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No te pongas Dostoievski. De las novelas y de la crítica

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Por Rosa Pereda (*)

La lectura de la obra de Virginia Woolf Las mujeres y la literatura, una colección de ensayos y críticas de libros recién aparecido, me ha producido un curioso sentimiento de identificación, particularmente sus reseñas publicadas en prensa, que yo, que no soy especialista en la líder de Bloomsbury, no conocía.

En primer lugar, escribe de lo que le gusta, que hay mucho crítico que lo hace para machacar lo que no le gusta. Y en segundo, tiene una historia que contar. Su historia es, por supuesto, la que cristaliza en Una habitación propia, su célebre libro de ensayos, un análisis materialista de las condiciones que necesita una mujer para poder escribir algo que no sean cartas privadas. Ficción. Creación. Por extensión, para producir cualquier arte. Resumiendo mucho: espacio propio, dinero propio y tiempo propio. ¿Que son las mismas que necesita el escritor varón? Claro. Pero denuncia la dificultad, la imposibilidad casi, de que una mujer disfrute, y más en su época, de esas tres condiciones de posibilidad. De la independencia. Y sus críticas parten de los libros que lee para ponerlos en relación con ese marco, con ese mundo.  Con esa historia propia, que, de una manera más o menos oblicua, se va concretando en toda su obra.  Son duras en el fondo, pero suaves en la manera de mostrar una mirada aguda y certera. Como dice Laura Freixas en su estupendo prólogo a esta colección, mano de hierro en guante de terciopelo. El libro, publicado por Miguel Gómez Ediciones, una pequeña editorial malagueña, en traducción de Marta Gámez &  Violeta Sánchez (sic) es altamente recomendable. 

Virginia Woolf escribe, además, sin darle a sus textos un soporte académico visible. Bueno, yo también. Y si en su caso es una mujer de formación vasta pero autodidacta, en el mío no es el caso: es algo voluntario, lo ha sido desde que decidí hacerlo, aunque inclusas estén las fuentes de mi formación metodológica y crítica. Perdónenme la autoafirmación  un poco pedante, pero justo el límite de la pedantería -y el aburrimiento del lector-- son los que han ido deshojando un árbol que, en mis principios profesionales, debía ser bastante más frondoso. 

Dicho esto, al lío. Quiero comentar hoy dos novelas bien distintas entre sí. La primera está a punto de convertirse en un bestselleratípico, gracias al boca a boca, en uno de esos milagros que salvan editoriales. Me refiero a La uruguaya, del  argentino Pedro Mairal, recién publicada por Libros del Asteroide. La segunda Mientras tú no estabas, es la primera novela de la periodista, más todoterreno de lo que parece, Carmen Ro, y acaba de aparecer en La Esfera de los libros. 

En Mientras tú no estabas, Carmen Ro recupera una figura tan mítica para los cinéfilos como ignorada por el gran público: Conchita Montenegro,  la primera actriz española que triunfó en el Hollywood  dorado de los años treinta, cuando la meca del cine atraía gente del arte de todo el mundo, y particularmente españoles y latinoamericanos, cuando esta especie de antecedente de Penélope Cruz saltó de las "versiones en español" anteriores al doblaje -esas segundas versiones que la irrupción del cine sonoro dieron como primera alternativa para un mercado lo suficientemente amplio: que el cine mudo lo entendía todo el mundo--, saltó de ahí al cine "verdadero", el de las primeras versiones. En una compañía tan poderosa como la Metro.  Y si hasta ahí la base histórica -muy bien documentada-- luego está la historia narrada. Que tiene muchos planos, varias tramas cruzadas, desde la voluntad de poder de una adolescente --así era Conchita cuando llegó allá-- a la presencia de una narradora en el presente de la novela, fascinada por el personaje interpósita persona.  Muchos presentes, muchos, y algunos amores, casi todos no muy felices, o.... quizá felices en su infelicidad.  Y una sombra de muerte, con muchos registros. Varios tiempos, varias voces, montajes rigurosamente alternos, perspectivas igualmente rigurosas....   Y  un retrato de perfil del Hollywood del momento -el verdadero, el genuino-- y también de una España cuya memoria todavía escuece.

¿Que cuál fue el gran amor de Conchita Montenegro? Pues se lo voy a decir, porque se adivina enseguida, en uno de los primeros cambios temporales -estupendos-- de la novela: Leslie Howard. Sí. El mismo. No pienso decir más, y no consideren esto un spoiler porque yo lo hubiera puesto en la publicidad del libro. Aunque yo soy un poco mayor, y sé quién es. ¿Y quién la amó más que a nada del mundo? Pues, para eso, al libro. Que no voy a destriparlo. Porque es personaje importante de la trama del presente.

La uruguaya no es el primer libro de Pedro Mairal, pero sí el primero que leo suyo. Y mira que una intenta estar atenta a lo que pasa en la literatura del otro lado de la mar océana. Pero pasan cosas muy importantes que los lectores españoles nos perdemos, pese a los intentos, durante las últimas décadas, de tantos editores de una y otra orilla. Otro día hablo de eso, pero mientras, lean Javier Pradera. Itinerario de un editor, textos y más seleccionados por Jordi Gracia y publicados por Trama editorial, y verán, en sus informes, cartas y conferencias, una historia de la evolución de esa relación en la época de la importación clandestina, de Fondo de Cultura Económica de México y su implantación en España, de Siglo XXI, Alianza y otras. Y en referencia a la evolución de los objetivos y maneras de editar en el presente de las grandes concentraciones y la preponderancia de las cifras de venta sobre cualquier otro valor de la edición de libros. Pero estoseráotrodía. 

La Uruguaya, en fin, se ha salvado de esa quema que hace que los libros publicados en Argentina -aunque lleguen a ser un auténtico acontecimiento literario, como pasa con éste-- se queden en Argentina. Se trata de un texto en primera persona que cuenta un día en la vida de un escritor porteño y su accidentado viaje a Montevideo. No les voy a contar la historia, que aunque está narrada con humor, gracia y pasión, es bastante triste. Sólo hacerles notar, a los lectores que sin duda crecen, el sutil cambio que se va dando en el texto, que empieza pareciendo un relato autobiográfico para ir convirtiéndose en una confesión con destinatario -no diré ni el género-- expreso. En una carta, que, como El Lazarillo, cuenta la historia "muy por extenso". Diré también que su lenguaje desenfadado e íntimo, y por tanto lleno de giros y palabras locales, no es ninguna traba para su perfecta comprensión: nunca lo ha sido, en realidad, pero parece ya del pasado, al menos para este caso, aquella crítica de los de marketing: esto es demasiado argentino. Si se pasara en España.... Y habla muy bien de esa porosidad lingüística que parece estar traspasando la sociedad española respecto a las hablas latinoamericanas. Por fin diré que está lleno de referencias culturales, algunas obvias y otras inclusas y casi secretas, y que el mapa de las dos ciudades, y las diferencias entre sus moradores que se parecen tanto -y esto me lo señala un uruguayo-- es agudo y acerado. En fin, que por muchas razones, y no es la menor que es una novela divertida, te hace reír en alto muchas veces y sonreír muchas más, que te traba en una historia que tiene mucho de cotidiana y algo de extraordinaria, que habla de dinero y sobre todo de amor, y que cuenta un final sorprendentísimo, es muy recomendable.


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