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Cosas y cosos sospechosos

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Por Esteban Valenti (*)

Seguramente esta columna no tendrá espesor teórico, solo puede pretender describir ciertas circunstancias, pero es la pura y cruda realidad de estos tiempos. Tiempos de bajo imperio romano.

Viajando uno se siente cada día más una cosa, a lo sumo un coso y siempre bajo sospecha. Los templos de esta situación son casi todos los aeropuertos del mundo. En honor a la verdad, nunca me sentí así en Carrasco, Montevideo. Voy a tomar como referencia uno de los mayores aeropuertos de Europa y del mundo,  Ámsterdam-Schiphol, pero sucede lo mismo en muchos otros casos, de Europa y ni que hablar de los Estados Unidos. Y lo peor de todo es que vamos a empeorando en forma permanente.

Si usted va a tomar un vuelo en Schiphol ármese de una enorme paciencia y capacidad de aguante. Y disponga de mucho tiempo, todo está lejos, muy lejos y además está bajo sospecha.

Usted tendrá que hacerse su tarjeta de embarque ante una máquina, con su pasaporte y, deberá tener conocimientos de agente de viaje. Por ejemplo cuando la máquina le pida que ponga las tres primeras letras de su destino, no se le ocurra poner ROM, si va a la ciudad eterna, el destino es FCO, es decir Fiumicino, aunque las letras no tengan ninguna relación con el nombre de la ciudad. Después de sortear esa prueba tecnológica, lo espera el despacho del equipaje. Coloque su tarjeta de embarque, marqué el número de valijas y la máquina omnipresente le vomitará una tira para colocar en la manija de su equipaje. Baje una persiana, espere y sorpréndase. La máquina - a mí - me devolvió la única valija para dos pasajeros y un cartel luminoso me anunció que sobraba un kilo. Implacable, amarillo y fosforescente. Desarmamos la valija, sacamos el kilo y la despachamos nuevamente. Esta vez la máquina se la tragó.

Demás está decir que la cinta con el destino de la valija, tampoco dice Roma, hay que saber que irá a FCO...

Y ahora viene lo peor, cuando uno pasa de cosa-coso a ser sospechoso y es tratado de la peor manera.

Nadie le pedirá documentos, si usted se va del país a nadie le importa, basta que tenga el ticket de embarque. Lo recibirán ante una serie de máquinas que están allí para horadar toda su intimidad. Despojado de su saco o campera, de sus zapatos, de su cinturón, de su tablet o computadora portátil, con la billetera y el dinero en las manos lo pasarán por un cilindro plástico donde lo harán apoyarse contra la pared. Salido de la inspección radiográfica uno puede considerar que terminó la revisación. No además te palpan, te revisan el cuerpo. Ante lo cual, me atreví a formularle la más elemental de las preguntas: ¿Para qué me palpan si me revisó una máquina? Al funcionario de la empresa de seguridad no le hizo mucha gracia y como a los microbios con poder a veces se les escapa la moto, empezó a contestarme de mal tono. No soy de muchas pulgas, así que le respondí por las rimas y un poco más. Se fue a otro aeropuerto, a Barajas...

Y allí terminó la cosa. Pasé a ser un número, un coso-cosa, con un ticket de embarque autogenerado, aunque no soy ni tengo la menor intención de ser empleado de ese o de ningún aeropuerto, que había superado la prueba de la seguridad y la histeria de los aeropuertos. Para llegar a la puerta de embarque tuve que caminar más de un kilómetro, asistidos en algunos puntos por "tapetes rodantes" esas alfombras mecánicas que se desplazan para dar la ilusión que nos ahorran incomodidades. Todo hecho entre decenas de miles de personas.

Dos horas y veinte minutos de viaje, en asientos del avión, que cada día se adaptan más a los pigmeos, aunque es notorio que la estatura media de los habitantes del planeta está creciendo. Pero las compañías de aviación, muchas de ellas absorbidas, compradas o casi al borde de la quiebra tienen que transportar todos los pasajeros posibles y algunos más.

Aeropuerto de Roma. Los que tenemos pasaportes europeos, pasamos como por un tubo, los otros tienen que hacer una respetable cola y todos nos reencontramos frente a la cinta distribuidora del equipaje. Espera para recibir la valija: mínimo de 20 a 30 minutos.

Una breve referencia quiero hacerla sobre el hotel del aeropuerto de Schiphol, donde pernoctamos una noche, para poder tomar el vuelo de retorno. No tenía recepción, había que hacerse el registro en una computadora, por ahora con la asistencia de un par de empleados y lo peor, la habitación: superficie; 13 metros cuadrados, si exactamente 2.20 por 6 metros, con baño transparente y el espacio de un compartimiento de un tren dormitorio y el precio de un hotel respetable. El máximo provecho y la extensión de la mentalidad del aeropuerto, los trabajadores del hotel son sus huéspedes, somos las cosas-cosos que nos hacemos todo por nosotros mismos.

Y aquí podría terminar la historia, sería en definitiva una mezcla más de esa porción de nuestra "civilización" entre el miedo al terrorismo que se ido imponiendo a todos los niveles sobre todo basados en el modelo norteamericano, la robotización creciente de detalle tras detalle de la vida cotidiana y poco más. ¿Valdría una columna?

Te desnudan con máquinas y manoseos en los aeropuertos, pero en los Estados Unidos te podés comprar un rifle de asalto semiautomático y todas las semanas hacer una matanza en una escuela, un periódico, un liceo, una discoteca y nadie se atreve a cambiar una enmienda constitucional del siglo XVIII sobre la tenencia de armas. ¿Puede haber mayor hipocresía?

Lo que más ha crecido en el mundo, incluso más que el comercio es la industria del entretenimiento, en particular el turismo, pero tanto los aeropuertos, como las compañías de aviación te tratan como un mercancía de tercera y sospechosa y, todos lo aceptamos sin chistar, como si fuera una obligación inexorable. Es más, no hay ni siquiera donde quejarse.

Se agrega que las mayores empresas de hotelería, no son propietarias de un solo cuarto, operan por Internet y te ofrecen la información dosificada que ellos seleccionan, para engancharte y obviamente ante la primera queja, la respuesta de los hoteleros reales es muy simple: "nosotros no fuimos a buscarlo, usted nos contrató a través de una de las operadoras de hoteles de Internet". Lo más impersonal posible y sin derecho al pataleo. Me pasó en este viaje con Booking.com,  tuve sorpresas varias, ninguna agradable.

Si usted por casualidad hizo una consulta por Internet sobre la más remota ciudad del planeta, recibirá durante meses oferta de todo tipo de alojamientos en su computadora, hasta el hastío. Es el famoso manejo de los big datos personales.

 Yo tengo un privilegio y pienso aprovecharlo: escribir estas cosas y compartirlas con mis lectores. ¿Y la otra gente, las otras víctimas de esta cosificación infame, que pueden hacer? ¿Se tienen que resignar a ser una mercancía zarandeada por el mercado, las empresas, la automatización y las sospechas?

Algunos saldrá a explicar que la masificación de los movimientos turísticos lo explica todo y que en definitiva lo anterior, de dónde venimos en la materia, es la prehistoria tecnológica y cultural y esto es la democratización de los viajes, puestos al servicio de uno mismo, el autoservice de todo.

En realidad si se escarba detrás de esas aparentes e inexorables tendencias lo que se descubre es que la maximización del lucro está detrás de todo. El lucro no es totalmente condenable, pero utilizarnos a todos, nuestra comodidad, nuestro descanso, nuestra libertad para asegurar que ciertas empresas obtengan lucros enormes, eso ya es otra cosa.

No es cierto que esa tendencia es inexorable, creo que nosotros en nuestro rincón del mundo, debemos preservar el contacto humano, el trato directo con la gente, la transparencia en la información hacia los usuarios, las proporciones adecuadas en los aeropuertos y puertos y en todos los servicios. El espacio, el contacto humano, la atención lo más personalizada posible, la cultura y la amabilidad en el trato, no son solo buen negocio, es civilización, es cultura, es un capital enorme. Es una identidad.

Y todo eso no tiene que ver solo con el turismo o los viajes, tiene que ver con nuestra convivencia, con nuestras vidas.

(*) Periodista, escritor, director de uypress.net y bitácora.com.uy   Uruguay


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