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¿Usted que votaría?

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Por Esteban Valenti (*)

Yo siempre votaré el Frente Amplio, mientras siga siendo el Frente Amplio, en sus prioridades sociales, políticas, en su cultura de izquierda y en su moral. No votaré una alfombra espesa y con grandes bultos ocultando porquerías democráticas como el apoyo o la complicidad con Maduro o inmoralidades y conductas desviadas en la gestión de gobierno. Ese no es el Frente Amplio, es su sombra.

Nunca me tocó en mi vida, pero hagamos de cuenta que una encuestadora, cualquiera, me pregunta por teléfono, por Internet o personalmente sobre a quién votaría si las elecciones fueran el próximo domingo. Nadie les da importancia pero...los resultados de las encuestas de intención de voto, de simpatía o antipatía a partidos y líderes ocupan las primeras planas de los medios y producen desvelos y euforias.

¿Qué contestaría yo hoy, a dos años largos de las elecciones? Me ubicaría entre los indecisos. Por primera vez, desde que tengo uso de razón política, en junio de 1962, es decir hace 55 años no tengo una definición clara. ¿Por qué tendría que mentirles?

No acepto decidir simplemente por tradición, lo rechacé durante décadas para otras opciones electorales. No acepto simplemente una motivación emocional. Considerando que vengo y estoy en una cultura de izquierda que hizo, o trató de hacer de la política algo profunda y fundamentalmente racional, es decir razonada, estoy indeciso. Estoy con André Malraux cuando decía que en nuestro siglo la política fue lo que reemplazó al destino.

Es desde mi razonamiento, desde la evaluación de las experiencias actuales, que no tengo una definición para las próximas elecciones. Y cuando digo que no tengo, no me importa un rábano que los feroces de siempre me coloquen por ello en el campo de los blancos y colorados o independientes, del voto en blanco o anulado o donde les parezca.

Nadie me da hoy una respuesta que me satisfaga, que me resuelva mis preocupaciones y mis dudas en particular por mi posición absolutamente de izquierda. Radicalmente de izquierda.

Precisamente porque soy de izquierda es que no me siento representando por nadie, incluyendo el actual Frente Amplio, tan diferente al que conocí, al que apoyé, por el que luché y seguiría luchando y aportando. Mis grandes, inmensas dudas son con este Frente Amplio. Otro Frente Amplio, que mantiene la marca, los símbolos y le cuesta cada día más expresar nuestra historia, nuestros valores, nuestros objetivos fundamentales.

El Frente Amplio fue siempre una combinación ingeniosa, imaginativa y con un gran sentido histórico de diversas corrientes ideológicas, políticas que tuvieron en un pasado no muy lejano, visiones enfrentadas sobre el papel de la izquierda y sobre los destinos del país.

Partimos de una comprobación básica, había diversas izquierdas y si queríamos, en algún momento sustituir a los dos partidos tradicionales en el gobierno debíamos construir una verdadera alternativa política, pero también cultural. Incluyendo un relato diverso de la propia historia e identidad nacional. No de carácter fundacional, sino de nuevas prioridades y sobre todo de un nuevo Proyecto Nacional, luego de su agotamiento a partir de los años 50.

Desde su nacimiento, además de un gran acuerdo político, fue una gran convocatoria programática donde cada uno de sus integrantes, acordaba y renunciaba a algunas de sus definiciones o las postergaba para construir la unidad. Y donde los individuos, los ciudadanos o los que no tenían todavía edad para votar, aportábamos algo fundamental, el voluntariado, nuestro apoyo entusiasta y lleno de esperanza. No para nosotros personalmente, sino para la gente, para el país de los uruguayos. Un país más justo, más humanista, más libre y más democrático, no solo formalmente sino en la distribución de las oportunidades. Y no eran palabras, eran cosas concretas en nuestra imaginación, en nuestros sueños y nuestra identidad.

¿Los cambios nos tocaban también personalmente o familiarmente? Sí, pero eso venía después, mucho después, lo principal  era nuestro aporte al bien común, a la felicidad de nuestra gente y eso sí que nos incluía personalmente, pero sobre todo en nuestra alma, en nuestra generosidad social y en nuestra cultura de la liberación, de un destino diferente para la Patria.

Yo parto de la racionalidad, pero no renuncio a la emoción, al calor de nuestros sentimientos. No éramos, ni somos fríos e insensibles máquinas de pensar y razonar. Pero tampoco voy a votar por nostalgia. Sigo siendo de izquierda y quiero sentirme de izquierda.

Hoy todo esta revuelto y entreverado.

No es simplemente por el paso del tiempo, sería una mísera explicación, es por el paso del poder y sus consecuencias. No me resigno a ser simplemente crítico de un sistema y propagandista de una utopía, mientras otros gozan las mieles del poder político y económico tradicional y de derecha, pero tampoco me resigno a que para ocupar el poder vale cualquier cosa y que en definitiva el poder tiene tentaciones irresistibles. Eso no es de izquierda.

No me siento representando por la pérdida de referencias de parte del actual Frente Amplio en relación a la corrupción y la inmoralidad en el poder y desde el poder en varios países, cuando se siguen defendiendo con resoluciones o con silencios, esas inmoralidades. Unos por convicción ideológica, otros por silencios cómplices y cómodos, otros por intereses. Y esta no es una frase que se me escapó y eso no es en absoluto es de izquierda.

No me siento representando por la debilidad y las flaquezas democráticas, aplicadas a los supuestos "amigos" o "compañeros" que violan y aplastan o corrompen las libertades públicas e individuales en diversos países y "casualmente" son la vanguardia de la corrupción regional y mundial. No entiendo como no se les cae la cara de vergüenza cuando ven a Maduro disfrazado de marajá petrolero haciendo payasadas. ¿Esa es la nueva revolución, el socialismo del siglo XXI? Pobre revolución, pobre socialismo.

No me siento representado por el peso fundamental y cada día más excluyente de los "funcionarios" sobre los militantes, sobre los voluntarios, los vocacionales, los que estuvieron y están siempre. Tiene que haber jerarcas y funcionarios, pero no pueden copar con su número y mentalidad al FA y sus grupos.

Pero por sobre todas las cosas no me siento representando por la falta de ideas, de proyectos, de iniciativas que nos convoquen, nos den un empuje a todos los uruguayos para nuevos cambios, más profundos, más radicales en todos los planos. No me resigno a la administración de la estabilidad y a la explicación de las dificultades. Esto no pasa por casualidad, es consecuencia de todo lo que describí anteriormente. Nunca habrá enamoramiento y pasión con flaquezas morales, democráticas, de audacia programática y de burocratización general. Todo está entrelazado.

Estos aspectos son para mí, definitorios, fundamentales.

No son los únicos. No me siento representado por la "plancha" ante la economía y los muchos logros que obtuvimos y su impacto social y que en este momento se han reducido a un peligroso vacío de objetivos y a simplemente proclamar que los blancos y colorados lo harían mucho peor y más injusto. Es la resignación y el apostar al mal menor, que nunca fue una posición de izquierda.

Faltan más de dos años de gobierno, obviamente voy a seguir atentamente su labor, sus políticas y sus resultados. Es un elemento importante, pero no me alcanzan los parches.

Mucho tendrá que ver cómo sigue el proceso del Frente Amplio, su debate, sus ideas, sus equilibrios, su política y naturalmente sus candidatos. Aunque esto último no define todo. Un bloqueo que cada día me cuesta más superar es la soberbia infalible de algunos de nuestros actuales gobernantes.

No voy a ser un simple observador, no voy a esperar pacientemente, voy a opinar, valorar, aprobar, criticar y sobre todo desde mi puesto actual - la información y la opinión-  voy a participar y a tratar de influir positivamente. Una parte importante y cada día más preocupante de "compañeros" creen que el gran aporte es el silencio y los aplausos de las focas. No cuenten conmigo.

Lo peor que podemos hacer es resignarnos y darle la espalda a la política, dejarla en manos de "especialistas", es, de forma explícita o sin mencionarla y ni siquiera admitirla, el vacío, las fracturas entre la gente y la política que siempre favorecen al empobrecimiento de la democracia y a los poderosos que terminan manejando a la política corporativa. Los poderosos están en muchos lugares, no son solo los tradicionales. Y alguno de esos poderosos fueron defendidos por nuestros gobiernos. Que cada uno haga su lista.

Lo que tengo asumido es que la batalla no es solo por el triunfo, por la continuidad, como si eso fuera lo único, lo excluyente, es antes que nada batirse por una izquierda que asume su pasado, sus fundadores, sus ideas y sus principios rectores y se arriesga por el presente y el futuro. Eso hoy está en debate, aunque para algunos alcanza con mover los engranajes del poder gubernamental o partidario para imponernos a todos su lógica y su prioridad: el poder.

Hace dos décadas largas que la izquierda en América Latina alcanzó posiciones de gobierno como nunca antes en la historia y hay preguntas fundamentales que debemos formularnos ¿Realmente logramos que hoy nuestros países sean más justos y con una distribución de la riqueza más democrática y fue en forma sostenible? ¿Logramos romper con la corrupción estructural y sistémica que sigue afectando la región y el mundo? ¿Rompimos el primitivo esquema que la contradicción es entre Estado y mercado y logramos consolidar proyectos de cambios históricos con directa participación de la gente, de la sociedad civil?

Hay respuestas positivas, no tengan dudas, pero este conjunto de temas nodulares hay que abordarlos en conjunto, eso es ser de izquierda.

¿Estos muchos años de gobiernos nacionales y locales en la izquierda nos ha dejado ideas nuevas, un crecimiento teórico-práctico, nuevas experiencias en la gestión del poder y de la participación ciudadana? ¿Somos mejores, más sensibles, más preocupados por nuestros semejantes¿ ¿Hay lugar en el poder para los sentimientos, para las sensibilidades?

¿Es mucho pedir? Puede ser, pero la izquierda siempre que avanzó, que se proyectó fue con mayores exigencias, no con resignación y flotación. El salvavidas no fue nunca nuestro símbolo rector.

 

(*) Periodista, escritor, director de Uypress y Bitácora. Uruguay


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