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Documento de los “24”

MÁS ALLÁ DEL DESALIENTO HAY UN PAÍS QUE NACE

INTRODUCCIÓN: DESDE EL FRENTE AMPLIO, A LOS URUGUAYOS TODOS

Al convocar a su nuevo Congreso, el Frente Amplio se declara en estado de asamblea. A la discusión que se abre queremos aportar puntos de vista que responden a un enfoque y a una sensibilidad que nos parecen aún insuficientemente expresados. Creemos que esta es una ocasión propicia para dirigirnos, desde nuestra ubicación como militantes frenteamplistas, a todos nuestros compatriotas.

El Uruguay no puede sufrir más frustraciones. La ciudadanía parece encaminarse hacia nuevos y grandes cambios de rumbo. Cuando crecen las responsabilidades del Frente Amplio, y las expectativas que en él se centran, es tiempo de reafirmar nuestro compromiso con la construcción de una confluencia grande y nueva, del Frente con todos los sectores progresistas del país, que haga posible un gobierno de mayorías, eficiente y transformador.

El Uruguay como proyecto colectivo -el de construir una nación en la que valga la pena vivir juntos- es tarea a realizar en espacios muy variados y que requiere aportes plurales.

Basta de lugares comunes, de pálidos y lejanos reflejos de una realidad que es mucho más compleja y apasionante, llena de desafíos, pero también atiborrada de frustraciones. La izquierda uruguaya está hoy construyendo y avanzando. Nuestro mensaje puede contribuir a la esperanza de una alternativa real y posible frente a esta frustración que nos impone la política neoliberal.

Para ello los frenteamplistas necesitamos realizar un congreso que esté estrechamente enlazado con la vida de los uruguayos. Esa es la primera y fundamental condición de su éxito. Un congreso que tenga que ver con el trabajo, con la calidad de vida, con la nueva cultura emergente, con la niñez y las mujeres, con los jóvenes y con los que no lo son, con la soledad que sobra, con la educación y la salud que faltan y que hay que humanizar. Este será nuestro esfuerzo.

Las ideas que presentamos no están dirigidas contra nadie en el FA. Estamos hartos de menudas disputas. Queremos sí pelear, por la prosperidad del país y en primer lugar por los derechos y reclamos de los más postergados; pero en este Uruguay, gris y amenazado, para que esta lucha sea eficaz y victoriosa, debemos también pelear y ganar la gran batalla anímica y cultural que se libra en la mente y la conciencia de todos los uruguayos. Sin entusiasmo, sin confianza, sin expectativas vitales y políticas generosas, nada es posible.

Quisiéramos crear y recrear palabras. Porque también las palabras se han gastado, se han vuelto grises y tristes de tanto frotarlas. Palabras que han tenido un sentido estimulante en la historia de las naciones y de nuestro país, hoy rozan lejanas o indiferentes la vida de casi todos los ciudadanos. Hay que recuperarlas y dotarlas de nueva fuerza.

La enorme fuerza social, espiritual y política que representa para el país el FA lo inviste cada vez más de responsabilidades que no puede eludir. Sin embargo, no pretendemos tener respuestas seguras para todas las interrogantes que nos asaltan. En esta era de la incertidumbre, debemos aprender a vivir a la intemperie, ya que no hay certezas totalmente protectoras. No exponemos hoy pues propuestas acabadas ni, mucho menos, cerradas. Son más una búsqueda que una conclusión, esbozan apenas un camino que queremos y necesitamos compartir con otros compañeros. Con ese propósito, varios frenteamplistas hemos sumado ideas y diferentes experiencias, políticas y humanas.

Tenemos, por supuesto, convicciones: son las que se refieren a los compromisos éticos que constituyen nuestra razón de ser como militantes de izquierda. Queremos que nuestra vida tenga entre sus dimensiones fundamentales el accionar solidario y la búsqueda permanente de canales para que se expresen los que hoy no tienen voz. Creemos en la búsqueda colectiva, racionalmente orientada e impulsada desde abajo, de una sociedad igualitaria. Apostamos a los protagonismos plurales de la gente para la ampliación de la libertad y la democracia política y social en todos sus aspectos. Confiamos en el país.

No somos nostálgicos. Tenemos sí historia; la queremos en su grandeza, en sus tragedias, en sus generosidades; la asumimos en sus mezquindades. Pero no le pedimos permiso para pensar y para proponer. Porque los grandes momentos han sido construidos siempre con audacia, con valentía. Con fracturas.

Hay momentos que no volverán; son irrepetibles, pero nos han dejado enseñanzas imborrables. Recuperamos la libertad y la democracia porque los refugios y la resistencia tenían muchos colores; porque las banderas se abrazaron con grandeza; sobre todo, porque había una gran expectativa nacional que nos convocaba. Eso es lo que hoy nos falta, un proyecto nacional que convoque, entusiasme y galvanice las grandes energías del país. Quienes han dirigido al país durante los últimos 30 años no han querido o sabido resolver ese desafío.

El Uruguay se acerca a lo que puede ser la cita con su destino. Si fallamos, la emigración de los jóvenes y el desaliento de todos signarán nuestro futuro. Pero podemos dar la talla, pues tenemos las mujeres y los hombres, las muchachas y los muchachos capacitados para aprender permanentemente, con ganas de crear y de trabajar juntos.

Los trabajadores y sus organizaciones, a los que está ligada nuestra tradición y nuestra definición como izquierda, pueden y deben estar a la altura de los retos que debemos afrontar. Su capacidad para luchar por sus derechos y para innovar abrirá rumbos. La modernización del país será progresista y solidaria, o no será.

En todos los rincones del país, en las tareas más diversas, en las iniciativas, el sudor y las luchas de multitud de compatriotas, un país nuevo pugna por nacer. Que el desaliento no nos impida verlo. Ya es tiempo de que tantos esfuerzos se vertebren en un auténtico proyecto nacional.

El Uruguay puede. Podemos, si elaboramos y concretamos un proyecto alternativo que asuma las tareas de la hora. Si, aceptando los desafíos de esta nueva época, generamos un proyecto de reconversión productiva que al mismo tiempo logre derrotar la injusticia y la especulación parasitaria. Si aceptamos nuestra integración en el mundo y en la región con sentido dinámico de la historia, pero con realismo. Si logramos enfrentar a los adversarios nacionales y extranjeros del país que quiere nacer. Si rompemos con la resignación y derrotamos al país de los que hacen la plancha en lugar de nadar.

Tal vez nos acusen de ilusos, pero hoy la ilusión es una aventura valiosa, una navegación necesaria. Es una rebelión. Para esta rebelión contra el desaliento debemos apelar más que nunca a la libertad para pensar y para vivir. Libertad para criticar, debatir y proponer. Libertad para soñar y para construir.

CAPÍTULO I

EL PAÍS QUE QUIERE NACER

Lo que podemos los uruguayos

Confiamos en el país: ese es nuestro punto de partida. Lo hacemos porque, mirando al presente y al pasado, vemos todo lo que somos capaces de hacer los uruguayos.

Pese al terror dictatorial, reconquistamos las libertades públicas. Supimos construir una gran concertación nacional para la recuperación institucional del país.

Durante la dictadura y después de ella, la sociedad uruguaya inventó nuevas respuestas colectivas a problemas viejos y nuevos, desde la solidaridad con los perseguidos y los desposeídos hasta la atención a los problemas específicos de los barrios y de las regiones postergadas, de las mujeres y de los jóvenes, pasando por los temas de la vivienda y de la producción. Diversos movimientos sociales, basados en el protagonismo de los interesados, despliegan una mayor capacidad de hacer cosas.

Los nuevos dinamismos de nuestra sociedad tienen mucho que ver con los nuevos papeles que asumen las mujeres, cuya tasa de actividad llegó a ser, a comienzos de los '80, la más alta de América Latina.

Los sindicatos, enfrentados como en todo el mundo a grandes problemas, conservan una notoria representatividad y empiezan a desarrollar una estrategia removedora en materia tecnológica. Pese a quienes sostienen que lo colectivo pasó de moda, el cooperativismo, las organizaciones no gubernamentales y otras formas asociativas son parte cada vez más significativa del quehacer nacional. Si bien la inversión es crónicamente insuficiente, varias empresas se arriesgan y entre ellas hay no pocas de primer nivel en ramas de punta. Desde el comienzo de los '60 hasta hoy, pese al deterioro de la enseñanza pública y a la caída de los ingresos, aumentó notablemente el nivel educativo medio de los uruguayos, debido al esfuerzo que algunos sectores sociales han hecho por educarse más. La dictadura arrasó la estructura científica del país, pero su comunidad de investigadores construyó un Programa, el PEDECIBA, que desde el exterior se considera un ejemplo para el Tercer Mundo.

Cuando se empezaba a afirmar que la gente ya no se moviliza, el movimiento pro-referéndum surgió para signar una época y para mostrar potencialidades que aún no han sido aprovechadas a cabalidad. Nos repiten que los jóvenes sólo atienden a lo individual, pero la movilización de la juventud universitaria marca la primavera del '90 y en estos días reaparece para salvar al Hospital de Clínicas.

Con sus últimas opciones electorales, la ciudadanía, que los escépticos tildan de conservadora, muestra su decisión de ensayar rumbos nuevos, y dibuja así un escenario de posibilidades más abiertas que nunca.

Los ejemplos podrían desarrollarse y multiplicarse. En el plano de la producción, de las costumbres y de la cultura, el país está cambiando y hay mucha gente que innova. La mejor prueba de lo que podemos hacer los uruguayos surge de la comparación entre las trabas del sistema y lo que, pese a tantas carencias y bloqueos, ya hemos sido capaces de hacer.

Un país pequeño en un mundo acelerado

En los últimos 20 años, el ritmo de los cambios en este planeta se ha acelerado vertiginosamente. Una nueva revolución científica y tecnológica trastoca todas las estructuras, abre nuevas posibilidades para los seres humanos y los confronta también con nuevos peligros, no sólo para los países menos desarrollados y las grandes masas desposeídas sino incluso para la supervivencia de la especie. Sus efectos son notorios en la redistribución del poder a escala internacional.

Esa revolución ya ha alterado sustancialmente las claves de la eficiencia productiva, que se vincula cada vez menos con la rígida separación entre dirigentes y dirigidos, el autoritarismo de los primeros y el trabajo rutinario de los segundos, las jerarquías verticales y la gran producción repetitiva. Nuevos espacios se abren para la innovación, la flexibilidad y la participación.

Vista desde los países subdesarrollados, la revolución científico-tecnológica tiende a profundizar la brecha que los separa de los más desarrollados y desnuda la crisis de los modelos clásicos para el desarrollo, incapaces de resolver los problemas de la generación propia de tecnología, sin la cual no hay desarrollo autónomo. Si no resolvemos problemas de ese tipo, pasaremos del subdesarrollo a la marginalidad.

A su vez, un desarrollo tecnológico autónomo de nuestros países, al servicio de la justicia social, exige enfrentar factores de poder -geopolíticos, militares, de las multinacionales- que apunten a la consolidación de la dependencia.

La expansión capitalista y el auge de las comunicaciones han acelerado la internacionalización de la economía y de la cultura. Crecen los contactos y las dependencias entre países y pueblos. Ciertas tendencias similares se difunden por el globo, pero los tiempos favorecen también el cultivo tanto de las diferencias como de las reivindicaciones específicas -étnicas, culturales, generacionales, de género. A nivel espiritual y cultural, asistimos a una verdadera explosión de la diversidad. Pero algo sustancial tienen en común corrientes muy distintas: expresan un ansia renovada de libertad, un rechazo a todas las dominaciones.

Las tendencias anotadas se manifiestan en la gran crisis del llamado "socialismo real". Este se ha visto jaqueado tanto por las trabas que opone a la innovación técnica y social como las crecientes aspiraciones a la diversidad y a la libertad. Los regímenes de este tipo en Europa Oriental se fueron desmoronando en un proceso que culminó, en 1989, con grandes movilizaciones populares.

Al mismo tiempo, el "capitalismo real" muestra su incapacidad para solucionar los problemas del desempleo y de la miseria, incluso en los países más poderosos del mundo.

El panorama del presente alienta la pretensión imperial, expresada durante la guerra del Golfo, de un "nuevo orden" mundial con vértice en USA. Pero su actual predominio militar refleja su predominio técnico-productivo de ayer, no la situación de hoy, cuando los mayores dinamismos se observan en Alemania y Japón. Estos países no figuraban en las ecuaciones del poder hace algunos años. Muy pronto puede resquebrajarse la supremacía de quienes hoy se proclaman vencedores, pues las dominaciones estables son difícilmente compatibles con el ritmo y la complejidad de los cambios en curso.

Esas mismas dinámicas han agudizado en todas partes la problemática del Estado, visible en el resquebrajamiento del "socialismo real" y en las dificultades de tantos regímenes tercermundistas, pero también en la crisis del llamado "Estado de bienestar". Ante ella, las derechas impulsan el "achicamiento del Estado", que no es por cierto el de sus cuerpos represivos sino el de sus funciones sociales y de promoción del desarrollo técnico-productivo. Así, debilitan la capacidad de la nación y agrandan la injusticia de la sociedad.

La alternativa de las izquierdas no puede sustentarse, a contramano de la historia, en una reivindicación del estatismo, sino que debe superar la paralizante oposición maniquea entre lo público y lo privado. Ante los nuevos desarrollos tecnológicos, las nuevas corrientes culturales y la crisis del "socialismo de Estado", creemos que es la hora de la apuesta a la sociedad, a las iniciativas desde todos los niveles, a los protagonismos de diversos actores sociales, a la promoción de variadas formas de gestión, a la colaboración de un sector público eficiente y de orientación progresista con sindicatos, empresarios, cooperativas y todo género de expresiones colectivas.

Las claves de la época tienen que ver con la fluidez para comunicarse y sumar esfuerzos, con la capacidad de innovación de cada sociedad, con su flexibilidad para cambiar permanentemente, para superar la miseria y ser cada vez más libre, a fin de aprovechar las contribuciones del mayor número.

En esta perspectiva vemos las oportunidades de un Uruguay que debe, enfrentando innúmeros escollos, conquistar una inserción dinámica en el mundo de hoy, para que su gente pueda vivir como la gente.

La región como desafío

La internalización de la economía va de la mano con la creación de varios espacios económicos. Las tendencias integradoras constituyen una respuesta necesaria a lo que se requiere, al presente, para construir una base técnico-productiva mínimamente autónoma y eficiente, objetivo que aún grandes países no pueden alcanzar por sí solos.

Preciso es pues ensayar en América Latina nuevos caminos de avance hacia la integración, proyecto que en el pasado ha producido poco más que frustraciones, pero que constituye un mandato histórico cuya vigencia reafirmará el futuro. Su cumplimiento no puede quedar librado sólo a las gestiones diplomáticas o a la voluntad de algunas grandes empresas; corresponde promover el surgimiento de verdaderas redes de integración -a nivel de ramas de la producción, de la educación, de la cultura, etc.- cuyos protagonistas sean los actores sociales directamente involucrados, los que en varios casos ya han establecido promisorios contactos a nivel regional.

En este contexto, la integración -productiva, comercial, cultural y social- de los países del Cono Sur debe ser un objetivo prioritario del FA y de todas las fuerzas progresistas del país. De ello depende hoy día el propio destino nacional.

Debemos ser conscientes que la actual formulación del MERCOSUR -limitada básicamente a un mercado común comercial y, potencialmente, de capitales y fuerza de trabajo- está lejos de representar por sí sola un verdadero proceso de integración, como el que Uruguay necesita para maximizar sus potencialidades, sobre todo en relación con sus dos grandes vecinos.

La forma en que se creó el MERCOSUR adolece de graves defectos que pueden costarle muy caro al país. Entre otros se pueden mencionar los plazos perentorios establecidos para la completa desgravación arancelaria -contradictorios con los ejemplos exitosos que se conocen-, la ausencia de acuerdos de integración productiva y de políticas sociales, el silencio sobre el área financiera, fiscal y monetaria, etc.

Todo ello hace más preocupante la política actual del gobierno uruguayo, contraproducente para el desarrollo productivo y en particular contraria a la que la experiencia internacional muestra como responsabilidades ineludibles del sector público en un proceso de integración.

Pese a ello, el proceso del MERCOSUR -más allá de sus incertidumbres- es un dato de la realidad. Las fuerzas progresistas deben jugar un papel activo de primera línea para su mejoramiento y transformación en un proceso de integración más ambicioso y fructífero para el país que queremos construir. Renunciar a proponer y negociar medidas concretas significaría aceptar una marginación contra la que se podrá protestar pero que, en los hechos, apenas dejará espacio para lo que no sea una resignada pasividad.

El desafío urgente del MERCOSUR puede estimular la convergencia de fuerzas progresistas, en el marco de un gran esfuerzo nacional en pro de la reconversión productiva con equidad, de la dinamización del país a todos los niveles y de la construcción de una verdadera integración regional.

El Uruguay que imaginamos

Cuando el ritmo de los cambios se acelera, si no se quiere ser juguete del destino, es imprescindible intentar imaginar los futuros posibles y deseables; ellos deben iluminar la tarea cotidiana. Ciertas utopías pueden ser estériles; el realismo miope no lo es menos. Avanzar, con los pies en la tierra pero con la mirada en el horizonte, es necesario para que los caminos que hagamos al andar nos acerquen a dónde queremos ir.

En esa perspectiva, nos imaginamos un país en el cual tradiciones variadas y experiencias disímiles se van vertebrando en torno a un auténtico proyecto nacional. Este no puede consistir en un programa detallado ni, mucho menos, ser el patrimonio de un grupo cualquiera; tampoco ha de reducir la diversidad sino, por el contrario, favorecer su efectivo despliegue. Un proyecto nacional es más bien una confluencia cultural y de actores colectivos -políticos y sociales- en torno a ciertas metas generales y al tipo de vías para tender hacia ellas, lo que constituye el sustento de una voluntad colectiva de transformación.

Entre los pilares del proyecto nacional que se viene esbozando en las prácticas de muchísimos compatriotas figuran los siguientes. La rotunda afirmación de la democracia y de los derechos humanos, y la voluntad de extender su vigencia, en lo institucional y en la vida cotidiana. La decisión inquebrantable de luchar contra el empobrecimiento y la degradación de la calidad de vida que se han instalado en el país. La prioridad atribuida a la producción, de bienes y servicios, mediante la revaloración del trabajo productivo, la tecnificación, el estímulo a la capacitación y a la participación en la gestión, como facetas de una apuesta a la solidaridad eficiente. La preocupación ecológica, ligada a la comprensión de que la calidad espiritual y ambiental de la vida en el Uruguay puede llegar a ser grande. La difusión de una atmósfera cultural adversa a los caminos trillados y, por el contrario, estimulante, a todos los niveles, para el trabajo bien hecho, la pluralidad y la innovación. La revaloración de las tradiciones ligadas a la defensa de la autonomía cultural y de la soberanía de la nación.

Nos imaginamos un país en el que un proyecto de ese tipo va tomando cuerpo e incide con fuerza creciente en el surgimiento de una sociedad más equitativa y creativa, donde cada uno sea más libre para hacer su propia vida y las mayorías sientan que en el Uruguay vale la pena luchar.

Ese país que imaginamos lo creemos posible, porque, si bien tiene por delante poderosos adversarios, vemos mil signos de que lucha por nacer.

CAPÍTULO II

LOS ADVERSARIOS DEL PAÍS QUE NACE

La crisis endémica que vive el país tiene sus causas y sus responsables. El Uruguay tiene todas las condiciones naturales, humanas, geográficas para su desarrollo y para ofrecerle a su población condiciones de vida sustancialmente distintas.

El modelo mal llamado neoliberal es responsable del agravamiento, en nuestro país y en todo el continente, de una situación ya comprometida en las décadas anteriores por el fracaso del proceso de desarrollo. Es responsable del empobrecimiento creciente de nuestros países, del endeudamiento y la sujeción a los centros de poder financiero internacionales.

Este modelo está destinado exclusivamente a la exportación para los países del Tercer Mundo, pues los países desarrollados aplican políticas proteccionistas y sus estados intervienen de diversas maneras en el diseño de las políticas económicas, comerciales, financieras, mientras para nosotros se pregona la libertad absoluta del mercado. En realidad tendríamos que hablar de un modelo SUB LIBERAL: destinado a los países subdesarrollados.

La sociedad uruguaya ha cambiado negativamente al influjo de esta política que se viene aplicando con pequeñas variantes desde antes de la dictadura. Se han acentuado las diferencias sociales, crece la pobreza y la marginación mientras un pequeño sector de élite concentra cada día más los resortes del poder financiero.

En el plano económico los gobiernos post dictatoriales no han afectado en absoluto la continuidad del modelo y, con las diferencias obvias que impone la democracia, han insistido en un camino que no sólo es injusto para las mayorías nacionales, sino que se ha demostrado en el Uruguay y en otros países como un fracaso para el desarrollo.

Si bien el actual gobierno del Dr. Lacalle expresa con mayor crudeza el objetivo de una reformulación regresiva del país, dentro de los lineamientos del modelo subliberal, no debemos olvidar que las coincidencias y apoyos recibidos de parte de los sectores colorados corresponden básicamente a la continuidad de una política que también aplicó, con matices, el gobierno del Dr. Sanguinetti. Esta realidad no debe simplificar los verdaderos procesos histórico-políticos nacionales y su potencialidad actual y de futuro: el batllismo y el nacionalismo verdaderos son adversarios del modelo subliberal.

Cualquier proyecto alternativo, para un auténtico desarrollo nacional, debe necesariamente romper con esta política subliberal y desplazar del poder a los responsables de su aplicación.

El imperialismo ha sido el creador, impulsor y principal beneficiario del modelo subliberal. La transferencia de recursos netos desde nuestros países se ha operado a través de nuevas modalidades de dominación, en particular la deuda externa, que representa hoy una traba fundamental, para todos los países del continente, en el camino hacia un desarrollo independiente.

El subliberalismo fue afianzado en nuestra tierra por la dictadura. Cualquier expresión de nostalgia por un pasado autoritario, en particular de los sectores militares, representa no sólo un peligro para la convivencia civilizada del país, sino también una loza que aplasta las energías renovadoras y de progreso.

Para superar los obstáculos que levantan los adversarios del país que nace, debemos ensayar nuevas estrategias y propuestas.

CAPÍTULO III

CAMINOS DE TRANSFORMACIÓN

Una búsqueda plural

Queremos encontrar rumbos que le permitan al país salir de la frustración que padece desde hace décadas. Para evitar nuevos fracasos, tenemos que analizar logros y carencias de los diversos proyectos progresistas, ensayados dentro y fuera de fronteras.

La experiencia muestra que el cambio, en sociedades complejas, no puede ser impuesto desde un vértice cualquiera, sino que resulta de la articulación de esfuerzos, a variados niveles, desplegados por actores sociales y políticos que mantienen importantes márgenes de autonomía e iniciativa.

Un programa auténtico de transformación no puede pues consistir en un "paquete" de medidas, cuya adopción se le recomienda a la sociedad, sino más bien en la articulación y la síntesis de las experiencias más ricas y de las iniciativas más sugerentes, emanadas de sectores diversos, que signifiquen una contribución al proyecto nacional en gestación.

Las propuestas han de surgir, en consecuencia, de una búsqueda y de un diálogo plural, en el cual las buenas preguntas pueden ser tan útiles como las respuestas concretas, y estas últimas están siempre sujetas a revisión.

La militancia en los años 90

No hay pues un tipo de militancia privilegiada, supuestamente destinada a dirigir a las otras.

Tan digna y potencialmente útil es la lucha política como la lucha por construir una cooperativa, promover una región marginada, reivindicar los derechos postergados de las mujeres y los jóvenes, sindicalizar a los trabajadores, entender un problema del país, generar una técnica, mejorar la producción de un bien o servicio, ensayar una estrategia educativa, promover una forma nueva de expresión cultural. En el fondo, cada una de ellas dará frutos sustanciosos sólo si las otras los dan.

No podemos identificar la participación con las formas que ayer fueron exitosas; éstas pueden o no seguir vigentes, pero cada época inventa las suyas. Corresponde observar sin anteojeras las que son propias de los jóvenes, las que se vinculan al auge de las comunicaciones y las nuevas sensibilidades. El compromiso ético no se mide por la adhesión a un tipo determinado de participación.

La lucha sirve si se despliega en muchos terrenos y si son muchos sus protagonistas.

Si se espera todo de la política, la frustración es difícil de evitar. Si se la abandona a unos pocos, los esfuerzos de muchos en otros espacios se desperdigarán, al carecer de una instancia colectiva de articulación. La complejidad de nuestras sociedades no disminuye la importancia de la política y de la participación cívica, sino todo lo contrario, pues éste es el terreno de síntesis de todas las formas de militancia y participación. Así, la política adquiere una nueva dimensión. La cultura política de la izquierda debe incluir una noción genuinamente plural de las formas de militancia. En particular, ello hará posible una jerarquización efectiva de los temas que preocupan concretamente a sectores diversos, así como una profunda transformación de las formas de hacer política, ampliando los canales de participación y consulta. Todo esto no disminuye sino que realza las responsabilidades de las direcciones políticas, para captar y sintetizar la pluralidad de formas de expresión de la sociedad.

La reconversión productiva

No mejorarán las condiciones de vida de los uruguayos postergados sin un sustancial incremento, en cantidad y calidad, de la producción nacional. Esta tiene que ser competitiva a escala internacional, para que el país pueda crecer y atender las necesidades básicas de su población. La izquierda es una apuesta a un tipo de desarrollo sustentado en el trabajo colectivo, solidario y eficiente. No es un proyecto para la redistribución de la pobreza sino un auténtico proyecto de crecimiento.

La reconversión productiva con incorporación de progreso tecnológico debe ser una prioridad nacional. Hasta ahora ha sido desatendida, en aras de los privilegios otorgados al sector financiero y al servicio de la deuda externa, sin que la servicial conducta ante los acreedores haya beneficiado al país. Una inversión radical de prioridades es imperiosa. Sin ella, la desaparición de las barreras arancelarias para la importación desde los países vecinos puede devastar nuestro aparato productivo.

Esas tareas sólo pueden ser encaradas en un contexto estable de economía mixta -en el que se promueva la pluralidad de formas de propiedad y de gestión- a partir de la concertación entre el sector público, los productores y los trabajadores.

Las urgencias sociales

Viven en la pobreza la cuarta parte de las familias urbanas, a las que pertenecen el 40% de los menores de 15 años; más de la mitad de los niños pobres de menos de 5 años tienen peso y talla significativamente por debajo de lo normal; la mortalidad infantil en los estratos más pobres es promedialmente el triple que en el resto de la población. Pero el gasto público en salud es apenas superior a la mitad del gasto militar.

La vida cotidiana, jaqueada tanto por la falta de empleo como por el multiempleo, no abre espacios para pensar y crear.

En esas condiciones, se pierde tanto la batalla por la justicia social como la batalla por el desarrollo. Ya es tiempo de comprender que los recursos dedicados a subsanar las principales carencias de la población no son, propiamente hablando, un gasto sino una inversión.

Pero una inversión sirve si se la ejecuta bien. En este caso, ello tiene que ver con la eficiencia del sector público -vale decir, con la reforma del Estado- y también con una transformación de las políticas sociales. Estas tienen que ser ágiles y específicas, definir precisamente los sectores a los que se pretende llegar y los objetivos a lograr, podar burocracias y apoyarse en las diversas formas de gestión colectiva.

Por ejemplo: el desempleo femenino duplica al masculino y más de la mitad de los empleados tienen menos de 25 años; de estos últimos, alrededor de la mitad son jóvenes escasamente calificados, que por ende tienden a la desocupación crónica, vale decir, a la marginación. La priorización de los gastos y la concertación de esfuerzos para el desarrollo de la infraestructura social y la capacitación laboral de los jóvenes atacaría pues una vasta problemática social, recuperaría para la producción a compatriotas en la edad más fructífera y afrontaría una de las causas mayores del descreimiento en el país.

En el Uruguay ya se hace visible, y tiende a ampliarse, una división material y cultural entre sectores modernizantes y sectores de tipo más tradicional. Los primeros mejoran su situación, adaptándose a la modernización en curso -limitada, poco eficiente, inequitativa- mientras que los otros van quedando al margen, pagando sus costos y sintiendo que su desaliento crece. Esa brecha, si se consolida, será nefasta tanto para el desarrollo del país como para su clima espiritual.

No hay tarea más urgente para las izquierdas que luchar eficazmente con esta brecha. Por un lado, hace falta impulsar una modernización que sea auténtica porque le abra cada vez más espacios a la gente, en lugar de agravar la marginación. Al mismo tiempo, es imprescindible concertar esfuerzos en una inmediata lucha de emergencia contra la pobreza y sus consecuencias.

 

Radicalización de la democracia y nuevas dimensiones de la libertad

Este subtítulo alude a grandes aspiraciones que signan la atmósfera espiritual del mundo contemporáneo. En el Uruguay, se han hecho aún más sentidas a partir de la dictadura y de la lucha contra ella. Hoy soportamos bastante menos que antes cualquier tipo de verticalismo o autoritarismo, y sabemos bastante mejor cómo enfrentarlo.

Radicalizar la democracia lleva a luchar permanentemente por hacer más efectiva la vigencia de los derechos humanos y más auténtica la participación ciudadana en las decisiones políticas. Pero también lleva a luchar por la extensión de la democracia y la igualdad a los ámbitos de la información, del trabajo, del consumo y de la vida familiar.

La radicalización de la democracia se vincula pues con la promoción del desarrollo local, de la descentralización y de las autonomías municipales. Con la participación de los trabajadores en la gestión de las empresa, públicas y privadas. Con los derechos de los consumidores. Con el acceso a la información y la multiplicación de las posibilidades de expresión. Con la redistribución de los poderes de decisión, que esta sociedad concentra en las manos de pocos, ubicados casi todos entre los 30 y los 60 años.

Se trata de metas plurales, para cuyo logro es imprescindible la lucha organizada de los directamente involucrados, y también la elaboración de un sector público eficiente, encabezado por un gobierno progresista.

Tales metas tienen que ver con la ampliación de la libertad: de las mujeres, a partir de una mayor igualdad entre los sexos en la vida familiar, el cuidado de los hijos y el acceso a responsabilidades; de los jóvenes en relación a la diversificación de oportunidades y a la lucha contra las jerarquías esclerosadas; de los viejos, para evitar que se les margine del disfrute de la vida y de la posibilidad de aportar sus experiencias; de  todos, para decidir acerca del ambiente en el que viviremos, evitando que decisiones cupulares -la de instalar una central nuclear, por ejemplo- lo afecten irreparablemente.

La gran meta colectiva de la recuperación de la democracia uruguaya y las libertades pública dinamizó a nuestra sociedad a comienzos de la década pasada. En ésta, la aspiración de ampliar la libertad y la democracia orientarán las luchas cotidianas y la construcción del futuro.

 

CAPITULO IV

HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE PROPUESTAS

Porque nuestro esfuerzo va dirigido a la construcción es que formulamos la siguiente serie de ideas para la acción futura del Frente Amplio, sin ninguna pretensión exclusivista: nuestra máxima aspiración es que estas propuestas embrionarias sean corregidas y enriquecidas con nuevos aportes e ideas. La gente nos reclama, cada día más, propuestas concretas y sugerencias variadas en relación a las diversas responsabilidades que tiene el FA como protagonista de la vida nacional.

 

1.- El proyecto necesario

La primera tarea de la izquierda uruguaya es responder al desaliento con la elaboración de un proyecto posible, pero sobre todo justo para nuestro país. No pensamos en un largo decálogo de diagnósticos y  frustraciones sino en un cuerpo de ideas, con amplio respaldo en las diferentes experiencias sociales populares. Un proyecto que no se propaganda y voluntarismo, sino un ejercicio de política real, volcada a la búsqueda de los caminos posibles para sacar al país adelante.

Tenemos que empezar cuanto antes a construir la "máquina" del Uruguay que imaginamos, por el que ya trabajamos y en cuya edificación quizás tengamos responsabilidades decisivas a partir de 1995.

 

2. La Intendencia de Montevideo como responsabilidad fundamental

El desarrollo de esta experiencia,  aún embrionaria, debiera ser responsabilidad central de toda la izquierda. De los resultados de su gestión, de su relación con los ciudadanos y también con sus trabajadores, de las imágenes políticas y humanas que proyecte dependerá grandemente el futuro político nacional.

Mucho ha hecho este gobierno municipal, que constituye sin duda un avanza importante respecto a los anteriores; así lo ve la gente. Pero mucho  queda por hacer. Los puntos de referencia deben estar dados por el proyecto de una ciudad diferente, en sus obras, en sus servicios, en el protagonismo democrático de la ciudadanía, en la participación de los funcionarios municipales, en las prioridades sociales, en la transparencia de la administración.

Los montevideanos tienen en sus manos la posibilidad de construir otras formas de relación con las instituciones, generando una cultura de gobierno democrática, capaz de desterrar el clientelismo, el amiguismo y otras formas parasitarias que atacan la eficiencia del Estado.


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