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Viejos dioses, nuevos enigmas (segunda parte b)

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Por Mike Davis (*)

Cadenas y necesidades

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Mientras que la militancia sindical puede alcanzar su mayor desarrollo en las aldeas o barrios industriales, el socialismo es en última instancia hijo de las ciudades: cementerios del paternalismo y las creencias religiosas. En las ciudades, un espacio público proletario puede florecer.
En La situación de la clase obrera en Inglaterra, el joven Engels retrata un proletariado cuya «creación» es tanto el resultado de la urbanización como de la industrialización.
Si la centralización de la población, estimula y desarrolla la clase propietaria, obliga al desarrollo de los trabajadores aún más rápidamente ... Las grandes ciudades son el lugar de nacimiento de los movimientos obreros; en ellas, los trabajadores comenzaron a reflexionar sobre su propia condición y a luchar contra ella; en ellas, la oposición entre el proletariado y la burguesía se manifestó primero ... Sin las grandes ciudades y su influencia dominante sobre la inteligencia popular, la clase obrera sería mucho menos avanzada de lo que es ... [Las ciudades] han destruido el último remanente de la relación patriarcal entre los trabajadores y los empresarios.[47]
Engels, que a menudo se quejaba de la sofocante piedad de su propio trasfondo burgués, quedó asombrado por la fácil indiferencia casi universal de los trabajadores de Londres hacia la religión organizada y los dogmas espirituales. «Todos los escritores de la burguesía son unánimes en este punto, que los trabajadores no son religiosos y no asisten a la iglesia».[48]Mientras tanto, en París, donde la Diosa de la Razón había sido brevemente entronizada en Nôtre Dame en 1792, el anticlericalismo militante estaba profundamente arraigado en la pequeña burguesía republicana y en el artesanado socialista. Pero el ejemplo más dramático y quizás más sorprendente fue Berlín, el Chicago de Europa, donde en 1912 los socialistas ganaban con el 75% de los votos y los distritos más pobres eran considerados «descristianizados». El Berlín de la clase trabajadora, como África, era una frontera misionera. [49]
Si el secularismo representaba un modo de «integración negativa» en la sociedad capitalista, otro era el surgimiento de instituciones alternativas que cuestionaban los valores burgueses en prácticamente todo el espectro de la vida cotidiana. Las ideas del socialismo y el anarco-comunismo se materializaron en contraculturas populares bien organizadas y alfabetizadas que proyectaban la solidaridad del lugar de trabajo y el barrio en todas las esferas del ocio, la educación y la cultura. En 1910, prácticamente todas las ciudades o pueblos industriales tenían un impresionante edificio central para reuniones de los trabajadores, oficinas sindicales, periódicos obreros y cosas por el estilo. La típica maison du peuple o 'casa del pueblo' tenía una biblioteca, un teatro o cine, instalaciones deportivas y, a veces, una clínica médica. Algunas eran catedrales visionarias del pueblo: La Maison du Peuple de Bruxelles, Urania en Viena y la Volkshaus en Leipzig. (Los constructivistas de la joven Unión Soviética dieron el siguiente paso y hicieron de los clubes de trabajadores, convertidos en obras maestras modernistas como los de Zuev y Rusakov en Moscú, los centros de la nueva cultura y de sus esperanzas utópicas).
El ejemplo más célebre de una contracultura proletaria fue el vasto universo de clubes de ciclismo, excursionismo y canto, equipos deportivos, escuelas de adultos, sociedades de teatro, grupos de lectores, clubes juveniles, grupos naturalistas y otros patrocinados por el SPD y los sindicatos alemanes. Durante el período de las leyes antisocialistas (1878 a 1890), estas asociaciones obreras proporcionaron un refugio legal crucial para las reuniones de los trabajadores y la formación de los activistas. En su importante libro de 1985 TheAlternative Culture, Vernon Lidtke cuestionó la afirmación de algunos historiadores de que este «mundo proletario propio» eventualmente se volvió demasiado hermético para constituir una amenaza radical para el sistema guillermino. «Esta alternativa puede llamarse radical no porque propuso acabar con el Kaiserreich en un golpe audaz, sino porque incorporó en sus principios una concepción de la producción, las relaciones sociales y las instituciones políticas que rechazaban las estructuras, prácticas y valores existentes casi punto por punto». Ciertamente, el estado vio las actividades culturales socialistas como una amenaza subversiva, especialmente para el adoctrinamiento nacionalista de la juventud. Así, «en vísperas de la guerra, el 2 de julio de 1914, el Kaiser aprobó establecer una organización juvenil nacional obligatoria para todos los niños entre las edades de trece y diecisiete años», bajo el mando de oficiales retirados.[50]
La verdadera debilidad de la contracultura alemana, Lidtke dice, fue el énfasis del SPD en democratizar la alta cultura burguesa en lugar de explorar la «posibilidad de que los trabajadores [...]desarrollasen una cultura propia del movimiento obrero, que se inspirase directamente en la vida de los trabajadores».[51] Esto no fue un problema en Cataluña, donde el anarcosindicalismo era culturalmente libertario y apenas existía un estrato burocrático o reformista en el movimiento obrero. En ninguna parte de Europa hubo sindicatos y barrios tan sólidamente unidos en la lucha como en Barcelona, donde la Confederación Nacional del Trabajo (que en 1918 tenía 250,000 miembros en la ciudad y sus barrios fabriles) era capaz de organizar un día una huelga y al día siguiente «escoltas armadas» para grupos de mujeres de la clase trabajadora que requisasen alimentos de las tiendas».[52] La mayoría del proletariado industrial -despreciado por la clase media catalana- eran inmigrantes de Murcia y Andalucía, y con la ayuda de sus ricas tradiciones comunitarias construyeron su propia sociedad alternativa antinacionalista y con el esperanto como lengua en los barrios de chabolas y tugurios más tuberculosos y violentos de Europa.
 
Sobredeterminaciones
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El movimiento obrero puede y debe enfrentarse al poder del capital en todos los aspectos de la vida social, organizando la resistencia en los terrenos económico, político, urbano, social reproductivo, y asociativo. Es la fusión o síntesis de estas luchas, en lugar de su simple adición, la que inviste al proletariado de agencia histórica.
Marx y Engels, por ejemplo, creían claramente que la conciencia socialista de masas sería una aleación dialéctica de lo económico y lo político, de batallas épicas sobre derechos, salarios y horas de trabajo, de amargas luchas locales y grandes causas internacionales. Desde la formación de la Liga Comunista en 1847, habían argumentado que el trabajo asalariado constituía la única fuerza social seria capaz de representar y promulgar un programa democrático y consistente de sufragio y derechos, y así proporcionar el pegamento hegemónico para unir una amplia coalición de trabajadores, campesinos pobres, minorías nacionales y estratos radicalizados de la clase media. Mientras la mente de la pequeña burguesía liberal amputaba fácilmente los derechos políticos de las reivindicaciones económicas, las vidas de los trabajadores refutaban cualquier distinción categórica entre opresión y explotación. El «transcrecimiento» de la democracia política y económica, y de la lucha de clases económica en la cuestión del poder del Estado -el proceso que Marx caracterizó como «revolución permanente» en los contextos de 1848 y del Cartismo- sería el principal motivo de una crisis prerrevolucionaria.
Pero debido a que las luchas económicas y los conflictos políticos solo se sincronizan episódicamente, generalmente durante una depresión o una guerra, también hubo una fuerte tendencia hacia su bifurcación. Las ilusiones inversas pero simétricas del economicismo / sindicalismo (el progreso solo mediante la organización económica) y el cretinismo parlamentario (reformas sin poder en el lugar de trabajo) siempre han requerido una limpieza regular del jardín rojo. Así, para Rosa Luxemburgo, la lección central de la revolución de 1905 en Rusia fue la necesidad de entender lo económico y lo político como momentos de un solo proceso revolucionario:
En una palabra: la lucha económica es el transmisor de un centro político a otro; la lucha política es la fertilización periódica del suelo para la lucha económica. Causa y efecto aquí continuamente cambian de lugar; y así el factor económico y político en el período de la huelga de masas, ahora muy alejado, completamente separado, o incluso mutuamente excluyente, como el plan teórico lo plantearía, simplemente forma los dos lados entrelazados de la lucha de clases proletaria en Rusia. Y su unidad es precisamente la huelga de masas. Si la teoría sofisticada propone hacer una disección lógica inteligente de la huelga de masas con el fin de lograr una «huelga de masas puramente política», mediante esta disección, como cualquier otra, no percibirá el fenómeno en su esencia viva, sino que lo matará por completo.[53]
En su extraordinario libro sobre la formación de la clase obrera coreana, la más militante de Asia, Hagen Koo hace hincapié en el diálogo continuo entre las luchas de taller y la resistencia populista al Estado: un ejemplo moderno de la sobredeterminación de lo económico por parte de la política y viceversa, y, en este caso, también por la cultura del lugar. Sin una tradición heredada de la clase obrera y enfrentados a un régimen represivo y pro patronal con un enorme aparato de seguridad, los trabajadores coreanos, especialmente las mujeres jóvenes en industrias manufactureras ligeras, obtuvieron una fuerza inesperada de su alianza con el extraordinario movimiento minjung (de masas) que surgió a mediados de la década de 1970:
Este amplio movimiento populista fue dirigido por intelectuales y estudiantes disidentes y tuvo como objetivo forjar una amplia alianza de clase entre los trabajadores, los campesinos, los habitantes urbanos pobres y los intelectuales progresistas contra el régimen autoritario. ... Introdujo un nuevo lenguaje político y actividades culturales al reinterpretar la historia de Corea y se reapropió de la cultura local de Corea desde la perspectiva minjung. ... Así, la cultura y la política tienen roles críticos en la formación de la clase trabajadora surcoreana, no en los roles usuales que se les atribuyen en la literatura sobre el desarrollo de Asia oriental como factores de docilidad y quietud laboral, sino como fuentes de resistencia laboral y conciencia creciente.[54]
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La proximidad espacial en la ciudad industrial de producción y reproducción, fabrica satánica y tugurio, reforzó la conciencia de clase autónoma. Las luchas de clases urbanas, especialmente las surgidas de las necesidades de refugio, comida y combustible, fueron generalmente dirigidas por madres de la clase obrera, las héroinas olvidadas de la historia socialista.
El pecado original de los partidos de la Segunda Internacional fue su tibio apoyo, e incluso oposición, al sufragio femenino y la igualdad económica. Sin embargo, como nos recuerda David Montgomery, «las mujeres casadas que cuidaban a sus hijos en barrios sombríos y congestionados, enfrentados a los usureros y acreedores, a los funcionarios de la caridad y la ominosa autoridad del clero tenían vivencias de clase con la misma regularidad que sus maridos, hijas e hijos en las fábrica.»[55] Las madres, además, eran las organizadoras habituales de huelgas de alquiler, manifestaciones contra la escasez de combustible y disturbios por el pan, la forma más antigua de protesta plebeya. La Revolución Rusa de 1917, debemos recordar, comenzó en el Día Internacional de la Mujer cuando «miles de amas de casa y trabajadoras enfurecidas por las colas interminables de pan ocuparon las calles de Petrogrado, gritando: 'Abajo los precios' y 'Abajo el hambre'».[56] En su historia analíticamente brillante del socialismo europeo, GeoffEley le da al barrio marginal el mismo peso que a la fábrica en la formación de la conciencia socialista. «No menos vitales fueron las formas complejas en que los barrios hablaron y lucharon. Si el lugar de trabajo era una frontera de resistencia, donde se podía imaginar el sujeto colectivo, la familia -o más bien las solidaridades del vecindario, que las mujeres de la clase obrera forjaron para sobrevivir- era la otra. ... El desafío para la izquierda era organizarse en ambos frentes de opresión social». [57]
Poderes
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Interpretar las «insurrecciones iniciadas en la mente de los trabajadores». [58]
La lucha en gran medida exitosa para la alfabetización de la clase obrera en el siglo XIX, acompañada de una revolución tecnológica en los medios impresos, trajo al mundo -como noticias, literatura, ciencia o simplemente sensaciones- a la rutina diaria del proletariado.
El rápido crecimiento de la prensa obrera y socialista en el último cuarto del siglo XIX alimentó la conciencia política cada vez más sofisticada en las fábricas, los suburbios chavolistas y los barrios fabriles.
En las formaciones sociales previas, los productores directos tenían poco acceso o necesidad de aprendizaje formal -generalmente una prerrogativa de la iglesia o una clase de escribas- pero la Revolución Francesa generó un insaciable apetito popular por la alfabetización y la educación. Los trabajadores industriales heredaron así una rica tradición autodidacta de artesanos-intelectuales en París y Lyon, que fueron los pioneros del socialismo, y de sus contrapartes inglesas que adaptaron la economía política clásica al programa del Cartismo. Como Marx siempre reconoció, el desarrollo de la «teoría del valor trabajo» ricardiana en una poderosa crítica de la explotación, usualmente atribuida a él, en realidad fue obra de intelectuales plebeyos como el impresor nacido en Estados Unidos John Bray, el obrero industrial escocés John Gray, y el marinero juzgado en una corte marcial y periodista pícaro Thomas Hodgskin. Del mismo modo, varios de los científicos ingleses más importantes del siglo XIX fueron plebeyos autodidactas, especialmente Michael Faraday (aprendiz de encuadernador), Alfred Russell Wallace (agrimensor) y el teórico de la Edad del Hielo, James Croll (conserje de universidad).
A mediados de siglo, además, grandes sectores de la clase trabajadora, especialmente en Inglaterra y Estados Unidos, estaban tan ávidamente al tanto de las noticias y los acontecimientos de actualidad como las clases medias. De hecho, los periódicos, escribió Marx en los Manuscritos de 1861-63, ahora «forman parte de los medios de subsistencia necesarios del trabajador urbano inglés».[59] A principios de la década de 1840, los cartistas publicaron más de un centenar de periódicos y revistas.[60] El propio Marx, por supuesto, era un periodista (como lo fue Trotsky) -el único trabajo que alguna vez tuvo- y la aparición de los partidos socialistas de masas a fines del siglo XIX habría sido inimaginable sin el dramático crecimiento de la prensa obrera y la narrativa alternativa de la historia contemporánea que presentó.
En Diez días que sacudieron al mundo, John Reed se asombra de la guerra impresa entre clases y facciones:
En cada ciudad, en la mayoría de las ciudades, a lo largo del frente, cada facción política tenía su periódico, a veces varios. Cientos de miles de panfletos eran distribuidos por miles de organizaciones, y se distribuían en los ejércitos, las aldeas, las fábricas, las calles. La sed de educación, frustrada durante tanto tiempo, estalló con la revolución en un frenesí de expresión. Solo desde el Instituto Smolny, en los primeros seis meses, salían todos los días toneladas, en cargas de camiones, por tren, montones de literatura, saturando el país. Rusia absorbió insaciable estos materiales de lectura, como las arena ardientes el agua.[61]
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El proletariado, les dijo Wilhelm Liebknecht a los socialistas alemanes, es el «portador de la cultura moderna». [62] Su interés por la ciencia, en particular, presagia el papel del trabajo en una futura república obrera.
Del mismo modo, los trabajadores victorianos abarrotaban las salas de lectura, los institutos mecánicos, las bibliotecas baratas, los ateneos y salas de conferencias públicas. Los institutos de mecánica, inspirados por las famosas conferencias del Dr. George Birkbeck de 1800-04 a los artesanos de Glasgow, alimentaron el hambre popular de comprender la ciencia de las nuevas máquinas y motores. El primer instituto fue creado en Glasgow en 1821; cuando Marx se mudó al Soho, había más de setecientos.[63]
En la década de 1850, las sectores científicamente alfabetizados de las clases trabajadoras proporcionaron grandes audiencias para los debates de vanguardia, especialmente durante la guerra cultural que provocó la publicación de El origen de las especies de Darwin. Los mecánicos y artesanos londinenses que acudieron en masa a las «Conferencias para hombres trabajadores» de Thomas Huxley eran, según Huxley, «tan atentos e inteligentes como la mejor audiencia ante la que he pronunciado una conferencia ... He evitado cuidadosamente la impertinencia de hablarles de manera paternalista».[64] Karl Liebknecht, veterano de 1848 y más tarde fundador del SPD, recordó con cariño haber asistido a seis de estas conferencias con Karl Marx, y luego quedarse despierto toda la noche discutiendo sobre Darwin. Toda la familia de Marx, de hecho, estaba fascinada por los grandes debates. (La Sra.) Jenny Marx se jactó ante un amigo suizo de la extraordinaria popularidad de las «Veladas dominicales populares». «Con respecto a la religión, un gran movimiento se está desarrollando actualmente en la vieja reaccionaria Inglaterra. Los mejores hombres de ciencia, Huxley (el discípulo de Darwin) a la cabeza, con Tyndall, Sir Charles Lyell, Bowring, Carpenter, etc. brindan conferencias muy ilustradas, verdaderamente liberales y audaces para el pueblo en St. Martin's Hall (de gloriosa memoria por sus bailes de waltz) y, lo que es más, los domingos por la tarde, exactamente en el momento en que las ovejas pastan habitualmente en los prados del Señor; el salón esta a punto de estallar y el entusiasmo de la gente es tan grande que, la primera noche, cuando fui con las chicas, 2.000 personas no pudieron entrar en la sala, que estaba abarrotada». [65]
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El proletariado organizado posee poderes sin precedentes para obstaculizar la vida económica y el espacio social. La huelga general era la "bomba atómica" de la clase obrera victoriana.
El sistema fábril y el mercado mundial han dado lugar a nodos geoestratégicos cruciales, como redes ferroviarias, cadenas de suministro industriales, redes eléctricas, centros de herramientas y matrices, complejos de la industria bélica, etc. cuya captura o cierre por grupos de trabajadores, incluso relativamente pequeños, puede paralizar economías enteras. La huelga de masas, iniciada por medio millón de mineros y obreros textiles británicos en 1842 (The Plug Riots), era rara en la época de Marx, pero se hizo cada vez más común hacia fines de siglo, con la huelga general belga (por el sufragio) en 1893 y la huelga Pullman de EE. UU. en 1894, solo unos meses antes de la muerte de Engels. Los radicales europeos y estadounidenses, sin embargo, se dividieron sobre la dinámica social y las implicaciones estratégicas de tales revueltas. Para Bernstein y otros «revisionistas» en la Segunda Internacional, el advenimiento de la huelga general ratificó la creencia en un camino pacífico a la revolución, con la movilización del poder sindical como garantía de que una futura mayoría socialdemócrata pudiera implementar su plataforma de manera no violenta. (De hecho, el propio Marx había especulado precisamente sobre esa posibilidad en Inglaterra y, tal vez, en los Estados Unidos).
Para los anarcosindicalistas, por otro lado, la huelga general prometía desatar la espontaneidad militante y la imaginación social mucho más allá de la capacidad de los políticos socialistas y los jefes sindicales para canalizarla y controlarla. De forma radical, Georges Sorel teorizó la huelga general como la puerta apocalíptica a un nuevo mundo y un «mito necesario en el que todo el socialismo está comprendido».[66]
Rosa Luxemburgo, sin embargo, rechazó las interpretaciones revisionistas y sindicalistas de las grandes olas de huelgas de principios del siglo XX. Al analizar la primera revolución rusa y las grandes manifestaciones socialistas de su época por el sufragio universal en Europa Central, escribió que la huelga de masas «no era un acto aislado sino un período completo de la lucha de clases» en el que «la acción recíproca incesante de la política y las luchas económicas» creaban escenarios explosivamente impredecibles que alentaban un extraordinario espontaneidad de las bases. Fue una de las primeras socialistas en prestar atención a la microestructura de la radicalización proletaria (lo que Trotsky llamaría más tarde «el proceso molecular del pensamiento revolucionario») y, lejos de construir un culto a la espontaneidad, como frecuentemente se la acusaba, su visión crucial sobre la autoorganización proletaria formaba parte de una crítica profunda a la autoimagen del SPD de sus dirigentes electos como el estado mayor general de un ejército obediente de sindicalistas y votantes socialistas[67] (Irónicamente, fue Lenin, no Luxemburgo, quien afirmó a la luz de las insurrecciones de 1905 que los trabajadores fueron "instintivamente, espontáneamente socialdemócratas"). [68]
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Los trabajadores pueden gestionar las fábricas. Hasta la Primera Guerra Mundial, gran parte de la ciencia aplicada de la producción seguía siendo cuasi propiedad de los trabajadores del metal y otros artesanos.
Dada la especialización inherente a la división industrial del trabajo y la pérdida de habilidades complejas que implica la mecanización del proceso de trabajo, ¿dónde encontrarán los trabajadores la capacidad para gestionar la economía en una comunidad socialista? En Los principios del comunismo, Engels es directo: "La gestión común de la producción no puede ser llevada a cabo por la gente como son hoy en día, cada persona asignada a una sola rama de producción, encadenada a ella, explotada por ella, desarrollando solo una de sus capacidades a costa de todas las demás y conociendo solo una rama, o solo una rama de una rama de la producción total". Su solución era un sistema de educación universal que desarrollase individuos con capacidades multifacéticas. «La organización comunista de la sociedad dará a sus miembros la posibilidad de un ejercicio completo de habilidades que permitan un desarrollo integral». [69]
Pero, ¿cómo se cerraría la brecha entre la fuerza de trabajo descualificada del capitalismo y una sociedad socialista polivalente? La respuesta, que Engels no proporciona, fue la nueva élite de la Revolución Industrial: fabricantes de moldes, diseñadores de patrones, ajustadores, torneros y otros trabajadores de precisión del metal. La subordinación progresiva de la mayoría de la fuerza de trabajo a la maquinaria fue acompañada por un mayor conocimiento y poder de negociación de los trabajadores que construían, instalaban y mantenían las máquinas: un fenómeno que David Montgomery ha caracterizado como «cerebro del gerente bajo gorra de obrero». Aunque sus habilidades eran nuevas, su control del conocimiento artesanal, en gran parte secreto, se basaba en los artesanos que le habían apadrinado, con largos aprendizajes, rituales tribales y estándares estrictamente mantenidos de un «día de trabajo justo». [70] Hasta que los ingenieros universitarios se convirtieron en una parte crucial de la jerarquía industrial en los años 1910-1920 y la gestión científica controló y descompuso sustancialmente el conocimiento artesanal, el control capitalista completo del proceso de trabajo (la «apropiación real», en términos de Marx) era imposible. [71]
Los oficios del metal ocupaban una posición crítica, pero a menudo ambigua, en el movimiento obrero en su conjunto. Nelson Lichtenstein señala: «Debido a su confianza en sí mismos y su lugar vital en el proceso de producción, los expertos artesanos podían encontrarse tanto en la vanguardia de quienes planteaban un desafío radical al orden industrial existente y, casi al mismo tiempo, entre aquellos trabajadores que eran más emprendedores y conscientes de su carrera profesional».[72] Antes de la Primera Guerra Mundial solían ser reacios a unirse a las luchas de los trabajadores semicualificados, pero durante los años catastróficos de 1917-1919, cuando las mujeres y los jóvenes eran reclutados en masa para las fábricas de guerra, los metalúrgicos proporcionaron la dirección de los movimientos de consejos de trabajadores en Barcelona, Berlín, Glasgow, Seattle y Viena, así como a los partidos proto-comunistas que surgieron de las huelgas generales e insurrecciones. En Petrogrado desde 1917, brevemente en Turín en 1920, y nuevamente en Barcelona en 1936 y 1937, los comités de trabajadores y los delegados sindicales revolucionarios administraron las fábricas por su propia cuenta, confirmando las peores pesadillas de los patrones.[73]


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