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Buscado a Paolo Brosio. Corrupción, crisis y cambio. Italia, 1992-España, 2016

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Por Paola Lo Casio (*)

Ahora es un devoto de la virgen de Medjugorje, enclave croata y católico en la castigada república de Bosnia y Herzegovina. Se pasea, a veces, por los platós de televisión para explicar cómo, después de unos tumultuosos años de vida al límite (droga, alcohol e inversiones arriesgadas), desde 2009 y por intercesión mística balcánica, ha vuelto a nacer, como explicó en un libro que tituló

Perché Medjugorje ha cambiato la mia vita.

 

Es Paolo Brosio, el periodista que durante tres años, desde 1992 a 1994, hiciera sol, lluvia o viento -esquivando transeúntes y tranvías que ya se habían acostumbrado a su figura pequeña, a su semblante de oficinista norteño-, plantado con un micrófono en mano delante de las puertas del Tribunal de Milán explicó, desde la cadena Retequattro -propiedad de Berlusconi-, los pormenores de las investigaciones y los juicios de Tangentópolis. Un personaje familiar para todos los italianos de más de cuarenta años. Un bardo, la imagen de una época, del hundimiento, en cuestión de meses y bajo la batuta de un grupo de magistrados valientes y mediáticos, del sistema de partidos que había regido durante cuarenta años uno de los países fundadores de la CEE. Aquella pieza estratégica del diseño atlántico durante la guerra fría simplemente se deshizo como un azucarillo en un delicioso espresso.

Han sido muchos -comentaristas agudos, como Enric Juliana, e incluso viejas y controvertidas glorias de la política, como Felipe González- los que han avanzado una especie de comparación entre la situación italiana del principio de los 90 y los agitados tiempos de cambio y de corrupción que España está viviendo en los últimos años.

Un ejercicio parecido lo empezó a hacer también el director de esta revista, Miguel Mora, hace unos meses, con ocasión del estreno de la serie televisiva italiana 1992, que, apenas superadas las dos décadas de los hechos, confeccionaba la narrativa televisiva -y por lo tanto intrínsecamente nacional-popular-- de aquellos hechos, demostrando una vez más, que junto a los tanques norteamericanos que liberaron Italia al final de la Segunda Guerra Mundial, llegó también, para quedarse, la cultura del entertaintment.

Este texto quiere aportar una breve reflexión y avanzar algunos elementos para analizar similitudes y diferencias. 

El primer elemento es la concentración con la que han salido a la luz los casos de corrupción. En Italia la fase más aguda de las investigaciones referentes a los grandes partidos de gobierno tuvo lugar en poco más de dos años, entre 1992 y 1994. Un caso de corrupción en la sanidad de Milán (el socialista Mario Chiesa fue detenido in fragranti mientras recibía un soborno de 7 millones de liras) acabó por destapar varias tramas millonarias vinculadas, sobre todo, a las grandes empresas de titularidad estatal. En el caso español el ritmo ha sido quizá más lento, pero igual de continuo. En España los primeros casos emergen en 2007 y todavía en 2016 no hay visos de que pueda remitir.

El segundo elemento es el momento histórico internacional que, en los dos casos y de forma diferente, ha influido e influye sobre lo que está ocurriendo. Tangentópolis estalló en los años inmediatamente posteriores a la caída del muro de Berlin, pero también en un momento decisivo para el crecimiento del proyecto europeo, al final de la Comisión Delors que, además de plantear avances significativos en la integración económica y monetaria, representa todavía hoy -- y a pesar de sus límites-- el último intento de cierta envergadura de dotar de contenidos políticos a las instituciones europeas.

La crisis italiana se enmarcó en un ecosistema continental en el cual todavía las grandes familias políticas tradicionales (socialdemócratas in primis) no habían consumado del todo su impotencia frente a la fuerza de los mercados. O dicho de otra forma, todavía la política parecía (por muy traicionera que fuera lo que en definitiva era ya probablemente sólo una percepción) tener algún tipo de margen de maniobra con respecto a la economía.

Veinte años más tarde parece ser precisamente ese el elemento decisivo: la crisis española llega de la mano de la crisis política y económica continental, y al malestar de la ciudadanía por las conductas delictivas concretas de los políticos, se añade una desconfianza general en la democracia representativa, incapaz de prever, atajar y corregir el tsunami al que los caprichos de unos mercados desregulados y la falta de escrúpulos de los poderes fuertes han sometido al conjunto de los ciudadanos, o como mínimo a los del sur de Europa, llevándose por delante el modelo social europeo.

Un segundo elemento tiene que ver con el papel de los partidos tradicionales. El ya famoso discurso pronunciado por Bettino Craxi, secretario del Partido Socialista Italiano en la Cámara de los Diputados, en julio de 1992 cuando reivindicó en cierta modo la "obviedad" de la financiación ilegal de los partidos (debida precisamente a unos "costes de la política" considerados ineludibles), fue a la vez una reivindicación (delictiva y a destiempo, pero reivindicación, al fin y al cabo) del papel central de los partidos. Hoy en día sería impensable: su descrédito ha tocado cotas nunca alcanzadas, y en cierta manera representa el core issue de la crisis política española.

En tercer lugar hay que destacar el papel de la magistratura. En el caso italiano los propios padres de la Constitución de 1948 dibujaron un esquema institucional que otorgaba y otorga una autonomía consistente a jueces y fiscales. El sistema judicial español, heredero de las inercias legadas por el franquismo, deja a la judicatura en una posición de inferioridad con respecto al poder político.  En este sentido resulta sintomática la sorpresa por el "atrevimiento" de algunos miembros de la fiscal; durante mucho tiempo estos han actuado más como defensores de los grandes partidos que como sujetos autónomos en su tomas de decisiones. 

Otro elemento más es la "distribución" de la corrupción. Más allá del hecho de que en Italia existían (y todavía existen) enormes áreas de territorios en mano de organizaciones criminales en los cuales las prácticas delictivas están ligadas a las inevitables hibridaciones "locales" con la política, Tangentópolis fue un fenómeno que afectó el corazón del sistema, y en especial a la financiación de los partidos a través, sobre todo, de las grandes empresas estatales.

En el caso español --de momento con la excepción del PP-- la territorialización parece más acusada. Los casos de la Comunidad Valenciana, Madrid, Andalucía y Cataluña ofrecen la medida de diferentes ecosistemas corruptos ligados al mantenimiento de clanes políticos a escala regional. Solo por dar un ejemplo, el vector principal de los 200.000 millones robados y malgastados cada año (según un informe elaborado por diputados de UpyD) han sido las competencias ejercidas de forma descentralizada. Casos muy llamativos han sido la especulación inmobiliaria y el papel de los ayuntamientos, o por ejemplo la construcción de colegios (en su mayoría católicos), competencia de las comunidades autónomas. Esto ha acabado afectando de forma muy clara también a la dimensión cuantitativa: el total de condenados en firme en Italia por el megaproceso Tangentópolis asciende a 1.300 personas (y más de cuatrocientos declarados absueltos), con algún suicidio excelente como el caso de Raul Gardini, presidente de Montedison o de Gabriele Cagliari, ex presidente de ENI. En España, donde la mayoría de procesos siguen abiertos, entre 2010 y 2015 se ha detenido a más de 8.000 personas y se han iniciado más de 4.000 procedimientos.

Por otro lado también la implicación de los sujetos presenta similitudes y diferencias. En Italia los procesos de 1992-1994 se llevaron por delante prácticamente a todos los partidos que, de una forma o de otra, habían ejercido responsabilidades de gobierno, pero quedaron fuera del perímetro de la corrupción instituciones y organizaciones importantes, como los sindicatos o el jefe del Estado.

En los años siguientes esos sujetos ejercieron de alguna manera de suplentes de la política tradicional. De otra forma no se entendería la tolerancia --o incluso el consenso-- hacia los muchos gobiernos "técnicos" que Italia ha tenido a lo largo de su historia, justamente a partir de aquella coyuntura. La tempestad que embiste el sistema español parece no dejar de lado, en cambio, a ninguna institución: empresas, sindicatos, bancos, partidos, clubes y presidentes de fútbol, medios públicos y subvencionados, sin olvidar a la Casa Real.

El último elemento que se puede considerar en este breve repaso es la respuesta de la opinión pública y de la ciudadanía, y la manera en que ésta se ha acabado conjugando políticamente. En Italia la protesta ciudadana por la corrupción no cuajó de forma unívoca. En aquellos años el grueso de las movilizaciones se orientaron y vertebraron contra la mafia: en aquellos mismos años morían bajo los golpes criminales los jueces Falcone y Borsellino, mientras las calles se llenaban de gente reivindicando una "nueva resistencia" que pusiera en el centro del debate el respeto de la legalidad. Las explosiones de rechazo a la corrupción política fueron esporádicas, no organizadas, pero no por ello menos duras: en la retina de la ciudadanía italiana quedan las imágenes de Bettino Craxi saliendo del Hotel Raphael --su domicilio romano-- el 30 de abril de 1993, cuando centenares de ciudadanos se congregaron allí para tirarle, literalmente, monedas.

Por otra parte el potencial regenerador se fraguó en un movimiento municipalista que dio sus frutos en ciudades importantes y en un poderoso movimiento referendario en favor de una reforma electoral que introdujese los colegios uninominales para limitar el poder de los partidos y favorecer la identificación entre representantes y territorios, a nivel general la "transición italiana" se saldó con fenómenos harto preocupantes. El PDS -heredero del PCI-, único gran partido que se había quedado fuera de la gran corrupción, creyó que automáticamente había llegado su turno y, en cambio, pagó el anticomunismo intrínseco de una parte de la sociedad italiana y sus propias debilidades, revestidas de autoconfianza. Quiénes se hicieron con los activos de la liquidación del sistema de partidos nacido después de la Segunda Guerra Mundial fueron la Liga Norte, los neofascistas del MSI (rápidamente emergidos del ostracismo que habían vivido) y, sobre todo, Silvio Berlusconi y su nuevo y flamante movimiento, Forza Italia, que inauguró un ventennio dramático para Italia desde mucho puntos de vista.

Uno de ellos fue justamente la actitud de beligerancia frente a la magistratura y frente al concepto de legalidad en general: no sólo en las dos largas décadas en las que el Cavaliere protagonizó la vida política italiana la corrupción no remitió, sino que se normalizaron (incluso legalmente) algunas prácticas delictivas, como la falsedad contable.

El caso español apunta diferencias importantes: el big-bang del 15M fue profundo, duradero y fructífero, y tuvo en la protesta contra la corrupción uno de sus motores fundamentales ("no hay pan para tanto chorizo"). Lejos de refugiarse en la antipolítica --o en la delegación en figuras fuertes-- ese enorme magma se ha canalizado en diferentes formas (locales y nacionales, luego globales), ofreciendo no sólo un proyecto de cambio, quizá imperfecto, quizá incompleto, pero que ha activado energías profundas en la sociedad española, sino imponiendo a todos los actores --también los tradicionales, por mucho que intenten resistirse-- una agenda política en la cual la lucha contra la corrupción está claramente en el centro.

Es pronto para saber cómo se saldará la crisis española en su vertiente política y en su vertiente judicial. Y, además, todavía no apareció un Paolo Brosio para contar la historia.

 

(*) Paola Lo Cascio es Licenciada en Ciencias Políticas (Universdad La Sapienza, Roma 1999) y Doctora en Historia, (Universidad de Barcelona, 2005).


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