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Emmanuel Macron, el Rey Sol y la Francia que dormita

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Por François Bonnet, Romaric Godin, Manuel Jardinaud y Ellen Salvi  (*)

¡Qué bonita semana para el 'macronismo' triunfante! Una semana de puro placer para el jefe de Estado.

Quien comenzó con el 24% de los sufragios en la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado mes de abril (resulta útil recordarlo), puede, a día de hoy, constatar que ocupa sin gran esfuerzo la cuasi totalidad del campo político y mediático. El coro de los editorialistas de los grandes medios de comunicación se está desvaneciendo. Las voces del coro de sus opositores se está extinguiendo. Y ahora los poderosos del mundo aplauden el hashtag #ChooseFrance. Ilustración: en Davos, Donald Trump tiene que soportar alguno que otro abucheo; Emmanuel Macron, sin embargo, es ovacionado.

La semana pasada fue una semana Macron-Rey Sol. Debería servir como alerta sobre la eficacia y, sin duda, la sostenibilidad del dispositivo político construido. Las próximas elecciones -europeas- no están tan lejos (en 18 meses) y todo se pone progresivamente en su lugar -hasta la posibilidad de un referéndum constitucional/plebiscito en otoño- para que nuestro monarca republicano no sea únicamente el «maestro de los relojes», sino el maestro en estado puro.

La omnipresencia del jefe de Estado, con el Versalles de las finanzas, el Davos del capitalismo, la ruralidad que no miente y la Francia eterna de los volcanes de Auvernia, tiene un único precedente: Nicolas Sarkozy en 2008 y 2009. Sarkozy fue apodado el «redactor jefe de Francia», dada su capacidad para ocupar la totalidad del espacio público e imponer su agenda, reduciendo a los periodistas a conejos atrapados frente a los faros de una limusina, y a las voces de los opositores políticos en altavoces sin público.

Pero el personaje de Sarkozy ya empezaba a decaer, por sus excesos, sus manipulaciones, sus fanfarronadas y su violencia. Tan pronto elegido, su mandato fue bautizado como la «presidencia bling-bling», una etiqueta de la que nunca pudo deshacerse. A esto se añadieron viejos odios elaborados en su propio campo y una oposición de izquierdas, ciertamente derrotada, pero aún organizada y poderosa.

Pero Macron no se enfrenta a ninguno de estos obstáculos, a ninguna de estas dificultades. Elegido en la ambigüedad de «al mismo tiempo y al mismo tiempo», quien dio la bienvenida al ataúd de Johnny Hallyday al pie de las escaleras de la iglesia de la Madeleine, ha memorizado bien la canción. Hacer entonar al país: «¡Todos tenemos algo de Macron!». ¡Y funciona!... Por ahora.

Sí, sus oponentes políticos hablaron dicha semana. ¿Les hemos oído, escuchado, entendido? A la derecha, Laurent Wauquiez remata a sus abatidos rivales antes de formar una oficina política a su medida. En el Partido Socialista (PS), cuatro apparatchiks de la década de 1990 se pelean por la mazmorra en ruinas de un castillo derrumbado. Y el lado insumiso de Francia, si bien su estatus como primera fuerza política de izquierdas ya no se disputa, debe redefinir una estrategia de oposición salvo que tenga que constatar de nuevo, como Jean-Luc Mélenchon hizo el pasado otoño, que sí, «Macron ha marcado el punto».

El jefe de Estado satura el espacio público con imágenes cuidadosamente producidas y seleccionadas por sus equipos de comunicación. Le vemos saludar a los grandes de este mundo en Suiza, tocar el hombro de un empleado de Michelin en Clermont-Ferrand, discutir en la calle con los voluntarios del « Colectivo Pobreza Precariedad », explicando ante las cámaras, en una pequeño vídeo publicado en la web de Toyota, que una « buena noticia » acaba de ser decidida por el grupo de automoción, la de « invertir 300 millones de euros, lo que permitirá la creación de 800 puestos de trabajo, incluyendo 700 contratos fijos ».

La semana comenzó a puerta cerrada en el Palacio de Versalles, donde el presidente de la República recibió a 140 dirigentes de grandes empresas, sin periodistas, pero con honores dignos de la recepción de los embajadores del Reino de Siam en la época de Luis XIV. Esta parada versallesca se convertirá en costumbre, prometió Emmanuel Macron, comprometiéndose a informar todos los años de su trabajo, como cualquier director general hace con sus accionistas.

Al mismo tiempo, en la Asamblea Nacional, tenía lugar « el gran encuentro de inversión productiva », organizado y promovido por los diputados La República en Marcha (LREM) del Comité de Finanzas, con el hashtag #MakeOurEconomyGreatAgain. « Uno de los días más importantes del comienzo de este quinquenio », se felicitó, al día siguiente en sesión parlamentaria, el « látigo » de dicha comisión, Amélie de Montchalin, antes de añadir: «el mundo de las finanzas no es algo sin nombre o sin rostro, no es nuestro enemigo».

Hay que admitir que en Davos, Emmanuel Macron aparentemente no perdonó a los poderosos del mundo económico: les pidió dar sentido a la globalización, preocuparse por el «bien común» y tener cuidado con las desigualdades. Pero ninguna acusación, ninguna amenaza, solo una forma de advertencia amistosa (leer aquí el discurso completo en Davos). Los consejos en francés fueron acompañados, además, de una invitación en inglés para «elegir Francia» con un mensaje muy diferente: la reducción del impuesto sobre las sociedades.

En realidad, el jefe de Estado se ha comportado como cualquier otro participante en este Foro Económico Mundial. Hizo negocios presumiendo de buena conciencia. El economista Branko Milanovic, destacado experto en el tema de la desigualdad, destacó recientemente en su blog esta moderna hipocresía donde «el retorno de las relaciones industriales y las políticas fiscales del siglo XIX es, extrañamente, defendido por personas que hablan el idioma de la igualdad, el respeto, la participación y la transparencia». ¿Qué mejor definición para explicar la actitud del presidente francés?

 

La inconsistencia es solo una fachada

Quien se preocupa por la desigualdad en Davos, defiende y promueve en su país la política más favorable a los más ricos desde hace décadas. Quien critica la globalización por su pérdida de sentido, lanza en su país la competencia fiscal. Quien solicita la consideración de los «bienes comunes», prevé una ola de privatizaciones que ya hace salivar a los principales grupos mundiales y franceses.

La incoherencia es solo una fachada. Emmanuel Macron sabe que esta crítica interna forma parte del juego moderno del capitalismo posterior a la crisis. Basta con leer las entrevistas de los grandes patrones, una tras otra, para convencerse. El manager contemporáneo solo habla de esto: «inclusividad» (neologismo gerencial para hablar de lo social), «responsabilidad» y «medio ambiente». Los hechos, por supuesto, están lejos de las palabras. Pero lo esencial es que es más sabio y seguro integrar la crítica al sistema en el propio sistema para protegerlo.

La mayoría dedicada al presidente ha estado siguiendo su ejemplo desde hace más de seis meses. Con esta instrucción: lo importante es complacer, sin desagradar.

Uno de los últimos ejemplos data del 24 de enero. El diputado de Francia Insumisa (FI) François Ruffin llevó una propuesta de ley sobre el reconocimiento del burn-out como enfermedad profesional. El texto se debatía en la Comisión de Asuntos Sociales. Sorpresa: el grupo LREM especifica que el Gobierno ha encargado a un diputado de la mayoría que redacte un informe sobre la salud en el trabajo. Por lo tanto, es urgente esperar. Es la pirueta que consiste en rechazar, al tiempo que muestra preocupación, funcionará con certeza. Zumo 100% Macron.

Conocemos la famosa frase de Lampedusa: «Cambiar todo para que nada cambie». Se ha convertido en el lema del capitalismo moderno. Y de Emmanuel Macron. ¿Queremos estar convencidos? En cuanto a la optimización fiscal, el presidente francés acaba de pedir a las principales multinacionales que piensen: «Si creen todo lo que han oído [...] durante estos días en Davos, entonces no podréis poner en marcha la optimización fiscal tal como ésta se hace a día de hoy».

Por lo tanto, ni hablar de poner fin a la optimización fiscal. Solo es necesario cambiar la manera de ponerla en marcha, modificar el contador, retocar el escaparate. Por supuesto, Emmanuel Macron está a favor de terminar con la competencia fiscal. Siempre que haya una «cooperación internacional». Esta es la última salida retórica de quienes conocen la imposibilidad de sus propuestas, la puerta de salida que permite «continuar como antes».

La ilusión es perfecta, pero la realidad es trivial. Es una Francia que entra, con flores en los fusiles y con el presidente en primera línea, en la mortífera guerra de los impuestos. Y por una simple razón: es uno de los motores del sistema económico moderno. En Davos, Donald Trump ensalzó su ley fiscal, «la más importante desde hace décadas». Emmanuel Macron promocionó la bajada del impuesto sobre las sociedades a un 25%. Está perfectamente integrado en el juego mundial que todo Davos aplaude.

En la Asamblea Nacional, cualquiera que cuestione esta situación es puesto contra las cuerdas. Este fue el caso de los diputados de la formación Francia Insumisa que criticaron la reunión de los «campeones mundiales en irresponsabilidad financiera», organizada el día anterior en Versalles. «Las inversiones de hoy son los trabajos del mañana. Señoras y señores, los llamados insumisos, si quieren luchar contra las inversiones en Francia, díganlo. ¡Decidlo!», les respondió bruscamente el primer ministro, retomando los argumentos de Raymond Barre, quien fuera ministro de Comercio Exterior durante la primera presidencia de Jacques Chirac y primer ministro durante el mandato de Valéry Giscard d'Estaing.

¿Cuestiona alguien al Ejecutivo sobre cómo pretende conciliar su política tributaria en favor de los más ricos y la lucha contra las desigualdades sociales? Emmanuel Macron redobla sus esfuerzos para mostrar a los grandes líderes de las multinacionales que él es uno de ellos. En Versalles, les da palmaditas en la espalda. Comparte sus mensajes en Twitter. Participa en su promoción. Habla su idioma (cuando habla de sus intereses, al menos), este inglés impecable con el leve acento globish de altos funcionarios y expatriados. Los critica con amabilidad y protección.

Es el mismo hombre que, al día siguiente, frente a los agricultores, declara: «El caso Lactalis nos recuerda que la seguridad de los consumidores es lo primero. No puede haber ninguna tolerancia del Estado frente a los operadores que no respetan las normas». Reglas en términos de seguridad e higiene, pero también en términos de opacidad financiera y social. Hermoso discurso protector, tranquilizador para los ciudadanos y las ciudadanas.

Al mismo tiempo, casi a la misma hora, la Asamblea Nacional rechazaba una enmienda llamada «Lactalis», presentada por varios grupos de la oposición, en el marco del proyecto de ley sobre el «derecho al error», con el objetivo de que ciertas empresas publiquen sus cuentas. Lo que el gigante de la leche todavía no hace. Esta semana de dobles discursos podría continuar con total tranquilidad...

En definitiva, el mismo hombre que, poniendo en marcha una política migratoria que no tiene nada que envidiar a la deseada por la derecha más dura, ha nombrado «delegado interministerial para la acogida e integración de refugiados» al prefecto Alain Regnier, un alto funcionario conocido por su humanismo, que ha consagrado la mayor parte de su carrera a la lucha contra la exclusión, las viviendas precarias y la política de la ciudad. En todos los temas, Emmanuel Macron nunca deja de soplar frío y caliente, creando una reacción política cuasi química que anestesia a todo el mundo.

 

Un regreso al orden mundial construido en Davos

El presidente de la República hizo, a lo largo de toda la semana, un notable acto de lealtad al neoliberalismo: reconoció que, a partir de ahora, el poder político no es nada sin la bendición del poder económico. Ha querido parecerse a ellos para ser elegido por ellos. Este es el verdadero significado del lema de la reunión del lunes: #Choosefrance. Y cuando, el miércoles, Emmanuel Macron martilló que Francia estaba «de regreso», significaba que estaba de regreso en el orden mundial construido por los participantes de Davos. Con su nuevo presidente, Francia vuelve a aceptar el orden mundial.

Aceptando esta orden, el jefe de Estado hace dos promesas a los franceses: las grandes multinacionales van a mejorar la mundialización; y, como afirmó el pasado jueves Bruno Le Maire, ministro de Economía, en Davos, Francia va a beneficiarse de la mundialización. Estas dos promesas se apoyan sobre una confianza ciega en el sector privado y, por lo tanto, en su principal motor: la "mano invisible" del interés egoísta.

A pesar de las negativas del portavoz del Gobierno Benjamin Griveaux, el Ejecutivo pone en marcha una política de derechas, lo que nadie duda, ni siquiera la revista Le Figaro Magazine, que plantea la cuestión de una manera retórica en la portada de su último número. Emmanuel Macron, que siempre ha jugado a las divisiones partidistas, sigue convencido de que la opinión pública está perfectamente en sintonía con sus elecciones. Y que le basta, cuando el descontento es demasiado fuerte en tal o cual tema, explicar sus decisiones una y otra vez.

El elemento más remarcable es que los franceses quieren creer todo lo que dice. ¿Podemos imaginar el desastroso efecto político de un «Davos-Versailles» organizado por Nicolas Sarkozy en 2008? El contraste con la aceptación de la opinión diez años después es sorprendente. Sin duda, esto está relacionado con el regreso del crecimiento al que todos se aferran después de diez años de crisis. Pero, probablemente, también está relacionado con la personalidad de Emmanuel Macron, que no se identifica con el «jefe bling-bling» de los años 2000, sino con el «manager responsable» de finales de la década de 2010, controlando a la perfección los efectos de comunicación propios de las estrellas.

Es por esta razón que la crítica interna del capitalismo globalizado es tan importante en su planteamiento. Y lo es aún más porque permite ocupar todo el terreno político reformista: desde el más crítico hasta el más entusiasta. Y es por eso que el jefe de Estado es tan popular entre los líderes mundiales. Él los protege.Incluso de la misma realidad.

Porque, si bien el presidente sedujo en inglés a los grandes del mundo económico, los negocios continúan. La competitividad de Francia se está deteriorando, Carrefour acaba en tres años con más empleos de los que los invitados de Versalles quieren crear en cinco años, la ruptura de las convenciones colectivas se multiplican, el empleo permanece sin dinámica, como el poder de compra, y un gran patrón, Vincent Bolloré, trata de amordazar a una prensa que le desagrada...

Nada de esto, sin embargo, conmueve a una opinión que quiere creerle. Las discretas oposiciones son inaudibles y la comunicación del Gobierno parece ser aceptada sin dificultad alguna. ¿Las desigualdades aumentarán? ¡Es bueno para el empleo! ¿Se han reducido las ayudas para los hogares? El gobierno hace del «poder adquisitivo» su estándar. ¿El desempleo no disminuye? ¡Sucederá dentro de dos años!

Todas estas cadenas son aceptadas sin dificultad por una opinión que parece estar lista para «pensar en primavera», de acuerdo con una expresión ahora muy querida por el presidente. Por el momento. Porque este renovado optimismo, natural después de diez años de crisis, no debería hacernos olvidar que, como demostró el sociólogo alemán Wolfgang Streeck en 2013, el principal resorte del capitalismo neoliberal es ahora «ganar tiempo». ¿Cuánto tiempo? La pregunta va dirigida a la oposición y a la izquierda.

 

(*) Versión y edición española para Infolibre: Irene Casado Sánchez.

François Bonnet, Romaric Godin, Manuel Jardinaud y Ellen Salvi Periodistas de Mediapart, Francia.

Fuente:

https://www.mediapart.fr/es/journal/france/010218/emmanuel-macron-el-rey-sol-y-la-francia-que-dormita?onglet=full


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