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Manifiesto contra la autoficción

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Por Iban Zaldua (*)

Sobre los gravísimos peligros que conlleva la moda de la autoficción cuando la practican los escritores con oportunismo.

Un fantasma recorre el mundo literario: el fantasma de la autoficción. Todas las fuerzas de la República de las Letras se han unido en santa cruzada para azuzar a ese fantasma: la Academia y la Crítica, la FNAC y las librerías hipster,  los clubs de lectores y los talleres de escritura, Alberto Olmos y Ana Rosa Quintana, las editoriales soi-dissant independientes y el complejo Alfaguara-PenguinRandomHouse.

¿Dónde están los escritores o los críticos que le harán, por fin, frente? ¿Qué partido de oposición lanzará, tanto a los representantes más avanzados de la autoficción como a los más reaccionarios, los epítetos que merecen para así denunciar la literatura selfie?

He aquí unas cuantas ideas para quien tenga el valor de alzarse contra esa nueva tiranía. Yo, lo confieso, ya no tengo fuerzas, y es más: soy culpable, pues he arrimado el ascua -algunas veces con vergüenza, y las más sin ningún remordimiento- a ese subgénero. Ya se sabe: si los del piso de al lado meten mucha bulla, únete a la fiesta (o, en una versión más optimista, y como titulaba el grupo británico TheIcicle Works uno de sus elepés, Si quieres derrotar a tu enemigo, canta su canción...). De cualquier manera, puede que estas notas sean de interés para almas literarias aún sin contaminar, y a ellas me dirijo, esperanzado.

Por un lado, las voces que afirman que esa especie de mezcla entre autobiografía y ficción constituye una de las últimas tendencias literarias no llevan mucha razón, que se diga: la autoficción no es, de ninguna manera, un género nuevo. Que el autor aparezca como personaje dentro de su propia ficción es tan de toda la vida como, por lo menos, La Divina Comedia de Dante y, si nos ponemos estupendos, la Biblia -que se supone que es un libo transmitido por su protagonista principal-; es decir, seguramente es algo tan viejo como la literatura misma. De hecho, ¿qué es la mayoría de la poesía lírica, si no autoficción? Desde ese punto de vista, quizá la novedad del asunto sea, como mucho, que la autoficción se haya desplazado del campo de la poesía al de la narrativa y, sobre todo, para su desgracia, al de la novela.

Por otra parte, la autoficción no respeta el pacto autobiográfico. Y eso, en cierto sentido, es hacer trampa. El pacto autobiográfico no significa que el autor se haya comprometido a contar sobre su vida la verdad y nada más que la verdad -el lector, a estas alturas del siglo XXI, no es ya tan ingenuo-, pero sí que se compromete a hacerlo como si él creyera que está contándonos la verdad. En la autoficción, sin embargo, se rompe esa regla, porque el escritor se arroga el derecho de plantar mentiras y fantasías donde quiere y cuando quiere y, por lo tanto, el lector nunca puede estar seguro de qué partes de la obra quiere hacer llegar como "verdad" y cuáles no...

LA AUTOFICCIÓN NO RESPETA EL PACTO AUTOBIOGRÁFICO. Y ESO, EN CIERTO SENTIDO, ES HACER TRAMPA

Pero, lo que es más grave, la autoficción traiciona sin miramientos el pacto novelesco. Y en la base del pacto novelesco, como es bien sabido, está la suspensión o el aplazamiento de la incredulidad: una ficción funciona bien mientras, durante la lectura, y contra toda evidencia -incluso en el caso de la literatura fantástica-, nos la creemos; en cuanto abandonamos el libro, desde luego, solemos dejar de hacerlo. Con la autoficción es difícil llegar a ese estado, porque el lector sospecha, y no le falta razón, que el escritor no deja de dar saltos entre mentiras de verdad y verdades de mentira.

Y eso, en principio, no tendría por qué ser tan grave. Los problemas se amontonan cuando todos esos vaivenes le imponen límites al despliegue de la ficción. Es decir, cuando el escritor, con la excusa de ser -cuando le da la gana- fiel a la verdad, renuncia a insertar en su narración elementos que serían no sólo aceptables, sino incluso atrayentes y hasta imprescindibles para cumplir con el pacto novelesco. El peligro, por supuesto, es que la narración se convierta en algo más bien flojo y poco interesante, es decir, sin mucha relevancia literaria. Y eso es una de las pocas cosas imperdonables en una novela. Pues no olvidemos que eso es lo que la mayoría de los autoficcionadores pretenden vendernos: novelas.

Por otra parte, la opción de la autoficción como género puede acrecentar sobremanera la natural tendencia del escritor a considerar que su vida es superinteresante, si es que no ocurre justo lo contrario, es decir, que el autor haya escogido la autoficción porque está convencido de que su vida es, de por sí, apasionante. Recuérdese lo que afirmó John Irving: "Un mal escritor es alguien cuya vida resulta más interesante que su obra". Y si eso resulta cierto, si la vida del escritor es una de ésas plena de peripecias y hazañas, vaya y pase. Pero seamos realistas: la vida de la mayoría de los escritores suele ser más bien tirando a sosa -o debería serlo, atendiendo a la ecuación "1% inspiración, 99% transpiración"-, y en la ausencia de dosis de ficción muy efectivas, o de un estilo literario verdaderamente original, no resulta, per se, la materia prima más atractiva para una novela...

LA AUTOFICCIÓN COMO GÉNERO PUEDE ACRECENTAR SOBREMANERA LA NATURAL TENDENCIA DEL ESCRITOR A CONSIDERAR QUE SU VIDA ES SUPERINTERESANTE

Otro peligro, relacionado con el anterior, podría ser el de literaturizar, sin tasa, la propia vida de uno. En lugar de vivir la vida, el escritor podría tener la tentación de convertirla en fuente principal de su literatura, hasta el punto de sentir la necesidad, por ejemplo, de estar tomando apuntes todo el rato. Con lo que acabaría por condicionar lo que vive, porque una vida convertida en objetivo principal de la autoficción difícilmente puede considerarse una vida de verdad. Al menos si no se quiere encarnar el triste adagio que acuñó el argentino Juan Forn para su definición de escritor: "Tipo que se divierte tanto en una fiesta que se va de la fiesta para escribir sobre ella".

La autoficción, lo mismo que el autobiografismo de autoayuda -también floreciente, y otra cara de la misma moneda-, fomenta la holgazanería del novelista. A fin de cuentas, reduce o elimina por completo el sagrado deber de documentarse, ya que tiene muy a mano el tema principal de su investigación literaria: él mismo. O al menos cree que lo tiene muy a mano, porque la del autoconocimiento no es siempre una labor que se realice cabalmente y hasta sus últimas consecuencias... Ni la del autoconocimiento, ni la de la posible autonarración derivada del mismo, claro está...

La tentación autobiográfica o autoficcional es contagiosa, y suele tender a salirse de las novelas, extendiéndose como un virus. A fin de cuentas, es algo que está en el aire, como atestiguan la metástasis de las redes sociales y la moda de los selfies. Hace tiempo que se trasladó al columnismo (¿qué le importa al lector, a la hora de informarse sobre el conflicto de Ucrania, la relación, real o imaginaria, del opinador con el vodka o el pacharán?), e incluso a la crítica literaria (¿qué interés pueden tener para el lector las razones biográfico-sentimentales del antólogo para escoger tales o cuales autores en una antología, pongamos, de cuentistas pomeranos?).

Otro problema de la autoficción, en contradicción con lo que hemos afirmado más arriba, es el de los límites que puede imponerle a la verdad. En la mayoría de la autoficciones, o, por lo menos, en las que están más en boga por nuestra geografía, es difícil encontrar un retrato verdaderamente negativo del autor, y muchas veces ni siquiera uno por lo menos ambiguo o con claroscuros: si acaso se nos muestran algunas pequeñas miserias, pero tampoco demasiadas, y serán las virtudes o las valentías del protagonista, reales o inventadas, las que se impondrán en la narración, siempre en relación con la bondad del mismo (una bondad que, desde luego, puede ser tanto tradicional como alternativa o buenista). La ficción, sin embargo, como diría Ramón Saizarbitoria, puede ser mucho más efectiva a la hora de internarse en los rincones oscuros del alma, porque le ofrece al autor más libertad para afrontarlos, más distancia.

Desde ese punto de vista, el auge de la autoficción podría considerarse, entre otras razones, como una consecuencia de la hinchazón que la figura del autor está sufriendo en nuestros días. El escritor se ha convertido en marca®, y parece estar muy lejos de haber muerto, contra lo que defendía/preveía Barthes: fuente, símbolo y objetivo máximo del negocio literario, el escritor ya no sólo escribe, sino que guía las campañas de venta de su libro e incluso intenta imponer, desde el mismo día de la presentación, cómo debemos los lectores interpretar su obra; el escritor desarrolla ahora una vida pública que va mucho más allá de la de cada uno de sus libros. En ese sentido, no es de extrañar que en muchas autoficciones el autor introduzca una justificación -o incluso varias- de la autoficción misma, que puede resultar más o menos vergonzante: como si la propia existencia de la obra no fuera suficiente por sí misma. La autoficción sería, en ese sentido, a veces, una continuación por otros medios de la campaña de márketing del autor, en el contexto contemporáneo de la hipertrofia del Yo. La novela, que alguna vez sirvió para describir el mundo social  "de ahí fuera" -realismo-, para criticar las miserias de ese mundo social -naturalismo-, e incluso para darle la vuelta a ese mundo, para revolucionarlo -las vanguardias-, corre el peligro, hasta cierto punto, de convertirse en refugio del solipsismo más egotista del yo, al menos en las versiones más inicuas de la autoficción.

Desde luego -demos fin a este manifiesto con una nota optimista- no toda la autoficción tiene por qué ser de baja calidad, y, cómo no, el resultado, en muchas ocasiones, depende de la habilidad del escritor. Por mi parte, con este manifiesto he querido subrayar que la práctica del subgénero -si es que de un subgénero se trata- conlleva gravísimos peligros. Y a qué horrorosos males nos enfrentamos en el caso -tan habitual- de que caiga en las manos equivocadas.

¡Autoficcionadores del mundo, por favor, no os unáis! Y, sobre todo, no sigáis multiplicándoos...

(*) Iban Zaldua ha escrito libros de cuentos como Etorkizuna (Alberdania 2005, traducido como Porvenir, Lengua de Trapo, 2007), Biodiskografíak (Erein 2011; Biodiscografías, Páginas de Espuma, 2015) e Inonez, inoizez (traducido al catalán como Enlloc, mai, Godall, 2015), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo, 2005) y ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo 2012). Este texto es una traducción/adaptación de otro de idéntico título publicado en euskera en su recopilación de panfletos (Euskal) Literaturarenalde (eta kontra) (Elkar, 2016).


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