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Argentina: Hacer visibles las políticas del cuerpo

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Por Alejandra Ciriza (*)

A Silvia Suppo, asesinada en Rafaela, provincia de Santa Fe, Argentina,  el 29 de marzo de 2010 tras testimoniar en la conocida como Causa Brusa, una de las causas juzgadas en el contexto de los Juicios por Delitos de Lesa Humanidad (https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-142941-2010-03-30.html).

La corporalidad humana es base de una profunda dificultad. Una dificultad que no arraiga en los cuerpos, sino en la transformación de los cuerpos en cosas, mercancías, abstracciones. Y es que la lógica del capitalismo busca desencarnarlo todo, transformarlo todo en mercancía despojada de cualidad,  en deshacer el cuerpo de su materialidad, de sus necesidades, devenidas intereses y preferencias en el lenguaje neoliberal. Los alimentos, el agua, el sueño necesario para mitigar el cansancio, la continuidad con otras y otres que nos nutren de afecto se disuelven en el aire,  se transforman en preferencias e intereses, en dinero, en bienes de cambio.

En clave neoliberal son comprensibles las palabras de Macri:  es posible hablar entonces de una sociedad de crecimiento invisible, que concentra capital financiero en pocas manos, cuya contracara es el cálculo del salario como un precio y las balas  bien tangibles del feroz aparato represivo. La sociedad que construyen los ricos: una sociedad en la que es posible mercantilizar el agua, la comida, las semillas, los cuerpos, que no valen nada, que simplemente no cuentan cuando no reditúan ganancias bien tangibles a los dueños de todas las cosas.

Y es que los cuerpos humanos bajo el capitalismo, en esta fase de acumulación por desposesión, no valen nada si no es posible extraer de ellos alguna ganancia. Todo se juega en la cuestión del precio.

La dificultad para las clases dominantes, para el orden dominante, racista y heteropatriarcal reside en que nuestros cuerpos subalternizados recuerdan la continuidad y discontinuidad con otras especies, nuestras necesidades de agua no contaminada y comida no manipulada genéticamente y nuestra responsabilidad por el exterminio de otras especies que nutren nuestras vidas.

Esa frágil materialidad corpórea que somos, esa carne que es fuente de la gloria efímera y el dolor sensible, sólo puede vivir sostenida por el sustento material y los lazos del amor, a la vez que nos coloca ante la vulnerabilidad, el dolor, las enfermedades, las marcas que el tiempo inscribe, las huellas de la mortalidad y los afectos, del cuidado y el abandono, de la tierra que transitamos, del espacio invencible y los dolores del desarraigo, de los trabajos del tránsito. El cuerpo, la densidad de la carne, de la piel,  el espesor de la sangre, la dureza de los huesos, eso que no se desvanece, sino que permanece y vuelve para recordar, en estas tierras tantas veces asoladas, los delitos de los genocidas. Los huesos de los nuestros, que llevan las marcas de sus últimos días, de las balas que les dieron muerte y sus trayectorias que desmienten las versiones de enfrentamientos. La carne y la sangre que nos han ido permitiendo recuperar a los hijos y las hijas de los nuestros y las nuestras.  

El cuerpo no se desvanece en las palabras que lo nombran. Habla el lenguaje de la necesidad de alimento, aire y agua, percibe el frío y el calor extremos, registra el paso del tiempo en la piel, los huesos, la carne, nos recuerda la inevitabilidad de la muerte y los modos  humanos de procesarla.

De eso trata la  Antígona de Sófocles: de aquello que nos hace humanos y humanas, el saber de nuestra finitud; la conciencia de la muerte y la tramitación de esa herida en los rituales de duelo y enterramiento ante muerte de los nuestros; de la necesidad de despedirlos, de reconocernos en ellos y ellas como  parte de nuestra vida y nuestros afectos, ya fuere que nos unan los lazos de la sangre o alguna otra forma de la hermandad nacida de la proximidad y el afecto.

Marzo convoca en Argentina dos marcas en el tiempo, es una suerte de tiempo-ahora,  por decirlo en palabras de Benjamin, que condensa la memoria recurrente de las políticas del cuerpo  en un doble sentido: por una  parte trae a la memoria las políticas que el Estado y las clases y razas dominantes han llevado a cabo respecto de quienes se han levantado contra el orden establecido tanto en el pasado como en el presente; por la otra convoca al espacio público el debate sobre las consecuencias políticas de las marcas de sexuación de los cuerpos.

Insurrecciones y sexuación

El 24 de marzo hace presentes a miles de personas secuestradas y desaparecidas  por la dictadura militar, pasto de las aves, de los peces, de las aguas, del fuego, de los enterramientos sin nombre.

El 8 de marzo marca la rememoración, en el espacio público, de la lucha contra el patriarcado heterosexista. Nuestras muertas y nuestra lucha hacen presentes nuestros largos reclamos tantas veces desoídos: contra las redes de trata, por aborto legal, seguro y gratuito, por educación sexual integral, por cupo laboral trans, por leyes que reconozcan la disidencia corporal y sexual, por una vida libre de violencia machista y patriarcal.  

Esos momentos densos hacen visibles las políticas del cuerpo, el tratamiento corporal recibido por quienes se han atrevido a poner en cuestión el orden establecido, por quienes han sido derrotados en su tentativa de transformar el orden establecido.

El desafío al orden colonial, capitalista, racista y heteropatriarcal se paga con castigos ejemplares, aleccionadores, inolvidables.

Así sucedió en 1781 en los  Andes centrales. Sucedió con los cuerpos de los y las insurrectas: Tomasa Condemaita, Túpac Amaru, Micaela Bastida, Túpac Katari, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza fueron desmembrados y las partes de sus cuerpos arrojadas en diferentes direcciones, dispersas. Se les condenaba no sólo a morir, no sólo al tormento, sino a la fragmentación del cuerpo, a permanecer despedazados e insepultos.

En el presente el asesinato de Berta Cáceres, guardiana de las aguas, impune aún; la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado, su cuerpo hallado muerto tras 77 días de desaparición.

Las políticas del cuerpo  puestas en acto por la dictadura militar incluyeron el encarnizamiento extremo con los cuerpos: desnudez, hambreo, tortura, partos en condiciones inhumanas, violaciones sistemáticas de mujeres. También algunos varones fueron violados con el objetivos de humillarlos y feminizarlos. Alrededor de 500 niños y niñas fueron privados de su identidad, considerados como parte del botín de guerra. Finalmente perpetraron el robo de los cuerpos. Tras torturar  y degradar el cuerpo,  tras el asesinato robaron los cuerpos para que vagaran sin duelo ni entierro humano.

Las políticas del cuerpo hacia los derrotados, hacia quienes se insubordinaron contra el orden establecido contemplaron  y contemplan la crueldad extrema.
Las políticas corporales tienen por objeto recordar a subalternos y subalternas los límites que no deben sobrepasar. La doctrina Chocobarlegitima la violencia extrema contra presuntos delincuentes y morochos de toda índole (http://www.anred.org/spip.php?article16137). No es necesaria tan siquiera la tentativa de insurrección. Basta la portación de rostro y la sospecha que la piel levanta, como sucedió en el barrio de la Bombilla, en Tucumán, con el niño Facundo Ferreira. Facundo tenía 12 años cuando el 8 de marzo de este año recibió un disparo en la nuca desde un arma disparada por las llamadas fuerzas de seguridad.

El asesinato preventivo es la única manera de sostener este orden genocida y exterminador de la naturaleza que somos y en la que vivimos.

En cuanto a las  políticas corporales respecto de las mujeres, la cuestión del aborto ejemplifica, probablemente de una manera rotunda, el grado en el cual recurre la expropiación  y extorsión de nuestros cuerpos, flagrante en la forma extrema del feminicidio por violencia machista,  manifiesta en la negativa a legalizar el aborto, incluso cuando es evidente que su penalización no lo impide.  

Día a día se practican abortos en Argentina.  Silvia Mario y Alejandra Pantelides (2009), en un estudio llevado a cabo por encargo del Ministerio de Salud en 2005,  estimaron que se produce más de 1 aborto cada 2 nacimientos. La cifra anual se estima entre 370.000 y 520.000 abortos por año. Entre el 2013 y 2014 cerca de  49.000 mujeres (135 por día) se internaron en los hospitales públicos por problemas relacionados con el aborto. Dos de cada diez tenían 19 años o menos y tres de cada diez tenían entre 20 y 24 años. Incluso más: desde la recuperación de la democracia han muerto 3030 mujeres por abortos inseguros (http://www.redaas.org.ar/archivos-actividades/64-El%20aborto%20en%20cifr...).

Si bien en Argentina el aborto es legal bajo ciertas causales desde 1921 y existe un Fallo de la Corte Suprema de Justicia, de marzo de 2012, que precisa los alcances de lo establecido por el Código Penal, el aborto es la primera entre las causales de lesiones a la salud y al cuerpo de las mujeres y de muerte gestacional.

La negativa a legalizar el aborto y las restricciones sobre la venta de misoprostol,   tienen por objeto recordar a las mujeres  los límites que no deben traspasar, su condición de ciudadanas de segunda, su lugar de cosa/vasija, de recipiente sin más, como lo hace el proyecto de la diputada del PRO- Cambiemos Marcela Campagnoli, quien propuso "sacar el feto a los cinco meses y ponerlo a incubar" (https://www.pagina12.com.ar/101102-sacar-el-feto-y-ponerlo-a-incubar).

Lo curioso es que los argumentos en contra de tamaña iniciativa apelaron a los costos implicados, que harían inviable la propuesta, o a las modificaciones legales que hubiera sido preciso realizar. Ninguno recordó la autonomía de las mujeres, sus derechos ciudadanos, o la evidencia  de las muertes de mujeres y las lesiones a su salud.

El argumento del cuerpo cosa, pura substancia extensa  o vasija en el mejor de los casos,  sigue campeando cuando se trata de las mujeres.

¿Qué nexo liga el pasado y el presente, la política de exterminio, violación, asesinado y robo de la muerte, la privación del derecho a parir y la rapiña sobre los hijos y las hijas de los nuestras, desposeídos de su identidades con las políticas corporales del presente? ¿Qué continuidades hay  entre aquel proyecto materializado un 24 de marzo y este presente?

La política corporal del capitalismo racista y hetero-patriarcal se materializaba otrora en desapariciones, violaciones, sustracción de identidad. También en abortos, sin lugar a dudas, como sucedió con Silvia Suppo, como sucedía con las miles de mujeres que acudían, como lo hacen hoy, a abortos en condiciones inseguras y clandestinas. La política actual, bajo un régimen que se pretende una democracia republicana,  apela a la pedagogía del hambreo y la crueldad que transforma los feminicidios en un asunto pasional;  las muerte por aborto en responsabilidad individual de la mujer, producto de su ignorancia, descuido o promiscuidad; el asesinato de jóvenes varones y disidentes sexuales racializados en parte de la crónica policial y del "por algo habrá sido".

Inscribir estos acontecimientos en el campo de las políticas corporales del capitalismo heterosexista, racista y patriarcal proporciona una clave imprescindible, pues la individualización, la cosificación, la mercantilización operan  borrando cuánto de social hay en los feminicidios, cuán escasamente policial es la muerte de los nadies, cuán política es la penalización del aborto,  cuán social la violencia que se lleva las vidas de las mujeres que deciden abortar, las de las travas y disidentes sexuales, si morenas mejor.

Y es que este orden económico y político de arrasamiento y exterminio no funciona sin lesionar, sin acarrear violencia, sin encarnizarse con los cuerpos de subalternas y subalternos, sin impedir el ejercicio de sus  más elementales derechos, esos que hacen a la capacidad de agencia,  incluido el derecho de insurrección; esos que hacen a la dignidad de las sujetos, que respetan su  capacidad de decisión autónoma y autodeterminación.

Referencias
Mario, Silvia y Alejandra Pantelides (2009). Estimación del aborto inducido en Argentina. Notas de Población. Año XXXV, N°87, Cepal. Santiago de Chile. Disponible en: http://repositorio.cepal.org/handle/11362/12842

(*) Alejandra Ciriza. Investigadora Principal de Conicet, Profesora de Introducción a la filosofía y el pensamiento feministas en la Universidad Nacional de Cuyo, República Argentina. Militante por los derechos humanos, activista feminista y socialista.

Fuente:www.sinpermiso.info, 28 de marzo 2018


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