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Refugiados y salud mental: cura te ipsum

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Por Daniel Raventós y Julie Wark  (*)

Hace más de cien años, Karl Jaspers describió en Psicopatología General el síndrome de apatía: una "ausencia de sentimiento [que] se refleja objetivamente en el paciente en no alimentarse, en una indiferencia pasiva a ser herido, quemado, etc."

Un fenómeno similar ha aparecido en Suecia, con cientos de casos, en la última década. Los enfermos aparentemente inconscientes son niños y adolescentes envueltos en un proceso tortuoso de búsqueda de asilo y el fenómeno es tan claramente identificable que la Junta Nacional de Salud y Bienestar ha reconocido este "síndrome de renuncia". Algunas personas lo ven como una manifestación singular del trastorno de estrés postraumático (TEPT). Otros lo llaman síndrome de rechazo generalizado.

 

El uppgivenhetssyndrom y el contrato social

El pasado mes de abril, el New Yorker publicó un emocionante artículo de Rachel Aviv titulado "El trauma de la deportación" sobre más de cuatrocientos niños refugiados, de edades comprendidas entre los ocho y los quince años, la mayor parte de los antiguos estados soviético y yugoslavo (pero sin contacto entre ellos) que "se han vuelto inconscientes tras ser informados de que sus familias serán expulsadas del país". Se dice que este doloroso uppgivenhetssyndrom sólo existe en Suecia. Los médicos no saben qué hacer frente a esta expresión patológica de una crisis moral general que se produce cuando el contrato social fracasa: "Su enfermedad estaba tan cargada que los principios que personificaban parecían ensombrecer los detalles de su condición".

Los investigadores enviados a los países de origen de los niños se percataron de que los médicos locales nunca habían oído hablar de estos síntomas y pusieron la carga de la prueba en Suecia. De hecho, como concedió un informe de 2013 de la Junta Sueca de Salud y Bienestar, la única cura era un permiso de residencia. Sin embargo, la tentación de ver el síndrome como específico de Suecia no es demasiado útil ya que muchos casos con síntomas comparables sugieren que, a lo largo de la historia y en todas las culturas, la retirada del mundo por medio de la apatía, la locura e incluso la muerte es una respuesta muy humana a una inseguridad aterradora.

La uppgivenhetssyndrom sueca ha centrado su atención en la Oficina de Migración como solución al problema y de ahí el deber del Estado de garantizar la seguridad ciudadana. Ha suscitado un debate sobre la trygghet (seguridad en el sentido de pertenencia, confianza y libertad frente al peligro, el miedo y la ansiedad), concepto que, en palabras del Ministro de Bienestar Social en 1967, "es el fundamento más básico del individuo". Esto es exactamente lo que los refugiados no tienen - se les ha negado - y, aunque su angustia mental es evidente, el diagnóstico y el tratamiento no son oficialmente una prioridad tan alta como la detección de enfermedades infecciosas. Estas últimas son más fáciles de identificar y tratar, mientras que las complejas cuestiones culturales y los problemas lingüísticos hacen que los trastornos psiquiátricos sean más difíciles de abordar, especialmente porque un tratamiento serio requeriría también un examen crítico de las políticas de los países receptores.

Hay un sentimiento general de desorden en Europa, especialmente con el aumento de los ataques violentos "terroristas" (vagamente definidos como el uso calculado de la violencia contra los civiles en nombre de objetivos políticos, religiosos o ideológicos). Un informe de la Europol de 2017 estima que en 2016 hubo 142 ataques fallidos, frustrados y completados en ocho Estados miembros de la UE, de los cuales, más de la mitad en el Reino Unido. Aunque la prensa convencional proclama "islamista", la Europol señala que la mayoría de ellos se deben a etno-nacionalistas y extremistas separatistas. El perfil del atacante suele ser el de un joven inadaptado: hombres que viven en zonas marginales de inmigrantes como Molenbeek en Bruselas, con pequeños antecedentes penales, bebedores, aparentemente no extremistas religiosos, pero a veces fanáticamente perturbados. Un ejemplo es Ali Sonboly, de 18 años, de ciudadanía alemana-iraní que gritando obscenidades a los extranjeros mató a tiros a nueve personas, siete de ellas adolescentes, en Munich en julio de 2016. Fue influenciado por Anders Behring Breivik, el supremacista blanco que asesinó 77 personas en Noruega en 2011. Naturalmente, no se trata de negar el verdadero peligro del terror de ISIS, su relación simbiótica con el terror occidental y el hecho de que hay infiltrados de ISIS entre los refugiados.

Investigadores del Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al mismo en Maryland encuentran que los objetivos más probables del terrorismo en todo el mundo son musulmanes, pero la prensa no es precisamente entusiasta cuando se trata de publicarlo. En Alemania hubo casi diez ataques diarios contra inmigrantes en 2016. Cuando el terrorista es un blanco anglosajón como Darren Osborne, quien al grito de "voy a matar a todos los musulmanes", atacó recientemente a la gente en la mezquita de Finsbury Park de Londres, prevalece la timidez semántica. ¿Terrorista? No, está "perturbado" (The Telegraph). ¿Fue "perturbado" por titulares omnipresentes como "Los niños británicos forzados a tomar comidas halal en las escuelas"?

Los políticos sociópatas, el neurotransmisor dopamina y la enfermedad mental de los refugiados

¿Qué dice el discurso rutinario inductor de odio sobre la sociedad que lo condona pasivamente? Respuesta: es una locura. Bueno, eso si se acepta la definición de salud mental de la OMS como "estado de bienestar en el que cada individuo realiza su propio potencial, puede desenvolverse con los problemas normales de la vida, puede trabajar productivamente y está en condiciones de hacer una contribución a su comunidad". Pero la salud mental de la sociedad capitalista actual es sacrosanta, incluso si sus políticos son sociópatas y los ejemplos de su sociopatía abundan, desde, por ejemplo, la troika y como llevó adelante su austericidio en Grecia, hasta Theresa May que quiere exonerar a los soldados británicos de la ley humanitaria.

El año pasado, más de 1,4 millones de personas solicitaron asilo en Europa, principalmente en Alemania. Más del 10 por ciento han sufrido cambios permanentes en sus personalidades debido a terribles experiencias en áreas devastadas por la guerra como Siria, Irak y Eritrea. La mitad de los refugiados sirios tienen problemas de salud mental. La naturaleza nociva del estrés social se destaca en un estudio realizado en la Universidad de Maastricht, mostrando que la exclusión social aumenta el riesgo de psicosis al cambiar la sensibilidad del cerebro al neurotransmisor dopamina. Otro hallazgo de una serie de estudios, que contradice los clichés maliciosos, es que pocos inmigrantes y refugiados con enfermedades mentales se vuelven violentos.

La enfermedad mental se inflige a los refugiados como un resultado indirecto de las prácticas pasadas y presentes de sociedades más privilegiadas. Estas han ocasionado las razones traumáticas para salir de casa, pérdida (especialmente de los miembros de la familia), viajes de pesadilla y condiciones agotadoras de los campamentos de refugiados. Los suplicios del reasentamiento -negación de la cultura, identidad, hogar, posición social y lenguaje, impotencia, la necesidad de adaptarse a un ambiente extraño, condiciones insalubres, nutrición inadecuada y la hostilidad general, sin mencionar la responsabilidad cargada sobre los niños que aprenden nuevas lenguas y normas culturales más rápidamente que sus padres - no hacen más que aumentar las probabilidades de desgarro. Un neuropsicólogo de Texas, el Dr. M. K. Hamza, que encuentra que el TEPT no describe adecuadamente el sufrimiento de los niños sirios, habla de un "síndrome de devastación humana". Para empeorar las cosas, los trastornos mentales pueden afectar gravemente la salud física. Las personas con trastorno de estrés postraumático son dos veces más propensas a tener enfermedades del corazón debido a la ansiedad de "lucha/corre" (respuesta de estrés agudo) permanente, que acelera el ritmo cardíaco y la producción de adrenalina.

Unos 13.000 inmigrantes y refugiados, incluidos más de 5.000 menores de edad, han estado recluidos en terribles condiciones en las islas griegas durante más de un año, sin tener idea de cuál será su destino y bajo amenaza de deportación a Turquía. Muchos de ellos, incluso niños pequeños, se dañan a sí mismos e intentan suicidarse. En 2016, el gobierno del Reino Unido informó de que los intentos de suicidio de refugiados habían alcanzado un máximo histórico (casi 400 casos) y lo mismo el daño auto-infligido. Después del acuerdo de la UE con Turquía para la retención de refugiados, intentando disuadir a la gente de cruzar el mar Egeo, se ahogan más refugiados que nunca: puede que hayan menos intentos pero la gente desesperada está usando barcos más endebles. Sin embargo, los líderes europeos siguen siendo indiferentes. Y este verano, activistas de extrema derecha intentan usar sus propios barcos para interrumpir el trabajo de los buques de búsqueda y rescate.

Es un lugar común que factores estructurales como la pobreza, la desigualdad, la falta de vivienda y la discriminación crean sentimientos de inseguridad y, en consecuencia, causan y agravan los trastornos mentales. Por lo tanto, lógicamente, las soluciones deberían buscarse en el sistema. La falta de seguridad financiera agrava los problemas de salud mental en países que no están afectados por la guerra u otras catástrofes, pero la situación es infinitamente peor para los refugiados. Las políticas públicas de protección social y económica son cruciales. Esto está confirmado por los resultados de proyectos en varias partes del mundo en que las poblaciones recibieron algo que se aproximaba a un ingreso básico incondicional.

¿Desigualdad, salud mental, cyborgs, derechos humanos?

En 1996, el consejo tribal de la Franja Oriental de la Nación Cherokee en Carolina del Norte votó para distribuir la mitad de las ganancias de su casino de manera uniforme entre aproximadamente 15.000 miembros. Los pagos son ahora de alrededor de $ 10.000 por persona por año. Jane Costello, de la Universidad de Duke, ha estado estudiando los efectos de estos pagos en 1.420 niños durante más de veinte años y comparando la vida de los que obtuvieron los pagos con los que no los tuvieron, ha encontrado, entre otras cosas, que en el primer grupo, las afecciones por salud mental se redujeron en casi un tercio. A mediados de la década de 1970 el experimento "Mincome" del gobierno federal canadiense y el gobierno provincial de Manitoba dio un ingreso básico a cada residente de la ciudad de Dauphin. Cinco años después, la hospitalización por problemas de salud mental había disminuido drásticamente. Otro proyecto en Kenia mostró que la salud mental mejoró con los pagos en efectivo, mientras que en una zona rural pobre de Namibia los resultados de un proyecto de dos años superaron las expectativas en cuanto a salud, tasas de abandono escolar (de 40% a casi 0%) y una comunidad mucho más consolidada.

La operación humanitaria habitual proporciona alimentos, asistencia médica y refugio mínimo, pero no ofrece seguridad ni permite que la gente construya nuevas vidas. Sin embargo, Andrew Harper, el principal representante de ACNUR en Jordania, optó por otorgar subvenciones en efectivo a los refugiados para que pudieran defenderse por sí mismos fuera de los campamentos. Después de su comienzo en Jordania, la iniciativa involucra actualmente a 1,9 millones de refugiados en Irak, Líbano y Egipto, especialmente grupos vulnerables como familias encabezadas por mujeres. En Líbano, 87.700 familias gastaron el dinero en lo básico y para seguir llevando a los niños a la escuela. En el otro extremo de la escala, Harper ha reducido sus costos personales en dos tercios.

En su artículo sobre los niños refugiados, muertos en vida, de Suecia, Rachel Aviv cita al filósofo canadiense Ian Hacking: "¿Qué hace posible, en tal y tal civilización, el camino hacia la locura?" Como Karl Jaspers previó hace mucho tiempo, la tecnocracia está convirtiendo a los humanos en peones. Los cinco hombres más ricos del mundo poseen casi tanto como 750 millones de personas y están promoviendo cosas como las pulseras Galvanic Skin Response para medir el compromiso de los escolares (Gates), o querer que la gente se convierta en cyborgs, o androides (Musk). Las implicaciones de la inteligencia como un poder crítico autónomo son inquietantes. Los derechos humanos no tienen cabida aquí. Y sin la seguridad de los derechos humanos básicos, la gente tiende a volverse loca. Pero la verdadera locura está representada por el poder concentrado en esos cinco hombres. Si hay que ayudar a los refugiados, hay que aplicar un viejo principio: médico, sánate a ti mismo. Mientras tanto, el síndrome de rechazo generalizado podría ser la única respuesta sana a un sistema criminalmente insano que continúa creando irresponsablemente refugiados, culpándolos y castigándolos.

 

(*) Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de SinPermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro es "Renta Básica contra la incertidumbre" (Ed. RBA, julio 2017).

(*) Julie Wark es autora del Manifiesto de derechos humanos (Barataria, 2011) y miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.

Fuente:

Counterpunch, edición papel, julio 2017

Traducción:

Anna Maria Garriga Tarré


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