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El mejor poder es deber

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Por Esteban Valenti (*)

Todo poder es deber.

Victor Hugo

Las elecciones son para ganarlas,  se trata de hacer absolutamente todo dentro de la ley y la moral pero, para ganarlas de la manera más amplia posible. El que les diga otra cosa, miente o hace politiquería de tercera. Incluso los pequeños partidos sueñan, proyectan o deliran pero en el fondo quieren en algún momento ganar las elecciones. Los proyectos políticos nuevos,  quieren ganar las elecciones.

La política tiene muchas variables, pero lo de ganar las elecciones, o avanzar hacia ese objetivo es la clave de la política en democracia.

Lo afirmo para que nadie se confunda con un idealismo soñador y volado. Después de 56 años de militancia sería imperdonable.

Todos los partidos y grupos políticos en Uruguay afilan sus armas para el 2019 y 2020 y está muy bien que lo hagan, el problema son sus puntos de referencia, las señales que transmiten a la sociedad y la relación cada día más tensa y crítica entre la política y el conjunto de la ciudadanía. Esto no se mide solo en los niveles históricos de intención de voto en blanco, anulado y sin decisión, se mide en muchos otros factores cualitativos en los que se expresa la sociedad uruguaya. Y en lo que se siente en la calle.

El primer campanazo estridente en este sentido lo van a sentir todos los partidos- si todavía tienen oídos y si no cambian- en las elecciones internas de junio del 2019, con la baja participación de la gente. Una demostración de que si el voto no fuera obligatorio, los niveles de participación se desplomarían, también en el Uruguay.

¿Esta situación no tiene remedio? ¿Es parte de una tendencia mundial?

Si efectivamente es parte de una tendencia mundial de desprestigio creciente de la política en las sociedades, los datos son evidentes y crecientes, pero eso solo no explica en profundidad la situación uruguaya. Y la responsabilidad es de la política y no de las sociedades.

La causa de la creciente fractura entre la política, los partidos y la gente, la academia,  los intelectuales, los profesionales, la gente de trabajo y de empresa y crecientes sectores sociales, son los profundos errores que comete el conjunto de la política nacional y la sensación creciente de que son todos, más o menos iguales o parecidos.

Las señales de ese parecido extremadamente peligroso son, en primer lugar los comportamientos morales desde el poder, nacional y en varios departamentos. Los políticos profesionales creen que este cruce permanente de acusaciones y de comprobaciones de porquerías, los exime y les permite seguir por esa misma senda, total, todos se equiparan.

En segundo lugar es la percepción creciente de la ciudadanía que lo único, o al menos lo excluyente en los políticos y sus prioridades son los cargos, es el poder, son los sillones. Y si bien muchos lo asumen como una realidad inexorable de la política, como una "maldición" obligada para todos, las consecuencias de esta percepción aumentan y profundiza la brecha entre la gente y la política. La actual carrera despiadada y hasta en cierta medida tragicómica por las candidaturas en el Frente Amplio, en el Partido Nacional, pero en casi todos los partidos, que se alimentan día a día a base de porotos, asados y otros insumos y dan una lamentable imagen de la política, sin ideas y con un apetito voraz.

Y tercero es la sensación de que los cambios tienen tantas limitaciones, tan pocas posibilidades de avanzar en forma constante en la dirección de una mayor justicia, mayor libertad, mejor democracia, integración social y sobre todo un avance modernizador en el mejor sentido del progreso del país, que no vale mucho la pena jugarse. Esto además incide en toda la sociedad, en su cultura política, en el nivel del debate público, en la prensa y su tratamiento de los diversos temas. Es todo un caldo espeso e intragable y es parte de la degradación cultural del Uruguay.

Es cierto que a mí personalmente me interesa y opino sobre todo de los problemas del Frente Amplio, pero hoy tengo una prioridad diferente: trato de opinar y pensar por mi visión del país y de su política en general, que siempre la consideré un ejemplo, por su nivel, por sus cuadros y por sus capacidades.

El Uruguay en 1980 se dio a sí mismo y le dio al mundo una lección, con un plebiscito constitucional convocado en plena dictadura y controlado por la dictadura. Lo ganó la democracia, con un gigantesco NO. Y No fue el único ejemplo de una actitud democrática destacable y diferente.

Uruguay es un país que por un conjunto de circunstancias históricas, por su necesidad geopolítica e incluso cultural de reafirmar siempre su identidad, para poder existir como comunidad espiritual e institucional, fue capaz de gestos y de procesos propios y excepcionales.

Por eso creo que no alcanza con explicar el actual divorcio creciente entre la política y la gente por las tendencias mundiales. Nosotros podemos revertirlas en Uruguay.

¿Cómo? Obviamente voy a dar una opinión absolutamente personal, no la respalda nadie.

Las próximas elecciones las ganaría cómodamente el que de las señales claras de generosidad, de sentido nacional, de una excepcional visión de que el país necesita renunciamientos, necesita políticos dispuestos a demostrar en el sacrificio de sus intereses personales y que primero está el país. Uruguay, Uruguay, Uruguay.

Eso hay que demostrarlo no solo con un programa que surja de un diálogo con la gente y no por el juego y las tensiones de las corrientes internas y de sus áreas de poder, ni un programa prefabricado desde hace años y ajustados con algunas cachetadas para enarbolar en las próximas elecciones, ni un programa hecho a la medida de los problemas que grita la gente y no que atienda los retos de cambios imprescindibles que requiere el Uruguay para avanzar en una nueva etapa, en un nuevo mundo, en una región diferente y que implica afrontar dolores y malas costumbres muy afianzadas.

Y la clave está en la actitud de los dirigentes, no hay tiempo de que la elaboración política, el debate con altura y profundidad sustituya una realidad muy concreta: los candidatos hoy definen todo. Y el dato político más claro de la actualidad, es que los principales candidatos, proclamados o no, tienen un techo y no logran romperlo. En todas las filas.

El partido o frente cuyas principales figuras en lugar de exhibir el actual strip-tease de vanidades y de apego al poder, tanto desde el oficialismo como desde la oposición, demuestre más sentido nacional, generosidad, amplitud de mirada ganará las elecciones. Difícil...

Hay que asumir que para ganar las elecciones no hay figuras "cantadas", o porque los partidos presentan guarismos de intención de votos bajas, tanto el FA como el Partido Nacional, como porque no hay dirigentes que no tengan un techo bajo si se lo relaciona con el conjunto del electorado. Unos más bajo que otros, pero sin ninguna diferencia excepcional.

Si cualquiera de los principales candidatos con posibilidades reales y no inventados del FA y del PN tuviera un gesto de grandeza y convocara a una figura fuera del actual poder, que pudiera expresar esa mirada más amplia, más abierta, más uruguaya y menos sectorial, tendría enormes posibilidades de ganar las elecciones. Y le haría un gran favor al país. 

Sería un mensaje muy potente contra la principal difidencia de la gente con los dirigentes políticos, la voracidad de poder como factor determinante. Asumamos que hoy tienen plafón bajo cualquiera de las principales figuras del FA y del Partido Nacional. Y por más que se agiten no logran romper esa realidad, pero tampoco la asumen ni son conscientes de esa realidad.

Ese sería un gesto que diferenciaría al Uruguay de sus vecinos, de las tendencias mundiales, porque lo cumplirían los propios partidos y sus líderes y no sería un emergente de la sociedad enfrentado al sistema político. Cosa que en un país con la historia y el tejido político uruguayo sería casi imposible. Vean el resultado de los que lo han intentado, su origen partidario no pueden ocultarlo y de allí no despegan. Edgardo Novick, es el ejemplo más claro.

Mi pregunta a los lectores, a los ciudadanos comunes y de a pie: ¿No sería una verdadera renovación de métodos, de prioridades, de sensibilidades si alguno o los pocos dirigentes con posibilidades relativas de ganar las elecciones, eligieran romper sus techos y apelaran a figuras nacionales de gran amplitud, aún dentro de sus propias colectividades? ¿Hacer este gesto negaría la esencia de la política?

No en absoluto, si el Frente Amplio quiere ganar nuevamente las elecciones, si el Partido Nacional quiere ganar las elecciones en el 2019, estoy absolutamente convencido que aseguraría su objetivo central con un gesto de ese tipo. ¿Los principales dirigentes, los que olfatean el queso del poder, como lo definiera Liber Seregni, estarán dispuestos a cumplir ese gesto?

Es posible que alguno por lo menos lo piense, lo consulte con su almohada, pero el obstáculo mayor son sus entornos, son la ferocidad del apetito de sus más cercanos partidarios, el olor a queso es mucho más poderoso que cualquier otro sentimiento y cualquier otra prioridad. La pirámide, en sus diversos niveles tiene una fuerza geológica, en particular en la política tradicional, incluyendo al FA y sin imaginación. Sigan ustedes las reacciones, las declaraciones, los dientes apretados de esos grupos de dirigentes. Están dispuestos a jugar al todo y nada pero a mantener viva la posibilidad de mantener o conquistar sus sillones, los actuales y los opositores que se vienen a lo largo de la pirámide.

La pirámide en esta oportunidad, tiene algo seguro, nadie tendrá mayoría parlamentaria.

Es precisamente por ello, que este gesto sería importante y porque la gente que es mucho más inteligente de lo que los dirigentes políticos creen, percibe el hambre feroz, y por ello la fractura entre la política y la gente se seguirá profundizando. ¿Hasta dónde? Nadie puede decirlo ahora.

Lamentablemente no todo poder es deber, como lo expresa en esa aguda frase Víctor Hugo.

(*) Periodista, escritor, director de Uypress.net y Bitacora.com.uy  Uruguay


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