.UU. o el Canadá, países altamente industrializados. Es cierto, no subsisten  en la actualidad ni indianidades  étnicas, ni indianatos enquistados en su grandeza, ni indiamentas vilipendiadas, pero los antepasados  genes, los de los pocos charrúas y muchos mas  minuanos, y los de  los miles de  guaraníes llegados torrencialmente  desde las Misiones luego de la expulsión de los jesuitas en el año l768  y otras migraciones - y "arreos" como el de Rivera- posteriores,  andan cuerpo adentro de cientos de miles de  compatriotas, sin que ellos lo sepan y que cuando lo saben lo niegan.

La música country , el rodeo como generalizado espectáculo en las que ayer fueran las cow -towns, el sombrero tejano y otros atributos en los modos de ser y hacer  se mantienen en los EE.UU, siquiera como mimesis tradicionalista, como inercia cultural que no va mas allá del signo visible, vaciado del pretérito  ser en si y sus connotaciones simbólicas . Llamar cow - boy a un apeado urbano, constituye hoy por hoy, como se muestra  en las películas,  un ambiguo tratamiento que oscila entre lo afable  y lo desdeñoso.  De idéntico modo la gauchada  califica entre nosotros una ayuda  que burla la barrera de lo lícito, una permisividad amistosa que a veces orilla los límites de la ley, y también , un favor muy especial que solo los buenos amigos, a costa suya a veces, se avienen a realizar. Pero salvo los melancólicos carnavales internos de las sociedades criollas, donde se miman  los indicadores externos de la gauchería , la figura del gaucho ha desaparecido del escenario terrestre y el imaginario urbano nacional .En efecto, el atuendo del gaucho y  los aperos de lujo aparecen , solitarios y desfuncionalizados,  en las sociedades gauchófilas   de disfrazados domingueros que  fingen por unas horas, ensillando pingos, churrasqueando y  evocando antiguas tradiciones , ser como los antiguos mozos sueltos de la campaña, ya liquidados por los terratenientes que no quería vagos ni abactores en los limes de sus estancias amen de la redada de Latorre, que los cazó uno por uno  y los puso a fabricar  adoquines en Montevideo.. Estos gauchos de hojalata, si cabe el término, procuran  escapar  de tal modo a la rutina,  a los  grises papeles sociales impuestos por el trabajo en la sociedad de masas, al stress  que agobia a los empresarios y profesionales durante la semana. También los herederos rurales de los gauchos lucen sus prendas y sus pingos   en las caravanas conmemorativas de las fiestas patrias o en las "domas" programadas   de la Semana Criolla, que en puridad son a veces payasadas y otras feroces castigos a potros hambreados por el encierro . Durante esta celebración, hincada como una espuela nazarena en la Semana Santa,  los actuales representantes de una antepasada  baquía ecuestre  procuran evocar las destrezas      del    gaucho verdadero   entre    corcovo y corcovo, montando dudosos "  reservados" en bastos o en pelo, mientras, a  grito pelado y altavoz  al mango, payada va y payada viene, se expándela oferta comercial de la sociedad de consumo. Pero esas evocaciones de tiempos ya idos y personajes clausurados por  la civilización industrial, lo que en definitiva logran es  decorar con  tatuajes pintorescos  el ectoplasma  caricaturesco   de una alma en pena, ya sin cuerpo.

7- El gaucho propiamente dicho  desaparece como ser errante  sin  compromisos laborales  ni obstáculos naturales al iniciarse  el alambramiento de los campos  en el último tercio del siglo XIX . Paralelamente a esta manea tecnológica  que inmoviliza el deambular de los caballos y la libertad, o si se prefiere, la gana de los jinetes, la estancia cimarrona se transforma. Ya había comenzado a cambiar durante la etapa del saladero, pero ahora se apronta para la del frigorífico. Debe producir carne como si fuera una usina a cielo abierto. Es preciso modificar  los métodos de cría y alivianar de gente no productiva  los últimos  reductos  de la   comunidad patriarcal. Se acaba con los viejos narradores, y con ellos se irán  el chinerío , la gurisada,  los agregados  y toda la caterva "inútil"   que se amontonaba en derredor de los fogones, donde, según el juicio de la nueva economía exportadora,   se desperdiciaba la carne gorda que compraban a buen precio los ingleses. De idéntico modo desaparecen los  puesteros, aquellos  cercos  humanos de las estancias , al par que  se racionaliza la contabilidad, y se pesa , se mide y se refina lo que era antes  un don gratuito  de los potreros, es decir,  la procreación vacuna a cielo abierto.

Muchos de los desalojados a la brava  se instalan en  los rancheríos, los  tristes" pueblos de ratas" que  surgen como los hongos  a la vera de  los caminos, y otros rumbean para los arrabales de las ciudades departamentales o  a las orillas de la floreciente Montevideo. Estos desplazados  del área ganadera   se encuentran allí con los recién llegados desde Europa, con los inmigrantes que también habían dejado atrás tradiciones milenarias  y paisajes maternos. Estas dos humanidades  en orfandad, despojadas de los arcaicos valores comunitarios del pago , del bel paese italiano,  de la terra meiga gallega o de los etxeak  vascuences  y, en consecuencia, lastimadas hasta el hueso por la pérdida de   acervos culturales que las  condenan  a  una hereje  orfandad  social y artística,  emprenden entonces una aventura  de extraordinarias consecuencias  : fabrican el tango y  la cultura  del tango, el tinglado de los guapos y las paicas, la Comedia Humana  que tiene por escenario una tierra de nadie y de todos, donde privan  la pobreza y el desamparo ,  atenuados, no obstante,  por   el amor y la esperanza. Entre estas gentes sometidas al rigor del desarraigo están los hijos del gaucho, aquellos "guapos", aquellos "pesados"  que ya han perdido los horizontes  abiertos y  la manumisión otorgada por la merced libertaria del caballo. Pero conservan aún  el sentimiento del honor, la destreza para el cuchillo, la impronta de la antepasada vida ociosa, el orgullo  del coraje, el machismo arrogante, el desprecio por la vida y  la intrepidez ante  la muerte.

El gaucho y el cowboy, figuras representativas de una economía rebarbarizada y rebarbarizante que, empero, nadaba en las aguas de  libertad y aún el libertinaje agrestes, de la  alimentación gratuita y el jolgorio a la mano - no faltaban ni la carne  gorda , ni los fletes veloces , ni  la diversión  de la fiesta.   ni el imán promesero del juego, ni la gracia sentenciosa de la payada , ni  el  coqueteo de las mujeres -  forman parte de los pueblos ecuestres que, salvo muy pocas excepciones, pensemos en los actuales y ya decadentes mongoles nomádicos,  han sido barridos por la agricultura mecanizada y la vida urbana.  

(*) Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta


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