Gauchos de las cuchillas y vaqueros de las praderas
Por Daniel Vidart (*)
Las siguientes páginas, como me lo dijo su autor, el antropólogo y escritor Daniel Vidart, "no procuran ser el trasunto académico de la cátedra y los libros sino el rescoldo que calienta la memoria de un paisano con lecturas, de un hombre de a caballo".
"Ante todo fui y soy un jinete - prosigue- que hasta hoy, con sus 97 años bien cumplidos, día tras día, a talerazo bruto y a punta de nazarena, incita a su pingo, ya puro espíritu, a seguir subiendo el repecho de la vida". "No he dejado de ser un jinete como lo fuera mi antepasado, José Artigas, de quien soy chozno. Mi retatarabuelo atravesó su dura y hermosa existencia a caballo de sus fletes y del sueño de una Patria Grande. A sus 86 años, trasterrado al Paraguay, pidió en su agonía que ensillaran a su morito para entrar, bien montado, en el potrero de la Muerte, pero también del Honor y la Gloria"
Y al entregarme lo que se transcribe a continuación, iniciando una serie de cuatro capítulos, dijo finalmente: "Dedico este texto a los hombres de a caballo de mi doble y a la vez una sola patria verdadera: la del Paysandú heroico y la del Uruguay profundo" Cumplo con su pedido. E.V.
Gauchos de las cuchillas y vaqueros de las praderas (I)
Desde hace mucho tiempo, por no decir desde siempre, me han interesado los caballos, ya como trasunto de una larga y deleitosa experiencia vital, ya como tema recurrente en mi obra de escritor e investigador. Durante mi niñez, adolescencia y juventud supe gustar de esa centáurica relación que se establece de a poco, a lo largo de un creciente entendimiento, al cabo corolario de un mutuo afecto, entre el hombre y la bestia , y digo así porque de tal modo designan el caballo los llaneros colombo - venezolanos, hoy evocados una y otra vez por mis recuerdos, al igual que el inmenso escenario de hatos, sabanas , caños y morichales por el que me tocó galopar en las soledades del Casanare y del Apure.
Además de la misteriosa. comunión que en el corral o en el establo se inicia con el caballo mediante su mirada, sus movimientos de cabeza, sus revoleos de cola y sus blandos relinchos , tuve la dicha de conocer otras emociones y otros desafíos cuando, enhorquetado en su lomo, sentí en el rostro y en el pecho el soplo de esa jubilosa libertad atmosférica que nos hace más audaces y más resueltos, más dueños de nosotros mismos y del mundo en derredor. No puedo olvidar, ahora que los años me han apeado, aquellos momentos de tácita complicidad, cuando mi caballo se tendía a todo galope, sin que yo lo apurara con la espuela o el rebenque, porque sus instintos habían adivinado las apetencias de mi alma y los reclamos de mi cuerpo, livianos los dos como la brisa que viene desde los cerros a la caída de la tarde. Recuerdo también que al ejercer el suave dominio que va desde la mano al freno a lo largo de las riendas, tenía la intuición de que tiempo y espacio eran una misma cosa en la tensión dialéctica establecida entre las tardanzas y las lejanías, entre las estrellas titilantes y las luciérnagas de los pastizales, entre el hombre que ordena y el caballo que responde a lo que dicta la voluntad del montado.
Sentado ante el ordenador y escribiendo estas líneas, el Clavileño de mis evocaciones me devuelve a los distintos aires de marcha con que el Chingolo, un zaino ratón, criollo de pura raza, y el Chifula, un oscuro tapado de media sangre, me allegaban al soleado corazón del campo, en el camino de ida, o a la frescura sombría de las casas, en el camino de regreso. Entonces me vuelvo a sentir enfrascado en el viejo diálogo que convertía en una sola cosa el afuera y el adentro, la ausencia y la querencia. El Chingolo, nacido en tierra sanducera, tenía el galope corto y el aliento largo, y su sobrepaso llevaba como en andas, con esa ágil suavidad propia de un aire rendidor, sin sacudones, semejante al caminar parejo y veloz de los "aguilillos", los caballos costeños peruanos. El Chifula, en cambio, era un andador, es decir, sabía armar, al tirarle de la crin del medio, ese singular aire de ambladura , semejante al del mehari, el camello dromedario, llamado la nave del desierto porque se mueve de lado a lado, dando bandazos como lo hace un barco de babor a estribor. Pero si no se le aleccionaba para que alternara el movimiento conjunto de su mano y pie derechos con el de la mano y pie izquierdos, suerte que le habían enseñado un domador de Florida, iniciaba por sí solo un trote chasquero, de sacudido ritmo, de larga brazada, y entonces aquel relámpago de sombras con forma equina devoraba legua tras legua sin que le faltara el resuello.
Con y por el caballo, y no de los libros ni de las relaciones de viejos chalanes, aprendí la lección corporal y anímica que desde hace cinco milenios nos ha dictado la vida ecuestre. Por experiencia supe entonces de los vínculos recónditos que se establecen entre el hombre, un ser razonante, y el caballo, un ser irracional según nuestro orgulloso centripetismo, pero lleno de intenciones e intuiciones, como las tenía la mitad animal de Quirón, el centauro. Sea como fuere, este auxiliar y deudo, este lazarillo y sirviente a la vez, constituye un ente animado y sensible, un compañero confiable al que se le habla y acaricia en retribución a su nobleza y al que se le exige a sotera y espuela cuando la ocasión obliga.
2 - Es por ello que de tanto en tanto, haciendo un hueco en mis inquisiciones sobre las identidades reclamadas por el Homo uruguayensis en los distintos momentos de su a veces atormentada y siempre valerosa historia, retorno al tema de los caballos, de mis caballos, el Chingolo y el Chifula, cuyos huesos ya fueron devorados por las humedades de los días o volaron con las luces males de las noches. Gracias a ellos pude disfrutar las sensaciones de júbilo y de fuerza que gratificaron mis años juveniles al trotar o galopar enhorquetado en aquellos que no eran ni fletes ni matungos, sino caballos del medio, tanto en alzada como en cualidades. Lo importante, en el caso, no fue la pureza de sangre o la velocidad, o la resistencia, o la abnegación de mis pingos - que la tuvieron - sino la cultura de la equitación que, a horcajadas, adquirí en aquellos felices y despreocupados días.
De tal modo, porque me lo han pedido amigos de a caballo como yo y mi progenie sanducera que se inicia con una hija de Artigas , aquella amazona que se llamaba María Escolástica y fue chasque de Oribe, otra vez voy a meterme en el universo andante de los fletes y los jinetes que habitaron los perdidos mundos del aire libre y la carne gorda, esas extensiones de relieve casi femenino - las cuchillas son como las mórbidas curvas de una interminable mujer yacente - donde, calcinadas por el sol o enfriadas por la luna, conversaban la historia con la geografía. Y para ello invito a los lectores que entienden y gustan de las despreciadas trivialidades camperas, que así las consideraban los intelectuales de la generación del 45, mis coetáneos pero no contemporáneos, pues hay un tempus rural distinto al citadino, a realizar un viaje con la imaginación y la memoria. Ellas son las hermanas del subsuelo psíquico que se pasean, tomadas de la mano por el patio trasero de los recuerdos, hacia un doble escenario terrestre.
En efecto, por un lado nos asomaremos al paisaje familiar de los pagos rioplatenses, en América del Sur, y por el otro le echaremos una ojeada inquisitiva a las extensas praderas del Far West, en América del Norte. En estas comarcas septentrionales nos esperan, como fantasmas simbólicos, los caballos y jinetes de los siglos XVIII y XIX para contarnos sus peripecias vitales, las hazañas y las desventuras de los pieles rojas y los vaqueros, los prodigios y travesías de los cayuses indigenas y los caballos mesteños, que en inglés se les llamó mustangs.
3 - Caballos y jinetes, dije. Pero ¿cuántos se han preguntado que quiere decir caballo y de donde proviene esta voz. ? En latín el caballo se designó con el término equus, pero dicho denotatum se reservaba al noble ejemplar de monta, de paseo, de pelea. El ordo equester estaba formado por las tropas de caballería. Eques se denominaba al caballero romano, un personaje de alto rango social, al punto que en los teatros se les destinaba la equestria, las gradas de preferencia. El caballus, en cambio, es un ejemplar disminuido, un animal de baja categoría: ya jamelgo de carga, ya rocín de tiro, ya bestia de ensillar, ya matungo a secas, siempre será un obrero ordinario.
Pero el destino de las palabras cambió en los idiomas romances : il cavallo, le cheval y el caballo se transformaron en nombres genéricos. Quedaron en cambio separados, y a veces enfrentados, los estamentos sociales del caballista y el caballero, el uno jinete del montón y el otro perteneciente al noble Orden de Caballería.
De igual modo que los de otros siglos y otras sociedades ecuestres, el caballero de la Edad Media -cuyo señorío emanaba de su capacidad económica para mantener caballos y cuya riqueza provenía de los productos de los feudos y el trabajo de los siervos de la gleba- se destaca sobre sus servidores. Raimundo Lulio (l235 - l315), en el Libro del Orden de Caballería expresa lo siguiente: " Para el alto honor que recibe el caballero aún no bastan la elección, el caballo, las armas y el señorío ; porque también conviene que se le den escudero y garzón que le sirvan y se ocupen de las bestias. y conviene también que las gentes aren y caven y limpien de cizaña a las tierras para que den los frutos de que deben vivir el caballero y sus bestias. Y que el caballero cabalgue y señoree, con lo cual halla bienandanza en aquellas cosas en que los hombres trabajan tan duramente"
El caballero está muy por encima del peón, el apeado que lo sirve, y del patán, el campesino que va a pata, el hombrecillo de groseras maneras y peor lenguaje, según el modo de ver clasista, propio de una nobleza ociosa y a un tiempo marcial, que vive de lo obtenido por el sudor ajeno.
El caballo, si bien es originario de América y se fue por el puente de la Beringia en busca de la horda mongólica que mucho tiempo después le confirió dignidad y destino, fue domado y domesticado por vez primera tres mil años antes de la era actual, en el corazón estepario del Asia Central. Desde allí partieron los primeros caballistas hacia el Oriente, provocando la construcción de la inmensa muralla china para tratar, inútilmente, de contenerlos, y hacia el Occidente, sobre la futura Europa, y sus incursiones guerreras tuvieron un transfigurador efecto sobre las sociedades agrarias constituidas a partir del cultivo de los cereales y las hortalizas por los pueblos apeados. Por un lado arrasaron con las vidas y los bienes de los agricultores, pero por el otro les legaron nuevos horizontes axiológicos, nuevas técnicas, nuevos géneros y estilos de vida. La hípica y la épica- las invasiones de los kassitas en Mesopotamia y los hiksos en el valle del Nilo- transforman el quietismo de las viejas civilizaciones aferradas a la Madre Tierra en ricos laboratorios de humanidades con distinto signo. De ese choque surgen fecundos mestizajes culturales y distintas visiones del mundo en torno. Ha comenzado el reino de los jinetes, ya los de los centros, que se imponen sobre los antiguos labriegos y se convierten en sus amos , ya los de las periferias, que inauguran las democracias ecuestres de merodeadores y guerreros nomádicos, cuyas incursiones muerden, y a veces dolorosamente, el limes de los grandes imperios.
4 - Asi como hemos descifrado la etimología de la voz caballo corresponde hacer lo mismo con la voz jinete. No todo caballista es un jinete. La jineta, antes de constituirse en una escuela, fue una modalidad norafricana de cabalgar, y tuvo que ver con la longitud de las estriberas y la posición de las piernas del hombre ecuestre. En efecto entre los berberiscos había una tribu llamada Xeneta o Zeneta, muy renombrada por la velocidad en el ataque y la ferocidad desplegada por los integrantes de la caballería ligera. Lo zenetes entran en España en el año de 1263 para reforzar las defensas del reino moro de Granada, muy golpeado por los reconquistadores cristianos. Sus incursiones inesperadas, su capacidad de maniobra y su rapidez para cargar sobre el enemigo los hicieron temibles y a la vez famosos. La voz zenete emigra al catalán genet y de ahí pasa al castellano. El jinete es el " soldado de a caballo que peleaba con lanza y adarga, y llevaba encogidas las piernas, con estribos cortos", como transcribe Corominas, hombre de biblioteca al fin, que confunde el estibo con las estriberas. En cambio el caballero medieval montaba con estribera larga, a la estradiota, nombre que deriva de los estradiotes, caballistas mercenarios de Dalmacia y Albania que emplearon los venecianos para combatir a los turcos. El caballo de estas panzerdivisionen medievales, de constitución robusta, de pesado cuerpo, ensillado con un basto que aprisionaba al montado por delante y por atrás con borrenes altos y resistentes, se guiaba con el freno y la espuela. En cambio el jinete, enhorquetado en los esbeltos y veloces caballos berberiscos, utilizaba las rodillas para presionar en "las cruces" equinas, dejando así libres las manos en el momento del entrevero. Tanto la indumentaria del jinete como los aperos de la bestia son livianos. Y la táctica ya no es cabalgar en línea recta, metido el caballero en una pesada armadura y empuñando la lanza, cuando no la tizona de diez y más quilos, sino embestir sorpresivamente y huir si encontraba resistencia, para volver a cargar por otro flanco. De tal modo la antigua caballería pesada es enfrentada, victoriosamente, por la caballería ligera. Y a partir de entonces se definen las escuelas de la estribera larga y la de la estribera corta. De la síntesis de ambas surge la escuela a la bastarda, que más tarde se conoció como escuela a la brida, una modalidad española de la estradiota. Como dato histórico interesante puede señalarse que la estribera corta fue tempranamente utilizada por los asirios, tal cual aparece en los bajorrelieves. Seguramente esta forma de cabalgar fue impuesta a los pueblos mesopotámicos por los invasores kassitas. Eso sucedió mucho antes que surgieran los jinetes berberiscos, lo cual hace difícil identificar los eslabones de la cadena transmisora, si es que no hubo invención independiente.
5 - Dicho lo anterior, que ayuda a situar el tema en el universo de los significados, pasemos a la comparación de aquellos prototipos ecuestres de los extremos sur y norte del doble continente americano, cuales fueron el gaucho y el cowboy.
Estos dos personajes pertenecen, como nos enseña la historia, a la gran familia de los hombres de a caballo. Como tales poseen una cultura hípica que no solo se relaciona con el arte de bien cabalgar sino con formas de ser y proceder, de contemplar y experimentar el entorno y el contorno, de vivir y morir. El jinete posee una filosofía, o mejor dicho, una visión de la propia vida y de la vida ajena, que hace parte de lo que los alemanes llamarían Wanderleben ( vida errabunda) de las comunidades ecuestres y los angloamericanos moving sprit o restlessness, aquella la voz empleada para caracterizar el ánimo andariego y estas para dar cuenta de la inquietud, de la impaciencia de un talante no acostumbrado a la existencia sedentaria.
Pero, además, el jinete exhibe un sentido señorial de su condición, situada en un rango superior al de los cultivadores de hortalizas ( "el verde es pa ´ los animales " decían nuestros paisanos ganaderos de otrora) y al de los destripaterrones apeados , los sodbusters despreciados por los vaqueros. Tal desdén emana de una condición de privilegio con respecto al derredor natural y humano : velocidad y resistencia para vencer las distancias, altura para mirar más allá del horizonte que contemplan los apeados, alianza con el animal para la lucha con el otro y, sobre todo, el puro , el gratuito placer de la equitación. Ya lo había dicho Raimundo Lulio en el libro antes citado: " ...se da caballo al caballero en significación de la nobleza de su valor, para que cabalgue más alto que los demás hombres y sea visto desde lejos, y más cosas tenga debajo de sí ; y para que se presente enseguida, antes que otros hombres, donde lo exija el honor de la caballería". Estas cualidades determinan que el hombre a caballo haya podido construir un concepto itinerante del espacio , en cuanto extensión generada por el desplazamiento de un móvil , y una peculiar conciencia del tiempo , en tanto duración de las travesías y remanso de los ocios. Ambos extremos el del montado en el camino y apeado en la querencia pautan, al margen de la cronología mecánica del reloj, el tempus subjetivo, vivencial, del alma itinerante y el regocijo social que transcurre alrededor del asado, del juego o del canto. El jinete habitual no tiene paciencia para permanecer muchos días en un lugar ni apuro por llegar a destino. Y esta doble actitud, activa la una y morosa la otra, parece cobrar su plena dimensión cuando el viento le da en pleno rostro, al compás entusiasta del galope, o en la languidez de la marcha, cuando el hombre ensimismado y el animal cansino emparejan las evocaciones nostálgicas del jinete con la pachorra crepuscular de cabalgadura. Pero mañana, luego del descanso nocturno y los mates del amanecer, se encenderá de nuevo la llama del desarraigo y otra vez el camino será más grato que la posada.
El jinete de las praderas estadounidenses y el gaucho de los pagos orientales constituyen entidades centáuricas, si asi puede decirse: se zoologizan para convivir con la bestia al tiempo que la antropologizan de a poco, para entenderse con ella de por vida, o por lo menos durante su pasajera utilización. No siempre nuestra campaña pecuaria fue, como escribió el cónsul francés Baradère en el siglo XIX , "un paraíso para los jinetes y un infierno para los caballos". El hombre montado ama a su flete favorito, se siente orgulloso de su estampa y su brío, le hace "armar" pescuezo y cogote cuando quiere lucirse ante las miradas femeninas , le enseña a "cortar chiquito", a girar como un trompo, a "caracolear" con gracia y presteza, a marcar su presencia con el chirrido hueco, como de metal subterráneo, que brota al lengüetear las coscojas del freno.
Tanto en el gaucho como en el cowboy la hípica y la épica van juntas, y con ellas caminan los atributos, convertidos ya en estereotipos, de la hospitalidad, del coraje hasta la desmesura, de la convivencia democrática que empareja lo alto con lo bajo - "naides es mas que naides "- y del tradicionalismo terruñero más conservador y misoneísta que pueda imaginarse.
Juntos también cabalgan el gaucho y el cowboy en el tránsito que va desde una cruda realidad histórica al dechado de virtudes que les atribuye la leyenda. En efecto, tanto el uno como el otro, hijos del complejo cultural del ganado vacuno y del caballo que determinó su destreza ecuestre y su notable manejo de la ganadería cimarrona, han experimentado un proceso de mitificación. Este proceso chauvinista, que opera en el orden mental, en nada opaca un notable repertorio de efectivos conocimientos y habilidades, a saber : el dominio de la naturaleza circundante, la jineteada desbravadora a campo abierto, el arte de enlazar y de pialar, la equitación virtuosa y la destreza para caer parado si rueda el animal, el lento trajinar de la tropeada y los desplantes lujosos en el rodeo, dos actividades que exigen resistencia física y anímica, valentía tranquila y eficacia operativa.
6 - De parias rurales, como fueron ambos a lo largo de una azarosa historia, se han convertido en arquetipos de las respectivas identidades nacionales de los EE.UU. y los países rioplatenses, incluyendo en ellos al Estado brasileño de Rio Grande do Sul. Pero debo advertir que en los tiempos actuales se registra una variante en nuestro medio. Mientras los norteamericanos mantienen al cow-boy como un fuerte símbolo de unidad nacional, el interés existente en el Uruguay por la figura emblemática del gaucho ha sido desplazado por el tardío "descubrimiento", llamémoslo así, de las hondas raíces indígenas que efectivamente tenía un país que en la actualidad carece de indios tribalizados o convertidos en campesinos. Tampoco este Uruguay venido a menos, que hoy transita por un túnel sombrío hacia la inopia intelectual y la intemperie moral, no encierra prisioneros folklóricos en reservaciones peores aún que las cárceles, como sucede en los EE.UU. o el Canadá, países altamente industrializados. Es cierto, no subsisten en la actualidad ni indianidades étnicas, ni indianatos enquistados en su grandeza, ni indiamentas vilipendiadas, pero los antepasados genes, los de los pocos charrúas y muchos mas minuanos, y los de los miles de guaraníes llegados torrencialmente desde las Misiones luego de la expulsión de los jesuitas en el año l768 y otras migraciones - y "arreos" como el de Rivera- posteriores, andan cuerpo adentro de cientos de miles de compatriotas, sin que ellos lo sepan y que cuando lo saben lo niegan.
La música country , el rodeo como generalizado espectáculo en las que ayer fueran las cow -towns, el sombrero tejano y otros atributos en los modos de ser y hacer se mantienen en los EE.UU, siquiera como mimesis tradicionalista, como inercia cultural que no va mas allá del signo visible, vaciado del pretérito ser en si y sus connotaciones simbólicas . Llamar cow - boy a un apeado urbano, constituye hoy por hoy, como se muestra en las películas, un ambiguo tratamiento que oscila entre lo afable y lo desdeñoso. De idéntico modo la gauchada califica entre nosotros una ayuda que burla la barrera de lo lícito, una permisividad amistosa que a veces orilla los límites de la ley, y también , un favor muy especial que solo los buenos amigos, a costa suya a veces, se avienen a realizar. Pero salvo los melancólicos carnavales internos de las sociedades criollas, donde se miman los indicadores externos de la gauchería , la figura del gaucho ha desaparecido del escenario terrestre y el imaginario urbano nacional .En efecto, el atuendo del gaucho y los aperos de lujo aparecen , solitarios y desfuncionalizados, en las sociedades gauchófilas de disfrazados domingueros que fingen por unas horas, ensillando pingos, churrasqueando y evocando antiguas tradiciones , ser como los antiguos mozos sueltos de la campaña, ya liquidados por los terratenientes que no quería vagos ni abactores en los limes de sus estancias amen de la redada de Latorre, que los cazó uno por uno y los puso a fabricar adoquines en Montevideo.. Estos gauchos de hojalata, si cabe el término, procuran escapar de tal modo a la rutina, a los grises papeles sociales impuestos por el trabajo en la sociedad de masas, al stress que agobia a los empresarios y profesionales durante la semana. También los herederos rurales de los gauchos lucen sus prendas y sus pingos en las caravanas conmemorativas de las fiestas patrias o en las "domas" programadas de la Semana Criolla, que en puridad son a veces payasadas y otras feroces castigos a potros hambreados por el encierro . Durante esta celebración, hincada como una espuela nazarena en la Semana Santa, los actuales representantes de una antepasada baquía ecuestre procuran evocar las destrezas del gaucho verdadero entre corcovo y corcovo, montando dudosos " reservados" en bastos o en pelo, mientras, a grito pelado y altavoz al mango, payada va y payada viene, se expándela oferta comercial de la sociedad de consumo. Pero esas evocaciones de tiempos ya idos y personajes clausurados por la civilización industrial, lo que en definitiva logran es decorar con tatuajes pintorescos el ectoplasma caricaturesco de una alma en pena, ya sin cuerpo.
7- El gaucho propiamente dicho desaparece como ser errante sin compromisos laborales ni obstáculos naturales al iniciarse el alambramiento de los campos en el último tercio del siglo XIX . Paralelamente a esta manea tecnológica que inmoviliza el deambular de los caballos y la libertad, o si se prefiere, la gana de los jinetes, la estancia cimarrona se transforma. Ya había comenzado a cambiar durante la etapa del saladero, pero ahora se apronta para la del frigorífico. Debe producir carne como si fuera una usina a cielo abierto. Es preciso modificar los métodos de cría y alivianar de gente no productiva los últimos reductos de la comunidad patriarcal. Se acaba con los viejos narradores, y con ellos se irán el chinerío , la gurisada, los agregados y toda la caterva "inútil" que se amontonaba en derredor de los fogones, donde, según el juicio de la nueva economía exportadora, se desperdiciaba la carne gorda que compraban a buen precio los ingleses. De idéntico modo desaparecen los puesteros, aquellos cercos humanos de las estancias , al par que se racionaliza la contabilidad, y se pesa , se mide y se refina lo que era antes un don gratuito de los potreros, es decir, la procreación vacuna a cielo abierto.
Muchos de los desalojados a la brava se instalan en los rancheríos, los tristes" pueblos de ratas" que surgen como los hongos a la vera de los caminos, y otros rumbean para los arrabales de las ciudades departamentales o a las orillas de la floreciente Montevideo. Estos desplazados del área ganadera se encuentran allí con los recién llegados desde Europa, con los inmigrantes que también habían dejado atrás tradiciones milenarias y paisajes maternos. Estas dos humanidades en orfandad, despojadas de los arcaicos valores comunitarios del pago , del bel paese italiano, de la terra meiga gallega o de los etxeak vascuences y, en consecuencia, lastimadas hasta el hueso por la pérdida de acervos culturales que las condenan a una hereje orfandad social y artística, emprenden entonces una aventura de extraordinarias consecuencias : fabrican el tango y la cultura del tango, el tinglado de los guapos y las paicas, la Comedia Humana que tiene por escenario una tierra de nadie y de todos, donde privan la pobreza y el desamparo , atenuados, no obstante, por el amor y la esperanza. Entre estas gentes sometidas al rigor del desarraigo están los hijos del gaucho, aquellos "guapos", aquellos "pesados" que ya han perdido los horizontes abiertos y la manumisión otorgada por la merced libertaria del caballo. Pero conservan aún el sentimiento del honor, la destreza para el cuchillo, la impronta de la antepasada vida ociosa, el orgullo del coraje, el machismo arrogante, el desprecio por la vida y la intrepidez ante la muerte.
El gaucho y el cowboy, figuras representativas de una economía rebarbarizada y rebarbarizante que, empero, nadaba en las aguas de libertad y aún el libertinaje agrestes, de la alimentación gratuita y el jolgorio a la mano - no faltaban ni la carne gorda , ni los fletes veloces , ni la diversión de la fiesta. ni el imán promesero del juego, ni la gracia sentenciosa de la payada , ni el coqueteo de las mujeres - forman parte de los pueblos ecuestres que, salvo muy pocas excepciones, pensemos en los actuales y ya decadentes mongoles nomádicos, han sido barridos por la agricultura mecanizada y la vida urbana.
(*) Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta