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¿Dónde está el poder?

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Por Esteban Valenti (*)

Un hombre es el uso que haga de su libertad.

Julio Cortázar.

El poder, ese oscuro objeto del deseo y de la bronca, parece muy escurridizo. Algunos lo sitúan solo en la política, otro en las armas, en la prensa, en los negocios, en la opinión pública y en la cultura dominante. ¿Dónde está realmente?

El concepto de poder puede tener diversas interpretaciones: la capacidad genérica de hacer algo; la capacidad de ejercer un dominio hegemónico sobre uno y/o varios individuos; la autoridad suprema reconocida en una sociedad. En definitiva es el que en última instancia decide. Aún con las limitaciones y atribuciones que cada sociedad impone con sus leyes, normas y hasta costumbres. Decide.

El principal de los poderes es sin duda alguna la política, es el que influye en todos los demás poderes existentes y el que decide en última instancia. Y si no decide fracasa. Menos decide y más estrepitoso es el fracaso.

Todo esto sin desconocer, al contrario, el entramado de influencias de parte de los otros poderes, los santos y los no tanto sobre la política.

Hay personas que consideran que desde los sindicatos, desde las asociaciones patronales, desde la prensa o, desde diversas posiciones tienen un papel fundamental en las decisiones. Es falso, es una ilusión, en definitiva el poder sigue estando en la política y su capacidad de poner en funcionamiento los instrumentos legales e institucionales para decidir.

Estas no son elucubraciones genéricas, tienen que ver con nosotros y con la actualidad. Hay mucha, mucha gente que hoy le da la espalda claramente a la política y a los políticos, pero ellos están allí inconmovibles, siempre prontos a tener el poder bien agarrado en sus manos y a utilizarlo o no, que es una forma de tener el poder.

No son un coto aislado, están influidos por la opinión pública, por la prensa, por las corporaciones movilizadas en las calles o haciendo presiones en diversos ámbitos, pero la decisión final está en sus manos. Y cualquiera que se haga la ilusión que tiene una parte del poder colocándose totalmente por fuera de la política, vende humo.

Las otras fuerzas sociales, culturales, informativas, corporativas son de gran importancia, sin ellas no existiría una sociedad auténticamente democrática, pero...allí están ellos, los políticos disputándose a dentelladas el poder.

"El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder", se afirma en Corintios 1, atribuido a Pablo de Tarso y en el otro extremo, Mao Tsetung escribió: "Salvo el poder todo es ilusión".

Más compleja y extensa es la definición de Carlos Marx: Carlos Marx en Deutsche-Brüsseler-Zeitung - 11 de noviembre de 1847. Puntualizaciones.

(...) Si la burguesía "mantiene la injusticia en las relaciones de propiedad" políticamente, es decir, por medio del poder del Estado, no quiere decir que la cree. "La injusticia en las relaciones de propiedad" condicionada por la moderna división del trabajo, por la forma moderna del cambio, por la competencia, la concentración, etc. no brota ni mucho menos del poder político de la clase burguesa, sino que, por el contrario, es el poder político de clase burguesa el que brota de estas modernas relaciones de producción, que los economistas burgueses proclaman como leyes necesarias y eternas"

Y agrega "Por tanto, si el proletariado derroca el poder político de la burguesía, su victoria no pasaría de ser pasajera, sería solamente un cambio al servicio de la misma revolución burguesa, como lo fue en el año 1794, mientras la historia misma, en su desarrollo, en su "movimiento", no se encargue de crear las condiciones materiales que hagan necesaria la abolición del modo de producción burgués y, por tanto y a la par con ello, el derrocamiento definitivo del poder político de la burguesía" Lo escribió en 1847... ¡Cuan polémicas estas afirmaciones con la historia "real" del socialismo!

Volvamos al 2018 y al Uruguay, aunque es peligroso menospreciar la historia y la teoría, siempre es necesaria la prospectiva, sobre todo para hacer política.

Esos cientos de miles de uruguayos de diversos orígenes pero mayoritariamente ex votantes del Frente Amplio situados en esas categorías que van desde los enojados, los desilusionados, los dudosos, los indecisos, que también existen entre los ex votantes blancos y colorados y entre los nuevos votantes se debaten a veces sin asumirlo plenamente, entre dudas o desinterés en el complejo mundo del poder. Porque el poder político, al final y al principio del camino está en los votantes. Al menos en democracia.

Me refiero a democracias en serio y no farsas como las de Venezuela, con presos políticos, proscriptos, carnet patriótico con puntos rojos y una bolsita de alimentos o una Comisión Electoral y una Asamblea Constituyente totalmente digitada.

Lo cierto es que en las manos de dos millones y medio de uruguayos estará el poder supremo en menos un año y medio.

Y el poder deja poco espacio a las especulaciones, abrevia las opciones. O se vota por lo que ya existe, por los partidos que ya están funcionando, o se forman nuevos partidos para tratar de cubrir aspiraciones nuevas y diferentes, o se vota en blanco o anulado o se deserta de las urnas y se paga la multa. No hay otras opciones.

Podemos escribir decenas de manifiestos, declaraciones, artículos e incluso organizar diversas actividades "paralelas", producir documentos sobre diversos temas, en definitiva todo termina en ese inexorable embudo: votar y elegir.

En mis 56 años de militancia política - comencé en 1962 en el Liceo 10 Carlos VazFerrerira de Malvín - y nunca he dejado de militar ni he dejado de ser de izquierda a pesar de muchos avatares, jamás estuve en la actual situación: no sé qué hacer, no tengo claro que haré en las próximas elecciones.

Y en la campaña electoral, porque desde el plebiscito del voto verde en 1989 hasta el 2014 tuve directa participación en las contiendas electorales y ahora no tengo nada a la vista ni en el horizonte.

Tengo claro que no cambiaré mi posición crítica, mi intento diario y permanente de opinar sobre los diversos temas, pero se perfectamente que, en definitiva y, llegado el momento mis opiniones como las de todos, terminan en una definición obligatoria ¿a quién elegir para ejercer el poder político?

En esa definición hay dos componentes fundamentales: el primero, es un balance de lo que ha sucedido y está sucediendo en la sociedad uruguaya y por lo tanto en la política nacional, departamental y en todos los sectores de su competencia, la economía, la producción, el trabajo, la justicia social la educación, la seguridad, la salud, las relaciones internacionales, la cultura, el Estado, los servicios básicos y el rumbo principal o la falta de él. Lo segundo, pero sin duda el enfoque más importante, es el futuro, hacia donde es previsible que vaya el país. Tengo más años en la mochila que los que tengo por delante, pero los pasados no tienen remedio y los próximos se deben construir y en ellos vivirán mis seres queridos y mis uruguayos queridos.

Con tiempo quiero compartir con mis lectores, con los que me han demostrado su paciencia y su interés, esta reflexión. La refirmo: hoy no tengo claro que debo, que puedo hacer en política.

Hay cosas claras que sé que NO quiero ni voy a hacer: NO voy a compartir mi voto con corruptos aunque los justifique o se hagan los distraídos en el supremo tribunal plenario del universo. No voy a apoyar personas o partidos eligiendo por descarte, por el mal menor, siempre me quedará una opción disponible.

NO voy a votar fuerzas políticas de derecha o de sus alrededores que tienen respetables posiciones, pero que nada tienen que ver con mi visión de la política y la sociedad a la que yo aspiro. NO voy a votar por costumbre, porque no encuentro nada parecido a mis viejas referencias políticas, emigraron hacia otros lados que no reconozco.

NO voy a favorecer a los que han hecho de la comodidad del sillón la suprema razón de la política, que vayan - como todos los comunes mortales - hacia las ocho horas o con suerte hacia las seis horas. NO voy a fortalecer burócratas de ningún color.

NO voy a favorecer a los que han transformado a la izquierda en una pálida y descolorida máquina del poder y poco más, sin discurso, sin puerto, sin pasión y sin ideas.

Y menos que menos voy a correr el mínimo riesgo de que fuerzas que apoyan la dictadura en Venezuela, su estrepitoso fracaso, sus corrupciones sin límites, tengan la posibilidad de hacer algo parecido en Uruguay. Lo rechazo no simplemente por una definición ideológica y política sino por una razón de vida, NO quiero vivir en ese horror o cerca.

¿La política se construye con gestos positivos? Si es cierto, pero tener claro lo que NO se quiere, es un primer paso. A partir de allí hay otras opciones, aunque sea duro y difícil construirlas y este no sea un tiempo de grandes proyectos. Espero no perder por el camino algo fundamental: la curiosidad.

Lo que tengo claro es que sigo siendo de izquierda y no por conveniencia.

(*) Periodista, escritor, director de Uypress y Bitácora. Uruguay.


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