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Macron, neoliberal iliberal

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Por Éric Fassin (*) El presidente francés reivindica sin ambages un poder personal del que los parlamentarios serían simples ejecutores. El Estado es él.

En 1989, se suponía que la caída del muro de Berlín significaría, si no el fin de la Historia, al menos el triunfo de una sociedad abierta. ¿Acaso no era el mercado libre garantía de las libertades democráticas? Menos Estado, esa era la doble lección que se extraía de la caída de esos regímenes autoritarios: tanto en lo que respecta al laissez-faire como a los derechos humanos. Tras la guerra fría, el liberalismo quería ser económico y político.

Pero ¿cómo estamos hoy? Lejos de abandonar la escena económica, el Estado es más que nunca un actor fundamental. En lugar de dejar hacer, interviene sin cesar --para salvar a los bancos, ayudar a las empresas y redistribuir la riqueza... en beneficio de los ricos--. Con el fin de distinguirlo del liberalismo, a este avatar del capitalismo se le califica como neoliberal.   

¿Se puede decir que el neoliberalismo es liberal desde el punto de vista político, aunque no lo sea del económico? Fue posible creerlo cuando los partidos socialdemócratas se convirtieron a él en los años 1990. El primer ministro británico Tony Blair y luego el español José Luis Zapatero reivindicaron una forma de modernidad no solo económica sino también política: la divisa era la apertura típicamente liberal en el tema de la inmigración y a favor de los derechos sexuales.

Después, la "Europa fortaleza" pasó a ser la otra cara de una Unión neoliberal. La canciller alemana demostró, en 2015, que la intransigencia económica, de la que Grecia era víctima, no condenaba obligatoriamente al abandono de los derechos humanos. Su política de acogida de refugiados no se llevaba a cabo pese a, sino en nombre de la racionalidad económica. El interés hacía de la generosidad, algo tan posible como necesario.

Al desmarcarse de Manuel Valls y aplaudir el valor político de Angela Merkel, Emmanuel Macron inscribió su campaña electoral en el neoliberalismo liberal. Pero tras su elección se acabó el liberalismo político. Ni hablar de reducir el poder soberano para aumentar las libertades. Desde el Louvre a Versalles[1], el nuevo presidente se envuelve en el ropaje monárquico y se atavía con el orleanismo burgués de un Guizot con las majestuosas galas del Rey Sol. El Estado es él. 

Emmanuel Macron, que ha accedido a la presidencia de Francia sin haber estado nunca ligado a un partido, reivindica sin ambages un poder personal del que los parlamentarios serían simples ejecutores. Eso es lo que significa, sin equívoco posible, hacer la reforma laboral mediante decretos-ley. La separación de poderes a la que tan apegados estaban los padres fundadores del pensamiento liberal ha terminado por desaparecer en beneficio de un presidencialismo absoluto. Impensable negociar con lo que aún se duda en nombrar "agentes sociales". El primer ministro, Edouard Philippe, lo ha declarado sin rodeos: "Hemos concertado. Concertar no es negociar". Su franqueza es tanto más elocuente cuanto que, al emplearlo de ese modo, acaba con el uso pronominal del verbo[2]... absoluto.

La separación de poderes a la que tan apegados estaban los padres fundadores del pensamiento liberal ha terminado por desaparecer en beneficio de un presidencialismo absoluto

Y no se trata solo de la política económica. La lógica autoritaria empleada para imponer las reformas es también el fundamento de la política de inmigración. Es innegable que el presidente no renuncia a la retórica de la acogida cuando toma la palabra al lado de Angela Merkel y dice: "Es nuestra tradición y es lo que nos honra". Pero ello no le impide proponer que se creen hotspots de criba de migrantes, en Libia o en otras partes, al abrigo de las miradas humanitarias. Cambio dentro del continuismo: Gérard Collomb ha sucedido en el Ministerio del Interior a Brice Hortefeux y Claude Guéant, a Manuel Valls y Bernard Cazeneuve[3].

Por mucho que proteste el Defensor de los Derechos, encargado por la Constitución francesa de velar por el respeto a los derechos y la libertad, tanto en Ventimiglia como en Calais o en Porte de la Chapelle, la caza a los migrantes, sean demandantes de asilo o no, está en auge. Y se ve prolongada, aún más que con Sarkozy, con la caza a los militantes: en el valle de la Roya, Cédric Herrou, agricultor y activista condenado por haber ayudado a entrar en Francia a 200 migrantes, está pagando caro este retorno del "delito de solidaridad". Es notable el modo en que la institución judicial pasa a ser en este caso un dócil instrumento del ejecutivo. La confusión de los poderes se agrava. Como atestigua la constancia, con el antiguo presidente y con el nuevo, de la represión contra la familia de Adama Traoré, el joven muerto hace un año en una comisaría, en la que se entremezclan las fuerzas del orden, la justicia, los políticos locales y los miembros del gobierno.

Como sus predecesores, su prioridad es aprobar, pase lo que pase, una serie de reformas neoliberales

¿Por qué, desde su elección, el candidato liberal se ha metamorfoseado en un presidente iliberal? Como sus predecesores, su prioridad es aprobar, pase lo que pase, una serie de reformas neoliberales. Por una parte, la gestión represiva de los barrios de la periferia, como un eco de la de los migrantes, tiene como objetivo distraer a los electores entregándoselos como víctimas expiatorias: a falta de pan, "juegos". Por otra parte, cualquier oposición extraparlamentaria será presentada como una amenaza al orden público. Podemos apostarnos a que, si un día las manifestaciones de protesta vuelven a tomar las calles, serán calificadas de antidemocráticas: ¿acaso no ha sido elegido el presidente democráticamente (da igual de qué modo)? A partir de ese momento, el tono civilizado de Emmanuel Macron no logrará enmascarar su fondo policial: las porras pondrán al descubierto la verdad del régimen.

Este giro iliberal de 180º es una decisión estratégica. Da la impresión de que el presidente considera que su única competencia real está a la derecha, lo que le lleva a no dejar la más mínima porción de terreno a Laurent Wauquiez y Marine Le Pen. Por eso, es tan importante para la izquierda distinguir el neoliberalismo del liberalismo. Decir que se es "antiliberal" sería confundir la crítica del capitalismo con el rechazo a la política de derechos humanos, a riesgo de acreditar la idea de que la segunda sería una cosa de "bobos", de burgueses bohemios, ajena a un "pueblo" únicamente interesado por la primera. Por el contrario, frente al neoliberalismo iliberal del presidente y de la derecha, y frente el antiliberalismo, tanto económico como político, profesado por el Frente Nacional, la izquierda debería articular la crítica al neoliberalismo económico con la defensa de los derechos y las libertades, y hacer de ello su espacio, y su programa.

Este artículo está publicado en  Libération.

Traducción de María Cordón Vergara.

Notas de la traductora:

1. Macron eligió la plaza del Carrusel, con el telón de fondo del Palacio del Louvre, para dirigirse a los franceses la noche de su elección como presidente, y el fastuoso Palacio de Versalles para reunir, el pasado mes de julio, a las dos cámaras parlamentarias en sesión extraordinaria y anunciarles las reformas que les iba a imponer. 

2. En francés, "se concerter" significa ponerse de acuerdo. 

3. Hortefeux y Guéant fueron ministros del Interior en la presidencia de Sarkozy, y Valls y Cazeneuve, en la de Hollande. 

(*) Éric Fassin. Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente Populisme: le grand ressentiment (Textuel, 2017).


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