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“La estrategia del populismo será ineficaz”. Entrevista

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Eric Fassin, profesor de ciencias políticas en la Universidad Paris VIII y que tiene un blog en Mediapart, acaba de publicar en las ediciones Textuel un corto ensayo, Populismo: el gran resentimiento. Este texto es una tentativa de pensar a contracorriente de lo que Chantal Mouffe y Ernesto Laclau llaman "el momento populista

Christian Salmon: ¿Como definir este "momento populista" que se ha convertido en estos últimos años en la encrucijada de las luchas políticas y que inspira tanto a movimientos de derechas como de izquierdas contra el neoliberalismo?  Y ¿ puede hablarse también de un populismo neoliberal?

Éric Fassin: Los especialistas del populismo están de acuerdo en un punto: no se puede definir. Ciertamente existen populismos y desde hace mucho tiempo: es el caso de los intelectuales rusos de mitad del siglo XIX, o del mundo rural en Estados Unidos, algunos decenios más tarde; o también, más cerca de nosotros, en América Latina, especialmente con Juan Perón y los peronistas en la Argentina de Ernesto Laclau. ¿Hay que buscar un denominador común a todos estos populismos, comprendidos los que nos son más familiares? No lo creo. Pienso más bien que tienen tan solo un aire de familia: un rasgo común con tal populismo, otro con tal otro y así sucesivamente.

Lo que no impide, desde luego, utilizar la palabra. Su carácter indefinido invita a aprovecharse de la ambigüedad de este "significante vacío". Por ello, el análisis de la "razón populista" de Ernesto Laclau en 2005 desemboca ahora en el de su viuda, Chantal Mouffe, centrado en el "momento populista".

Naturalmente, después del referéndum sobre el Brexit y la elección de Donald Trump se comprende el eco de esta fórmula. Quiere verse en ella la revuelta del pueblo contra las élites. Pero ¿qué élites? En todo caso me resulta difícil leer estos dos votos como victorias contra el neoliberalismo. El partido conservador continúa en el poder con Theresa May. Y, en Estados Unidos, es más que nunca Wall Street quien dirige el país. Resumiendo ¡no agradar a las élites mediático-políticas no es suficiente para ser un adversario del neoliberalismo!

Para comprender este malentendido hay que volver al punto de partida de Chantal Mouffe. Es más bien lo que podría llamarse el "momento neoliberal", es decir, la adhesión de los laboristas británicos al social-liberalismo, con Tony Blair ( la lección vale también para Bill Clinton y el partido demócrata y para otros social-demócratas, como en España o en Francia). La filósofa belga denuncia acertadamente "la ilusión del consenso", es decir una visión gestora de la política. Reivindica hacer sitio a la política y, por lo tanto, al antagonismo o al agonismo. Solamente que hay que saber a que se hace oposición (que visión del mundo) y no solamente a quién (las élites). El problema es que esta historia equivale a poner entre paréntesis lo que ha precedido al blairismo, es decir el thatcherismo. Recuerdo los análisis de Stuart Hall: según  esta gran figura de los estudios culturales, Margaret Thatcher impone su revolución neoliberal gracias a un populismo autoritario. ¿ No es verdad que ha conseguido oponer "el pueblo" al "Estado", defendido  por los laboristas?  Dicho de otra forma, el mismo neoliberalismo puede pasar por el populismo. Lo que es cierto actualmente de Donal Trump lo era ya de Ronald Reagan.

Resumiendo, el populismo no es de ninguna manera una prueba de resistencia al neoliberalismo. No hay más que mirar a nuestro alrededor, de la Hungría  de Viktor Orbán a la Turquía de Erdogan: el populismo autoritario se pone al servicio de las políticas neoliberales.

En el centro de su libro aparece la figura del "Despoblador" de Beckett. ¿Es, según Ud. el Despoblador neoliberal quien, a pesar de sus discursos universalistas, levanta a un pueblo contra otro e inspira el "momento populista" que atravesamos?  ¿Como desmontar  las estrategias del Despoblador neoliberal?

Mi libro va dirigido a la izquierda y, esta vez, a la izquierda de la izquierda. Esta reflexión se inscribe en el prólogo de mi ensayo del 2014, Izquierda: el futuro de una desilusión. Denunciaba entonces la derechización sin fin del partido socialista, que me parecía la causa primera de una derechización extrema del paisaje político en Francia. Los acontecimientos posteriores, del estado de urgencia a la ley del trabajo, no me han llevado, desde luego, a revisar mis conclusiones....

Pero este análisis político era inseparable de un análisis del régimen económico: me he alimentado de los análisis del filósofo Michel Feher sobre la condición neoliberal y la financiarización de nuestras sociedades. Actualmente, continúo el análisis gracias a Undoing the Demos, de Wendy Brown (publicado en la colección sobre el neoliberalismo que dirige junto a ella) [en Zone Books, editorial no lucrativa fundada en 1985 - ndlr].

Según esta obra mayor, el capitalismo neoliberal destruye el demos, podría decirse, por todos lados: se puede hablar de "de-democratización". Leo a esta politóloga en paralelo a los análisis recientes de Achille Mbembe, para quien la raza es la cara sombría del capitalismo neoliberal. Es lo que, por mi parte, he intentado reflejar en nuestro libro a cuatro manos: Roms & vecinos. Una política municipal de la raza [coescrito con Carine Fouteau, Aurélie Windels y Serge Guichard, ediciones La Fabrique. Leer aquí resumen y extractos - ndlr]. En fin, tomo prestado a Jean-François Bayart sobre el "nacional-liberalismo" para el análisis del carácter  autoritario de los regímenes neoliberales.

Mil maneras de destruir la democracia.

No hablo solamente de las derivas abiertamente antidemocráticas (como en Turquía o en Hungría), sino también de lo que llamo "golpes de Estado democráticos". Pienso, por ejemplo, en lo que ha pasado en Grecia, donde el golpe de fuerza (#ThisIsACoup) venía "de los bancos y no de los tanques", según la fórmula cara a Yanis Varoufakis.

En Brasil, podría decirse que el partido obrero ha sido derribado, al mismo tiempo que la presidenta Dilma Rousseff, por los votos de los parlamentarios y no por las botas militares. En cuanto a Francia, la ley del trabajo ha podido ser adoptada según las formas democráticas del 49.3  sin jamás ser votada por el Parlamento....

En suma, hay mil maneras de destruir la democracia, de las que se aprovecha muy bien un capitalismo neoliberal. ¿Podía haberse olvidado, después de la caída del muro de Berlín y sus esperanzas democráticas, que el Chile de Pinochet había sido el laboratorio de las mismas desde 1973? ¿Cómo desmontar las trampas del gran Despoblador neoliberal? Yo diría que hay que empezar por resistir a lo que llamo "la depresión militante". No es fácil ser de izquierdas  actualmente; y menos todavía de militar, ya que puede tenerse el sentimiento de ir de derrota en derrota.  El "Es la lucha final" sonaría casi como un canto fúnebre...Es en el fondo el triunfo final del TINA. La fórmula viene de Margaret Thatcher: "There is no alternative". Los social-demócratas la han adoptado: tampoco para ellos hay alternativa. Queda la izquierda de las izquierdas. Pero, a fuerza de derrotas ¿no acabamos también nosotros por dejarnos llevar por el miedo de que no hay victoria posible? Para evitar la desesperación, y por lo tanto el desánimo que desmoviliza, hay que empezar a imaginar de nuevo opciones alternativas - y en primer lugar, la posibilidad misma de hacer política. Es por ello que los movimientos sociales, desde Nuit Debout a las movilizaciones de las peluqueras de Strasbourg, pasando por los nuevos antirracismos políticos, me parecen alentadores para quien quiera escapar a la depresión política. Por lo menos, todavía hay algo que se mueve....Resumiendo, debemos buscar los medios para escapar a lo que la filósofa catalana Marina Garcés llama "las cárceles de lo posible".

 

La victoria de Trump en Estados Unidos ha sido analizada como una bofetada al sentido común no del público, como decían los futuristas rusos, sino de las élites, una especie de insurrección ciudadana contra el neoliberalismo. Ahora bien, para Ud. la victoria de Trump no es una victoria del pueblo contra las élites sino una victoria de la abstención. Trump ha sabido movilizar las "pasiones tristes" del nacionalismo, del racismo y de la xenofobia y levantar un pueblo no contra las "élites" sino contra otro pueblo desmovilizado, abandonado por la izquierda y que se ha refugiado en la abstención.

Lo que me ha sorprendido es que se ha impuesto enseguida una lectura falseada de la sociología electoral. Si hay que creer a un gran número de comentaristas, son los obreros blancos los que habrían dado sus votos a Trump para garantizar su victoria - como los Reagan Democrats de la clase obrera en 1980. En realidad las cosas son más complicadas, como demuestra el análisis de los sondeos   a pie de urnas (que a diferencia de los otros, son fiables). En primer lugar hay que recordar que los electores menos ricos (ingresos inferiores a 30.000 dólares por año) han votado más por Hillary Clinton (12 puntos más). Incluso considerando tan solo a los blancos, no hay correlación entre los ingresos y el voto Trump; dicho de otra forma, incluso entre los blancos, los pobres no han votado más por él que las clases medias o los ricos.

¿Cómo es que se continúa repitiendo lo contrario? Es porque se constata la desafección de las clases populares por los demócratas - como en Francia por el partido socialista (efectivamente, esos electores han votado mucho menos por Hillary Clinton que por los candidatos demócratas que le han precedido). Sin embargo, los decepcionados de la social democracia no se echan inevitablemente en brazos de los populistas de derechas: la decepción por la política los empuja mucho más hacia la abstención.

Es cierto también en Francia. La hipótesis del "izquierdo-lepenismo", según la cual los electores de izquierdas (especialmente comunistas) se convertirían en masa al Frente nacional, es desmentida por las encuestas de Nonna Mayer y Florent Gougou.  No se va de la izquierda a la extrema derecha, sino más bien de la derecha a la extrema derecha. Por el contrario, los electores de izquierda, especialmente las clases populares, pueden volverse hacia la abstención. No es por casualidad que en Estados Unidos como en Francia, las clases populares están súper-representadas entre los abstencionistas, tal como han demostrado Céline Braconnier y Jean-Yves Dormagen en su obra clásica sobre La democracia de la abstención [ediciones Gallimard, colección Folio Actual - ndrl]. Estas clases se sienten traicionadas por los políticos y, por lo tanto, ya no quieren sentirse concernidas por la política. Es a los decepcionados de la política a los que hay que dirigirse prioritariamente y no a quienes sucumben a las sirenas del fascismo. Estoy convencido de que no se conseguirá convertir el resentimiento (de derechas) en indignación (de izquierdas). Ya que, si bien estoy de acuerdo con Laclau y Mouffe que en política  hay que hacer sitio a las emociones y no solamente a la razón, creo que hay que distinguir entre afectos diferentes: no hay que confundir el rencor con la cólera...¿Cómo comprender, si no, que el "lepeno-izquierdismo", es decir la transición de los electores del FN hacia la izquierda, no tenga ninguna realidad en la sociología electoral?

La ceguera a los retos de clase.

Por la misma razón me resisto a la idea de que el sufrimiento de los electores de Marine Le Pen merece compasión. En primer lugar no olvidemos a su electorado de clase media y superior. A continuación, hay efectivamente, en las clases populares, mucho sufrimiento social; pero ello no se traduce necesariamente por un voto FN. Hay gente que sufre y se abstiene y hay otros que, a pesar de todo, continúan votando a la izquierda. Por lo tanto, el sufrimiento no es pues la explicación del voto de extrema derecha. Creo que hay que evitar cualquier condescendencia: los electores de las clases populares son también sujetos políticos. Y algunos, tanto si sufren como si no, se complacen en un voto de resentimiento. No vamos a compadecerlos con la ilusión de que podrían engrosar las filas de la izquierda.....

El concepto de lucha de clases tiende a desaparecer en beneficio de la oposición entre ellos y nosotros, las masas y la casta, el pueblo y la élite. La figura de un pueblo fantasmagórico y único tiende a substituir  a las diversas categorías sociales y la defensa de los intereses de este pueblo toma el lugar de los conflictos ideológicos y de los afectos que estructuran el combate ideológico y político. ¿Cómo explica Ud. este deslizamiento del proletariado al pueblo y de las clases sociales a las masas?

El populismo se presta a una ambigüedad. ¿Se trata del pueblo frente a las élites, es decir, de la inmensa mayoría de la población, o solamente de las clases populares? Laclau y Muffe intentan romper con una visión puramente sociológica de la política que ha nutrido al marxismo. Cierto ¡las clases no votan necesariamente en función de sus intereses! Pero es tentador pasar del pueblo a las clases populares. Ahora bien, sin volver al sociologismo, creo que sería una equivocación renunciar a la lucha de clases. Cuando la derecha moviliza contra los "asistidos", hay que oponerle una lucha de clases de izquierdas. La ceguera a los desafíos de clase se debe, en mi opinión, a dos razones. La primera es la emergencia, después de más de diez años, de una "cuestión racial", que ya va siendo hora de articular con la "cuestión social", en lugar de enfrentarlas. Se cita siempre el informe publicado en 2011 por la Fundación Terra Nova, que proponía construir una mayoría electoral "a la Obama": tomando nota de la desafección de las clases populares hacia el PS, se trataba de cultivar, junto a las mujeres, los jóvenes y los diplomados, las minorías raciales.

La idea escandalizó - con razón. Pero la respuesta ha sido desastrosa: muchos han pensado que hacía falta, a la inversa, preferir "el pueblo" a las minorías raciales. Esto constituye el éxito de los análisis de un

Christophe Guilluy. Tal como lo hemos demostrado, con el colectivo Cette France-là, en Xénophobie d'en haut, en 2012 [ediciones La Découverte - ndlr], es absurdo oponer las clases populares a las minorías raciales, ya que éstas están súper-representadas en ellas; pero también es peligroso ya que ello equivale a imaginar un pueblo blanco....La segunda razón, que completa la primera, está relacionada con la subida del registro cultural, que señalaba ya en el 2010 Le Déni des cultures [éditions du Seuil - ndlr], del sociólogo Hugues Lagrange. Desde el 2000 nos la tomamos con los "bobos": este término, inventado en los Estados Unidos por un neoconservador, se importó rápidamente a Francia para descalificar  a los franceses más ricos en educación que en dinero. Son éstas las verdaderas élites a las que habría que castigar por su egoísmo....El problema es que nos encontramos aquí con la misma lógica neoconservadora que ha apoyado a los Republicanos al otro lado del Atlántico. Es como si fuera culpa de los "bobos" que "los pobres votan a la derecha", para retomar el título (en castellano) del célebre ensayo de Thomas Frank. Es decir, a fuerza de interesarse por el capital cultural (los profesores que van al teatro y los intermitentes[1] del espectáculo que comen "bio") se olvida el capital económico. Por ejemplo, los electores de Trump tenían menos títulos, pero no eran menos ricos. Se comprende el interés de este truco para la derecha. Se comprende mucho menos para la izquierda. La paradoja es mayor cuando se tiene en cuenta el retroceso del peso del capital cultural en la jerarquía social desde la época de los análisis de Pierre Bourdieu: para convencerse de ello basta con comparar a Nicolas Sarkozy y François Hollande con charles de Gaulle y François Mitterrand....

Las dos lógicas (racial y cultural) convergen con "la inseguridad cultural", cara a Laurent Bufet. Mientras que se puede distinguir "la inseguridad real" del "sentimiento de inseguridad", esta distinción desaparece cuando se trata de "la inseguridad cultural": el sentimiento subjetivo se convierte en verdad objetiva...Con lo que se acaba creyendo que la clase se definiría en primer lugar en términos culturales.  Estoy convencido de que una ideología de este tipo, cultural o culturalista, nos impide restablecer una visión del mundo en términos de clases que, lejos de oponerse a la "cuestión racial", la engloba. Es el único medio de evitar encerrarse en la fantasmagoría de un pueblo blanco del que se habrían evacuado las minorías.

 

 

Se ve fácilmente lo que la sociología puede perder con este reduccionismo populista. Pero la política ¿no lo pierde todo, también, con esta simplificación de las luchas sociales que hace desaparecer la oposición entre derecha e izquierda? ¿Se puede distinguir un populismo de derechas de uno de izquierdas lavando el segundo de los defectos del primero (el racismo, la xenofobia, la homofobia)? ¿Se puede distinguir, como con el colesterol, un buen populismo y un populismo malo? ¿Cómo diferenciarlos?

Chantal Mouffe y Ernesto Laclau han animado a Jean-Louc Mélenchon a revertir  los símbolos "nacional-republicanos" (con referencia a Gramsci). Es así como el candidato de la Francia insumisa opone el relato nacional republicano de la Revolución al étnico galo. ¿Por qué no? Sin embargo, creo que con el establecimiento de una figura unificada del pueblo se corre el peligro de dejar en un segundo plano las cuestiones minoritarias.

Es la diferencia entre el discurso de Jean-Luc Mélenchon en Marsella en 2017 y el de 2012: actualmente hace un minuto de silencio por los refugiados muertos en el Mediterráneo; anteriormente se dirigía de entrada "particularmente a aquellos que han llegado del mar": no se trataba tanto de emigrantes como de un componente del pueblo. Así, hace cinco años, el candidato del Frente de izquierdas declaraba: "Somos el mismo pueblo los que estamos ahí. Ya sea español, ya seda árabe, ya sea bereber, ya sea italiano, ya sea griego, ya sea francés y así sucesivamente". Es la música que se oye menos actualmente cuando habla del pueblo francés.

¿Cuál es el lugar de las minorías dentro  del pueblo?

Es verdad que este tipo de preocupación era el punto de partida de las reflexiones de Chantal Mouffe; pero actualmente ya no habla apenas de ellas. ¿Cuál es el lugar de las minorías en el pueblo? Se comprende que en Argentina la cuestión apenas se plantee: es un país blanco, sin inmigración ni minorías raciales (o casi). Pero ¿qué ocurre con las minorías sexuales en América Latina? Más cerca de nosotros, en la España de Podemos, se ve claramente que la dificultad reaparece cuando se habla de "patria" : ¿qué pasa, dentro de esta unidad, con Cataluña? Las tensiones con Ada Colau ponen de manifiesto las dificultades que plantea la visión de un pueblo unificado.

Hablar de un populismo de izquierdas es hacer la hipótesis de una base común con el populismo de derechas. Pero puesto que no es el rechazo del neoliberalismo, y si no es el nacionalismo xenófobo ¿qué es lo que los acerca?  El populismo vendría primero; la distinción entre derechas e izquierdas estaría pues en segundo lugar. "Izquierda" sería solo para calificar al sustantivo "populismo". Se comprende el interés de esta idea para la extrema derecha: Actualmente es la figura estandarte de la Nueva derecha, Alain de Benoist, quien publica un libro titulado El momento populista cuyo subtítulo es claro: Derecha/izquierda, se ha acabado. Ahora bien, él se apoya en Laclau y Mouffe - y llega incluso a entrevistar a ésta en Krisis, su revista....No creo que a la izquierda le interese tomar como punto de partida el antiliberalismo de derechas de un Carl Schmitt, tal como propone Chantal Mouffe. No consigo entender como podría hacerse sin detrimento de los derechos, especialmente los de las minorías. En contraposición a un Jean-Claude Michéa, estoy convencido de que hay que tomar como punto de partida la oposición entre derecha e izquierda. Debe estar en primer lugar.

Si se aplica la categoría del populismo a la elección presidencial actual ¿no hay en el fondo una especie de competición entre varias formas de populismo: un populismo de extrema derecha, con Marine Le Pen, un populismo nacional-liberal, con François Fillon, neoliberal, con Macron, y un populismo de izquierdas, con Jean-Luc Mélenchon.....¿Como arreglárselas con esta construcción artificial de un pueblo?

Lo que me sorprende actualmente es que los candidatos principales están todos dispuestos a reivindicar el populismo. ¡No solamente Marine Le Pen o Jean-Luc Mélenchon sino también François Fillon e incluso Emmanuel Macron! Así nos ponemos a hablar de "populismo de las élites"....En suma, la expresión ya no tiene ningún sentido. Lo que pasa es que todos pretenden ser antisistema; pero la mayor parte ¿no son puros productos del sistema? Podemos pues preguntarnos que  ventaja hay todavía en reclamar una postura de ruptura, que también la reclaman todos (excepto Benoît Hamon, aunque ¿no se le considera actualmente fuera de juego?) A la inversa, hay que interrogarse sobre los peligros de una forma de hacer de la política que prospera basándose en el rechazo de la política. Sabemos que una postura de este tipo puede hacer el juego de la extrema derecha; puede dudarse de que beneficie a la izquierda.

Se puede sacar una lección de esta moda populista y de esta proliferación de pueblos. Si todos los candidatos pueden reclamarse de un pueblo, quiere decir que no existe "el pueblo", sino "pueblos".  El peligro del populismo es, ya me preocupaba en 2014, que se pretende encarnar "al pueblo". Es negar el trabajo político, haciendo como si la política consistiera en reflejar a un pueblo que preexistiera a la política. En realidad, la política produce un pueblo sometiéndole una representación del mundo para invitarle a reconocerse en ella sumándose a la misma A este respecto comparto totalmente el análisis de Chantal Mouffe: no hay que confundir la población (dato empírico) con el pueblo (construcción política). El trabajo político consiste en producir, no el pueblo, sino un pueblo - ¿y por qué no un pueblo de izquierdas?

Su libro es una alerta contra los peligros del "populismo de izquierdas". No es suficiente afirmar que la política moviliza pasiones y afectos, como hacen Mouffe y Laclau. Ud. distingue, después de Deleuze, dos tipos de pasiones políticas: las que aumentan el poder de actuar, la revuelta y la indignación y las que la disminuyen, el rencor y  el resentimiento. Sería un grave error movilizar el gran resentimiento cultural contra las elites encerrando el imaginario colectivo en el marco estrecho de la nación, como hace Mélenchon cuando habla de "devolver Francia a los franceses", tanto si insiste en la palabra "patria" como si habla de "relato nacional". ¿Cómo conjurar los peligros de este neopopulismo de izquierdas?

Mi ensayo ha sido escrito después de la elección de Donald Trump (como prolongación de una nota publicada en mi blog de Mediapart: "¡Es la abstención imbécil!") y a la espera de la presidencial francesa. Cuando ya todo el mundo sacaba lecciones del ejemplo estado-unidense, me ha parecido necesario alertar contra su transposición francesa. No he querido hacer un proceso de intenciones porque no tengo enemigos en la izquierda. Lo que expreso son desacuerdos estratégicos: creo que la estrategia del populismo será ineficaz. Hay que reconocer, sin embargo que muchos pensarán ahora que me equivoco: ¿acaso las encuestas no son favorables a Jean-Luc Mélenchon justo cuando rechaza la idea de "unificar la izquierda" porque prefiere "federar al pueblo?"

La eventual victoria  de un populismo de izquierdas no debería medirse solo según el resultado de su campeón. En efecto, si se confirma, tal como indican de momento las encuestas, que el total de votos reunidos de Hamon y Mélenchon se mantiene estable (alrededor del 26%), entonces, se podría pensar que la subida del segundo se haría esencialmente en detrimento del primero. Por una vez, no es el candidato del partido socialista quien se beneficia del voto útil: a la izquierda es Jean-Luc Mélenchon y al centro es Emmanuel Macron. Este juego de suma cero puede seguramente contribuir al fin del PS. Pero puede pensarse que es este partido mismo que se habrá suicidado asesinando a su propio candidato...A menos que se reencarne en el heredero natural de François Hollande, a quien, desde luego, se ha sumado Manuel Valls.

Lo esencial es otra cosa: el populismo de izquierdas quiere ser una respuesta, por una parte, al populismo de derechas y, por otra, al neoliberalismo triunfante. Respecto a estos dos puntos esenciales, si Emmanuel Macron se encontrara frente a Marine Le Pen en la segunda vuelta, el objetivo no se habría alcanzado. En fin, el populismo de izquierdas pretende reapropiarse de las clases populares que se han apartado (¿cómo sorprenderse de ello?) del socialismo del gobierno. Veremos lo que pasa después de la primera vuelta, pero no está claro que ellas constituyan los grandes batallones del electorado de la Francia insumisa.

Si las elecciones tuvieran que justificar mi alerta ¿qué conclusión estratégica debería derivarse de ellas? Mi ensayo finaliza con una observación: el populismo de izquierdas se define negativamente, contra una élite. Es así porque nos resulta cada vez más difícil imaginar un contenido positivo al vocablo "izquierda". Ahora bien, ya no es suficiente resistir, es hora de inventar. No es lo más fácil,  pero es lo más urgente. Antes de pretender construir un pueblo creo que hay que construir una izquierda.

Notas:

[1] Un intermittent du spectacle es en Francia un artista o técnico que trabaja de forma intermitente para empresas del espectáculo, del cine y del audiovisual.

Éric Fassin, profesor de ciencias políticas en la Universidad Paris VIII y que tiene un blog en Mediapart, acaba de publicar en las ediciones Textuel un corto ensayo, "Populismo: el gran resentimiento".

Fuente:

https://www.mediapart.fr/journal/france/160417/eric-fassin-la-strategie-du-populisme-sera-inefficace

Traducción:Anna Maria Garriga Tarré


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