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Izquierda, derechos y redistribución

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Por Esteban Valenti (*)

Si se observan los debates en la izquierda, incluyendo la uruguaya, se notará un desplazamiento cada día más marcado y evidente: se discute poco o nada de redistribución de la riqueza y de la renta y se habla mucho de nuevos derechos. Como si una cosa compensara la cada día más grave falta de ideas en cuanto a los cambios estructurales del capitalismo.

Más radicales se sienten o posan algunos grupos o partidos y, más se desplazan hacia ese terreno. Observen con un poco de atención.

Mientras tanto en el mundo el tema "capitalismo" y sus crisis ocupan espacios crecientes a nivel de los economistas, de las academias y una de las referencias fundamentales es El Capital de Carlos Marx y no me refiero a la izquierda.

Luego de la crisis del 2007-2008 que no fue simplemente la explosión de una burbuja financiera, sino una eclosión del manejo de la macroeconomía por parte del sistema en sus países centrales, el tema del capitalismo ha vuelto al ruedo.

Me voy a citar en una nota publicada recientemente: "Se le atribuye a Marx la condición del profeta, del analista de las crisis del sistema capitalista. Si bien es cierto que analizó a fondo la tendencia del capitalismo a expandirse por todo el mundo y establecer un mercado mundial que lo abarque todo y a todos y también a generar crisis económicas y financieras con puntual regularidad, su visión es mucho más amplia"

"En los años 90 del siglo XX, con el acelerado proceso de la globalización, Marx adquirió una renovada vigencia y fue redescubierto como el principal analista del capitalismo global. Con la crisis financiera y económica comenzada en el 2008 volvió nuevamente a ocupar un lugar central entre economistas y cientistas sociales, ahora si como analista de las crisis que la mayoría de los economistas de las corrientes tradicionales no lograban interpretar ni explicar"

Han pasado 9 años desde la explosión de la crisis, cuando el capitalismo era considerado el sistema perfecto, único y eterno que, además había logrado doblegar toda alternativa en el plano material e ideológico. Esa soberbia ganadora ya no es la misma, incluso el triunfo de Trump en Estados Unidos es el reflejo de la profundidad de los cuestionamientos en la propia sociedad norteamericana al capitalismo global por el lado más salvaje e impensado.

La crisis no fue el único fracaso, ni se detuvo en el manejo de los desastres financieros de algunos de los grandes operadores, sigue siendo hoy una crisis del manejo macroeconómico y de las políticas que se aplicaron y su impacto en las diferentes sociedades desarrolladas. Y el sur sufre sus consecuencias.

Hace casi medio siglo que el crecimiento del capitalismo se ha enlentecido notoriamente. En los 20 países de la OCDE entre los años 1972 y 2017 la tasa de crecimiento del PBI pasó en forma constante del 4.5% al 2.5% y es una tendencia que se mantiene.

La política macroeconómica - palabra que antes era una religión obligada - desde la postguerra dio buenos resultados, pero hoy su manejo no ha logrado sacar a los países centrales de la lentitud del crecimiento y ha tenido que recurrir a monumentales inyecciones financieras para salvar bancos y empresas de seguros y sigue pendiente un sistema de control del sistema financiero global que no lleve al mundo nuevamente hacia el abismo. El mercado de capitales liberado ha demostrado que por sí mismo no se impone ningún límite, al contrario tiende nuevamente a la burbuja.

Como resultado de esa crisis el capitalismo ha visto seriamente debilitada su capacidad de proporcionar bienestar a sus poblaciones. La crisis del estado del bienestar, no es simplemente el resultado de la crisis de la socialdemocracia, sino de la incapacidad del sistema de mejorar la vida de los sectores trabajadores y de la mayoría de la población. Desde la salida de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta 1975 el nivel de vida de la población de los países centrales se elevó de manera constante. A partir de allí se estancó el aumento de los salarios y los beneficios sociales, el ahorro neto disminuyó drásticamente mientras aumentaba el crédito hacia el sector privado.

Mientras el crecimiento quedó atado cada día más al déficit creciente de la cuenta corriente de la balanza de pagos y al endeudamiento externo y las décadas siguientes mostraron la transferencia de riqueza de los sectores menos favorecidos de las sociedades hacia los sectores privilegiados. Un fenómeno que se repite a nivel global y en especial en los países de la OCDE.

Las crisis históricamente le han servido al capitalismo para reorganizarse, de las derivaciones de la crisis del 2007-2008 los únicos que se han beneficiado es el 1% más rico de la población mundial, incluso proporcionalmente una porción todavía menor de ultra multimillonarios. Una de las cosas que han cambiado es que ya son pocos los que se atreven a afirmar que el mercado lo resolverá todo. Tuvo que ser el Estado el que salvó los grandes bancos.

Pero esa situación no impulsó una visión crítica en la gente, ni en los trabajadores, hacia un sistema tan injusto, al contrario fortaleció posiciones de derecha y de extrema derecha. Ya había sucedido anteriormente en la historia.

Dejaremos para otra nota un aspecto importante de la crisis del sistema, su capacidad de construir un discurso ideológico donde el capitalismo es lo mismo que la democracia y la libertad, borrando la larga historia de dictaduras sangrientas que cubrieron el planeta para disciplinar países y regiones.

Las izquierdas en el mundo no han considerado el fondo de la dura lección de esta crisis y los resultados políticos están a la vista, en Europa, en EE.UU, en América Latina. El estado del bienestar está siendo substituido con la complicidad de un creciente desinterés por la política, en particular en los sectores más pobres y así cada día más las definiciones políticas de fondo se trasladan a las élites económicas, financieras que se han encargado de imponer su visión a los gobiernos o directamente de elegirlos.

La gran operación ideológica contra la política, es decir contra la democracia, transformando a los ciudadanos en simples consumidores, cada día con menor poder político, es la respuesta de las élites del capitalismo a la crisis del sistema.

Si la izquierda no aborda nuevamente los temas de fondo que le dieron origen, incluso y en primer lugar la justicia en la distribución de la riqueza, junto al goce de las libertades y al funcionamiento pleno de la democracia, no saldrá de su repliegue y sus lamentos.

No es solo la distribución de la riqueza material, es también el derecho a la educación de primera, a la cultura, a servicios de calidad que ofrece el estado y la seguridad en sus vidas y la de sus familias y al cuidado del medio ambiente.

Hay otro peligro, que nos refugiemos en coartadas, que debían integrarse naturalmente a las grandes batallas sociales y culturales y que hoy son un parche, una "novedad" ante la falta de elaboración teórica e ideológica.

La agenda de derechos está bien, siempre y cuando no substituya la gran batalla histórica de la izquierda contra la injusticia en la distribución de la riqueza y en las oportunidades en las sociedades.

El socialismo estatista fracasó, de eso no queda ninguna duda. Ese "modelo" global de socialismo "real" poco tiene que ver con el análisis de Marx sobre el capitalismo y sus crisis y sus injusticias, si la izquierda se resigna a administrar algo mejor el sistema, poco a poco será absorbida por él y transformada en un decorado. En cierto sentido han logrado universalizar la idea de que lo que cayó es cualquier alternativa al capitalismo y que este será eterno.

Para elaborar alternativas teóricas al sistema hay que dedicarle esfuerzos, recursos, mucha inteligencia y mucha militancia intelectual. Y estamos a años luz.

Tenemos además que incorporar un tema prácticamente nuevo, el saqueo de la naturaleza por parte del sistema, del capitalismo. Ninguno de los teóricos del socialismo rozó siquiera este problema que tiene directa relación con los grandes desafíos a su propia existencia que afronta hoy la humanidad. Los gases efecto invernadero, son la expresión más dramática de la codicia sin límite de los poderosos. No son un accidente de nuestra civilización. Trump y su renuncia a adherir a los acuerdos de Paris son la expresión suprema de esa codicia que pone en peligro el ambiente y la vida en todo el planeta.

Por otro lado el sistema no paga absolutamente ningún precio "histórico" por los derechos que podamos arrancarle, si paga por el más importante de todos y el que más le duele, la igualdad de salarios y derechos de las mujeres en relación a los hombres,  sobre todo si  esa "agenda de derechos" en lugar de ser complementaria, nos desvía frente a la batalla histórica, la de la redistribución de la riqueza, la de un sistema tributario que frene el poder de la parte más parasitaria del capitalismo, el sistema financiero y bancario y la lucha por la igualdad de oportunidades y por frenar el calentamiento global. Son temas indivisibles y de diversa urgencia e importancia.

El tema central siguen siendo las mayorías y sus derechos básicos.

Un cambio de fondo no surge solo de la crítica a un sistema, sino de la elaboración de su alternativa, y sus diversas variantes. ¿La izquierda está trabajando en ese frente fundamental? ¿Lo está haciendo cuando el capitalismo da clara muestras de una sucesión de crisis repetidas y graves?

Lo peor que nos podría pasar a la izquierda uruguaya es considerar que hemos llegado al límite máximo de redistribución de la riqueza y que lo que debemos hacer es mantener, preservar estos logros alcanzados, que no son pocos.

Ese grave error tendría un doble efecto, nos haría retroceder, en materia de redistribución no hay estancamiento, se avanza o se retrocede, la historia es de una claridad meridiana y, en segundo lugar estaríamos renunciando al núcleo central de nuestra identidad: la libertad en su sentido más profundo, incluyendo la libertad de la necesidad.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay


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