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“Nosotros y ellos”. Los delincuentes y nosotros.

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Por Esteban Valenti (*)

La guerra es nefanda, porque hace más hombres malos que los que mata.

Immanuel Kant

Lo peor que le puede pasar a la sociedad uruguaya es que la inseguridad, la violencia, los crímenes en aumento nos haga malos, vengativos y emerja en muchos de nosotros el pequeño enano fascista que llevamos agazapado dentro. ¿Es imposible? ¿Está sucediendo?

Mirando las reacciones ciudadanas, la indignación que nos asalta cuando vemos la actuación de los criminales en reiteración real, podemos apreciar cómo estamos cambiando, empeorando en forma constante.

La semana pasada lo vimos en las declaraciones de varios de los participantes en las marchas contra el asesinato de una madre y trabajadora en el balneario de Neptunia. Y lo confieso, me sentí representado en esas declaraciones, de que "algo hay que hacer" y no precisamente hacer nuevas manifestaciones pacíficas.

La situación de inseguridad actual impacta en cuatro cosas diferentes y simultáneas: primero en las profundas heridas humanas y sociales que dejan las víctimas, en sus familias, en sus amigos, en sus vecinos y en cierta manera en todos nosotros; segundo en la indignación, la rabia que generan y el reclamo de reacciones violentas y peligrosas; tercero la sensación de impotencia, porque se suceden sin interrupción, continuamente y cuarto, la sensación de que hay un sector de la población inmune al dolor que causa, a la violencia que utiliza, que ha incorporado el delito como su modo de vida, es su "normalidad".

¿Nos vamos a poner a discutir cuán lejos estamos de Honduras, Guatemala o Venezuela cuando lo que tenemos que ver es que estamos en el Uruguay de mayo del 2018, con 43 asesinatos? Y sin ninguna señal de que se reducen los delitos peores, los homicidios, las rapiñas violentas, la acción de las bandas.

Lo que la sociedad uruguaya no resiste más, no soporta más es que todos los días nos expliquen las causas de la inseguridad, que nos hagan discursos supuestamente sociológicos o legales para explicarnos este cambio radical y profundamente negativo de nuestra vida en sociedad, donde la violencia y el miedo se han incorporado a nuestra cotidianidad.

No queremos que se pase de un ministro que explica a cuatro ministros y otros funcionarios para explicarnos lo mismo y decirnos que hacen falta políticas integrales. Lo sabemos, lo aceptamos, lo apoyamos. Pero, y mientras las políticas sociales se ajustan, la educación trata de influir en los sectores marginados y tratamos de darle vivienda y deportes a las familias más débiles, que hacemos? ¿Soportamos?

El Uruguay entero necesita una reacción adecuada a lo que nos estamos jugando, a los peligros que enfrentamos, a las tradiciones democráticas y de cohesión social de nuestro pueblo. Cuando los uruguayos tuvimos que hacerlo lo hicimos y salimos adelante, ahora necesitamos algo parecido.

Necesitamos que cada uno asuma sus responsabilidades con mucha más energía, más audacia, más generosidad y más sentido nacional y popular y más valentía. Desde el Estado y todas sus instituciones, comenzando por las más altas autoridades del gobierno, los partidos políticos, las organizaciones sociales y la sociedad en su conjunto.

Necesitamos generosidad y liderazgo y desterrar esta práctica recurrente de que cada uno se pasa la pelota al otro y descarga sus responsabilidades. No todas son iguales, pero todas son importantes.

Tenemos que invertir el enfoque, basta de distribuir responsabilidades, debemos lograr que el gobierno y sus aparatos de seguridad, la justicia, los fiscales y los jueces, los organismos responsables de la presencia del Estado en todo el territorio y todos los sectores sociales, se disputen la actitud más firme, más inteligente, más efectiva en la lucha contra la delincuencia y por la seguridad pública.

Existe efectivamente un "ellos y nosotros", que no corresponde al viejo esquema social, de los pobres y los otros, sino de los delincuentes y nosotros. Ellos, son hoy no más del 2.5% de la población adulta y adolescente del Uruguay, con una fuerte concentración en algunas zonas de Montevideo, del aérea metropolitana y barrios de ciudades del Interior.

Esto está sucediendo en un país que no alcanza a los 3.500.000 habitantes, que tiene más de 30 mil policías y que con una adecuada labor integral de inteligencia estratégica y táctica debería conocer a casi todos los potenciales delincuentes y violadores de la ley. No tengan dudas.

Ellos y nosotros, no es una división social, porque las principales víctimas de la delincuencia son los pobres, los más indefensos, basta ver la lista de las víctimas de hurtos, rapiñas y asesinatos. La inseguridad la padecemos todos, pero se concentra de dos maneras entre los pobres, por ser víctimas y porque las familias están expuestas a la captación y la labor de las bandas criminales y a los grupos y las familias criminales. ¡Que las hay!

Y no "sociologicemos" la delincuencia porque además hay muchos bandidos que se han enriquecido con la droga, con el delito, con el sicariato, con el nuevo mundo del crimen en el Uruguay.

Cuando la violencia se hace más común y estable en las calles, en el delito, se instala también en toda la sociedad, también en la violencia doméstica, en las escuelas, en todos lados.

Si no rompemos el círculo vicioso de la resignación, del sometimiento a esta realidad de amplios sectores sociales, la cantidad de gente en peligro será mayor y más difícil de combatir. Es un cáncer que se contagia.

Por ello hace falta un conjunto de medidas de diverso tipo para una gran ofensiva nacional contra la delincuencia, contra el crimen. Bien planificada, bien organizada y sobre todo actuada con vigor por todo el aparato de seguridad del estado, que está bien armado, bien motorizado, bien asistido técnicamente, bien equipado y que nos cuesta mucha plata. Casi mil millones de dólares anuales.

Si hay que ajustar algunas leyes, incluso las de procedimientos policiales o el nuevo CPP debemos hacerlo como leyes de urgencia. Rápido. Lo que no podemos seguir perdiendo tiempo, que nos cuestan muchas vidas y mucha maldad acumulada entre nosotros y en nosotros.

Por este camino no pasará mucho tiempo que sea la gente que pida a gritos que vengan los militares, los "cascos azules" a algunas zonas del país y habremos perdido una batalla institucional y democrática importante.

Esta nota es un reclamo, un pedido, una exigencia en primer lugar hacia los que deben encabezar esta batalla, liderarla y frenar este desbarranque en la convivencia y en la calidad de la vida de nuestra gente.

Estamos lejos de Honduras y Guatemala, pero estamos notoriamente más cerca que hace algunos años, incluso que algunos meses.

 

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay


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