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Batallas culturales. Se ganan o se pierden

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Me refiero específicamente a las batallas culturales en el Uruguay actual no, a categorías o definiciones genéricas y universales. El tema tiene particular vigencia porque en forma permanente y cada vez que un tema importante aparece en la agenda nacional, seguro que termina en la categoría de las necesarias batallas culturales.

Esa definición en muchos casos correcta termina por transformarse en una muletilla, en una coartada.

La cultura es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir. Decía el escritor checo Milan Kundera. Pienso que es una breve y correcta definición de un tema muy complejo. Habría que agregar que no es cultura sino está sometida a tensiones, a contradicciones y a cambios permanentes. La cultura quieta se pudre o acumula fuerzas para explotar. El Renacimiento es la explosión de muchos siglos de paralización medieval. Los ejemplos sobran.

En este caso no me estoy refiriendo solamente a las contradicciones, a la batalla que se libran siempre para disputar la conciencia colectiva y la continuidad histórica del pensar y del vivir de la sociedad uruguaya, sino además a las batallas parciales pero que se integran a esta contraposición de diversas corrientes y posiciones.

Esta batalla cultural está inexorablemente unida a la disputa política, a la lucha por el poder político en la sociedad, no hay batallas neutras, todas incluyen mensajes y contenidos que impactan en los comportamientos políticos, pero reducirla solo a ese aspecto es profundamente pequeño y peligroso.

Tomemos un ejemplo de una batalla cultural ganada o con avances importantes, porque en realidad las batallas culturales nunca se terminan de ganar. Me refiero al consumo del tabaco en el Uruguay. Es una batalla legal, institucional, de salud pública, pero en definitiva su resultado depende esencialmente del avance cultural. No hay represión y ley que logre triunfar contra el consumo masivo de algo si no se logra un avance cultural.

Cuando el gobierno Vázquez 1 lanzó su frontal batalla contra el consumo del tabaco, muchos - me incluyo - pensamos que era un conjunto de buenos propósitos necesarios de muy difícil realización y con escaso impacto en los comportamientos sociales. Era una posición profundamente equivocada y conservadora.

Hoy el Uruguay ha ganado y está ganando la batalla contra el consumo del tabaco con resultados concretos y tangibles a nivel de la disminución del consumo, de la radical disminución de los fumadores pasivos y con directo impacto en la caída de las enfermedades cardiovasculares y pulmonares derivadas del tabaquismo y sus alrededores. Nadie, ni el más acérrimo enemigo de esta batalla lo niega.

Además de un mensaje concreto sobre el tabaco y sobre las adicciones, en esta batalla, esta lucha dura y difícil librada incluso en los estrados internacionales, contra Phillip Morris, se logró transmitir y hacer carne en la forma de pensar y de vivir de la sociedad uruguaya sobre conceptos más generales, por ejemplo la resignación ante ciertos comportamientos asumidos como un mal inexorable. Y ese posiblemente sea el mayor triunfo, que no siempre es bien resaltado y utilizado.

Las batallas culturales se pueden ganar en forma concreta, tangible y positiva en el Uruguay, incluso en algunos temas que parecen intocables e inconmovibles.

Veamos otro de los temas de gran importancia que requieren como aspecto central un gran avance cultural: la violencia doméstica y su peor expresión, el asesinato de las mujeres por su condición de mujer por parte de sus parejas o ex parejas. Sin un avance cultural de fondo no lograremos resolver esa tremenda lacra que crece en el país.

¿Por qué crece? Básicamente porque las mujeres en su enorme mayoría y sobre todo las jóvenes y la generación anterior ya no aceptan ser objetos propiedad de sus parejas o de sus ex parejas y ante ese avance cultural de fondo y fundamental para el avance de nuestra sociedad, un sector de hombres siguen anclados en las más retrogradas y cobardes posiciones de machismo y patriarcado. Esa es hoy la principal contradicción para el avance de la sociedad uruguaya.

Este proceso se concentra en un alto porcentaje en los sectores más pobres, no solo económicamente sino culturalmente, lo que le agrega injusticia sobre injusticia.

¿Es solo una batalla cultural? No, es una lucha que debe librarse en todos los terrenos pero que inexorablemente su resultado se definirá en el plano cultural. El rigor también forma parte de las batallas culturales, vean sino el ejemplo de la lucha contra el tabaco.

Es una batalla legal y legislativa, judicial, institucional, educativa y su resultado debe ser la concreta disminución de la cantidad de hombres que utilizan la violencia y llegan a matar a sus compañeras, para lo cual hay que asumir que esta lucha se gana o se pierde en el terreno cultural, lo que no puede ser una coartada para no utilizar todas las herramientas necesarias para enfrentar este tema que no es solo de sensibilidad, de humanidad básica, sino que define el progreso o el retroceso del país.

Para librar esta batalla hace falta que las más amplias fuerzas sociales, políticas, culturales del país piensen, elaboren, aporten y se comprometan con esta batalla y lo coloquen al tope y en forma permanente en la agenda nacional. No solo como una reacción ante una nueva muerte, ante una nueva jornada de las mujeres o en otros momentos puntuales. La pregunta deberá ser ¿Qué hemos hecho hoy para ganar la batalla cultural por la igualdad de los derechos de las mujeres y por erradicar la violencia y la muerte hacia las mujeres?

Y el otro elemento fundamental es que no es una batalla aislada, su resultado depende del papel que las propias mujeres y sus organizaciones y sus representantes a todos los niveles jueguen en esta batalla, con su particular sensibilidad, pero sobre todo porque no puede ser una batalla defensiva, debe comprometer nuevos derechos de igualdad de géneros. Esa es en definitiva la batalla cultural de fondo.

Es una batalla cultural que no se puede perder y empatar, es decir flotar en las actuales aguas si queremos ser un país de progreso, de justicia y de libertad.

Hay otras batallas que también tienen un correlato cultural, la de la seguridad pública es uno de los casos, donde además chocan en forma constante diversas versiones y contradicciones importantes, no solo a nivel de las fuerzas políticas y judiciales, sino a nivel del conjunto de los ciudadanos y sus humores.

Otro frente fundamental de las batallas culturales que tiene además una directa relación con la política y con la batalla ideal e ideológica que se libra entre las diferentes corrientes del pensamiento nacional, es el trabajo. Cumplir o no cumplir con las obligaciones laborales a conciencia, tratar de superarse y mejorar, no utilizando y forzando todos y cada uno de los mecanismos formales para evadir las obligaciones laborales, y faltar, producir lo menos posible, comprometerse de la manera más burocrática con el trabajo,  es si una batalla legal, legislativa, de reformas en el Estado y también en las empresas privadas pero, en definitiva se gana o se pierde a nivel de la cultura dominante.

No hay innovación, crecimiento sostenible, avances sociales y mayor justicia que se pueda mantener en un país donde se trabaja poco. Y esa definición ha sido aceptada e impulsada incluso desde la izquierda y desde el poder, de manera correctamente crítica o de justificación y simple descripción de la realidad. Definiciones que muchas veces son injustas y parciales, pero que crean una imagen dominante sobre nosotros mismos. Una imagen de profunda derrota cultural, de resignación.

Sin dramatismos, si perdemos esa batalla, la de la cultura de trabajo, perdemos uno de los pilares de cualquier proyecto progresista y de avanzada. Incluso porque se basa en uno de las mayores deformaciones de las ideas de izquierda, la confusión de que trabajar mal, no cumplir, no comprometerse es parte de la lucha de clases.

Otro frente de derrota son los proyectos fracasados de economía social, de empresas inviables en el esquema tradicional en el que se fundieron y donde el destino seguro es un parasitismo permanente, tanto en esas empresas como en determinadas áreas del territorio. Esa es a corto o mediano plazo un fracaso político y sobre todo cultural.

Hay una parte importante del progresismo que considera que las batallas culturales son un complemento y no el corazón de una política de izquierda, o que buscan la justificación en el dominio educativo original en nuestra sociedad Y, del otro lado la derecha llora por la herida y se considera en un repliegue general en la batalla cultural, sobre todo cuando acepta ciertos valores y bases del progresismo para dar su batalla política. Ambos no pueden tener razón.

Si la izquierda ganó las elecciones en tres oportunidades consecutivas, la explicación no es solo política, es además cultural. Pero también son culturales los frenos principales para los cambios actuales y su profundidad y para asegurar el avance político de una izquierda que ha concentrado en el poder y su disputa uno de los puntales de su propia identidad actual. Esa es en sí mismo una profunda derrota cultural.

¿Hemos logrado empoderar a la sociedad uruguaya de todos los avances logrados en estos 12 años? No es con inventarios sobre los datos estadísticos que lo lograremos, ni con ese cuidado enfermizo por la interna del FA, menos aplastando la autocrítica y a todos aquellos que se sienten desconformes o con diversos grados de enojo. Y la principal respuesta a esa situación no es una adecuada ingeniería electoral, aunque es importante, es una batalla cultural en nuestras propias filas, en esa enorme porción de la sociedad que nos dio su confianza y donde la expresión "son todos iguales" se siente cada día más extendida y con más fuerza.

Cuando nos acercamos a los bordes de la derrota, lo primero que se pierde es la iniciativa cultural, la capacidad de comunicar con confiabilidad nuevos proyectos renovadores y justicieros.

André Malraux dijo que "La cultura hace al hombre algo más que un accidente del universo" Eso hay que recordarlo y practicarlo siempre, sobre todo cuando se maneja nada menos que la política y el poder.

  (*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y de Bitácora. Uruguay


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