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La lata, las manos y las patas

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Por Esteban Valenti (*)

La frase antecede a este y otros gobiernos. Una cosa es meter la pata, es decir cometer algún error y otra es meter la mano en la lata, robar, corromperse y sus diversas variantes. El límite parece muy claro y simple, pero en la vida concreta y real no es tan simple.

En Lima, en una de esas ironías de la historia, a pocos días de haber destituido al presidente Pedro Pablo Kuczynski por claras acusaciones de corrupción y contubernios varios con la empresa Oderbrecht, la cumbre de las Américas acaba de emitir una declaración sobre el compromiso del combate contra la corrupción en la región. Es oportuna, porque la corrupción es la peor lacra que padece América y tiene directa relación con muchas otras desgracias y porquerías que nos afectan. Esperemos que no sea otra botella de buenos deseos lanzada con un mensaje al mar y se concrete en medidas reales.

Una reflexión sobre la "lata": es en realidad una aproximación terrenal al poder y sus recursos, como utilizarlos y como defenderlos de los diversos apetitos. Pero más sutilmente tiene que ver con la compleja relación entre las inmoralidades, la corrupción y los errores reiterados y consecuentes en el manejo de las latas, por ejemplo las empresas del estado. ¿Meter la pata reiteradamente y con inconciencia no es acaso un acto de corrupción, de perdida de las referencias morales? ¿Dónde están los límites?

Todos entendemos claro lo que es meter la mano en la lata, es enriquecerse con coimas; es utilizar recursos públicos para satisfacer gastos y necesidades privadas o familiares o de partido y en este último caso justificarlo con la famosa frase de "robar para la causa, es decir para la corona", como si eso fuera un atenuante. Meter la mano en la lata, es beneficiarse con posiciones en el Estado, en los diversos niveles, para beneficio propio o de terceros vinculados y dispuestos a reconocer los favores.

Hay mil formas sutiles de meter la mano en la lata, que no son tan claras y evidentes. Por ejemplo el acomodo en sus diversas formas es de manera indirecta utilizar los recursos del estado para satisfacer intereses propios o cercanos familiar o políticamente. No sé si eso está previsto en el Código Penal con alguna de las figuras de "meter la mano en la lata", pero debería estarlo y con precisión y desterrar esa fatídica figura de "abuso innominado de funciones" que suena tan elegante, tan laxa y tan ridícula en la legislación uruguaya.

Bajo esa figura se pueden incluir decisiones que hicieron perder cientos de millones de dólares durante varios años en diversos actos a una empresa del estado y que como contrapartida hicieron que empresas privadas, contratistas o sectores sindicales hayan ganado grandes cifras de dinero. Aunque las responsabilidades de los beneficiarios sean diferentes el resultado es el mismo. Es el caso de ANCAP.

Y en otro caso el Estado en lugar de perder plata, en una operación como el aval por el remate de Pluna (que es después de dos años de investigaciones fue el único elemento que encontraron el fiscal y el juez) el BROU esté cobrando libre de todo, 13 millones de dólares de multa por ese aval y ninguna empresa privada se haya visto favorecida con los dineros públicos. Pero para la infalible posición de los agentes de la justicia uruguaya, es igualmente abuso innominado de funciones. La ley a veces no le teme en absoluto al ridículo y en realidad juega con los prejuicios de la gente y un fuerte sentido corporativo. De lo contrario, no habría la menor explicación.

Pero las cosas son mucho más complejas en materia de moralidad y delito. En una oportunidad en que mostré documentos donde se compraron productos por US 5.oo dólares (cinco dólares)  cada uno y, se les vendían a otro país por US 496.oo (cuatrocientos noventa y seis dólares) es decir cien veces más y por varios millones de dólares, me dijeron que eso no era un delito. Nadie te obliga a dejarte joder de esa manera y aunque despierte enormes sospechas de que en el medio había un enorme negociado, la ley no prohíbe esos negocios tan brillantes. Aquí la mano en la lata está perfectamente cubierta con un guante legal aunque inmundo.

El uso y abuso de tarjetas de crédito para pagar gastos ya cubiertos por los viáticos o para satisfacer necesidades personales eso si es meter la mano en la lata (peculado o apropiación indebida). Los ejemplos recientes lo confirman claramente.

Mi pregunta es: los que utilizan un cargo en el estado para viajar a un ritmo desmesurado, perdiendo tiempo y no cumpliendo sus funciones, gastando correctamente los suculentos viáticos y pasajes legalmente recibidos de esos organismos, que es lo que meten ¿La mano o la pata? ¿O están vacunados en todas sus extremidades?

Después viene la mucho más delicada situación de los daños. ¿Quién hace más daño, el que abusa de su tarjeta de crédito corporativa o de la chequera que la brindó el Estado para pagar inversiones y aumentar gastos casi de manera descontrolada? No casualmente se ha comprobado que se hace daños en simultáneo con ambos instrumentos.

Estoy seguro que en el caso de los graves errores en la gestión de un organismo del Estado o una empresa, un banco estatal se trata de meter la pata y tenemos una larga historia de haber abusado de las extremidades inferiores introduciéndolas hasta la verija. Pero hay una casualidad no tan casual, es que casi siempre esa ligereza en los gastos "legales" en las "inversiones" superlativas, en el crecimiento incontrolado de los costos se asocia o se acompaña del accionar de las manos. Es en esos casos que se tiene la sensación de que algunos saltaron adentro de la lata con todo el cuerpo y gritan desde adentro.

Existe un "clima" un "ambiente" en un determinado organismo o empresa del estado donde las manos y las patas se sienten más liberadas, o liberadas del todo de saltar dentro de la lata, y eso es lo que hay que controlar en forma constante. No hay que penar después de que se cometieron los hechos, hay que evitarlos, controlando adecuadamente. Una de las maneras de evitarlo es elegir bien las personas para los cargos, considerar sus trayectorias, su historia política y profesional. Los burros tendencialmente no manejan muy bien sus extremidades, las confuenden.

Hay un cuento devastador. El diablo estaba aburrido, vio un burro atado y lo soltó. El animalito cruzó una cerca y se comió la huerta del vecino, este salió indignado con una escopeta y mató al burro, el dueño del cuadrúpedo armado de otra escopeta mató a su vecino, y así sucesivamente las familias se exterminaron. Dios indignado lo increpó a Satanás: ¡mira lo que hiciste! El diablo con mucha calma le contestó: yo no hice nada, solamente solté un burro....

Y no hablamos solo de casos recientes, me refiero al Banco Hipotecario en muchos periodos tradicionales y de muchos otros casos escandalosos, donde además de las cuatro patas, metieron cuatro manos en la lata y lo fundieron.

La pregunta filosófica, antropológica es: ¿Qué mecanismo se activa en los seres humanos, en qué tipo de seres humanos para que "las latas" los atraigan de esa manera?

La peor injusticia sería afirmar que "la lata", es decir el poder atrae y corrompe a todos por igual, ese argumento es la coartada más vil y útil para cubrir a todos los corruptos. Además es falsa.

La clave no está en "la lata", está en la gente, está en los políticos de moral débil, en los funcionarios que se apropian de sus cargos como botines y tratan de sacarle el máximo provecho. Y eso se deriva de un estado moral de determinados políticos, de determinadas debilidades ideológicas y morales que últimamente afectan a demasiada gente en el mundo y en particular en nuestro continente.

La otra pregunta es ¿Y no nos pasaría a todos si tuviéramos la oportunidad? ¿Por qué seríamos diferentes? Esta no debería ser una pregunta retórica.

La primera vacuna contra la inmoralidad es la condena pública, es la capacidad de una sociedad de repudiar, aislar y rechazar a los corruptos y en manera diferente pero también firme, a los metedores de pata constantes. No será lo mismo, unos merecen la condena penal y legal y los otros solo el rechazo ciudadano.

Si en una sociedad convivimos silenciosamente o justificamos las inmoralidades, las ilegalidades y no exigimos claro y fuerte que los responsables afronten las consecuencias, nunca derrotaremos ese flagelo.

Si por otro lado no somos vigilantes y exigentes con las metidas de pata y exigimos responsabilidades políticas, tampoco le estamos haciendo ningún favor a la república, al Estado, a la política. El control severo, profesional, en permanente evolución y que lejos de entorpecer y enlentecer la labor, utilice todos las posibilidades tecnológicas para el control a todos los niveles, es un elemento fundamental. Ese es un segundo elemento clave.

En tercer lugar deben existir normas legales cada día más precisas y más duras para combatir la corrupción en todas sus formas. Y una justicia preparada para aplicarlas, defendiendo el derecho de todos los ciudadanos a una causa justa, pero también el derecho de la sociedad a defenderse de ese flagelo que está destruyendo naciones.

Porque la corrupción arriba es el principal aliado del crimen organizado.

Y en cuarto lugar la prensa debe jugar su papel, es posible que en algunos momentos se pueda exceder, es un peligro que siempre corremos, pero el mayor riesgo son los silencios y las complicidades o los miedos. Sin prensa libre no hay democracia y sin democracia nunca habrá combate a las manos y las patas en las latas. Y resulta que las latas son de todos nosotros.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y Bitacora. Uruguay


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